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EL CANTO DEL
PAVO

Britney Spears y Christina Aguilera posan en la tapa de la alguna vez contracultural Rolling Stone. Los Backstreet Boys están cómodamente ubicados en el octavo lugar de la lista de los cien artistas más poderosos de Forbes. N’Sync vende más de dos millones de discos con su No Strings Attached. Las Spice Girls no saben qué hacer para no ser viejas a los 25. Ya van más de cuarenta grupos lanzados en lo que va del año sólo en Inglaterra. Rodrigo Fresán analiza este nuevo universo pop de melodías chicle, canciones masticables, público zombie, Barbies que cantan y Kens que bailan.

POR RODRIGO FRESAN, DESDE BARCELONA

“Ayer a la noche me hice una paja pensando en Christina Aguilera”, me dice un amigo sin mirarme a los ojos y con voz lo suficientemente baja como para que yo lo escuche, pero él no tenga que oírse. Mi amigo me dice que no sabe si lo que le está pasando se trata de un síntoma irrevocable de haber alcanzado la mediana edad o de estar volviéndose loco. Tengo la impresión de que mi amigo preferiría lo segundo. Christina Aguilera es una de las varias reinas actuales y flores efímeras del teen-pop actual, y el nombre de mi amigo no será mencionado aquí porque no viene al caso, porque está casado con una mujer que, quién sabe, tal vez tenga fantasías con uno de los miembros más viriles de los Backstreet Boys, y porque, sí, tiene una hija de la edad de Christina Aguilera a la que le gusta mucho Christina Aguilera cuando canta: “Soy la genia en una botella/ tienes que frotarme como corresponde” y “Mi cuerpo dice adelante/ mi corazón dice no”. Esas cosas. Mi amigo guarda silencio a la espera de alguna explicación de mi parte para lo que le ocurre, un diagnóstico de su enfermedad, una palabra de aliento. Mi amigo se acuerda de Michael Hutchence de INXS, ahorcado accidental mientras se la sacudía en un hotel de Sydney. ¿Qué decirle? Estamos rodeados, invadidos. Vamos camino a ser los cerdos de esta guerra y la banda de sonido de este mundo que nos toca vivir y oír desborda por estos días de melodías chicle, canciones masticables, Barbies que cantan y Kens que bailan. Ritmo pasteurizado y colores flúo. Signo y designio de los tiempos. La Edad del Pavo y la Era del Acné. ¿Qué decirle? ¿Cómo hacerlo sentir mejor sin mentirle demasiado? “A mí me gusta más Britney Spears”, le digo. Y cambiamos de tema como quien cambia de compact. Hablamos de –por ejemplo– quién habrá sido el que se robó las puertas de hierro forjado de los jardines de Strawberry Fields en Liverpool para después tirarlas a la basura; de a quién se le habrá ocurrido sacar a la venta los azulejos de la piscina donde se ahogó Brian Jones “para que los fans puedan ser dueños de algo muy cercano a Brian”; de lo viejo que parece Pete Townshend. Esas cosas.

CHRISTINA AGUILERA: “Primero querían ponerme Christie Agui. Después, nada más que Christina. Luego, Christina Atee o Christina María, no me acuerdo. Pero yo me puse firme: me parece importante utilizar mi nombre verdadero. No me gusta ser falsa ni artificial... Aunque si Britney se puso tetas, estoy segura de que alguna buena razón habrá tenido”.

A.J., DE LOS BACKSTREET BOYS: “Creo que les gusto a los fans porque soy un innovador nato, un rebelde: me tiño el pelo, me pongo un arito... Les recomiendo a todos que sean así de cool, siempre y cuando sus padres estén de acuerdo. En cualquier caso, después te puedes lavar el pelo y sacar el arito, ¿no?”

CHARLOTTE CHURCH: “Mi imagen es un fiel
reflejo de mi persona: soy un angelito”.

