Polémicas Tener o no tener: la natalidad según Hitchens
Gente
que tiene gente
Esta semana el brillante periodista inglés
Christopher Hitchens publicó en la revista Vanity Fair el siguiente
artículo, en el que analiza el problema de la sobrepoblación
mundial. De Malthus, Ehrlich y China a Condorcet, Sen y la India, Hitchens
recorre las diferentes explicaciones y posibles soluciones a un problema
que, dice, tiene menos que ver con el control estatal que con el bienestar
social.
Por
Christopher Hitchens
La
política de un solo hijo que lleva adelante la República
Popular China es indiscutiblemente el proyecto más grandioso
emprendido por las autoridades desde la construcción de la Muralla.
Piensen lo siguiente: el gobierno central de una sociedad y una cultura
antiquísima propone y hace cumplir la misma regla
para todas las familias que residen en sus dominios. Desde 1979, cada
bebé nacido en el imperio debería ser hijo único.
Por un momento, sólo pensarlo me dejó estupefacto. Desde
Shanghai al Tibet, desde Mongolia al Mar Amarillo, donde quiera que
las órdenes de Beijing sean palabra santa, cada chico será
el Ultimo Emperador para sus padres. Mientras que cada chica será...
asfixiada al nacer. O una opción relegada hasta que el cambio
en el balance entre los sexos ponga en peligro la continuidad de la
población. Recién entonces cada beba será una princesita
de valor incalculable.
Ningún plan de ingeniería social se ha acercado a lo que
intenta éste, en términos de magnitud, ambición
y negación absoluta de la vida privada. (La Gran Muralla no mantuvo
alejados a los invasores: sigue siendo el modelo perfecto de emprendimientos
épicos e inútiles.) Pero esto es sólo el principio.
¿Y si funciona? ¿Y si el partido puede mantenerlo en funcionamiento
varias generaciones? Dentro de algunas décadas, no habría
ninguna palabra que significara hermano. O hermana.
O tío o tía. En cualquier sociedad,
esto implicaría un quiebre profundo, pero en una cultura colectivista
y comunista, en un país con una larga tradición de fuertes
lazos familiares, camaradería y respeto por los parientes y los
mayores, los efectos serían incalculables. El viejo hábito
rojo de invocar la hermandad de los hombres sería
la menor de las víctimas. La civilización china se convertiría
en la Multitud Solitaria, atomizada y movilizada al mismo tiempo.
Amartya
Sen - Paul Ehrlich
Ese
es mi prólogo a la discusión sobre el control de la población
o la explosión demográfica. Estadísticamente, esto
es un problema de la Humanidad, nuestra orgullosa especie, como sustantivo
y en mayúsculas: la cuestión de si existe suficiente comida,
agua y aire para mantener a muchos más de los que llamamos nosotros
(aunque la mayoría de las veces, inconscientemente, queremos
decir ellos). Pero esto, en forma no menos urgente, también
implica a la humanidad, como concepto y en minúsculas: nosotros
mismos como idea.
En Occidente, este conflicto solía tener raíces religiosas,
y el tono era impuesto por las invectivas bíblicas a crecer
y multiplicarse, así como a dominar a la naturaleza
y a los animales que habitan en ella. Desde esta perspectiva, que sobrevivió
hasta tiempos recientes, los niños eran una bendición
y una familia numerosa, signo de status. Las dinastías, los clanes,
las comunidades, todos esos libros del Antiguo Testamento que subrayaban
el verbo fructificar. Pero también fue un religioso,
el reverendo Thomas Malthus, quien en 1789 cuestionó por primera
vez el mandato divino de multiplicarnos ad infinitum. Su teoría
era simple: la población se reproduce geométricamente
(1, 2, 4, 8), mientras que los recursos lo hacen en forma aritmética
(1, 2, 3, 4). Tarde o temprano, las bocas que alimentar superarían
la comida existente, el planeta se sobrepoblaría, la vida se
convertiría en algo insufrible y la guerra y las enfermedades
terminarían el trabajo que les dejara el hambre.
En su célebre Ensayo sobre el principio de la población,
Malthus estaba respondiendo al filósofo iluminista francés
Condorcet, quien ya había reconocido el problema de la futura
sobrepoblación. Condorcet reconocía las dificultades existentes
para satisfacer las demandas de la creciente tasa de natalidad, pero
confiaba en que las nuevas tecnologías incrementarían
la productividad y evitarían el hambre. Sostenía también
-en retrospectiva, éste es su postulado principal que alcanzado
un cierto mínimo de educación y prosperidad, la mayoría
de la gente limitaría el número de integrantes de su familia
sin que nadie se lo pidiera, y mucho menos lo obligara a ello. Malthus
albergaba serias dudas de que esto fueraasí, y se dedicó
a atacar las medidas contra la pobreza de su tiempo igualándolas
a un incentivo para que las clases bajas siguieran reproduciéndose.
