Mañana cientos de miles de fieles asistirán a la iglesia de San Cayetano para pedir trabajo en medio de una de las crisis de desempleo más agudas de la historia argentina. El seguro de desempleo es irrisorio. Los desocupados que bajaron los brazos, llamados desalentados, conforman una nueva categoría social. Los hijos no pueden independizarse porque deben mantener a sus padres. Los matrimonios sin ingresos se separan para volver a sus respectivas casas paternas. Radar recorrió colas y hogares para conocer los cambios sociales que ya están entre nosotros. POR MARCELO BIRMAJER ¿Qué
es un desocupado? No es exactamente alguien que no tiene trabajo. Los
hippies norteamericanos y europeos de los años 60, por ejemplo,
muchos de ellos mantenidos por sus padres, no podrían ser equiparados
con lo que en estas tierras llamamos un desocupado. Un joven
español de la actualidad, quien después de un año
de trabajo cobra un suculento seguro de desempleo y dedica el año
siguiente a escribir, a pintar o a pasear, no se encuentra ni siquiera
cerca de nuestra categoría de desocupado. El mismo
ocio que ultramar puede resultar placentero o contestatario, es en nuestras
tierras opresivo y destructor. EL
ESTADO DE MALESTAR Del recorrido por las filas de desocupados, se
deduce que el Gobierno ha dejado de ser un tema a tener en cuenta. Sin
que la siguiente deducción sea un extracto literal de los testimonios
recabados, con una buena dosis de interpretación podríamos
sugerir que durante el alfonsinismo existió la esperanza de que
el Estado, además de ser la ontológica antítesis
del Estado homicida militar 76/83, nos garantizara, junto con la libertad,
un sistema de relativo bienestar material. Durante el período
Menem, la oposición reclamaba no sólo por aquel Estado
de bienestar (que los argentinos ya comenzaban a diferenciar de la democracia)
sino también que, aun cuando no se tratara de un Estado homicida
y cuando las libertades públicas estuvieran garantizadas, no
se llegara tan lejos como para transformar el esperado Estado de bienestar
en un concreto Estado de malestar por culpa de la corrupción.
En laactualidad, casi pareciera que a los argentinos nos basta con que
nuestro gobierno (la diferencia entre gobierno y Estado sigue sin ser
evidente) no nos mate, no prohíba la libertad de expresión
y no nos robe. Ya no hay mayores expectativas por la positiva respecto
del gobierno sino la esperanza bastante certera de que mantendrán
las reglas básicas por la negativa: no matarán, no prohibirán,
no robarán. Ni siquiera se espera que impartan justicia respecto
de los peores homicidios, como no lo hizo Menem ni logra hacerlo De
la Rúa. El gobierno termina siendo un mal necesario, del que
sólo se espera que no empeore. HACIENDO
FILAS Si Allen Ginsberg viviera en Buenos Aires, su actual aullido
podría comenzar con un: Yo he visto a las mejores mentes
de mi generación haciendo fila junto a la puerta de entrada de
un edificio, vestidos de traje los hombres y de negro las mujeres, con
un diario bajo el brazo, listos para el ritual de las preguntas, olvidados
por completo de la capacidad humana de elección y creación. HISTORIA
DEL SIGLO XXI Cuando el desalentado o el desocupado
que no consigue trabajo es un hombre o una mujer que convive con su
pareja e hijos, se producen crisis a repetición. Los hombres
se violentan o se deprimen; las mujeres que han trabajado durante años
padecen largas rachas de llanto y les resulta imposible adaptarse al
rol exclusivo de amas de casa, que había sido ya abandonado por
sus propias madres. Es una paradoja trágica e interesante: a
partir del expansivo crecimiento económico de los años
50 en Estados Unidos y sus ecos en el resto del mundo capitalista, la
mujer salió definitivamente del hogar, se incorporó decididamente
al mercado del trabajo y, según autores como Eric Hobsbawm en
su Historia del siglo XX, esto se convirtió en uno de los factores
que motorizó la enorme racha de divorcios en los países
desarrollados entre los años 60 y 80. Lo paradójico es
que ahora las crisis familiares se producen no porque la mujer abandona
el hogar sino porque vuelve a él. Las profesionales psicólogas,
diseñadoras gráficas, enfermeras, contadoras; o simples
empleadas de los más diversos rubros, que durante años
lograron aportar parte del sustento familiar y ahora se encuentran desocupadas
y obligadas a cumplir exclusivamente el rol de amas de casa (no hay
plata para pagar una mujer que ayude), entran en crisis y ponen en crisis
a la pareja. El mismo status que para sus abuelas hubiera significado
la completa armonía, y que para sus madres era un desafío