“Es la primera vez en la historia que la cultura mediática es gobernada por los gustos de personas de entre 9 y 15 años de edad”, dice Rob Dickins, hombre importante en la industria musical británica. Rob Dickins está preocupado. “Las Spice Girls fueron un avance importante para la música inglesa. Ellas empezaron esta revolución con el Girl Power. Lo que me inquieta son todas estas bandas que vienen después de ellas.” Sí, las bandas se reproducen como conejos, como ocurrió en los principios del punk y la new wave. Hay cada vez más y están especialmente diseñadas para satisfacer la furia hormonal de los adolescentes que, se sabe, por lo general tienen la capacidad de concentrarse un poquito en muchas cosas y crecieron manejando el control remoto de su televisor sin ponerse el cinturón de seguridad. De ahí la oferta constante, los nuevos nombres y peinados y coreografías. Superpoblación. No alcanzarían estas páginas para poner sus nombres uno detrás de otro, ni siquiera sin comas que los separen. Hay algo bastante parecido a la venta y tráfico de drogas en el sistema de marketing. La misma vieja canción para la misma historia: “There’s no business like show business” y la necesidad de ser famoso por quince minutos o, aunque sea, por los tres minutos y medio que dura una canción. Ahí están, aquí vienen los chicos y las chicas que cantan y bailan y que empiezan a ser distribuidos en las escuelas. Sus representantes piden permiso a las autoridades y los hacen cantar y bailar durante los recreos. Ahí son testeados. Ahí se dan cuenta si van a volar como alguna vez lo hicieron los New Kids on the Block (los dioses primigenios de esta fe que mueve montañas de dólares) o a estrellarse como Bros (los ángeles caídos de este culto). Ahí se aprende y se endurecen cuando las chicas les tocan el culo o los chicos les gritan a sus tetas. El stage 2 es en algún shopping mall o parque temático. Después –si todo sale bien y se portan bien– el universo y más allá les pertenece. Si se portan mal y no quieren irse a la cama, se quedan sin postre y se los amenaza con que van a venir a buscarlos los zombies-karaoke de Milli Vanilli, aquellos chicos tramposos que no cantaban pero hacían que cantaban y que tuvieron que devolver su Grammy al ser sacrificados en el altar de los medios por la industria pecadora cuando alguien tuvo que pagar por los pecados de la industria.

KEVIN RICHARDSON, DE LOS BACKSTREET BOYS: “Mi mejor canción es ‘The Perfect Fan’. Trata sobre mi madre”.

H, DE STEPS: “Ultimamente leí un libro que no terminé y que no sé cómo se llama. También intenté leer El talento de Ripley y me pareció una estupidez”.

KEITH DUFFY, DE BOYZONE, AYUDANDO A PAVAROTTI EN MODENA: “Estoy aquí por los niños de Kosovo y Guacamole. Y para confesar que hasta ahora siempre había creído que Luciano Pavarotti eran dos personas diferentes: Luciano y Pavarotti”.

Westlife aprendió de Boyzone que aprendió de Take That que aprendió de los New Kids. Christina aprendió de Britney que aprendió de Tiffany que aprendió de Mariah que aprendió de Whitney. Madonna no aprendió de nadie salvo de sí misma y por eso sigue estando donde estaba. Pero, ahora que Mariah Carey dice cosas como “me encantaría ser tan flaca como esos niños africanos, pero sin la mugre y las moscas”, Whitney Houston entra y sale de clínicas de desintoxicación y Kylie Minogue –después de flirtear con lo alternativo junto a Nick Cave– se ve obligada a calzarse a presión unos hot-pants dorados para conseguir un hit como en los viejos tiempos; ahora que Michael Jackson además de loco es de color blanco; ahora que las Spice Girls se odian entre ellas un poco más de lo que se odiaban al principio; ahora es cuando los chicos y las chicas parecen dispuestos a cocinar la torta y a comérsela. “El pop adolescente es lo que manda en estos días. Nunca hubo un tiempo mejor para tener doce años y una buena voz y ser guapo”, dice John McKie, editor de la revista Smash Hits, una de esas publicaciones con poco texto, muchas pero muchas fotos para pegar en tu carpeta o en la pared de tu cuarto y donde Christina Aguilera y Britney Spears se pelean por la sonrisa del príncipe Edward, hijo de Di. Las mismas fotos de las mismas chicas y chicos que –con perturbadora frecuencia– han venido apareciendo en la tapa de la revista alguna vez contracultural conocida como Rolling Stone. Sí, en Estados Unidos la situación es la misma. S Club 7 en el Viejo Mundo y, en las colonias, los Backstreet Boys cómodamente ubicados en el octavo lugar de la lista de los cien artistas más poderosos de Forbes y segundos en el rubro artístico después del grupo alguna vez contracultural conocido como los Rolling Stones. Los Backstreet Boys vendieron un millón y pico de copias deMillennium en la semana de su lanzamiento. Lástima que sus rivales de N’Sync duplicaron la cifra con su No Strings Attached. La guerra continúa y no parece que esté por terminar porque abunda la carne fresca para enviar al frente: en lo que va del 2000, cuarenta grupos de chicas y chicos fueron lanzados en el Reino Unido. No es difícil entrar en la lista de singles de éxito por estos días: cuatro mil ventas alcanzan para entrar en el Top 20, veinte mil vale un primer puesto. Y si muchos de esos grupos fallan con su primer single, no importa. Atrás vienen otros y otras. Para ponerlo claro, hoy los Beatles o los Kinks o cualquiera de esas bandas por las que uno jura no tendrían una segunda oportunidad. Hay que marcar un tanto en el primer minuto de partido. Lo que ahora vale no es lo que dice la crítica especializada sino que un chico o una chica esté dispuesto a gastarse lo que le dan por mes sus padres en tontas –y astutísimas– canciones de amor. O lo que sus padres estén dispuestos a regalarles. Los chicos son el blanco, pero los padres son los que reciben la bala en el pecho. De ahí que el verdadero negocio hoy por hoy esté en los compacts que se venden en los supermercados y no en las disquerías. Palo y al carrito y a la bolsa. Sonido light y con burbujas. Ahí, al lado de Pepsi, el sabor de la nueva generación.