Ahora, reciban con un gran aplauso o no a Adnan Mevic, nacido
de madre bosnia en el Centro Clínico Universitario de la ciudad
de Sarajevo la pasada primavera. Llegó pesando algo más
de cuatro kilos en la medianoche del 12 de octubre, el día en
el que las Naciones Unidas habían calculado que el ser humano
número 6000 millones haría su aparición sobre la
faz de la Tierra. Su secretario general, Kofi Annan, pasó por
ahí para visitar al chico y celebrar el evento. Decir que la
elección fue arbitraria y un tanto sentimental es
poco decir. 350 mil bebés nacieron ese mismo día cuatro
por segundo, con la misma alícuota de necesidades y miedos,
de carencias y odios. Una avalancha de purretes. Tomando en consideración
cuán sencillo y barato es este proceso de producción en
serie (¡trabajo sin remuneración!), es sorprendente que
la raza humana se haya demorado hasta el 1900 para llegar a los 1500
millones. Pero una vez que le encontramos la vuelta: 2000 millones en
1927, 3000 millones en 1960, 4000 millones en 1974 y 5000 millones en
1987. Se prevé que de aquí en más los purretes
se lancen gritando por las rampas a razón de 130 millones al
año. China y la India son las primeras naciones con más
de mil millones de habitantes.
Malthus
y Condorcet se enfrentan nuevamente. El Malthus de nuestra época
se llama Paul Ehrlich y en 1968 escribió The Population Bomb,
un gran bestseller ecológico. En él, así como en
sus libros y ensayos posteriores, Ehrlich sostiene que los Cuatro Jinetes
del Apocalipsis nos están por alcanzar, que la Humanidad hace
rato dio el salto al vacío y que, básicamente, nos vamos
a morir de tanto coger. En la otra esquina del ring está Amartya
Sen, premio Nobel de Economía 1998, indio y rector del Trinity
College de la Universidad de Cambridge. A diferencia de Ehrlich, Sen
asegura que la población se estabilizará si se toman las
medidas adecuadas. Y que nos arriesgamos a perder nuestra humanidad
si tomamos las incorrectas.
Tuve charlas extremadamente interesantes con ambos: Ehrlich me recibió
en una oficina atestada de papeles en la Universidad de Stanford, en
California; Sen, en su exquisito salón revestido de roble y detalles
en plata de la Universidad en la que enseñó Isaac Newton
y estudió el príncipe Carlos. Paul Ehrlich ha sido acusado
de alarmista; Amartya Sen, de complaciente. ¿Existe un justo
medio entre ellos? Bueno, es bastante fácil descubrir por qué
Ehrlich ha sido tachado de alarmista. En 1968 escribió: La
lucha por alimentar a la humanidad ha terminado. En la década
del 70, el mundo pasará hambre: cientos de millones de personas
morirán, no importa qué proyectos expeditivos intentemos
poner en práctica desde ahora. A esta altura, nada puede evitar
un crecimiento sustancial de la tasa de mortalidad mundial. En
un libro más reciente, The Population Explosion, Paul y su mujer
Anne resumen todas las malas noticias en un párrafo: En
cualquier gran ciudad de los Estados Unidos, los conductores se ven
atrapados en un embotellamiento de tránsito a cualquier hora
del día o de la noche. Quienes visitan la capital descubren personas
sin techo durmiendo en la plaza frente a la Casa Blanca. El abuso de
drogas y los crímenes llenan las páginas de los diarios.
Las noticias de la epidemia de sida están por todos lados, como
las conversaciones acerca del calentamiento global, el agujero de ozono
y la lluvia ácida. Eso es de 1990. Cuando leí el
libro para reseñarlo, recuerdo que me impresionó particularmente
su definición del concepto de factor exponencial.
Así es como el matrimonio Ehrlich lo explicó al gran público:
Una característica fundamental del crecimiento exponencial
es que habitualmente comienza en forma lenta y termina en forma rápida.
Un ejemplo habitual para ilustrar dicho proceso es pensar en las algas
de una laguna: cada día duplican la superficie que cubren, hasta
ocupar la extensión total al término detreinta días.
