CINE Kiyoshi Kurosawa en la Lugones
Los
sueños de
Kiyoshi
Kurosawa
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EL
CICLOKiyoshi
Kurosawa: una revelación se desarrollará en
la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes
1530), desde el martes 1º hasta el martes 8 de agosto, todos
los días a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas. El programa
es el siguiente: martes 1º, La venganza . Una visita del
destino (1997); miércoles 2, La venganza . La cicatriz
que no cesa (1997); jueves 3, Yo sólo me basto . El héroe
(1996); viernes 4, Cure (1997); sábado 5, Apto para la
vida (1998); domingo 6, Charisma (1999); lunes 7, El camino de
la serpiente (1997); martes 8, Ojos de araña (1997).
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Pocos
comienzos menos auspiciosos que ser japonés, llamarse Kurosawa
y querer hacer cine. Sin embargo, Kiyoshi Kurosawa, un sociólogo
y ex dibujante de manga sin parentesco con el gran Akira Kurosawa, viene
filmando más de una película por año desde hace
una década y media. A partir del martes podrá verse en
el San Martín un ciclo dedicado al nuevo niño mimado de
los festivales del mundo: el Kurosawa al que no le tiembla el pulso
al pasar del porno-soft a la fábula ecológica, de la yakuza
al thriller metafísico, y de Godard al terror clase B de John
Carpenter.
POR
HORACIO BERNADES
El cine
japonés parece estar, hoy en día, en pleno bing bang.
Algo estalló y montones de partículas salen disparadas
para todos lados. Esas partículas o películas tienen características
que les son propias; se diría que: 1) son incontables; 2) no
dejan de multiplicarse; 3) ofrecen los más diversos aspectos
y morfologías. Obviamente, muchas de ellas son apenas piedrilla,
roca tosca, material de desecho. Pero si algo distingue este universo
en expansión es justamente esto una enorme cantidad presenta
las formas más bellas, extrañas y sorprendentes.
Una de las vías posibles para estudiar este universo en perpetuo
movimiento es recurrir al corte por edades. Por un lado, los viejos
maestros parecen haberse confabulado para resucitar todos juntos en
los últimos años, dando, curiosamente, algunas de sus
películas más riesgosas y vitales. Es el caso de Shohei
Imamura, que produjo las inclasificables La anguila y Dr. Akagi, y de
Nagisa Oshima, que acaba de hacer su rentrée en Cannes con la
flamante Tabú, donde estudia la homosexualidad del samurai. Incluso
un veterano no necesariamente magistral como Kaneto Shindo (que en los
60 se dio a conocer con La isla desnuda y Onibaba) sorprendió
el año pasado con Deseo de vida, ovni cinematográfico
que oscila entre la comedia slapstick, el melodrama familiar y el cine
gore, y que Shindo filmó, créase o no, a los 87 años.
Por otro lado, ciertos cineastas de mediana edad se hallan en plena
consolidación. Entre los más notables, se puede contar
al cincuentón Takeshi Kitano, uno de los más resonantes
descubrimientos del cine internacional en los 90, de quien en Argentina
acaba de estrenarse su volumen 8, El verano de Kikujiro.
Pero sobre todo es necesario estar atento a los nacidos entre mediados
de los 50 y principios de los 60. Ellos son quienes están produciendo,
hoy, buena parte del cine del futuro. Se podría tender un arco
que fuera desde el documentalismo metafísico de Hirokazu Kore-Eda
en After Life hasta la locura desatada del imparable Takashi Miike en
Dead or Alive (vista en trasnoche durante el reciente Festival Buenos
Aires de Cine Independiente). En algún punto entre ambas quedaría
la notable Suzaku, contemplativa opera prima de Naomi Kawase que ganó
la Cámara de Oro en Cannes 97 y llegó ese mismo año
hasta el Festival de Mar del Plata.