BILLIE PIPER: “Por favor, si se notan mis pezones en las fotos, usen el aerógrafo, ¿sí?”.

NICKY BYRNE, DE WESTLIFE: “Un día sentí que había perdido la razón. Me desperté en una habitación de hotel sin tener la menor idea de dónde estaba. Por suerte tenía mi teléfono celular. Llamé a mi novia en Dublín. Tranquilo, estás en Polonia, me dijo”.

SHANE FILAN, DE BOYZONE: “Dos años atrás podías arreglártelas con uno que cantara bien y otros que tuvieran buen cuerpo. Ahora lo más importante son las canciones. Tienen que ser buenas, es decir, tienen que vender mucho”.

Las canciones. Los managers. El producto. No se sabe dónde terminan unas y empiezan los otros. Estrofa (las canciones); Puente (el productor); Estribillo (El producto). Algo así. Las canciones –como en los viejos tiempos– las componen otros. Hombres y mujeres más o menos invisibles en sus laboratorios. Pero nada que ver con las épocas del Brill Building de N.Y. o de Denmark Street en Londres, inclinados sobre sus escritorios como oficinistas grises de Dos Passos o coloridos esclavos de Dickens. Ahora, el compositor es la estrella, el sello, la marca que prestigia y lo más importante, vende. Y, en ocasiones, se produce el milagro: “Tonight” de los New Kids on the Block no tiene nada que envidiarle a lo mejor de los Bee Gees, “Back for Good” de los Take That podría estar en el Greatest Hits de Crowded House y hasta Karl Wallinger de World Party tuvo la suerte de que Robbie Williams rescatara a su “She’s the One” del olvido y la llevara al primer puesto. Wallinger –feliz por los royalties– comentó: “Supongo que debería haberle escrito a Robbie una nota de agradecimiento, pero no estoy seguro de que sepa leer”.
Después de escuchar la confesión de mi amigo, me compro la revista 16 (de donde sale buena parte de las citas que aquí se reproducen), la revista Q (Robbie Williams en la tapa y con su página de cartas de lectores indignada hasta la última línea por haber dedicado más de veinte páginas a un Teen Pop Special! en la edición anterior) y la revista Mojo. En esta última, se incluye un Songwriters Special, donde se cuenta la historia de las cien mejores canciones de todos los tiempos propuestas por un jurado de especialistas como Paul McCartney, la dupla de Jerry Leiber y Mike Stoller, el team de Burt Bacharach y Hal David, el terceto de Eddie Holland-Lamon Dozier-Brian Holland, la parejita de Gerry Goffin y Carole King, Brian Wilson, la escudería de Cynthia Weil y Barry Mann, Jimmy Webb, Rod Temperton, Paul Weller, el equipo Morrisey & Marr, gente que sabe de lo que está cantando. La buena noticia es que la ganadora es In My Life, de Lennon & McCartney. La mala noticia es que –por ejemplo– no está Like a Rolling Stone y sí está –en el puesto 97 pero, aun así, entre las 100 mejores– Baby One More Time, hit mundial de Britney Spears compuesto por un tal Max Martin, el Rey León de la música adolescente, el que todo lo que toca –o compone– se convierte en oro, en platino. Hoy, Max Martin es lo que alguna vez fue Svengali para Trilby, el fantasma de la ópera para Christine y Peter Waterman, durante los 80, para gente como Kylie Minogue, Jason Donovan y Rick Astley: un “arquitecto de sonidos”. La persona que descubre la combinación de notas justas a la hora de hacer vibrar las hormonas flamantes, el tipo al que se le ocurre poner un verso en español en una canción en inglés porque “queda lindo y exótico y cae bien al mercado latino”. Waterman acaba de regresar de unas largas vacaciones lanzando a Steps y no le va nada mal, pero Martin no tiene por qué preocuparse. Martin –alguna vez cantante en una pésima banda de heavy metal llamada It’s Alive!– escribe y escribió y seguirá escribiendo para Ace of Base, Bryan Adams, Celine Dion, Bon Jovi, es responsable de los hits de Britney Spears y Backstreet Boys e hizo que N’Sync cambie de sello por el solo motivo de recibir una de sus canciones como si se tratara de una plegaria respondida, un milagro verdadero. Max Martin atiende en Internet en www.cheiron.es (portal de todo un establo de reputados y casi infalibles creadores de melodías implacables) y en www.tonos.com (donde los candidatos a la gloria pueden dejar sus currículums y esperanzas para que el genio los inspeccione o los evalúe). Buena suerte. Una delgada línea separa a lo pegadizo de lo pegajoso y Max Martin reza todas las noches. No le reza a Cole Porter, le reza a Benny Anderson y a Björn Ulvaeus, esos genios que cantaban poco pero componían mucho en ABBA, donde todo empezó y sigue ocurriendo.

