Polémicas La reconstrucción
de
la Biblioteca de Alejandría
La
octava maravilla
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Hasta
hace veinte siglos la Biblioteca de Alejandría fue el centro
de la cultura occidental. Allí, Eratóstenes calculó
la circunferencia de la Tierra, Aristarco descubrió que la Tierra
giraba alrededor del Sol y Euclides terminó sus Elementos de
geometría. Hoy, sin conocer su ubicación original, la
Unesco y el gobierno de Egipto se avocan a su reconstrucción.
Pero el proyecto se encuentra sumergido en una nube de sospechas y peleas
feroces entre
intelectuales y burócratas.
POR
ALEXANDER STILLE
Durante
los tres siglos anteriores al nacimiento de Cristo, Alejandría
fue el centro del mundo occidental. Alejandro Magno fundó la
ciudad en el 332 a.C. Luego de su muerte, el imperio fue dividido entre
sus lugartenientes. Ptolomeo I Soter, uno de los generales del conquistador
macedonio, tomó posesión de Egipto. A él se le
atribuye la construcción de numerosos templos religiosos y el
fastuoso complejo funerario de Alejandro Magno, que continúa
sin ser descubierto hasta el día de hoy. En la isla de Faros,
frente al puerto de la ciudad, Ptolomeo II erigió una de las
Siete Maravillas del Mundo: un faro de casi ciento cincuenta metros
de altura cuya llama podía distinguirse a cien kilómetros
de distancia.
Antes de que la dinastía ptolemaica llegara a su fin con la muerte
de Cleopatra, en el año 30 a.C., Alejandría se había
convertido en la primera verdadera metrópolis de la historia,
con 600 mil habitantes. (Aunque fue luego superada por la Roma imperial,
Europa fue incapaz de sostener una escala de vida urbana semejante hasta
el siglo XVIII, cuando París y Londres alcanzaron un desarrollo
similar.)
La biblioteca, acaso el orgullo de la dinastía, estaba ubicada
en el Mouseion, el templo de las Musas. Los ptolomeos fueron insaciables
en lo que se refería a los libros: decretaron que cada barco
que pasara por el puerto debía entregar todo manuscrito o papiro
a bordo para ser copiado. Los escribas alejandrinos devolvían
la copia y se quedaban con el original. Así incautaron a los
atenienses una colección de las tragedias griegas más
importantes. Pagaron una fortuna por la que se creía que había
sido la biblioteca de Aristóteles. Despacharon pedidos a todos
los soberanos del mundo conocido para que les enviaran todo escrito
que mereciera ser incluido en la biblioteca, y convocaron a setenta
y dos eruditos judíos para traducir la Torá, creando así
el Antiguo Testamento en griego, la Septuaginta. Consiguieron textos
budistas de la India y una obra sobre zoroastrismo que se supone constaba
de dos millones de líneas. Con el tiempo, lograron dotar a la
biblioteca de 500 mil papiros.
En el mundo intelectual, la Biblioteca de Alejandría es algo
así como el mayor mito romántico. Una paraíso perdido
que ahora el gobierno egipcio y la Unesco intentan recuperar mediante
la construcción de la Gran Biblioteca de Alejandría.
La arquitectura
de la nueva biblioteca está a la par de sus ambiciones: un techo
en forma de disco, realizado en vidrio y aluminio, del tamaño
de dos canchas de fútbol, se inclina en ángulo, elevándose
hasta los treinta metros de altura. La superficie del techo incluye
miles de paneles de diferentes colores y se asemeja a un gigantesco
chip de computadora. El edificio, con sus reminiscencias de los anfiteatros
clásicos, emula la imagen del sol emergiendo del mar al amanecer.
Cada uno de los siete pisos escalonados conforman un inmenso espacio
abierto bajo el techo de vidrio inclinado. El subsuelo albergará
los manuscritos más antiguos y desde ahí se ascenderá,
piso a piso, hasta el presente. Se está terminando la parte de
atrás del edificio, una pared curva de granito en la que se tallaron
letras y símbolos de casi todos los alfabetos y escrituras conocidas
del mundo, simbolizando las intenciones universalistas del proyecto.
Mientras la obra se acerca a su fase final, las preguntas no hacen más
que aumentar: ¿cómo revivir la biblioteca,
si se desconocen por completo su ubicación exacta y sus contenidos
originales? ¿Podrá cumplir sus grandiosos objetivos con
una dotación inicial de 250 mil libros, bastante menos que los
que alberga cualquier universidad? ¿Es necesario construir una
biblioteca para ocho millones de libros en la era digital?
