Hitler, Eva Braun
(en el centro) y la familia Goebbels en pleno en Berghof, la residencia
del Führer en Berchtesgaden.
¿Qué
fue de los parientes de Hitler? Las voluminosas biografías del
Führer apenas los mencionan. Sin embargo existen, en Austria y
Nueva York, con apellido cambiado y riguroso perfil bajo para reclamar
hasta ahora en vano las regalías de Mein Kampf. Ésta
es la historia del sobrino preferido de Hitler que fue prisionero de
Stalin, del otro sobrino que lo extorsionaba desde Londres, del medio
hermano que le imitaba la firma y vendía fotos autografiadas
por la calle y de la cuñada que se atribuye la autoría
intelectual del bigotito.
POR
TIMOTHY W. RYBACK
Desde
mi departamento de Salzburgo se tarda veinticinco minutos en recorrer
el camino que lleva a través de la Berchtesgadener Landstrasse,
por los pueblos de Grödig y St. Leonhard, hasta las afueras de
Berchtesgaden, donde Adolf Hitler pasó, según recordaba
mucho tiempo después, die schösten Zeiten meines Lebens:
La mejor época de mi vida. Berghof, tal el nombre
de esa casa de tres pisos con balcones, ventanales y techos a dos aguas,
fue dinamitada por los alemanes a principios de los 50 bajo órdenes
norteamericanas. Intentaban, infructuosamente, que se convirtiera en
un lugar de peregrinación para los nazis. Actualmente sólo
quedan las paredes y, bajo tierra, el búnker de Hitler, conectado
a una red de túneles. Los árboles cercanos tienen talladas
runas nórdicas y esos relámpagos dobles que identificaban
a las SS. Aquí estuvieron Neville Chamberlain, Mussolini, el
rey Boris de Bulgaria, el duque de Windsor y su esposa norteamericana,
Wallis Simpson. Pero el Führer reservaba Berghof para sus amigos
más cercanos y su familia. Cuando Hitler enfermó de gripe,
su hermana Paula pasó aquí dos semanas cuidándolo
hasta que se repuso, y su media hermana Angela fue el ama de llaves
de Berghof durante casi ocho años. William Patrick Hitler, el
hijo de su medio hermano Alois, visitó a su tío Adolf
en Berghof, en 1936: Me condujeron hasta el jardín, donde
Hitler tomaba el té junto a un grupo de mujeres muy hermosas.
Cuando me vio, se paró inmediatamente y se dirigió hacia
mí, restallando un látigo con el que arrancaba las flores
a su paso, recordaba William a la revista Look, en 1939.
Alois, el medio hermano
de Adolf Hitler, en su casa de Hamburgo. Hitler y su sobrina Geli Raubal
en Bavaria, 1929. La gran Willie: William Patrick Hitler en Nueva York,
1939.
Nada
queda de Hitler en las ruinas: En abril de 1945, cuando las SS
abandonaron la zona, los habitantes de Berchtesgaden y Dürnberg
llegaron con carros y caballos y procedieron a llevarse todo lo que
pudieron. El 4 de mayo llegaron los aliados y se llevaron el resto.
Existe una filmación que muestra a los senadores norteamericanos
Ernest Mac Farland y Burton Wheeler saliendo de las ruinas de Berghof
con libros de la biblioteca de Hitler bajo el brazo, cuenta Florian
Beierl, del Archivo Histórico de Obersalzberg. Beierl revela
que cada artículo robado por los vecinos terminó en manos
norteamericanas, incluyendo el teléfono del dormitorio de Hitler,
los seis volúmenes de sus obras de Shakespeare (con una svástica
y las iniciales A.H. en el lomo) y algunos mechones guardados por un
peluquero en un relicario.
El otoño pasado, el fotógrafo Herman Seidl descubrió
que Paula Hitler, la hermana de Adolf, estaba enterrada en Schönau
am Königsee. En noviembre visité el cementerio de Schönau.