La pregunta es: ¿qué porción de la laguna cubrirán
en veintinueve? La respuesta, por supuesto, es: la mitad. La cantidad
de algas se duplicará y cubrirá la laguna entera al día
siguiente.
Esta imagen impactante me persiguió hasta que pensé: ¿cómo
podemos saber el tamaño de la laguna por adelantado? ¿Cómo
podemos conocer por anticipado cuál será la tasa de crecimiento
de las algas? Entonces sentí un gran alivio. El mismo que provoca
la ausencia del calentamiento global y de las lluvias ácidas
en los titulares, o cualquier otra buena noticia que nos haría
dudar antes de comparar a los seres humanos con las algas.
Ehrlich
es un señor enorme, colérico e impaciente. Arranca sus
propios libros de los estantes para mostrar las salvedades subrayadas
que acaba de agregar o que estuvieron ahí desde la primera
edición. Evidentemente lo han irritado las burlas que provocaron
sus muchos apocalipsis anunciados pero nunca materializados. Que quede
claro: quizás, a la larga, tenga razón. Después
de todo, sabemos que estamos condenados: el sol se convertirá
primero en una estrella roja gigante y después encogerá
hasta quedar reducida a una enana blanca. Llegará el día
en que respiremos por última vez. Probablemente, nuestro futuro
incluirá guerras, hambrunas y plagas. Sólo el fin es seguro.
Incluso si Ehrlich estuviera equivocado, ¿no sería prudente
que actuáramos como si no hubiera tiempo que perder, limitando
drásticamente el crecimiento de la población? Seguro es
más fácil recuperar un eventual retroceso demográfico
que lidiar con un exceso incontrolable de población (esto es
lo que Ehrlich llama una situación todos ganan: háganme
caso, dice, y no se preocuparán por morir de tanto coger sino
de coger a morir).
Dice Ehrlich: Es un problema del tipo Cero versus Infinito. Se
mide la probabilidad de las consecuencias en base a su gravedad. Como
sucede con el invierno nuclear, hay cosas a las que no podemos arriesgarnos.
En el mismo sentido, uno debe elegir entre el desastre y la coerción.
El Estado ya dictamina cuántos cónyuges se puede tener.
En algunos lugares, incluso se determina cuáles son las posiciones
sexuales permitidas. Entonces, ¿por qué imponer la cantidad
de hijos?. (El matrimonio Ehrlich es famoso en su localidad por
negarse a felicitar a amigos y familiares que tienen más de dos
hijos. Ellos tienen sólo uno.)
No hay un universo paralelo o un planeta alternativo en el que podamos
hacer el experimento: sólo nosotros somos los conejitos de Indias.
¿Ehrlich es una de esas personas a las que les gusta la Humanidad
pero no le importan las personas? En uno de sus libros describe la epifanía
que dio comienzo a su obra. Tuvo lugar en la India, donde el taxi en
el que viajaba quedó atrapado en un embotellamiento: Las
calles vibraban con el tumulto de gente. Gente comiendo, gente durmiendo,
gente discutiendo. Gente gritando, gente de visita. Gente metiendo los
brazos en el taxi, pidiendo limosna. Gente haciendo sus necesidades.
Gente abarrotando los ómnibus. Gente pastoreando animales. Gente,
gente, gente.
Este
momento muy en la vena de El corazón de las tinieblas pone una
breve sonrisa en labios del rector del Trinity College. Me alegro
que su taxi finalmente llegara al hotel, dice Amartya Sen. Al
ser bengalí y haber presenciado los efectos de una catastrófica
hambruna cuando era pequeño, Sen no acostumbra referirse al subcontinente
en términos de pulular o infestar (¿vieron
cómo siempre se eligen analogías entomológicas
para referirse al Tercer Mundo?), y aprendió su primera enseñanza
anti-malthusiana de la manera más difícil. La hambruna
de 1943 en Bengala no fue consecuencia de la existencia de muchas personas
o de poca comida. Los graneros estaban llenos y había suficiente
arroz para todos. Pero los efectos de una administración burocrática
y un aumento injustificado en el precio del arroz dio como resultado
que muchos murieran de hambre a pocos pasos de su alimento. Winston
Churchill, por ese entonces primer ministro de Inglaterra, atribuyó
el hambre en sucolonia favorita a esa costumbre que tenían sus
súbditos de reproducirse como conejos. Un duro juicio
de valor para los herbívoros, aunque los indios sí se
vieron reducidos a comer pasto. Lo que elegantemente remitía
a otro de sus postulados, que sostenía que los indios eran la
gente más bestial del mundo después de los alemanes.