El proyecto refleja las tensiones en la sociedad egipcia. La suerte
de Alejandría ha oscilado al compás de la actitud de Egipto
frente a Europa, y esa profunda ambivalencia está presente en
este proyecto. La decisión de construir la biblioteca de cara
al mar, mirando a Europa, es parte del intento de atraer inversiones
extranjeras al país. A pesar de que laadministración de
Muhammad Hosni Mubarak gasta millones en la biblioteca, también
ha decidido, en el mismo plazo, facilitar el ingreso a Internet a sus
compatriotas y ejercer la censura para aplacar a los militantes islámicos
de su país. Es paradójico que construya una biblioteca
sólo para prohibir libros, dice Hisham Kassem, director
del The Cairo Times.
Con
el fin de los ptolomeos, Alejandría comenzó su decadencia.
Cuando Napoleón llegó, en 1798, encontró una pequeña
ciudad pesquera de siete mil habitantes. Siete años después,
los pashás del Imperio Otomano se propusieron modernizar Egipto
y promover el comercio atrayendo europeos a Alejandría. Hacia
1850, la ciudad se había convertido en un puerto de capital importancia
para la creciente industria algodonera de Egipto y en una de las primeras
ciudades de Africa en contar con electricidad, agua corriente, tranvías,
alumbrado público, diarios, cines y una bolsa de comercio. Un
prolongado boom inmobiliario pobló la ciudad de villas italianas,
mansiones fin-de-siècle, palacios art-déco, boulevares,
plazas y estatuas. Las calles eran una babel cultural: judíos
hablando árabe, egipcios conversando en griego, armenios charlando
en italiano, sirios discutiendo en una mezcla de francés y árabe;
hombres con trajes franceses, bombines ingleses y atuendos egipcios
fumando pipas de agua en los cafés. Cinco razas, cinco
idiomas, una docena de credos la definió el novelista británico
Lawrence Durrell en El quinteto de Alejandría. En 1950, la ciudad
incluía mil quinientos europeos entre sus 600 mil habitantes.
A la larga, este mundo también desaparecería.
Alejandría, la ciudad europea de Egipto, se convirtió
en el blanco del resentimiento nacionalista cuando los británicos
ocuparon el país, en 1882. Cuando en 1956, después de
llegar al poder con la revolución cuatro años antes, Gamal
Abdel Nasser comenzó a confiscar compañías extranjeras,
tropas francesas, británicas e israelíes ocuparon el canal
de Suez para impedir su nacionalización. El ataque aumentó
el sentimiento antieuropeo. Nasser respondió expulsando en masa
a judíos y residentes británicos y franceses. Actualmente,
los cuatro millones de habitantes de Alejandría no incluyen prácticamente
a ningún europeo.
En 1974,
durante una visita presidencial a Alejandría, Richard Nixon actuó
inadvertidamente como motor del proyecto, al preguntar a sus anfitriones
dónde estaba emplazada la construcción original. La autoridades
tuvieron que admitir con vergüenza que no lo sabían. Más
tarde le pidieron a Mostafa El-Abbadi, un profesor de Historia antigua
de la Universidad de Alejandría, que les informara en un memorándum
sobre el particular. La biblioteca podría estar justo debajo
de nosotros, dice El-Abbadi. Nadie conoce la ubicación
exacta, pero se sabe que estaba dentro de los palacios reales, en las
tierras aledañas al puerto. ElAbbadi y sus colegas consideraron
el interés por la vieja biblioteca como una oportunidad para
construir una nueva. Pero cuando hablaron con los representantes de
la Unesco, éstos les respondieron que ellos no firmaban acuerdos
con universidades, sólo con gobiernos. Así fue cómo
el proyecto de construir una moderna biblioteca universitaria se transformó
en la Recreación de la Gran Biblioteca de Alejandría,
o la Bibliotheca Alexandrina, su nombre oficial.
La idea no prendió realmente hasta que Mubarak se convirtió
en presidente de Egipto, luego del asesinato de Anwar Sadat en 1981.
La influencia de François Mitterrand que dedicó
años de su vida a la construcción de la nueva Bibliothèque
Nationale de France fue decisiva para convencer a Mubarak. En
1986, el gobierno se aseguró el apoyo de la Unesco. Dos años
después, el presidente colocó la piedra inaugural. En
1989, la Unesco organizó un concurso internacional para elegir
un proyecto arquitectónico. Se presentaron 524 postulantes de
58 países. El jurado, compuesto por arquitectos de todo el mundo,
consagró ganador a un concepto ambicioso y modernista de unos
jóvenes noruegos desconocidos. Se sabe relativamente poco sobre
la biblioteca original, probablemente inspirada en el Lyceum fundado
por Aristóteles en Atenas. Los ptolomeos lograron acumular 490
mil papiros dentro del recinto (700 mil si se contaran las copias),
así como otros 42 mil en una biblioteca más pequeña,
en el Templo de Serapis. (La cifra es monstruosa: en el siglo XIV, la
biblioteca más grande de Europa, la Sorbona, contenía
mil setecientos libros.) Pero incluso en esa sociedad antigua la vida
del estudioso era ridiculizada: Muchos se alimentan del populoso
Egipto, escribas con papiros, holgazaneando eternamente en las jaulas
de las Musas, escribió un escéptico en el siglo
III a.C. Entre los escribas deambulaba, por ejemplo, Eratóstenes,
el bibliotecario en jefe entre el 245 y el 204 a.C., quien realizó
las primeras mediciones precisas de la circunferencia de la Tierra.
