Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir



Volver

Música: El retorno de Peter Gabriel

Haciendo Ovo

La medianoche del 31 de diciembre de 1999, Peter Gabriel presentó en Londres el espectáculo teatral del Millenium Dome: un parque temático de corte futurista. Aunque el show es un fracaso estrepitoso, Peter Gabriel acaba de editar OVO: The Millenium Show, la banda de sonido del evento. Y está firme al pie del cañón defendiendo este proyecto donde se mezclan las músicas étnicas, los videogames, una ideología “antiDisneylandia” y sus dificultades para acabar. Lea qué tiene para decir.

POR RODRIGO FRESAN

De todas las cosas que han envejecido en la historia de la humanidad –una historia y una humanidad donde las cosas cada vez envejecen más rápido–, la cosa que envejeció más rápido probablemente sea ese segundo que separó al 31 de diciembre de 1999 del 1 de enero de 2000. Brevísima frontera de lo trascendente donde todo y nada ocurrió; donde la necesidad secreta de un gran apocalipsis público fue postergada en nombre de la realidad cotidiana de los pequeños apocalipsis de todos los días; donde se acabó lo que se daba para que se siguiera dando lo mismo de siempre. Algunos, incluso, ya ni se acuerdan. Pasaron apenas seis meses y ya parece una eternidad desde el día en que supuestamente la conciencia informática del mundo iba a venirse abajo y las profecías de Nostradamus iban a mutar en realidades, mientras la televisión mundial recorría las diferentes ciudades del mundo empeñadas en el festejo casi supersticioso de una abstracción temporal. Postales de la euforia que ahora son parte indivisible de lo nostálgico. Una de ellas involucra a un músico llamado Peter Gabriel. El Homo Vanguardia por excelencia –en la medianoche definitiva de Londres, de pie en la tierra por la que pasa la cicatriz invisible del Meridiano de Greenwich– presentaba su nuevo proyecto: la música por encargo para el espectáculo teatral del Millenium Dome junto a las orillas del Támesis. Una gigantesca carpa cuyas tripas albergan a un parque temático de corte futurista que no ha hecho más que darle dolores de cabeza a la administración de la capital inglesa y alimentar la furia de los contribuyentes, quienes no pueden creer que sus impuestos se gasten en semejantes adefesios. Un horror pretencioso con capacidad para quince mil personas al que acuden –los días buenos– unos dos mil turistas que no entienden nada de lo que están viendo. Un show con reminiscencias del Cirque du Soleil, pésimo sonido e intenciones trascendentes. Bailarines temblorosos y acróbatas colgando del techo y el espanto de saber que, ahí abajo, un japonés le pregunta a un norteamericano qué es toda esa mierda mientras que un ruso se pregunta qué excusa puede poner para que le devuelvan el dinero de la entrada. Un amigo mío que fue a Londres a verlo dice que todavía no se repone del espanto.

UNO “Fue un trabajo bastante frustrante. Condiciones penosas, problemas de presupuesto, ensayos eternos”, recuerda hoy Peter Gabriel como si se tratara de un paisaje de una pesadilla de la que no puede o acaso se niega a despertar. Peter Gabriel –como el capitán del Titanic– parece dispuesto a permanecer en el puente de mando de su buque mientras todos corren a los botes, y en estos días acaba de lanzar su nuevo álbum. OVO: The Millenium Show es la música del catastrófico show y –después de siete años– no es Up, el esperado sucesor de Us, sino una especie de engañoso compás de espera para un hombre que le gusta esperar y dejar esperando. Pensar –con un ligero escalofrío– que toda la obra de los Beatles entra en el espacio blanco y profundo que hay entre un trabajo y otro de Peter Gabriel. Pensar en este OVO como una especie de gesto ambiguo: un álbum de Peter Gabriel que no es un álbum de Peter Gabriel, pero que tiene ganas de serlo y, por momentos, casi lo consigue, a lo largo de doce canciones e instrumentales que combinan aires celtas con las ya inevitables percusiones africanas y las novedosas apariciones del alguna vez ciudadano ilustre de la nación Woodstock Richie Havens, la cosmética Neneh Cherry (cantando un rap en el video-cd-rom que acompaña a la edición internacional de OVO), la ex Cocteau Twins Elisabeth Fraser, arropados en las texturas de músicos gabrielistas de siempre como Tony Levin, Shankar, David Rhodes, Manu Katche y la infaltable presencia de varios combos étnicos de la escudería Real World, su prestigioso sello discográfico. Todos ellos para contar algo que –es imprescindible leer el librito con un horripilante comic que acompaña al compact-disc– se presenta como una suerte de saga naturalística y new age. Un jarabe dulzón que el libritodefine así: “OVO: The Millenium Show nos cuenta la historia de tres momentos en la evolución a través de las vidas de tres generaciones de una familia. Es la historia de una familia en transición, dividida por conflictos internos y por los grandes cambios que tienen lugar a su alrededor. Es también la historia de un amor prohibido. Un padre, Theo, que ama la tierra y todo lo que crece en ella encuentra una forma de trabajar en la naturaleza, a pesar de que él sólo conoce una manera de hacer las cosas: su manera. La madre, Beth –quien pasa los días frente a su telar y observa el futuro surgiendo de los diseños que teje– se descubre impotente a la hora de reconciliar a los miembros de su familia y acaba enfrentándose a Ion, su hijo. Ion, un apasionado de las máquinas, inicia una revolución para liberar a su pueblo, pero acaba esclavizándolo. Y Sofia –la hija cuya tranquila y encantada infancia se hace pedazos al enamorarse de Skyboy, un extranjero perteneciente a la misteriosa raza de la gente del cielo– acaba desafiando a su padre y a su hermano para defender su amor. Skyboy pasa de ser un Romeo a un rebelde, mientras contempla cómo los suyos son oprimidos y ejecutados. El bebé de la pareja, OVO, nacido en los tiempos del diluvio, es enviado en un nido volador rumbo a los cielos y hacia un futuro incierto”.
¿Les gustó? ¿Lo entendieron? ¿Quieren que se los repita?
Si se portan mal se los cuento otra vez, eh.