Una simple cruz de roble llevaba la siguiente inscripción: Paula
Hitler, 1896-1960. Paula fue llevada de Viena a Berchtesgaden
en las últimas semanas de la guerra para estar junto a su hermano.
Después de que Hitler se suicidara en Berlín, Paula se
quedó en Berchtesgaden, en un departamento de dos ambientes cerca
de la estación de tren, bajo el nombre de Frau Wolf. Pero todo
el mundo sabía que era la hermana de Hitler, dice Beierl.
A fines de mayo de 1945, un oficial de inteligencia norteamericano llamado
George Allen encaró a Frau Wolf. Ella se rehusó al interrogatorio,
argumentando que era muy tarde y tenía que llegar a la panadería.
A cambio de una hogaza de pan, Allen la llevó a Berchtesgaden.
Allí, Paula habló de los hábitos alimentarios de
su hermano (nunca le gustó la carne, incluso cuando era
joven), de su formación católica (creo que
mi hermano Adolf nunca abandonó formalmente la Iglesia),
de su madre, que murió de cáncer en 1907, cuando Paula
tenía once años y Adolf dieciocho (la muerte de
nuestra madre nos marcó profundamente. Éramos muy unidos),
y de Eva Braun (la vi una sola vez). Allen se llevó
la impresión de que era una mujer de clase baja con profundos
sentimientos religiosos, pero nula inteligencia, cuya única desgracia
fue estar emparentada con una persona muy famosa con la que no tenía
absolutamente nada en común.
No tengo ninguna noción de historia familiar. Esas cosas
no están en mi naturaleza. Sólo pertenezco a mi pueblo,
anunció Hitler durante una de sus charlas de sobremesa. Una generación
entera de historiadores parecedarle la razón. En las ochocientas
páginas de la reciente biografía de Ian Kershaw sólo
hay una breve referencia a sus hermanas. Lo mismo sucede en las de Alan
Bullock, John Toland y Joachim Fest. En la primera parte de Mein Kampf,
dedicada a las primeras épocas de su vida, no se menciona a Paula
ni a sus dos medio hermanos, Angela y Alois. Los historiadores
han estado escribiendo la misma biografía de Hitler durante los
últimos quince años. No hay nada en ellas sobre su familia.
Es como si no existiéramos, comenta un pariente de Hitler.
Pero existen. A ambos lados del océano. En Waldviertel, una región
alejada de Austria cerca de la frontera con la República Checa
que en 1938 fue proclamada Ahnengau des Führers (cuna ancestral
del Führer), vive la mayoría de los sobrinos nietos
de Hitler (los nietos de Angela, la media hermana del Führer),
en la ciudad industrial de Linz. También existen nietos por parte
de su medio hermano Alois, los únicos descendientes por línea
paterna: son norteamericanos y viven en Long Island, cerca de Nueva
York.
A
diferencia de la hija de Stalin, Svetlana Alliluyeva, que pasó
muchos años de su vida dando conferencias en Estados Unidos e
Inglaterra, o de los nietos de Mussolini, que han llevado vidas muy
públicas, los parientes de Hitler mantienen un perfil bajo. En
Austria, generalmente responden a las preguntas negando todo parentesco,
rehusándose a hablar o cortando el teléfono. En Estados
Unidos, niegan cualquier posibilidad de ser entrevistados a través
del abogado de la familia. Quizá temen al Sippenhaft, el castigo
por los crímenes cometidos por un pariente.
La vida de muchos de ellos no fue fácil. En el verano de 1945,
Alois Hitler, uno de los medio hermanos del Führer, fue detenido
por viajar con un pasaporte falso a nombre de Eberle, y entregado a
las autoridades británicas. Alois finalmente se cambió
el apellido, no sin antes ser descubierto firmando fotos con el nombre
de su hermano y vendiéndolas a los turistas.