NICK CARTER, DE LOS BACKSTREET BOYS: “Hay mucha gente que no me reconoce, pero no me importa”.

ROBBIE WILLIAMS, EX TAKE THAT: “Lo siento, pero el momento más feliz de mi vida fue cuando me tomé mi primer éxtasis. En cuanto a lo más terrible de mi persona, aquello que no me atrevo a enfrentar, mi lado oscuro... caspa. Y ahora en serio: creo que no podría soportar no ser famoso”.

RONAN KEATING, DE BOYZONE, SIN DARSE CUENTA DE QUE EXISTE ALGO LLAMADO ORDEN ALFABETICO: “¡Miren, chicos! En el cartel estamos antes que Mariah Carey, Joe Cocker, Michael Jackson, B.B. King... ¡Somos los número uno!”

Los managers son los dueños del circo. Los dueños del alma, los que la compran barata y la venden cara. Hubo –siempre los habrá– algunos mejores que otros. Los que tienen el ojo y el olfato e intuyen que ahí, en esos chicos, hay una posibilidad de que las cosas funcionen. El coronel Parker con Elvis, Brian Epstein con los Beatles, Berry Gordy Jr. con las estrellas negras de Motown, Mr. Jackson con su prole de hijos/hermanos, Maurice Starr con los New Kids on the Block. Y, ahora, Lou Pearlman, un tipo muy parecido al actor Philip Seymour Hoffman. Pearlman –millonario soltero de 44 años también conocido en el negocio como Big Poppa– se saca fotos en limusinas tamaño jumbo y es dueño de una compañía aérea, una fábrica de yogur y varias pizzerías. Pero a Pearlman le interesa el negocio de la música desde que su primo Art Garfunkel se puso a cantar con un amiguito llamado Paul Simon. Pearlman –cuyo doble profesional británico es Simon Cowell– una vez le alquiló uno de sus aviones a un grupo llamado New Kids on the Block y se dijo que ahí había algo que merecía ser estudiado. Desde 1992, Pearlman ha fabricado a Backstreet Boys, N’Sync, LFO, Take 5, C Note, Innosense, Mista Brizz, Phoenix Stone y Dakari. Sesenta y cinco millones de discos vendidos, sin contar lo que entra en merchandising. Mucho dinero para reinvertir en sangre nueva. La historia se repite con pasmosa regularidad: Pearlman los crea, los esquilma desde un contrato leonino y un día ellos se rebelan y le hacen juicio a Pearlman por explotación. Le pasó en 1998 con Backstreet Boys y en 1999 con N’Sync. Mocosos desagradecidos. Pearlman no les guarda rencor a sus muchachos y dice que “la culpa es de los abogados, que les cantan cosas al oído. Lo cierto es que ellos no eran nadie y yo invertí mucho dinero en hacerlos famosos. No importa. Ya tengo un nuevo grupo. En fin... Es el riesgo de trabajar con gente muy influida por sus padres”, suspira. El centro de poder de Big Poppa está en Orlando, Florida. Y está bien que así sea. En Orlando está Disneyworld y buena parte de los jóvenes llegan allí –como alguna vez llegaron al Far West o a Hollywood– buscando trabajo en los parques temáticos. Britney Spears y Christina Aguilera -lauchas resistentes– arrancaron como presentadoras en el canal de cable de Disney. El primer concierto de Backstreet Boys fue en Seaworld. Sí, Orlando es el camino de Damasco que conduce a la Ciudad Esmeralda, donde espera el tan todopoderoso como farsante Mago de Oz.

