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Mistery Men "Gasoleros"

Algo pasa en el mundo de los superhéroes. Ya no son paladines imbatibles de físico anabólico y psiquis tortuosa. En Hombres Misteriosos, adaptación para la pantalla grande de una delirante historieta creada por Bob Burden en los 80, los superhéroes son
vulgares laburantes, con problemas domésticos, jefes insoportables, escasísimo reconocimento a sus proezas y superpoderes de dudosa eficacia: gente como uno, en suma.

Por Mariano Kairuz

Hace un par de años, cuando se anunció que la resurrección cinematográfica de Superman estaría a cargo de Tim Burton (con Nicolas Cage en las calzas del hombre de acero), muchos se habrán imaginado al actor de Adiós a Las Vegas en vuelo rasante, con los ojos enrojecidos y vomitando alcohol sobre la grisácea ciudadanía de Metrópolis. Aunque el proyecto aparentemente ha sido archivado, es innegable que algo está podrido en el Salón de la Justicia: los superhéroes de las historietas han sido “humanizados”; ahora se casan, se cansan y hasta se angustian pensando en sombríos y corruptos futuros. Del glorioso paladín de mandíbula cuadrada y capa flameante que supo defender los valores del bien (léase los valores norteamericanos) hasta bien entrada la Guerra Fría, no sobrevivió ni siquiera la silueta. Ya en los 50, Wally Wood y Harvey Kurtzman, dos de los artífices de la revista Mad, corrompían la esencia del último hijo de Kryptón en su historieta Superduperman (algo así como “supergoman”). Y cuando, en 1978, Christopher Reeve le espetaba a Lex Luthor que lo suyo era luchar “por la paz, la justicia y el american way of life”, se podía oír a Mario Puzo y Richard Donner (guionista y director, respectivamente), descostillándose de risa detrás de cámaras.


El Hombre Pala (William Macy), El Rajá Azul (Hank Azaria), El Hombre Furioso (Ben Stiller), La Bolichera (Janeane Garofalo) y el flatulento Spleen (PeeWee Herman).

DE LA GLORIA A LA PARODIA Hacia 1961, Stan Lee y Jack Kirby le proporcionaban un ángulo nuevo a los personajes de la Marvel, superando las acusaciones de “escapismo nocivo” que venían cayendo sobre el rubro, incluso en su propio país. A diferencia de Bruno Díaz, el fotógrafo periodístico Peter Parker (alias el Hombre Araña) no sólo tenía que salir realmente a ganarse la vida y soportar a su neurótico jefe sino comprobar que la policía estaba de lo más predispuesta a adjudicarle toda la actividad criminal de la ciudad a un tipo que iba por ahí vestido de azul y rojo y descolgándose entre los edificios. Muchos niños de aquella década crecerían sólo para sufrir el mayor de los desengaños al descubrir, en las repeticiones del Batman televisivo con Adam West que tanto habían disfrutado en su momento, el doble nivel en que operaba la serie: detrás de las aventuras con batisuspenso se sostenía una de las más inteligentes parodias de la historia de la pantalla chica. El torpe “Captain Nice” de Buck Henry (responsable, junto a Mel Brooks, de “El superagente 86”) duró poco y nada, pero tuvo una suerte de sucesor en una serie de principios de los años 80, que acá se conoció como “El gran héroe”: Ralph Hinckley, profesor de una escuela secundaria para adolescentes “revoltosos”, recibía de una misión extraterrestre un ridículo disfraz con poderes especiales, detallados en un manual de instrucciones que el elegido no tardaba en extraviar. Mientras duró el programa, Hinckley enfrentó las molestias de un juicio de divorcio y los problemas de “inserción social” de sus alumnos mientras se rompía la cara contra paredes y antenas tratando de aprender a volar. Para entonces, los superhéroes ya parecían acabados. De hecho, a principios de los 90, John Kricfalusi incorporó al paladín de aspecto anabolizado a su escatológica galería en “Ren & Stimpy” (bautizado ElHombre-Tostadas-en-Polvo), y poco más tarde llegaba “The Tick” (“La Garrapata”) al dibujo animado, una creación del historietista Ben Edlund, ambientada en una ciudad donde todos quieren ser superhéroes. Los personajes de “The Tick”, incluyendo a su protagonista, estaban desprovistos de poderes especiales o de fortunas personales, pero mantenían viva la ilusión saliendo a la calle en sus delirantes disfraces. Mientras en “Los Simpson” el pueblo de Springfield enloquecía por la filmación de “El Hombre Radioactivo”, un desconocido del mundo del comic llamado Bob Burden comenzaba a disfrutar de los beneficios de pertenecer: su historieta “Flaming Carrot”, publicada en forma independiente por su propio y modesto sello Kilian Barracks desde fines de los 70, pasaba aformar parte del catálogo de la tercera casa de comics norteamericana, Dark Horse.