En mayo de 1945, Johann Schmidt, un primo (hijo de la hermana de la
madre de Hitler) fue arrestado por el Ejército Rojo y llevado
a Viena para ser interrogado. Murió en la cárcel. En junio,
su hijo Johann Jr. fue enviado a Moscú junto a varios parientes
de Hitler. Fue juzgado por cooperar con el Führer,
condenado a veinticinco años de cárcel y liberado en 1955.
La familia ha sufrido la misma suerte que cientos de miles de
personas. Mi hermano hubiera considerado apropiado que nosotros tampoco
nos salváramos, le escribió Paula Hitler al editor
Hans Sündermann.
Conseguir una entrevista con un Hitler implica eternas idas y venidas,
e intermediarios cuestionables. Una tarde recibí una llamada
de mi contacto (uno de los mayores compradores de reliquias hitlerianas)
que me pedía que tomara un tren de Salzburgo a Munich. Cuando
llegué a Munich llamé a un teléfono celular, desde
el que me instruyeron tomar el subterráneo U4 a la Odeonplatz
y esperar frente al Café Tambosi. Cuarenta minutos después
llegó una camioneta Ford con una estatua de Eva Braun desnuda,
que me llevó a un café que había sido uno de los
primeros cuarteles del partido nazi. El pariente de Hitler, un hombre
de casi sesenta años con rostro severo, acababa de salir de su
trabajo. Durante las siguientes dos horas escuché historias de
conspiraciones judías, lamentos por la desaparición del
nacionalismo alemán y anécdotas sobre la admirable vida
del Führer (su amor por los niños, su frugalidad, su caballerosidad
con las mujeres y el abuso sufrido a manos de los historiadores contemporáneos).
En algún momento de los próximos cien años,
los alemanes construirán un monumento a Hitler, como los franceses
lo han hecho con Napoleón. Para entonces, espero que aparezca
finalmente una biografía que haga justicia a todo lo que él
hizo por nosotros, dice, antes de pasar a un tema que ha preocupado
a muchos de los parientes de Hitler: su posible derecho a reclamar bienes
(especialmente las regalías por las ventas de Mein Kampf) que
fueron confiscados por el Estado bávaro después de la
guerra. SegúnWerner Maser, el abogado que representa los intereses
familiares, la suma original ascendía a nueve millones de marcos,
alrededor de veintidós millones de dólares de la actualidad.
Le pregunté al pariente de Hitler si tenía objeciones
morales en reclamar la herencia: Ningún tipo de reservas.
Los judíos han recibido sus compensaciones y ahora los trabajadores
esclavos han conseguido la suya. Es tiempo que nosotros recibamos la
nuestra.
Desde
hace veinte años, Werner Maser ha desempeñado la función
de administrador de la supuesta herencia de Hitler, ha escrito más
de veinte libros y ha entrevistado a casi todos los colaboradores de
Hitler que sobrevivieron a la guerra incluyendo a Leni Riefenstahl
y Albert Speer y a muchos de los hijos de los nazis más
poderosos, como los descendientes de Goering, el jefe de la Luftwaffe;
de Himmler, el jefe de las SS; y de Bormann, el secretario de Hitler.
Maser muestra orgulloso las galeras de una nueva biografía de
Goering que contendrá material inédito, como una carta
que atribuye a Albert Speer, en la que se habla sobre provisiones para
Auschwitz. En Nüremberg, Speer afirmó que no sabía
nada sobre Auschwitz. Aquí está la prueba de que mintió
y se salió con la suya, dice, mientras agita la hoja amarillenta.
La relación de Maser con la familia Hitler comenzó en
los 60, luego de que publicara una historia de Mein Kampf en Der Spiegel,
y que la edición de la revista fuera confiscada por las autoridades
alemanas. Por esa época, Anton Schmidt, un familiar de Hitler,
le escribió pidiéndole que lo ayudara a recuperar los
derechos de Mein Kampf y lo reunió con Leo Raubal (hijo de la
media hermana de Hitler, Angela), el intelectual de la familia.
