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Se
fue a vivir a Londres, acaba de ser madre por segunda vez y de lanzar
su primer disco grabado fuera de Estados Unidos (pero acompañada
por casi la misma troupe que le permitió resucitar en 1998 con
Ray of Light). Ya ubicó el single que adelanta el álbum
(Music) en la cima de los rankings a ambos lados del Atlántico.
A los 42 años parece igual de empecinada en seguir cambiando
una y otra vez. La pregunta es si la vida privada de Madonna no representa
más que una nota al pie de su carrera, o viceversa. Y si algún
día nos preguntaremos quién es esa abuela, como nos preguntamos
en su momento quién era esa chica. Radar desmiembra el mito y
analiza cada una de sus partes.
Por
RODRIGO FRESAN
Envejecemos
junto a Madonna. Como otros han envejecido junto a Frank Sinatra. Madonna
Louise Verónica Ciccone es el espejo de nuestros días
y de nuestra (de)generación: sus mutaciones radicales son el
reflejo exagerado de las nuestras, más cautas e intrascendentes.
Porque ése es el trabajo de las leyendas: parecerse a los seres
anónimos, sólo que a lo grande. La fama no es más
que la exageración de un síntoma.
En cuanto a la comparación entre Sinatra y Madonna, no es gratuita:
ambos comparten la categoría de mitos del mundo del espectáculo;
ambos son y han sido reveladores signos de su tiempo; ambos comparten
personalidades del tipo volcánico y decididamente itálico;
ambos se las han arreglado para permanecer en lo más alto durante
demasiados años; ambos son pésimos actores. La única
atendible diferencia es que Sinatra está muerto y Madonna está
más viva que nunca, lo que no impide el imaginarle un futuro
en Las Vegas, cantando Material Girl con la boca torcida
por demasiadas cirugías, y un cigarrilo y vaso de scotch en su
garra. Haga lo que haga, lo hará seguro a su manera.
POP
Pensemos en el pop como un lugar donde los años 50 fueron la
prehistoria; los 60, el Egipto faraónico y el estallido humanista
de Grecia; los 70, como la Roma decadente que desembocó en la
Edad Media; los 80, como el Renacimiento; y los 90, como... eh... los
90 como los 70 en serio: luces y flashes y coreografías de mercadotecnia.
El encandilante horror en el corazón de las tinieblas. En este
momento, que pareciera que flotáramos en el punto más
ingrato de nuestra historia musical, no se puede no considerar a Madonna
como una perfecta hija del Renacimiento, una Venus de Botticelli flotando
como una virgen por encima del ruido blanco y pasajero de todas las
modas y todos los huesos ya amarillos de las muchas, muchísimas,
que quisieron ser como ella y ya no son ni serán.
La primera aparición de Santa Madonna tuvo lugar durante los
tempranos 80 rodeada por la mejor música pop en muchos,
muchos años: un producto en principio bastardo y al que
se suponía tan efímero como canción de discoteca
estival. Cindy Lauper era mucho mejor y más freak y arty. Madonna,
en cambio, fue la opción saludable y gordita para chicas desesperadas,
en un planeta gobernado por las curvas perfectas de las super-models.
Una chica que bailaba en una discoteca, luego de haber sido choir girl
en París para Patrick Born to Be Alive Hernández,
que entonces graba un single independiente titulado Everybody
en pos de, como mucho, trece minutos de fama, en lugar de los quince
de rigor. Alguien a reemplazar por la siguiente figurita reemplazable.
Siguen otros dos singles, Holyday y Lucky Star,
y entonces sale Madonna opus 1 y vende bastante. Lo que
cambió las cosas para siempre fue la canción y el álbum
Like a Virgin primera piedra arrojada contra el cristal del establishment,
con Madonna revolcándose por el suelo con un vestido de novia,
y la muchacha ya ponía en claro la diferencia que hay entre una
moda y un fenómeno. Desde entonces, la etiqueta de femme fatale,
su nombre como sinónimo de disolución, escándalos,
mal ejemplo, blasfemias y corpiños indecentes usados encima de
la ropa. Para 1985, Madonna ya forma parte del inconsciente colectivo
universal como perfecto símbolo del espíritu yuppie:
triunfar como sea y seguir triunfando como sea. Ocupa demasiadas páginas
de los diarios de Andy Warhol, donde el inventor de la fama-pop no duda
en canonizarla y en comparar los helicópteros volando sobre la
boda de la cantante y del actor Sean Penn con la película Apocalypse
Now. Si, a la hora de la Fama como libro sagrado, Warhol es profeta
del Antiguo Testamento, entonces Madonna es protagonista indiscutible
del Nuevo. Con una diferencia: pueden crucificarla todas las veces que
quieran, que ella aguanta y aguanta sin contemplar siquiera la idea
de ir a sentarse a la derecha de su Madre, Marilyn Monroe. Quince años
después de su llegada a nuestras vidas recordemos que,
a lo largo de esos mismos años, Michael Jackson se volvió
perturbadoramente loco y Prince se convirtió en algo tediosamente
previsible, resulta difícil pensar en un mundo sin Madonna.