DOS Peter Gabriel no es un tipo normal y está bien que así sea. Su anormalidad es lo que siempre lo ha distinguido y mantenido desde hace treinta años en primer plano sin mostrar, nunca, esa característica compulsión por la movida previsible y la estrategia comercial en un paisaje donde cada gesto cuenta y se paga o se cobra. Peter Gabriel nació en Surrey, Inglaterra, en 1950. El médico partero predijo –le alcanzó con una simple mirada– que este hijo de un ingeniero electrónico y una aficionada al bel canto iba a triunfar en el escenario. Peter Gabriel funda Genesis –una de las bandas definitorias del llamado rock sinfónico- junto a una banda de compañeros de colegio y deja al grupo en el instante preciso en que éste comienza a transformarse en un dinosaurio de éxito. Por el camino, canta disfrazado de mujer con cabeza de zorro, de caballero medieval, de flor gigante y compone The Lamb Lies Down on Broadway, exceso conceptual que lo enfrenta con sus compañeros y acaba obligándolo, sin demasiado esfuerzo, a romper en 1977 con Peter Gabriel, el primer disco de una tetralogía de discos también llamados Peter Gabriel que a lo largo de cinco años fundamenta y erige buena parte de lo que empieza a conocerse como “adult rock” o música para personas que por lo menos leyeron un libro. Tapas con retratos velados, música donde la euforia y la depresión aparecen como algo peligrosamente similar y varias canciones –”Solsbury Hill”, “Here Comes the Flood”, “Mother of Violence”, “Games Without Frontiers”, “Biko”, “San Jacinto”, “Shock the Monkey”, “I Have the Touch”– que todavía hoy se escuchan con una mezcla de placer y asombro, y uno de ellos –el tercer Peter Gabriel, de 1980– responsable directo del sonido de una década globo hecha de sonidos globales. Con So, en 1986, llega el éxito mundial y su consagración como video-prócer de la Nación MTV a partir de los clips plastilínicos de “Sledgehammer” y “Big Time” que realizó junto a Stephen R. Johnson. Seis años más tarde, Us ofrece más de lo mismo, pero nadie se queja. Por el camino, Peter Gabriel se reinventó varias veces sin dejar de ser él mismo: hombre con pupilas doradas; marido arrepentido que se rapa para pagar una infidelidad a su novia/esposa de la infancia; divorciado del jet set, a quien se le atribuyen romances con la actriz Rosanna Arquette, la modelo Claudia Schiffer y las cantantes Kate Bush y Sinead O’Connor; investigador sónico por las selvas y desiertos africanos; arquitecto de giras impecables y cada vez más contundentes en su sutileza; compositor de interesantessoundtracks o canciones sueltas para películas de variable prestigio; benefactor de la humanidad con festivales que pueden llamarse WOMAD o Amnesty y –de un tiempo a esta parte– obsesivo del mundo electrónico de los cables y de los parques temáticos. El resbalón de Peter Gabriel a la hora de aceptar el encargo del Millenium Dome se comprende al recordar que Peter Gabriel ya lleva casi una década intentando hacer realidad un proyecto desmesurado. Una suerte de “anti-Disneylandia” –en el que también están involucrados Brian Eno, Laurie Anderson y La Fura dels Baus- que funcione como feria de atracciones y a la vez “laboratorio para diversión de músicos y cineastas”. Un lugar al que llegar casi se hace realidad en Barcelona, durante la histérica resaca de los Juegos Olímpicos de 1992 cuando el impulso de construir todavía seguía funcionando como acto reflejo y urbano. Hoy, ahora, todo el asunto suena lindo y utópico, y un tanto arriesgado si –como muestra de lo que puede llegar a suceder si se le abre la puerta al monstruo– uno se arriesga a extraviarse en las pantallas de los videogames Xplora 1 o EVE, diseñados por Peter Gabriel y sus secuaces. Yo estuve ahí, yo volví para contarlo, yo chapoteé en el magma primal y levanté las piedras donde se esconden los fósiles vivos. Impecables pantallas, asombroso sonido, pero la imposibilidad absoluta de comprender de qué trata todo ese asunto de “una aventura musical y artística. El Paraíso se ha perdido. El mundo ha quedado reducido a barro. Ahora tienes la oportunidad de recorrer un escenario lleno de misterios, creando música, viviendo experiencias artísticas y resolviendo enigmas hasta que encuentres a EVE y puedas regresar al Paraíso”.
¿Les gustó? ¿Lo entendieron? ¿Quieren que se los repita?
Si se portan mal se los cuento otra vez, eh.