Un astrónomo alejandrino llamado Aristarco descubrió,
mil ochocientos años antes de Copérnico, que la Tierra
giraba alrededor del Sol. Los anatomistas Herófilo y Erístrato,
también en el siglo III a.C., concluyeron que el cerebro era
el centro del sistema nervioso y el órgano de la inteligencia
al realizar numerosas disecciones de cuerpos humanos. Euclides terminó
su célebre Elementos de geometría en la biblioteca. Y
el ingeniero Herón, en su Neumática, definió los
principios de la máquina a vapor. El historiador Fernand Barudel
observó, ya en el siglo XX, que los alejandrinos poseían
suficiente conocimiento científico como para comenzar una revolución
industrial, pero carecían del incentivo económico para
crear maquinaria que reemplazara al trabajo humano: tenían esclavos.
Con la destrucción de la biblioteca, Occidente perdió
este conocimiento por mil quinientos años. Perdidas resultaron
también cientos de obras de los grandes dramaturgos y poetas
griegos, y casi toda la historia antigua. Sólo tres historiadores
(Heródoto, Tucídides y Jenofonte) sobrevivieron luego
de cinco siglos de historiografía griega, aunque sabemos (por
breves referencias en obras más recientes) de la existencia de
incontables libros acerca de pueblos antiguos como los caldeos, babilonios,
etruscos, cartagineses y egipcios, que casi seguramente estaban en la
biblioteca. Las obras que lograron sobrevivir fueron los textos más
populares, copiados y vueltos a copiar hasta que encarnaron en formas
más duraderas, como el pergamino, que reemplazó al papiro
durante el siglo III o IV d.C.
Los historiadores han señalado a varios sospechosos como los
responsables de la destrucción. La evidencia contra Julio César
parece ser, a primera vista, bastante sólida: Séneca escribió
que el César, después de conquistar Alejandría
en el 48 a.C., enfrentó un ataque marítimo quemando las
naves como defensa. El incendio se expandió a por el puerto y
cuarenta mil papiros resultaron destruidos. Pero algunos señalan
que el texto de Séneca (la crónica más próxima
al suceso) se refiere a unos papiros almacenados en un depósito,
probablemente listos para ser exportados.
Las pruebas contra los cristianos son más débiles: en
el 391 comenzaron una cruzada iconoclasta, destruyendo ídolos
paganos a lo largo de la ciudad y destrozando el templo de Serapis,
que albergaba la segunda biblioteca. Pero no existe registros de que
hayan atacado el Mouseion.
El último sospechoso es el califa de Egipto, quien gobernó
el país luego de que los árabes llevaran el islam al norte
de Africa, en el siglo VII. Según una crónica árabe
del siglo XII, el nuevo gran visir de Alejandría le preguntó
qué hacer con los libros de la gigantesca biblioteca, y el soberano
respondió: Si su contenido está de acuerdo con la
palabra de Alá, podemos prescindir de ellos. Si, por el contrario,
no están de acuerdo con la palabra de Alá, no hay necesidad
de preservarlos. Destrúyalos. El-Abbadi señala que
la historia fue escrita seiscientos años después, y bien
puede reflejar las hostilidades entre cristianos y musulmanes durante
las Cruzadas más que un hecho histórico. La idea de que
la biblioteca fue destruida en una única catástrofe es
probablemente un mito.
Al igual que su ilustre predecesora, la nueva biblioteca de Alejandría
tiene el aura de un gigantesco emprendimiento real. El poder sigue emanando
del trono en Egipto, y Suzanne Mubarak, esposa del presidente, encabeza
la comisión que controla el proyecto. Cuando visitó la
construcción la primavera pasada, la señora Mubarak decidió
intempestivamente que una de las alas de un hospital cercano arruinaba
la vista. Eso tiene que desaparecer, afirmó. Y así
fue.