Leo había sido el sobrino preferido del Führer. Maser sostiene
que el parecido entre ambos era tal que Leo había hecho a veces
de doble de Hitler, saludando a los curiosos que se acercaban a Berghof.
En enero de 1943, los rusos capturaron a Leo en la batalla de Stalingrado.
Hitler ofreció intercambiarlo por el hijo de Stalin, Yasha, apresado
por los nazis en las afueras de Leningrado. La hija de Stalin recordaba
en una carta que su padre había rechazado el ofrecimiento con
un parco Nyet, na voine, kak na voine: No, la guerra es la guerra.
Hitler ejecutó a Yasha. Leo escapó milagrosamente de Rusia
a mediados de los 50 y retornó a Linz.
Durante los 60 y los 70, Maser sirvió de árbitro entre
las dos ramas de la familia Hitler, los Schmidt y los Raubal, buscando
un arreglo que satisfaga a todos. Maser había impuesto una condición:
que la familia pusiera un reclamo por las regalías generadas
entre 1925 (año en que fue publicado el libro) y 1936, ya que
después de esa fecha el libro reemplazó a la Biblia como
regalo oficial de bodas para las parejas alemanas. Ya que ésas
fueron ventas forzadas y esas ediciones se hicieron con dineros públicos,
insistí en que las regalías correspondientes fueran donadas
a orfanatos o sobrevivientes del Holocausto, dice Maser, que protege
la identidad de los integrantes de la familia (sólo confiesa
que Leo Raubal murió en 1979, durante unas vacaciones en España,
y que Anton Schmidt se convirtió desde entonces en el impulsor
de la lucha por los derechos de Mein Kampf), aunque parece haber perdido
las esperanzas de que alguna vez las distintas ramas del clan hagan
causa común. Son muy obstinados. Son iguales a él,
dice.
Incluso si Maser pudiera unir al clan Hitler, tendría que enfrentarse
a Siegfried Zängl y Nicole Lang, los encargados por el Ministerio
de Finanzas bávaro de controlar el copyright de Mein Kampf. Esto
significa evitar que se traduzca y edite: por una directiva de 1946
y otra de 1948, todos los bienes de los altos oficiales nazis fueron
confiscados y entregados al Estado. No existe absolutamente ningún
fundamento legal por el cual los herederos de Hitler puedan reclamar
los derechos de autor o la propiedad intelectual de Mein Kampf. Y es
nuestra responsabilidad asegurarnos de que siga fuera de catálogo,
dice Zängl, que durante quince años ha supervisado el pago
de las compensaciones a Israel. Las únicasexcepciones, agrega
Lang, son las ediciones norteamericanas y británicas (publicadas
por Houghton Mifflin y Pimlico, respectivamente), a quienes Eher Verlag,
la editorial del partido nazi, vendió los derechos en 1933. También
existe una traducción reciente al hebreo. Fue permitida
para uso académico en Israel, dice Lang, que todavía
celebra la decisión de la Corte Suprema sueca de impedir la traducción
de Mein Kampf, así como la decisión de las librerías
de Internet Barnes & Noble y Amazon de no enviar ejemplares de la
traducción al inglés a residentes en Alemania. Pero ambos
reconocen que hay por lo menos cuarenta traducciones ilegales del libro,
así como miles de páginas web desde donde bajarlo. Actualmente,
los únicos que reciben derechos de autor por Mein Kampf son los
dueños de Pimlico en Londres (que envían las ganancias
a la agencia Curtis Brown, y se donan para caridad) y los de Houghton
Mifflin, que compró los derechos para América del Norte
en 1979 al Departamento de Justicia, que los controlaba desde el fin
de la guerra.