A esos nombres habría que sumarles los de Shinobu Yaguchi (su
comedia negra My Secret Caché pudo verse hace unos meses en la
Lugones), Jun Ichikawa (con Tokyo Yakyoku y otras), Sogo Ishii (autor
de la hiperonírica Laberinto de sueños) y Shinji Aoyama,
cuya reciente Eureka deslumbró en el último Cannes. Fuera
de esta apretada enumeración quedan necesariamente los grandes
del animé, encabezados por el maestro Hayao Miyazaki, reconocido
como tal por dos de cada tres animadores del mundo entero. Y aun así,
todavía falta nombrar al cineasta japonés del que todo
el mundo habla. Y que está a punto de ser descubierto por el
público porteño, en un par de días más.
EL
OTRO SEÑOR K Kurosawa: ése es el nombre. No se trata,
claro, del maestro Akira, fallecido en 1998, sino de otro Kurosawa,
sin ningún parentesco con él. Nombre de pila: Kiyoshi.
Nació en la isla de Kobe en 1955, estudió sociología,
dibujó mangas (el nombre que se les da a los comics en Japón)
y ejerció por un tiempo la crítica cinematográfica.
Filma desde hace tres lustros a un promedio de más de una película
por año. Esta inusitada capacidad de producción le permitió
alcanzar un record que no será fácil igualar: don Kiyoshi
estrenó, el año pasado, tres películas distintas
en los tres festivales más importantes del mundo. El febril raíd
arrancó en febrero de 1999, cuando presentó Apto para
la vida en Berlín; siguió tres meses más tarde
en Cannes, donde exhibió Charisma; y concluyó en septiembre
en Venecia, con la proyección de Vanas ilusiones, su última
película hasta la fecha.
Tratándose de semejante personaje, hablar de última
película es siempre peligroso. Efectivamente, Kiyoshi ya
tiene una más. La presenta, por estos días, en el Festival
de Locarno. A la fecha, la filmografía de Kiyoshi Kurosawa asciende
a más de veinte películas, desde su arranque en 1983.
Decididamente refractaria a todo intento de clasificación, la
obra de KK responde a las más variadas especies cinematográficas.
Sus películas van del porno-soft hasta la (falsa) fábula
ecológica y desde, faltaba más, el film de yakuzas o gangsters
japoneses hasta el thriller metafísico, pasando por varias clase-B
de terror. Parecería que no hay género, presupuesto o
formato que le sean ajenos. Se diría que Kiyoshi Kurosawa no
puede parar de filmar, siempre a toda velocidad.
A partir del martes próximo, el público porteño
tendrá un buen panorama de este vasto y aparentemente inabarcable
cuerpo de obra, cuando comience el ciclo que le está dedicado,
y que se llevará a cabo en la sala Lugones del Teatro San Martín.
Organizado por el teatro y por Cinemateca Argentina, Kiyoshi Kurosawa:
una revelación despliega ocho de sus películas y
cuenta con el auspicio del Centro Cultural e Informativo de la Embajada
del Japón.
ENTRE
LA CLASE B Y STRAUB Contrariando la norma, Buenos Aires tendrá
su revelación-Kurosawa a poco de su descubrimiento europeo. Este
ocurrió en 1997, durante el llamado Festival de Otoño
en París. Allí se presentó Cure, que promete ser
uno de los puntos fuertes del ciclo de la Lugones.
Thriller paranormal o fábula sobre la pérdida de identidad,
de climas densos y cargados, Cure funciona al mismo tiempo como película
de serial killer y meditación existencial, y deslumbró
de inmediato a la crítica francesa. Animados por una característica
voluntad cartesiana, las firmas de Le Monde, Libération, Cahiers
du Cinéma y Positif se lanzaron a rastrear la filmografía
de este desconocido, que de pronto aparecía en Occidente con
toda una vasta obra detrás. Ésta arranca en 1983, cuando
Kiyoshi dio el primer paso probando suerte en la industria del porno-soft,
que en Japón suele servir de iniciación a los cineastas
jóvenes. La película se llama Kandagawa Wars, pertenece
al género que en Japón se conoce como pinku eiga y poco
se sabe de ella, más allá de que no tuvo una gran repercusión.
Más interesante parece ser la que le sigue, desde el título
mismo.