TRES A la hora de la verdad –cuando llegue el momento de sintetizar el Elemento Gabriel y explicar de qué se trata y cómo conseguirlo–, quedará una canción perfecta titulada “In Your Eyes”. Una canción que le canta a esa línea delgada donde se confunden el eterno interrogante de la amada con todas las respuestas que puede llegar a proporcionar un Dios generoso cuando está de buen humor. Esta canción –momento culminante de todo concierto de Peter Gabriel e inexplicablemente excluida del grandes éxitos Shaking the Tree– se las arregla para juntar en unos pocos minutos los muchos fragmentos de una de las miradas más sensibles y arriesgadas dentro de la música contemporánea. La explicación de Peter Gabriel sobre cómo la compuso funciona, también, como perfecta declaración de principios y justificación a esperas cada vez más largas. Tranquiliza un poco que esta reflexión sobre la trastienda del oficio sea mucho más coherente y sincera que las crípticas y posteriores observaciones sobre los productos terminados: “Cuando escuché música africana por primera vez me fascinó la yuxtaposición entre el amor espiritual y el amor romántico y sexual. En sus actividades religiosas los africanos incluyen su faceta sexual y en sus actividades románticas y sexuales ellos funden su faceta religiosa. En Occidente, nosotros tendemos a separar ambas partes. En las canciones de amor tradicionales africanas no queda claro si la letra está hablando de un amor físico o un amor divino. La experiencia personal del amor tiene un elemento sagrado cuando el balance es perfecto en ese sentido. En ‘In Your Eyes’ yo intenté integrar ambos territorios dentro de versos ambiguos. Cuando te conectas por primera vez con alguien, lo primero que disparas -o que se tiende a activar– es la energía sexual que, con un poco de suerte, madurará hasta convertirse también en un vínculo espiritual. Una relación sana debería contar con tres espacios diferentes: uno para cada persona y un tercer espacio donde encontrarse. Cuando yo estoy haciendo música, me cuesta mucho acabar. Es un proceso de ir liberándome de a poco, y creo que lo mismo es aplicable a las relaciones humanas. Tienes que saber percibir el momento en que las cosas terminan y soltarlas al mundo”. Nada de esto, conviene aclararlo, ocurre en OVO y, por una vez, se tiene la impresión de estar escuchando a un Peter Gabriel parodiándose a sí mismo. Ahí están las perfectas texturas sónicas y esa voz de león agonizante en un par de canciones –”Father, Son” y “The Tower That Ate People”– que se ven agobiadas por tanto envoltorio new age de luxe y que no resulta suficiente a la hora de sacar cuentas entre lo que ahora se recibe y el tiempo que se esperó para que llegara.
Por las dudas –en las entrevistas que está dando para la promoción de este hijo bOVO–, Peter Gabriel aclara una y otra vez que no se trata de un retorno oficial sino de un casi desesperado intento que la música sobreviva y trascienda a la debacle del Millenium Dome que seguirá sucediéndose, como una maldición que no cesa, a lo largo de todo el 2000. Se sabe –se comprueba y se sufre una y otra vez– que el rock y lo conceptual son conceptos opuestos. Ahí están, todavía, todas esas vergonzosas “óperas”, eso álbumes dobles sobre mares topográficos culpa, tal vez, del primer y falso álbum-concepto: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, unas canciones ordenadas como si se trataran de un concierto que nunca tuvo lugar y que, por supuesto, se las arreglan para defenderse y ganar sin esfuerzo como canciones peso pesado. Peter Gabriel –cuyos álbumes siempre aparecieron como conformados por canciones sueltas, pero que, en perspectiva y con el tiempo, se ordenan en virtuales estudios sobre el apocalipsis, la sociedad de consumo, la locura, el amor– debería haber sabido en lo que se metía y no obligarnos a que lo acompañemos en semejante despropósito.
Por las dudas –también–, Peter Gabriel asegura a diestra y siniestra y arriba y abajo que ya tiene material para tres nuevos álbumes de canciones que esperemos no se preocupen en contar ninguna historia y en cambio consigan hacer historia. Lo que hicieron siempre y siguen haciendo en nuestros ojos y nuestros oídos esas viejas canciones de Peter Gabriel que seguimos escuchando mientras Peter Gabriel hace huevo, hace OVO.

arriba