LISA, DE STEPS: “Me preguntas si hay un Dios. Yo no creo que lo haya, pero sé que ahí afuera hay mucha gente que sí cree en Dios”.

JUSTIN TIMBERLAKE, DE N’SYNC: “Sí, es cierto, vamos a hacer una película. Todavía no estoy muy seguro de qué trata, pero sí puedo confirmarles que va a tener canciones. Varias”.

SHANE LYNCH, DE BOYZONE: “El príncipe Carlos me pidió que le enviara nuestro nuevo disco y yo le respondí: Puedes comprarte una jodida caja llena de esa mierda, Charlie Boy”.

El producto es todo. El producto son ellos y ellas. Estas bandas que aparecen y desaparecen y son despreciadas por los jóvenes adoradores de otros productos para la joven intelligentzia como el ahogadito Jeff Buckley, la neurasténica Leona Naess, el polimorfo perverso Beck, el suicida Kurt Cobain, o la psicótica Björk. Todo para vender y seamos sinceros: es todo lo mismo y todos comparten ese primer impulso que hacía que Judy Garland y Mickey Rooney exclamaran una y otra vez en sus películas aquello de “¡Tengo una idea: formemos un grupo musical!”. Después, enseguida, la industria desciende sobre ellos para formarlos o deformarlos con mayor o menor gracia. Todos repiten una y otra vez que no tienen tiempo para novias ni novios, aunque más de un tour manager ha dicho que “la furia de lo que ocurre en el backstage de estos chicos con aspecto de peluqueros harían palidecer a los de Guns N’Roses”. Algunos componen sus canciones y otros no. Todos quieren llenar estadios y viven en el mismo planeta y reclaman su sitio. Así, los chicos salvajes de Boyzone (orgullosos poseedores del único miembro gay confeso del paisaje y especialistas en covers) graban con U2 “The Sweetest Thing” y se ríen de todo y de todos y de ellos mismos, mientras Brian May es invitado a poner un solo de guitarra en la versión de “We Will Rock You”, que hace Five. Nada se pierde, todo se remixa. Robbie Williams habla en entrevistas sobre sodomía, drogas y mala conducta, y graba videos donde aparece con un slip estampado con una cabeza de tigre en la entrepierna. Los hermanos Hanson lanzan su “álbum rockero”. Jennifer Lopez arenga en tembloroso inglés y ajustada minifalda desde el video de “Let’s Get Loud” y susurra “No me ames” en tembloroso castellano y velo de viuda junto al tembloroso Marc Anthony. Mel C se ríe de los rumores que la tachan de lesbiana. Fiona Apple recuerda una y otra vez cómo fue violada a los doce años y denuncia desde el podio de los premios de la MTV que “todo esto es una mierda y una farsa. Estoy aquí para hablarles del vínculo que existe entre el éxito y el despreciarse a uno mismo”. La misma historia aquí y allá. Enrique Iglesias versus Ricky Martin versus Luis Miguel. Shakira como clon sudaca de Alanis Morrisette, quien empezó siendo una proto-Britney aeróbica en su Canadá natal. El Miami Sound Estefan y el espectro de Menudo. Esas bandas formadas por sinuosas nenas de ébano con nombres como Mariama, Naima, Celena, Tionne, Rozonda, Shamari, Natina, Kéllé, Brandi, Beyoncé, La Tavia, Kameelah, Le Misha, Aisha, Lalisha, Akissa, Keisha, JaKima. Alex Chilton, que arrancó como galancito con The Box Tops, se rebeló contra el sistema, formó la trascendental banda de culto Big Star y ahora apenas sobrevive grabando discos de canciones oscuras y ajenas mientras la ex Spice Girl Geri Halliwell es nombrada embajadora de Naciones Unidas y explica: “Vi muchas fotos de amputaciones... Una vez tuve un desgarre muscular mientras bailaba”. The Patridge Family. The Monkees. La tiranía y el triunfo de lo prefabricado que, en un principio, alcanzó hasta al flequillo y los trajecitos de los Beatles. Oasis y Duran Duran. Ruido blanco de la Aldea Global en la que todos vivimos. No tiene demasiado sentido criticar al pop porque el pop siempre fue así. Pop viene de popular, de masivo, de multitudinario. El pop tiene la generosidad de lo virósico y del alto poder de contagio y del bajo poder reflexivo para creer a ciegas en las religiones que más suenan y mejor cotizan. Lo que sí resulta preocupante hoy es la ausencia de elementos que equilibren un poco la ecuación donde el producto vence cada vez más rápido y se hace difícil distinguir a una gaseosa de otra. MTV cada vez más parecido a Cartoon Network. Dibujos animados que cantan y bailan. Puestos a elegir, me quedo con Britney Spears. Me encanta ver su ambición desmedida adentro de ese catsuit escarlata en el video de “Oops!... I Did It Again” compaginado con planos que duran segundos para que no se note mucho que no puede sostener y ejecutar toda la compleja coreografía en una toma. Me encanta su ingenuidad al pensar que esa voz más ronca y crujiente la convierte en más dura y degeneradita. Me encanta cómo mueve su cabecita insulsa. Me encanta que odie a Christina Aguilera. Me encanta –porque se lo merecen, por ser los más fenicios de todos– que en su segundo y exitoso disco cante una versión verdaderamente horrible de “(I Can’t Get No) Satisfaction” de los Rolling Stones. Me encanta que tenga los días contados y me encanta que sea un producto tan bien hecho. Britney Spears es la prueba definitiva de que Humbert Humbert era un idiota: el pobre imbécil no debió haberse enamorado de Lolita, debió ponerla a cantar en MTV, explotarla hasta el final, sacarle todo el jugo, y después salir en busca de Ada.