Según un crítico canadiense, La excitación de la
chica Do-Re-Mi-Fa (1985) podría ser algo así como una
sobrina lejana de las primeras películas de Nagisa Oshima y del
período maoísta de Godard, especialmente en lo que hace
a su izquierdismo y estilo radicalmente antinarrativo. Sin embargo,
y de modo que parece característico en la obra de Kurosawa, la
sinopsis de La excitación... parecería corresponder a
otra película. Una chica sigue a su ídolo musical
hasta el campus de una universidad de Tokio, dice la gacetilla.
En la universidad, la chica se cruza con orgías, terroristas,
manifestantes y otras formas de educación. Puede agregarse
que hay un profesor calentón y escenas de sexo interrumpidas
por tiradas filosóficas, con un montaje discontinuo hasta el
límite de lo experimental.
Desde fines de los 80 hasta mediados de los 90, KK buscó refugio
en el cine de terror. De ese ciclo se destaca El guardián del
subsuelo, donde el cuidador de un edificio high-tech va asesinando,
de a uno y prolijamente, a todos sus ocupantes. Thierry Jousse, ex secretario
de redacción de Cahiers du Cinéma, vio en ella una corrosiva
metáfora del Japón moderno, y al mismo tiempo los rasgos
característicos de una de terror clase-B, muy en línea
con las de John Carpenter. No son raros estos cruces tratándosede
KK, cuya cinefilia honra tanto a ciertos realizadores de género
(Richard Fleischer, Don Siegel y Sam Fuller) como al mismísimo
Godard y hasta a Jean-Marie Straub, uno de los cineastas más
intelectuales del planeta.
ALGEBRA
Y GEOMETRIA Las ocho películas que se verán a partir
del martes en la sala Lugones fueron realizadas por Kurosawa entre 1996
y 1999, y despliegan su completo abanico creativo. El héroe es
parte de un ciclo de seis películas que Kiyoshi filmó
originalmente para la televisión de su país. El ciclo
lleva por título Suit Yourself or Shoot Yourself, traducido en
esta ocasión por Yo solo me basto. KK filmó estas seis
películas a lo largo de 1996, y no guardan entre sí mayor
relación que la del título que las identifica.
El héroe es algo así como una reescritura de El engaño,
notable película con Clint Eastwood que en 1976 filmó
su ídolo Don Siegel, el de Invasión de los usurpadores
de cuerpos y Harry el sucio. Típica fusión entre cine
de género y ensayo filosófico, El héroe es una
fábula sado-maso en la que el protagonista, inmovilizado, cae
bajo el dominio de dos mujeres, una angelical y la otra demoníaca.
Ambas, perversas, aclaran las críticas. Para KK,
1997 parece haber sido un año particularmente fértil,
ya que en ese período completó nada menos que cinco (5)
películas. Todas se verán en la Lugones. Cuatro de ellas
vienen de a pares. Se trata de un grupo de films de género que
KK filmó, en 16 mm, para el mercado del V-Cinema.
Ésta es una variante japonesa de directo a video,
según la cual la película se estrena en salas, pero sólo
permanece allí una semana, como mera promoción para el
lanzamiento posterior en video.
Tanto El camino de la serpiente y Ojos de araña (primer par)
como Una visita del destino y La cicatriz que no desaparece (segundo
par) son policiales con un tema en común, que el título
compartido por el segundo díptico hace manifiesto: La venganza
(ninguna de ellas tiene relación con el film argentino homónimo,
por suerte). Todas presentan al mismo protagonista, Sho Aikawa, cuyos
anteojos de marco grueso y peinado hacia arriba hacen pensar en un posible
Buddy Holly nipón. Este grupo de films demuestra ya, de modo
concluyente, el dominio de la puesta en escena por parte de su autor,
caracterizada por el máximo grado de depuración y concisión
cinematográficas.
La implacable geometría narrativa se corresponde con encuadres
siempre distanciados, cortados como al ras, desde donde Kurosawa sigue
las acciones con la mínima cantidad de cortes. Los abundantes
disparos son tan secos como los encuadres, la música escasa,
la utilización del sonido sutilísima. El tono se mantiene
en una rara, desconcertante pendulación entre la impasibilidad
y el absurdo, y todas se dirigen hacia distintas formas de aniquilación.