La
rama norteamericana de la familia proviene de un matrimonio anterior
del padre de Hitler. Alois, el medio hermano de Adolf, abandonó
la casa paterna a los catorce años. En 1910 se casó con
Brigid Dowling en Londres y se mudó a Liverpool, donde nació
William Patrick, a quien ella llamaba Pat y él llamaba Willie.
Justo antes de la Primera Guerra, Alois abandonó a su esposa
y a su pequeño hijo y se mudó a Hamburgo. Brigid suponía
que Alois había muerto en la guerra hasta que se enteró,
en 1923, no sólo de que estaba vivo sino de que se había
vuelto a casar en Alemania. Alois fue acusado de bigamia: Brigid se
negó a concederle el divorcio, pero intervino para que le redujeran
la pena y restableció un tenue lazo entre ambas familias. Muchos
años después, Brigid declararía al Times londinense
que había dejado a su esposo en cuatro oportunidades a lo largo
de su matrimonio: Era muy cruel. Me decía: Te doblegaré
o te quebraré.
En el verano de 1929, a los dieciocho años, Willie visitó
a su padre y a su madrastra Hedwig, que tenían un restaurante
en el suburbio berlinés de Charlottenburg. Pasó
ese verano con nosotros, aprendiendo el idioma y las historias de la
familia Hitler. Tenía todo el derecho del mundo a conocerlas,
recordaba un pariente luego de la guerra. Durante esa visita, Willie
conoció a su tía Angela, la hermana de Alois, pero tuvo
que hacer cola junto a miles de espectadores en un acto multitudinario
en Nüremberg para conocer a su tío Adolf. Ni bien volvió
a Inglaterra, comenzó a pasearse por los medios británicos
como el sobrino de Hitler. Cuando las noticias de que el
sobrino inglés estaba dando entrevistas a diarios
británicos llegaron a oídos de Hitler, Willie fue llamado
a Berlín. Según contó en una entrevista con Paris
Soir, la reunión se llevó a cabo en una habitación
de hotel. Cuando entró en la suite, Willie se encontró
a su tío Adolf de traje, junto a su padre Alois y a su tía
Angela, mirando a través de un enorme ventanal hacia la calle.
Lo que ocurrió se sabe por una versión de segunda mano,
la que Brigid escribió muchos años después. Estoy
rodeado de idiotas. Están destruyendo todo lo que he construido
durante estos años con mis propias manos, comienza la versión
de Brigid. Primero acusó de criminal a su medio hermano bígamo
y luego encaró al sobrino: ¿Qué le dijiste
a los diarios? ¿Quién te autorizó a hablar de mis
asuntos privados?. Mientras Willie miraba atónito al tío,
su padre le explicó que la corresponsalía neoyorquina
de los diarios Hearst había llamado a Munich exigiendo hablar
personalmente con Hitler. Querían saber si era cierto que tenía
un sobrino en Londres, reconocido por el Führer como una autoridad
en la genealogía familiar. Me hacen preguntas personales
a mí. ¡A mí!, continúa Hitler en la
versión de Brigid. Nadie debe hablar de mis asuntos personales
en los diarios. Yo nunca he dicho una palabra, y ahora aparece un sobrino
para contar todos los detalles miserables e insignificantes que ellos
quieren saber. Willie contó más tarde a su madre
que Hitler abandonó la habitación a grandes zancadas,
agitando los puños en el aire. Pero terminó dándole
dos mil libras, acondición de volver a Londres y retractarse
públicamente de su parentesco. Willie siguió parcialmente
las instrucciones y comenzó a acumular certificados de nacimiento,
constancias de bautismo y demás documentos que probaran sus lazos
de sangre con la familia Hitler, con la ayuda del Foreign Office y el
cónsul británico en Viena.
En el verano de 1931, se descubrió que Willie estaba hablando
nuevamente con la prensa, esta vez sobre el suicidio de la hija de Angela,
Geli (la joven de 23 años que supuestamente mantuvo relaciones
íntimas con su tío Adolf y fue encontrada muerta en el
departamento de Hitler en Munich). Willie fue llamado a Berlín
para explicar sus dichos. Muchos años después, le confesó
a un oficial norteamericano que estaba tratando de chantajear a Adolf
Hitler.