JESSICA SIMPSON: “El público era muy enérgico. Alguien me dijo que acababan de recoger sus diplomas de bachilleres y eso se nota”.

BRITNEY SPEARS: “Se la pasan inventándome romances con los chicos de Backstreet Boys y N’Sync... Pero lo cierto es que no tengo sentimientos. De ningún tipo”.

JORDAN KNIGHT, EX NEW KIDS ON THE BLOCK: “Y hay un momento en que todo se vuelve borroso”.

Ayer leí que Suzanne Vega escucha a los Backstreet Boys cuando se despierta porque “me ponen de buen humor”. Ayer leí que Billy Corgan anunció la separación de Smashing Pumpkins porque “hemos perdido nuestra batalla contra las Britneys”. Ayer vi el último video de Bob Dylan, ese viejo cantautor que alguna vez, en una vieja canción llamada “The Times They-Are-A Changin’”, advirtió a los padres acerca del advenimiento de un nuevo mundo regido por sus hijos porque los tiempos estaban cambiando. Los tiempos cambiaron y la nueva canción del viejo Bob Dylan se llama “Things Have Changed”. En el video –muy de vez en cuando en MTV, entre un clip de Take 5 y uno de Mandy Moore–, Bob Dylan aparece bailoteando sus recién cumplidos sesenta años con la guitarra al hombro, cantando mientras mastica sin ganas una hamburguesa y afuera nieva: “Solía preocuparme/ pero las cosas han cambiado”. Tal vez sea lo mejor. Mirar para otro lado. Cambiar de canal. Pensar en otra cosa. Comprar jazz y música clásica mientras pasa la tormenta. Los optimistas de hoy –los hijos de los contemporáneos de Dylan que hoy se dedican a escribir canciones para cinco voces y organizan castings en los Hard Rock Cafe en busca de la nueva estrella fugaz– aseguran que todo esto no demorará en provocar un retorno de los jóvenes al garaje para volver a formar cuartetos eléctricos, cansados de tanta armonía vocal con música grabada atrás y un pasito adelante y un pasito atrás. Puede ser, quién sabe. Mientras tanto, y hasta entonces, Tom Watkins –alguna vez creador de East 17– ha anunciado el próximo nacimiento de Kunani, la primera pop-star virtual completamente generada por computadora. El producto perfecto, que va a cantar lo que se le ordene, no va a decir cosas indebidas y no estará programada para demandar a sus benefactores. Déme dos. Watkins dice que todavía no está seguro acerca de cuál será el sexo de Kunani. “Queremos que guste a chicas y a chicos por igual”, explica Watkins y, en alguna parte de la gran ciudad, mi amigo se hace otra paja pensando en Christina Aguilera.

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