Parecerían películas de Jean Pierre Melville (director
de El samurai y otras glorias abstractas del policial francés),
con Buster Keaton haciendo todos los papeles y guiones escritos por
un filósofo del vacío. Están, sin duda, entre los
más sofisticados films de género que se hayan visto en
años.
CONTRA
LA INTERPRETACION Tras ellas, Kurosawa encaró sus films
más ambiciosos hasta la fecha, que incluyen Cure (1997), Apto
para la vida (1998) y Charisma (1999). Si algo tienen en común
es su carácter extraño, desconcertante, refractario a
toda interpretación. El puro misterio se instala de entrada en
Cure. Como Charisma más tarde, Cure adopta las formas de una
investigación policial. En ambas, el personaje del investigador
queda a cargo del notable Yakusho Koji, recordado protagonista de La
anguila. Tanto en una como en otra, el protagonista se desliza gradualmente
hacia una realidad paralela, como quien pasa del otro lado de un espejo
oscuro, posiblemente sin vuelta atrás.
En el corazón de Cure hay un serial killer. En línea con
los del reciente cine occidental (desde El silencio de los inocentes
hasta Pecados capitales, pasando por Los sospechosos de siempre), se
trata de un manipulador genial, enormemente más poderoso que
cualquier ser humano normal. Pero, al mismo tiempo, tiene
una peculiaridad que lo emparienta con ciertos héroes del existencialismo
literario, a la manera del Mersault de El extranjero. Ocurre que este
ser enigmático padece de una radical forma de amnesia, un borrado
total de la memoria. Como forma de llenar esos blancos recurre
a la hipnosis, convirtiendo a quienes se le cruzan en obedientes zombies
asesinos. Lo curioso de Cure es que, si su historia suena absolutamente
bizarra, Kurosawa la cuenta de modo denso, pausado, en clave de oscuro
enigma filosófico.
En cuanto a Charisma, también hay en ella un serial killer. Pero,
pequeña diferencia, esta vez no se trata de una persona sino
de un árbol. De allí que la película tenga un aire
como de thriller abstracto. Falsa fábula ecologista, a medida
que Charisma avanza, va borrando sus propias huellas de sentido. Aquí
el policía es expulsado de la institución por lo que sus
superiores consideran un grave error de servicio. Se toma un taxi a
cualquier parte y va a parar a un bosque mágico, dominado
por aquel extraño árbol. La comunidad del bosque es un
intrincado microcosmos que el policía intentará entender,
y el espectador con él. A la larga, es posible que jamás
logre hacerlo. Básicamente, hay en el bosque dos grupos enfrentados
a muerte: unos creen que el árbol es sagrado; los otros, que
es demoníaco. En otras palabras, la misma situación que
narraba El héroe, pero ahora en clave ambiental-apocalíptica.
Tal vez, lo que Charisma esté revelando es que, para KK, Universo
y Vacío serían sinónimos.
Ubicada como cuña entre Cure y Charisma, y definida como melodrama
familiar sin familia, Apto para la vida presenta a un muchacho
de 25 años despertando de un coma que duró toda una década.
De allí en más, la película funciona a un tiempo
como una variante de El hombre que cayó a la Tierra, con el protagonista
cayendo sobre un mundo que ya no tiene nada que ver con
el que alguna vez conoció y, como film intimista, en el que aquél
intenta reunir a su familia atomizada. El encadenamiento narrativo presenta
un aspecto engañosamente casual, con una sucesión
de episodios como islas y un humor desconcertante, siempre al borde
del absurdo. Hasta que al final se redondea un círculo perfecto,
que hace pensar en una fábula. Pero una que, de tan paradójica,
desarma toda interpretación. Al fin y al cabo, nada tan distinto
de lo que ocurre en Cure, en Charisma, tal vez en la obra completa de
Kiyoshi Kurosawa.
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