en cuyo resultado no necesariamente se les iba la vida, es para ellas
una cuestión de salud mental o angustia. LA INSEGURIDAD SOCIAL Otro ejemplo que marca las distintas posibilidades de reacción frente a un mismo hecho objetivo, dentro de la clase media, es la diferencia de estrategias frente al desempleo que se dan entre un trabajador free lance y un trabajador dependiente de una única empresa. El free lance (abogados, diseñadores, periodistas, contadores) está acostumbrado a una dinámica de ahorrar en los tiempos de bonanza y sobrevivir entre ahorros y changas en las épocas de vacas flacas; con los mismos ingresos, el mismo nivel educativo, y una mayor capacidad de ahorro; sin embargo, una mucha mayor cantidad de empleados contratados de clase media entran en una completa crisis al ser despedidos o cerrar su fuente de empleo. Para el free lance, la caída de una fuente de empleo es parte de su realidad cotidiana: trabaja para varias empresas (a menudo más de dos y con suerte diversa), para particulares, tal vez incluso para el exterior. Nunca puede quedarse tranquilo: debe generar no sólo recursos variados sino también una cobertura psicológica para afrontar los vaivenes económicos y sociales de su azarosa existencia. El empleado dependiente, en cambio, con sueldo y aguinaldo, no puede concebir la idea de quedar a la deriva y pensar formas de arreglo con una realidad variable. Al free lance le cuesta proyectar un futuro, pero tiene la esperanza de alguna vez lograrlo; el empleado dependiente construye su futuro con facilidadmientras mantiene su relación con la empresa, pero pierde hasta la esperanza en caso de que la relación con la empresa se interrumpa. ESCENAS
DE LA DESOCUPACION Toda la vida tuve mi propia empresa,
dice Daniel, de 49 años y 4 hijos. Tenía una empresa
de repuestos de autos, pero nos fundimos. Desde entonces, todo se vino
en picada. Trabajé en taxis, en negocios de Todo por 2
pesos, por nada... ni siquiera pude salvar mi casa. Me tuve que
mudar a un lugar más chiquito con los 4 pibes y mi mujer. Además,
mi hija más grande tuvo un hijo y también vive con nosotros.
En total somos siete bocas para alimentar, dice. Y sigue: Lo
peor que me pasó por estar desocupado es tener que vender la
casa. Cuando la compramos, pensamos que estábamos hechos para
el resto de la cosecha; pero no, no la pudimos mantener, porque las
deudas me tapaban. Encima, ni los chicos pueden independizarse del todo:
todos tienen que compartir su sueldo, porque si no, no llegamos,
confiesa. Y agrega: En este momento que no tengo trabajo, subsisto
vergonzosamente con el sueldo de mis dos hijos mayores (21 y 25 años).
Casi no me quedó dinero de la venta de la casa y, además,
ya no me queda nada para vender, salvo un auto modelo 76 que tendría
que pagar yo para que se lo lleven. EL PRECIO DE LA LIBERTADLa utopía marxista, el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad por medio de la liberación del trabajo bruto gracias a la mecanización del trabajo y la socialización de la riqueza, ha devenido para los desocupados del tercer mundo en una pesadilla de hiperrevolución industrial (informática), libertad y nula socialización de la riqueza. El ocio, una reivindicación de la humanidad desde la salida del Paraíso, es para ellos el infierno. Autores como Hobsbawm, nuevamente, sostienen que la humanidad nunca conoció una bonanza material tan grande como la del siglo XX, pero los mismos autores aseguran que nunca antes tanta riqueza estuvo acumulada en tan pocas manos. Sin embargo, y quizá resulte una idea provocativa, la libertad, en la democracia capitalista, no falta. Los desocupados no son esclavos. Aunque los gobiernos de los países democráticos del tercer mundo han desertado de su responsabilidad social para con sus electores, aún quedan resquicios de posibilidad de acción, resquicios sobre los que podrían actuar no sólo los desocupados sino también, de modo solidario, todos aquellos empleados que se oponen al actual estado de cosas. (La mayoría de los pocos emprendimientos solidarios existentes en la actualidad ven sus energías y recursos absorbidos por las necesidades de los casos más extremos de indigencia y desprotección.) El gobierno, entonces, no cumple con las funciones que se le exigían, pero tampoco impide la solidaridad, no elimina coercitivamente la capacidad de la mayoría de los ciudadanos de pensar respuestas a las crisis independientes del poder. Mientras exista esa libertad, existe una responsabilidad. Una responsabilidad que tal vez Sartre tuvo más en cuenta que Marx. Una concepción de la responsabilidad que, en esta coyuntura de libertad desesperada, cobra una vigencia decisiva. |