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La
memoria amenazada
Por
Tzvetan Todorov
A principios
del siglo XV, el emperador azteca Itzcoatl ordenó la destrucción
de todas las estelas y de todos los libros para poder recomponer la tradición
a su manera. Un siglo después, los conquistadores españoles
se dedicaron a su vez a retirar y quemar todos los vestigios que testimoniasen
la antigua grandeza de los vencidos. Ambos regímenes sólo
eran hostiles a los sedimentos oficiales de la memoria, permitiendo a
ésta su supervivencia bajo otras formas, como los relatos orales
o la poesía. Las tiranías del siglo XX, en cambio, tras
comprender que la conquista de las tierras y de los hombres pasaba por
la conquista de la información y la comunicación, han sistematizado
su apropiación de la memoria y han aspirado a controlarla hasta
en sus rincones más recónditos.
Los ejemplos de apropiación imperfecta de la memoria son innumerables,
aunque conocidos. Toda la historia del Reich milenario puede ser
releída como una guerra contra la memoria, escribe con razón
Primo Levi. Podríamos decir otro tanto de la URSS o de la China
comunista. Las huellas de lo que ha existido son suprimidas o maquilladas
y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la
realidad; se prohíbe la búsqueda y difusión de la
verdad; cualquier medio es bueno para lograr ese objetivo. Los cadáveres
de los campos de concentración son exhumados para quemarlos y dispersar
luego las cenizas; las fotografías, que supuestamente revelan la
verdad, son hábilmente manipuladas a fin de evitar recuerdos molestos;
la Historia se reescribe con cada cambio de cuadro dirigente y se pide
a los lectores de la enciclopedia que eliminen por sí mismos aquellas
páginas convertidas en indeseables. Se cuenta que en las islas
Solovetskiye se acababa a tiros con las gaviotas para que no pudiesen
llevar consigo los mensajes de los prisioneros. La necesaria ocultación
de actos que, sin embargo, se consideran esenciales conduce a posiciones
paradójicas, como aquella que se resume en la célebre frase
de Himmler a propósito de la solución final: Es una
página gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y
que jamás lo será.
Debido a que los regímenes totalitarios conciben el control de
la información como una prioridad, sus enemigos se emplean a fondo
para llevar esa política al fracaso. El conocimiento, la comprensión
del régimen totalitario (y, más concretamente, de su institución
más radical, los campos) es en primer lugar un modo de supervivencia
para los prisioneros. Pero hay más: informar al mundo sobre los
campos es la mejor manera de combatirlos; lograr ese objetivo no tiene
precio. Sin duda ésa fue la razón por la que los condenados
a trabajos forzados en Siberia se cortaban un dedo y lo ataban a uno de
los troncos de árbol que flotaban por el curso del río:
mejor que una botella arrojada al mar, el dedo indicaba a quien lo descubría
qué clase de leñador había talado el árbol.
La difusión de la información permite salvar vidas humanas:
la deportación de los judíos de Hungría cesó
porque Vrba y Wetzler consiguieron escapar de Auschwitz y pudieron informar
sobre lo que estaba pasando. Pero los riesgos de una actividad semejante
no son en modo alguno desdeñables: a causa de su testimonio, Anatoly
Martchenko, un veterano del Gulag, regresó al campo, donde encontraría
la muerte.
Desde entonces se puede comprender fácilmente por qué la
memoria se ha visto revestida de tanto prestigio a los ojos de todos los
enemigos del totalitarismo, por qué todo acto de reminiscencia,
por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia antitotalitaria.
Antes de que una organización antisemita se apropiara de ella,
la palabra rusa pamjat (memoria) servía de título
a una notable serie publicada en samizdat (aquellas obras censuradas que
ciruclaban clandestinamente): la reconstrucción del pasado ya era
percibida como un acto de oposición al poder. Tal vez, bajo la
influencia de algunos escritores de talento que han vivido en países
totalitarios, el aprecio por la memoria y la recriminación del
olvido se han extendido estos últimos años más allá
de su contexto original: hoy en día se oye a menudo criticar las
democraciasliberales de Europa occidental o de Norteamérica, reprochando
su contribución al deterioro de la memoria, al reinado del olvido.
Arrojados a un consumo cada vez más rápido de información,
nos inclinaríamos a prescindir de ésta de manera no menos
acelerada; separados de nuestras tradiciones, embrutecidos por las exigencias
de una sociedad del ocio y desprovistos de curiosidad espiritual así
como de familiaridad con las grandes obras del pasado, estaríamos
condenados a festejar alegremente el olvido y a contentarnos con los vanos
placeres del instante. En tal caso, la memoria estaría amenazada,
ya no por la supresión de información sino por su sobreabundancia.
Por tanto, con menor brutalidad pero más eficacia en vez
de fortalecerse nuestra resistencia, seríamos meros agentes que
contribuyen a acrecentar el olvido, los estados democráticos
conducirían a la población al mismo destino que los regímenes
totalitarios, es decir, al reino de la barbarie.
Este
fragmento pertenece al libro
Los abusos de la memoria, recientemente
distribuido por Editorial Paidós.
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