DE LA SOLEDAD AL SINDICATO “Flaming Carrot” debía su nombre a su cabeza de zanahoria con llama regulable pero nada se sabía de su origen: no había mutaciones radioactivas ni infancias atroces ni crímenes que vengar. “‘Flaming Carrot’ simplemente es”, explicó el propio Burden. “Al principio muchos críticos creyeron que me estaba burlando de los superhéroes, pero esto realmente va más allá de la sátira. A primera vista es un superhéroe. En una segunda mirada ya parece una parodia, y cuando lo mirás tres veces empieza a parecer el primer superhéroe surrealista del mundo. Su propia existencia es inexplicable. La mayoría de los superhéroes tienen razones y motivaciones. En ‘Flaming Carrot’, en cambio, ni la vestimenta tiene significado: mientras que el murciélago del logo de Batman es para asustar a los criminales, la imagen de ‘Flaming Carrot’ parece salida de una canción de Bob Dylan”. Abstracto pero sin pretensiones metafísicas, si hay algo que se parezca a una filosofía en Carrot sería “estupidez zen”, en palabras de Burden. En 1987, “Flaming Carrot” dejaría de estar solo en el mundo: en los números 16 y 17 de la revista irrumpían unos cuantos tipos aunados tanto por su vocación justiciera como por la falta de reconocimiento público de su cruzada. También desprovistos de superpoderes, de riqueza y hasta de casi toda habilidad personal, los nuevos personajes eran, como Carrot, vulgares laburantes que, entre sus empleos y sus responsabilidades domésticas, salían a hacer el bien equipados con armas tan improbables como una pala cantarina (en el caso de The Shoveler), sus propias flatulencias (en el de The Spleen) o la pura ira acumulada (supuesta fuente de poder cuyo secreto sólo conocería Furious Man). Juntos eran, sin saberlo, los Mysterymen. Con sus dilemas mundanos, sus desventuras públicas y privadas y una necesidad imperiosa de asesoría de imagen, los Misterymen ni se imaginaban que llegarían al cine en 1999.

SOMOS LEGION La película dirigida por Kinka Usher (un realizador debutante fogueado en la publicidad) reúne a un elenco sin superestrellas, como exigía la historieta: un elenco más cercano al espíritu de Saturday Night Live que a Hollywood, tales como Ben Stiller y Janeane Garofalo (de hecho, el guionista no acreditado de la película, Brent Forrester, escribía para el Ben Stiller Show). La película, que acaba de llegar a la Argentina, directamente editada en video con el título Hombres Misteriosos, se toma sin embargo ciertas licencias. El Hombre Pala, por ejemplo, que en la historieta era calvo, regordete y de cierta edad (imaginen a Danny DeVito, el candidato inicial a representarlo) terminó transformándose en William H. Macy (el actor de Fargo y genial secundario de Magnolia y Boogie Nights) y su pala dejó de cantar. Stiller es, más que el Hombre Furioso, el Hombre Malhumorado, como si los gritos de su jefa en el desarmadero de autos donde trabaja no alcanzaran para despertar su superpoder. Janeane Garofalo es, en la piel de The Bowler, quien más cerca se encuentra de algún tipo de motivación: lleva el cráneo de su padre asesinado en la bola de boliche que le da nombre. Paul Reubens (más conocido como Pee Wee Herman) es el purulento Spleen, maestro de las más poderosas flatulencias; el Rajá Azul (Hank Azaria) revela sus habilidades como lanzador de los cubiertos de plata de su mamá. El Invisible Boy (Kel Mitchell), que se hace invisible sólo cuando nadie está mirando, parece haber adquirido su destreza en largos años de desatención familiar. El ingeniero Heller (Tom Waits, que ya se presta para lo que sea), es quien provee al grupo de tornados enlatados y los psicotrónicos “lanzadores de culpas”, entre otras sofisticadas armas psicológicas. Todos estos Mysterymen deben enfrentar el desprestigio público, ya que la retrofuturista Champion City tiene supaladín oficial, el Capitán Sorprendente (Greg Kinnear, el gay de Mejor, imposible). Superhéroe con identidad secreta multimillonaria y todo, el Capitán atraviesa un severo problema de marketing: su popularidad está en baja, sus sponsors en retirada; su propia eficiencia lo ha dejado sin trabajo, y ahora debe liberar a alguno de los archivillanos que ha puesto tras las rejas para volver a las primeras planas. El elegido es el diabólico Casanova Frankenstein (el australiano Geoffrey Rush), cuyos esbirros parecen directamente trasplantados de series como “Patrulla juvenil” o “Starsky & Hutch”. Por supuesto, el plan del Capitán Sorprendente será desbaratado y los Mysterymen tendrán finalmente la oportunidad de demostrar su valía ante el mundo.

DE CAPA Y OVEROL Tina Turner ya advertía que “no necesitamos otro héroe” desde la banda sonora de Mad Max III. Los Hombres Misteriosos coinciden: en la película, marchan con tesón al ritmo de “No more heroes”, la canción de los Violent Femmes. Y, mientras insisten en su causa perdida, plantean interrogantes del renovado discurso paladinesco, tales como cuál es el plural de la palabra némesis. No es fácil ser superhéroe viniendo de la clase trabajadora. Aunque el origen de estos superhéroes proletarios (menos por ideario combativo que por extracción social) era más romántico en la historieta de Burden que en la película de Usher. Burden nació y se crió en varias ciudades industriales del norte de los Estados Unidos durante los 50, cuando aún reinaban en el cómic los superhéroes de gimnasio y sus demostraciones de poder dejaban boquiabiertos a los lectores. Pero a los doce años quedó hipnotizado por Los siete samurais. Treinta y cinco años después, sus Hombres Misteriosos se van sumando a través de un método aun más mundano de reclutamiento que en la película de Kurosawa o en Los doce del patíbulo: “Básicamente inventé a los Mysterymen porque no estaba teniendo demasiado éxito con “Flaming Carrot”. Estos hombres misteriosos no tendrían nada de glamour, ni estarían insertos en un increíble mundo de fantasía ni serían millonarios. Como a la gente le gustaron, seguí incorporando más en mis historietas. Porque, en realidad, hay cientos de Mysterymen. Sólo que tienen el índice de bajas más alto en el sindicato de superhéroes. Porque son carne de cañón”.

 

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