Además
de los recortes de prensa y los informes del FBI, hay pistas sobre la
vida de Willie en las memorias de su madre Brigid y en un manuscrito
de 400 páginas supuestamente basado en los recuerdos y la correspondencia
de Alois y su segunda esposa, Hedwig. El manuscrito está en los
archivos de Gerd Heidmann, un coleccionista de documentos, reliquias
y fotografías de la época nazi. Sus Diarios de Hitler
le costaron una condena de casi cinco años de prisión
por fraude en 1983 (así como a la revista Stern le costó
nueve millones de marcos y gran parte de su reputación haber
publicado un anticipo). Heidmann sostiene que consiguió el manuscrito
hace veinte años, a través de una mujer habría
vivido en la misma casa que Alois y Hedwig Hitler. Como los falsos diarios,
el manuscrito no tiene portada y ofrece más anécdotas
familiares que información histórica (por ejemplo, que
Angela Raubal alguna vez le dijo en la cara a Eva Braun que era una
estúpida gansa). Heidmann sostiene que ha olvidado
el nombre del dueño anterior, pero no duda de su autenticidad.
Los expertos sí.
Una versión tipeada y encuadernada del manuscrito de Brigid Hitler
fue encontrada a principios de los 70 en la Biblioteca Pública
de Nueva York. Según Mimi Bowling, la curadora de la colección,
los dos volúmenes de Mi cuñado Adolf Hitler fueron legados
por Edmond Pauker, un agente literario y teatral que los había
comprado a una tal Mary Finley. El texto fue publicado en Londres en
1979. Entre sus revelaciones cuenta que, en 1912, Hitler buscó
asilo en Inglaterra, tratando de escapar del servicio militar alemán.
Cuando Adolf vino a visitarnos a Liverpool usaba bigote manubrio,
escribe Brigid, y afirma que fue ella quien lo convenció de recortarlo.
Los
manejos oscuros de Brigid y Willie han dado pie a un sinfín de
anécdotas. Hans Hitler, un joven pariente que visitó a
Alois en Berlín a principios de 1934, contaba que en un bar encontró
a un hombre que tomó por un artista consagrado o una estrella
de cine, hasta que descubrió que era Willie, quien se jactaba
de haber vuelto a Berlín para establecerse en el Reich
de mi tío. Willie llegaría a visitar a su tío
Adolf en la Cancillería, en 1933, para informarle que el apellido
familiar era una desventaja laboral en Londres. Rudolf Hess, secretario
personal del Führer, lo ayudó a encontrar trabajo: primero
en el Banco del Reich y luego en la empresa Opel, como vendedor de autos,
hasta que su tío decretó que tal trabajo no era digno
de un integrante de la familia Hitler. Si bien los recursos de Willie
siguieron siendo escasos vivía en un departamento de un
ambiente en un barrio obrero de Berlín, durante una visita
a Londres en 1937, lució un bigote hitleriano y raya al costado,
y posó cruzado de brazos al hacer la siguiente afirmación
al Daily Express: Soy el único descendiente legal de la
familia Hitler. Debo llevar este gesto en la sangre, porque a medida
que pasa el tiempo me encuentro haciéndolo con más frecuencia.
Dos años después, el inefable Willie estaba de vuelta
en Londres, pero para denunciar que Hitler era un demente y que la Gestapo
lo había torturado para que renunciara a su ciudadaníabritánica
y se convirtiera en súbdito del Reich, a cambio de un puesto
clave en el gobierno. Según un informe del FBI, cinco meses antes
de que Hitler invadiera Polonia, la agencia artística William
Morris le consiguió a Willie un tour de apariciones públicas
y conferencias por los Estados Unidos. Time anunció su llegada
con una nota titulada Hitler vs. Hitler y Look publicó
un largo artículo con fotos y reproducciones de certificados
de nacimiento, bautizada Por qué odio a mi tío.