Sen pasó diez años investigando la hambruna, pedaleando
de aldea en aldea para averiguar los precios del arroz, el valor del
jornal y los costos de la cosechas en 1943 y en años anteriores.
Los resultados finales de su investigación son la base de su
reconocimiento mundial. ¿Sabía que nunca ha habido
una hambruna en una sociedad democrática? Donde hay información
verídica y precisa, y los políticos deben responder por
los hechos, esto no sucede. (Las únicas hambrunas que sí
ocurrieron en el momento pronosticado por Ehrlich tuvieron lugar en
sociedades cerradas o despóticas como Etiopía.)
Sen continúa tachando ítem de su lista de No se
preocupen: la tasa de fertilidad la cantidad de hijos por
familia está cayendo estrepitosamente en todo el mundo.
La producción de alimentos crece día a día, a la
par de la calidad y la esperanza de vida. Además y a esto
tienen que prestarle mucha atención el desarrollo económico
es el mejor anticonceptivo. Malthus estaba completamente equivocado:
si uno logra elevar a la gente por sobre el nivel de subsistencia, esa
gente tendrá menos hijos, no más. Es un hallazgo muy sólido.
La llave, la piedra Rossetta, el hilo de Ariadna en el laberinto es
éste: cuando las mujeres logran ingresar en la alfabetización,
los planes de salud y el mercado laboral, comienzan instantáneamente
a revertir el proceso milenario de tener un hijo detrás de otro,
nacidos de la ignorancia o como reaseguro frente a la soledad y la pobreza.
Hay
un secreto oscuro detrás de la política china de permitir
un solo hijo. Su éxito depende de una impresionante tasa de mortalidad
y, casi seguramente, del infanticidio. Los campesinos suelen ahogar
sin demasiada ceremonia al bebé al que se le ocurre nacer sin
pene. Esto, a la larga, resultará en una crisis: cuando llegué
el día en que no haya la suficiente cantidad de novias para todos.
Pero mientras tanto, se están distorsionando terriblemente las
estadísticas, pese a todos esos norteamericanos que están
encantados con la idea de adoptar a una adorable niñita china.
Si, por el contrario, se analiza la situación del estado de Kerala,
uno de los principales objetos de estudio de Sen, se encuentra lo siguiente:
la alfabetización y el trabajo remunerativo de las mujeres ha
hecho descender la tasa de natalidad ¡más rápido
que en China! Sin coerción por parte del Estado, además.
En 1979, cuando China instituyó esta regulación, la tasa
de mortalidad infantil en ambos lugares era muy similar. Quince años
después, Kerala podía enorgullecerse de sus cifras: 16
por mil en el caso de las niñas, 17 por mil en el caso de los
niños. China mantiene otros números: 28 muertes por cada
mil nacimientos en el caso de los varones y con o sin la intervención
del asesinato 33 muertes por cada mil nacimientos en el caso de
las mujeres. Kerala tiene libertad de prensa y expresión, así
como un sistema de gobierno democrático y multipartidario. China
carece de ambos.
Esta es, entonces, otra versión de la situación todos
ganan: un incremento considerable en la calidad de vida más
una notable reducción de la tasa de natalidad. Sen está
de acuerdo en que existe un problema de población, pero también
está convencido de que a ese asunto se le atribuyen cuestiones
de las que no es responsable, como el retraso económico. Al no
estudiar detenidamente el fenómeno, sostiene Sen, los apocalípticos
nos han sumido en el terror y nos han forzado a considerar curas que
no son tales. A pesar de esto, Sen considera que sería
aconsejable quedarse de este lado de los nueve mil millones. Es
cuestión de preservar nuestro hábitat, además de
nuestra felicidad. Pero es esencial no abandonar nuestra humanidad
en el proceso. Pensando en la masacre de inocentes en China, recordé
el momento en el que el pequeño hijo de Jude, en Jude el oscuro,
de Thomas Hardy, se convence de que él y sus hermanos son una
carga para sus padres, enfrentados al desalojo y a la pobreza más
extrema. Sintiéndose culpable mientras observa un nuevo embarazo
de su madre, el chico ahorca a sus pequeños medio-hermanos y
luego se suicida, dejando una carta que dice: Lo he hecho porque
somos demasiados. No podía saber que las cosas o saldrán
bien o, si la humanidad finalmente tiene que hacer un sacrificio, no
debería hacerlo a costa de ellos.
arriba