El control oficial del proyecto es compartido por el gobierno egipcio
y la Unesco. Los egipcios son increíblemente hábiles
para crear mecanismos diábolicos, con los que le entregan el
poder nominal a los extranjeros pero conservan el real a través
de una compleja estructura doble, explica Giovanni Romerio, un
oficial de la Unesco a cargo del secretaría general del proyecto.
Romerio descubrió que el poder real residía en dos comités
con base en El Cairo, uno comandado por la señora Mubarak y el
otro por el Ministerio de Educación Universitaria. Mohsen Zahran
es un arquitecto de la Universidad de Alejandría que en teoría
ocupa el cargo de segundo de Romerio, pero responde directamente a El
Cairo. Es considerado un hombre con tendencia al mutismo y la puntillosidad,
y ha comandado la construcción de la biblioteca. No es
un hombre de libros, comenta AlAbbadi. No fue sino hasta 1997
que El-Abbadi y otros intelectuales fueron invitados a formar un consejo
asesor para recomendar textos que deberían ser incluidos en la
biblioteca. No los han consultado demasiado.
En un principio, la biblioteca debía estar terminada para 1995
y contar con una colección de dos millones de textos para el
2000. Ahora se proyecta inaugurarla para fin de año, con una
dotación de entre 250 mil y 350 mil libros. En el ínterin
se ha triplicado el costo del emprendimiento: de 65 a 192 millones de
dólares. El gobierno todavía no ha calculado el presupuesto
necesario para su mantenimiento y futuras adquisiciones.
Otra de las cuestiones sin resolver es cuántas de esas adquisiciones
serán textos impresos, ya que la biblioteca fue concebida antes
de la revolución de Internet. Gerald Grunberg, un bibliotecario
francés cuyos servicios han sido donados a Alejandría
por su país, considera que las demoras fueron providenciales:
Tuvimos mucha suerte con los seis años de atraso, ya que
evitamos comprar equipos que se hubieran vuelto obsoletos al año.
Hoy, la tecnología se ha estabilizado. Grunberg y sus colegas
egipcios consideran que el objetivo de construir una biblioteca universal
no tiene el menor sentido. Incluso la Biblioteca del Congreso
de Washington, con 119 millones de obras en catálogo, tiene criterios
de selección en sus adquisiciones: ser cuasiuniversal le cuesta
386 millones de dólares al año.
La nueva Biblioteca de Alejandría intentará crear una
buena colección general y colecciones de primer orden en varias
áreas de especialización (Alejandría y el resto
de Egipto, Oriente Medio y el Mediterráneo). Ya ha hecho adquisiciones
importantes y ha recibido donaciones aún más interesantes:
posee, en microfilm, los documentos de la construcción y operación
del canal de Suez, copias microfilmadas de manuscritos árabes
donadas por el gobierno español y diez mil originales provenientes
de mezquitas y bibliotecas locales. Está construyendo un laboratorio
dedicado a la conservación de manuscritos, y se proyecta realizar
un centro de documentación informatizado y con acceso a Internet,
una gigantesca biblioteca audiovisual y un planetario. También
existen planes para construir un centro de negocios a través
del que las empresas egipcias podrán comprar información
bursátil y financiera.
Para algunos, el emprendimiento intenta preservar la memoria y la identidad
de Egipto. Pero ésas son cuestiones hace tiempo politizadas.
Desde la revolución de 1952, Egipto ha elegido ignorar sus largos
períodos de ocupación extranjera. Los egipcios están
orgullosos de sólo dos partes de su historia: el antiguo Egipto
y la conquista árabe, comenta ElAbbadi. La época
griega y la época romana son vistas como dominacionesculturales
extranjeras. Es habitual que los profesores de Historia salteen
en sus clases el lapso comprendido entre la caída de los faraones
egipcios y la invasión árabe en el 642, dejando sin explorar
casi mil años de cultura griega, romana y cristiana. El año
pasado, sin embargo, el gobierno formó un comité para
reformar los programas, que incluirán los períodos ptolomeo
y copto.
En definitiva, el éxito de la nueva biblioteca dependerá
de que Alejandría pueda convertirse nuevamente en la ciudad culta,
sofisticada y multicultural que el gobierno revolucionario de Nasser
desmanteló a lo largo de los 50 y los 60. Desgraciadamente, el
despotismo de Zahran ya ha provocado la deserción de las fuentes
culturales más importantes de Alejandría. También
se descubrió, por accidente, que la nueva biblioteca había
desperdiciado la oportunidad de conseguir cincuenta mil libros valiosos
de la colección de la Universidad de Alejandría, que terminaron
siendo vendidos en la calle a un dólar cada uno. Los bibliotecarios
se los habían ofrecido a Zahran, pero éste contestó
que la nueva biblioteca no estaba interesada en libros viejos.
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