Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir


Volver

Cine Se estrena “The Acid House”

Con los dientes apretados

La versión fílmica de “Trainspotting” convirtió a Irvine Welsh en el escritor preferido de quienes no habían leído un libro en su vida, y su versión fílmica corrió como reguero de pólvora por los cines de todo el mundo. Ahora llega la película basada en su siguiente libro de relatos, “The Acid House”: otro descarnado manifiesto generacional, “sin glamour químico ni realismo social a la inglesa” en palabras del propio Welsh.


Por Dolores Graña

¿Alguien se acuerda del escándalo Trainspotting en Argentina? El estreno de aquella película escocesa sobre la vida de un grupo de jóvenes de Edimburgo fue aplazado con espanto porque ciertas instituciones consideraban que la exhibición provocaría el vuelco de una o varias camadas de adolescentes argentinos en el éxtasis de la droga y la vida licenciosa. Finalmente la película se estrenó, tuvo mucho éxito (por supuesto, todo el mundo quiso ver lo que les habían querido prohibir), buenas críticas y aquellas fantasmales instituciones sabrán decir qué efecto tuvo en la juventud argentina. Como efecto colateral, su protagonista (Ewan McGregor) y su director (Danny Boyle) marcharon a Hollywood y no han logrado levantar cabeza desde entonces.
Pero la verdadera sorpresa fue que el otrora oscuro autor del libro en el que se basaba la película (un ex-barrendero, empleado de publicidad y DJ escocés llamado Irvine Welsh) fue aclamado como portavoz de una generación. A pesar de las dificultades idiomáticas de los libros de Welsh (que, en inglés, vienen con glosario y, en castellano, en un idioma que se presume español) Trainspotting se convirtió en best-seller, empujado por una legión de fanáticos que, según una encuesta británica, jamás habían comprado un libro en su vida. El rito se mantuvo religiosamente cuando Welsh publicó su siguiente libro, un logrado conjunto de relatos llamado The Acid House. Tres años después, llega el momento de descubrir si una película que se anuncia como “100 por ciento Irvine Welsh” consigue el mismo grado de adhesión que su predecesora: si el autor sigue teniendo el dedo en la yugular de la generación que lo entronizó como su profeta y hagiógrafo.
The Acid House es, vale advertirlo, una película bastante despiadada, carente de la empatía furibunda que ganaba carcajadas para la causa de Trainspotting. Los personajes deambulan por los mismos barrios obreros del norte de Edimburgo, hablando de las mismas cosas en ese hermético slang escocés, pero han perdido el orgullo que podía percibirse en el monólogo final de Mark Renton. El zeitgeist de Trainspotting, a la luz negra de las historias que forman el tríptico The Acid House se ve muy, pero muy lejano (y muy glam, por cierto). Las llamativas imágenes de Danny Boyle y la compacta narración de John Hodge son reemplazadas aquí por las de Paul McGuigan (un documentalista consagrado por una serie sobre hinchas de fútbol) y el propio Welsh, bastante más lacónico y crudo a la hora de adaptar sus historias. El mayor problema que enfrentaba The Acid House en su traslación al cine era su condición de tríptico. Es difícil considerarla en conjunto pero tampoco es posible pensarla por separado, salvo como un programa especial de una improbable RaveTV. De hecho, la primera de las historias, The Granton Star Cause, fue pensada como un cortometraje para el Channel Four inglés. Comenta Welsh: “Es muy difícil hacer algo diferente, más crudo, después de que Trainspotting se convirtiera en un punto de referencia. Lo que al principio fue una verdadera alternativa a los dramas de época se transformó en otro género solidificado: los chicos de la clase baja también se divierten. Queríamos que los actores de The Acid House fueran feos y que hablaran mal, pésimo inglés, pero no queríamos víctimas. Ni glamour químico ni otra hermosa postal de realismo social británico. Hicimos lo que quisimos hacer y nos fue como el culo”.
La kafkiana The Granton Star Cause narra las penurias de un infeliz llamado Boab (Stephen McCole), que milita malamente en las filas del club de fútbol de la zona, hasta que lo echan por patadura. Ese mismo día perderá a su chica (por no ser lo suficientemente hombre), el hogar paterno (por no ser lo suficientemente maduro) y su trabajo (por no ser lo suficientemente necesario). Como si esto no fuera suficiente, Dios termina enfrentando a Boab en el bar y lo condena a vivir como mosca por el resto de sus días. Otra retribución tipo Antiguo Testamento es la que cuenta The Acid House, historia que da título a la película quizá porque tiene el ámbito más inmediatamente cercano a los personajes de Trainspotting. Hayácidos, raves y hasta una suerte de final feliz para el pobre Coco Bryce (Ewen Brenmer, el extraño Spud de la película de Boyle) que, cuando se toma un ácido para festejar que logró escabullirse del compromiso con su novia, descubre que ha ido a parar al cuerpo de un niño a punto de salir del vientre de una madre burguesa. El surrealismo del trip por el inodoro en Trainspotting es el estadio permanente en la vida de Coco, luego de nacer en el cuerpo de Tom (un bebé que se parece tanto al muñeco Chucky como al mismísimo Irvine Welsh), mientras su propio cuerpo descansa con electroencefalograma plano en el hospital. La historia se convierte en una sátira tan desagradable como aguda sobre ciertas ideas “progresistas” en la crianza de los hijos, una oportunidad de fustigar a los “otros” escoceses, que el guionista no desperdicia ni por un segundo. Y que el niño-hombre aprovecha como puede: manoseando a su madre o exigiendo la inclusión de bebidas blancas y carnes rojas en su dieta balanceada.
Apretada entre ambas historias fantásticas se encuentra el verdadero corazón de la película, la demoledora A Soft Touch, donde la narrativa de Welsh logra trasladarse más límpidamente a la pantalla. Despegada del karma de ser “la continuación de Trainspotting” (la historia tiene los suficientes méritos como para haber sido una película por sí sola), se erige como una verdadera perla sobre la ceguera del amor, sobre lo que sucede cuando alguien no puede evitar perdonar y condenarse en un mismo e inevitable movimiento. Johnny (el excelente Kevin McKidd, también visto en Trainspotting), es un hombre débil, buen marido y padre amantísimo. Pero su esposa le rompe el corazón una y otra vez con una ferocidad que no conoce límites ni razones. Si hubiera alguna pátina de cinismo o distanciamiento en las penurias de Johnny, bien podría titularse Lástima que sea una perdida, pero con una hijita de por medio.
The Acid House es una suerte de remix de varios largometrajes posibles y una película verdaderamente escocesa, si es que existe tal categoría. El “nosotros” contra “ustedes” de Trainspotting podía provocar una sonrisa comprensiva o una revelación sociológica; aquí no hay otro mensaje que la ausencia de compasión, al punto que la película parece esquivar sistemáticamente cualquier rapto de blandura (incluyendo la risa) que pueda provocar en el público. Quizás es sólo la cruel verdad, ese 100 por ciento Irvine Welsh: lo que fue de la supuesta generación Trainspotting cuando la cámara los abandonó, allá lejos y hace tiempo. O tal vez es una advertencia: lo que puede ocurrir cuando se pierde ese dichoso lust for life que salmodiaba Iggy Pop desde la banda de sonido de Trainspotting.

arriba