Brigid también trató de utilizar su parentesco con los
Hitler: en 1936 hizo una visita sorpresa a Berchtesgaden. Hitler se
rehusó a recibirla y luego respondió por escrito negándole
el dinero que pedía. Brigid decidió irse a Hollywood,
donde tuvo similar éxito. Cuando trabajaba para la British War
Relief Society de Nueva York, afirmó: La horca es poco
para Hitler. Deberían matarlo lentamente.
Willie
pasó los dos años siguientes en los Estados Unidos y Canadá,
dictando conferencias y compartiendo recuerdos familiares que incluían
incesto, bigamia, látigos de cuero y repetidos intentos de dominar
al mundo por parte de su tío Adolf. Para ese entonces, la agencia
William Morris había dejado de representarlo, cediendo el honor
a su competidora Harold R. Peat. El propio Peat confió al FBI
que Willie sería leal al gobierno nazi y a Hitler si el
Führer le hubiera conseguido un puesto de mucho dinero. En
octubre de 1940 vivía en Queens, desde donde marchó a
enrolarse a la delegación militar más cercana. Con su
metro 98 y sus noventa kilos de peso, Willie era más que apto
para el servicio, pero fue rechazado porque su tío había
peleado en el ejército alemán. Conozco bien Alemania,
y creo que sería un buen piloto, se quejó Willie
al Herald Tribune. Si lo aceptaban, dijo, estaba dispuesto a cambiarse
el apellido: Sólo cuesta cincuenta centavos, y Hitler es
un apellido indeseable. Un año después, escribió
una carta a Roosevelt pidiéndole que revocara la decisión
de la Junta de Reclutamiento. El 14 de marzo de 1942, Roosevelt aprobó
el pedido y, en octubre de ese año, frente a una nube de camarógrafos,
el sobrino de treinta y tres años de Adolf Hitler ingresaba en
la Marina norteamericana.
John
Toland, el biógrafo de Hitler, decía que Willie había
bautizado Adolf a su primogénito. En una conferencia, llegó
a mostrar una fotografía tomada después de la guerra que
mostraba a Willie con un bebé en brazos, y dijo: ¡Adolf
Hitler no sólo no murió sino que está sano y salvo
en algún lugar de Nueva York!. En realidad, ninguno de
los hijos de Willie se llama Adolf el primogénito se llama
Alexander, pero Toland se tomó la broma lo suficientemente
en serio como para incluir el dato en su biografía en dos tomos.
La última vez que William Patrick Hitler habló con la
prensa fue en febrero de 1946, cuando fue dado de baja por la Marina,
en Boston. En el muelle, expresó su deseo de pedir la ciudadanía
norteamericana y visitar a su madre en Manhattan. Los archivos del FBI
sobre Willie y su madre no contienen datos sobre su servicio militar
o actividades posteriores a la guerra. Tampoco existen pruebas de que
Willie y Alois se hayan puesto en contacto después de 1945, aunque
ambos se cambiaron el apellido a Hiller. Brigid, que murió en
1969, llegó a conocer a sus cuatro nietos, todos varones. Willie
murió en 1987, a los 76 años. Su lápida no ostenta
ningún nombre, ni Hitler ni Hiller. Tres de sus hijos viven actualmente
en Long Island (el cuarto murió en la década del 80).
Los intentos de contactarse con ellos han sido infructuosos. Un abogado
que representa a la rama norteamericana de la familia Hitler explica
las razones: Temen ser tratados como parias o que algún
loco intente lastimarlos. Cuando alguien ha vivido toda su vida ocultando
su verdadera identidad al mundo... Es un golpe del destino haber nacido
así. Si ellos se muestran, ¿qué clase de vida podrían
tener?.
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