Todo parece indicar, para bien o para mal, que a Madonna también
le resulta difícil pensar en eso.
STAR
Como Elvis Presley o Kurt Cobain, Marilyn Monroe era una nova. Una estrella,
sí: pero autodestructiva, de alta intensidad y breve permanencia.
La luz que todavía emite MM es la luz de una estrella todavía
brillante, pero definitivamente muerta. Madonna ha buscado desde el
principio de su carrera cierta complicidad con el look Monroe, pero
al mismo tiempo no ha dejado de aclarar: Marilyn fue
una víctima y yo no, por eso no hay comparación posible.
A Madonna le interesa la Marilyn personaje y no la Marilyn persona.
Lo mismo vale para Evita, otro de esos disfraces-arquetipo en los que
entra por un rato para salir más Madonna que nunca. Como una
especie de talentoso parásito dispuesto a absorber todo lo que
valga la pena ser absorbido; un vampiro siempre sediento de lo cool
y lo hip; un David Bowie con tetas, que se prueba vidas como otros se
prueban ropa. Si algo ha sido Madonna es victimaria antes que víctima,
no presa sino animal de caza. Sus momentos de perseguida o doncella
en llamas han sido orquestados cuidadosamente por ella misma. Y, después
de todo, ¿hay algo mejor que despertar las iras del Vaticano
y conseguir todo ese centimetraje gratis de publicidad en la primera
plana de los diarios? Madonna parece nutrirse del sudor y la saliva
de sus perseguidores. La verdadera diferencia irreconciliable entre
Madonna y Marilyn es, sin embargo, otra: a diferencia de la otra rubia
teñida, Madonna cree en sí misma. Cree mucho en sí
misma, porque lo suyo es un milagro. Y las víctimas somos, siempre,
nosotros: las personas que jamás podrán creer tanto en
sí mismas porque siempre nos dijeron que eso era peligroso, que
no estaba bien, que te vas a caer si subís tanto. Madonna todavía
no entiende qué es eso de la Ley de Gravedad.
OFF
De ahí que, a pesar de sus múltiples cambios y reencarnaciones,
Madonna resulte verosímil. De ahí que buena parte del
respeto o la admiración que se le tiene venga de su habilidad
para permanecer: de su poder residual. Madonna es verosímil en
su imposibilidad. Madonna compró el único número
de una rifa y, por lo tanto, ganó. No es fácil hacerlo
en un mundo donde todo dura poco y está casi bien que así
sea. Madonna habla, canta y se mueve desde hace dos décadas con
la seguridad de los que se sienten iluminados, carne de reflector. De
ahí que no sea fácil entrevistar a Madonna: da la impresión
de que todas las preguntas que le hacen han sido transmitidas telepáticamente
por ella al cerebro intimidado de esos entrevistadores-muñecos-de-ventrílocuo.
La exclusiva recientemente publicada por el mensuario inglés
The Face y reproducida por la revista semanal de El País de Madrid
el pasado domingo es un perfecto ejemplo de ventriloquia periodística.
Más cerca de Hola! que de Mojo, Madonna responde solícita
y vagamente sarcástica a las preguntas que ve venir desde lejos.
Allí ofrece apenas entre palabras para su marinovio, su
hija, su hijo recién nacido, su historia un momento de
sabiduría más o menos sincero: Creo que al final,
cuando sos famoso, a la gente le gusta reducirte a unos pocos rasgos
de personalidad. Creo que por eso me he vuelto así de ambiciosa.
Digo lo que se me pasa por la cabeza. Soy una persona que intimida.
Algo de eso sintió Norman Mailer otro dedicado seguidor
de la moda, otro adicto a interpelar y teorizar sobre mitos desde la
posición de quien también se siente uno de los elegidos
cuando la revista Esquire lo envió a entrevistar a Madonna en
1994. El resultado recogido hace un par de años en la antología
The Time of Our Time es tan malo como suele ser elencuentro de
dos celebridades felices de legitimarse mutuamente como tales, utilizando
al otro como frontón. Una especie de masturbación a deux,
a cargo de dos personas que se saben más allá de todo
polvo. Sin embargo, casi oculto bajo tanta alabanza y aleluya, Mailer
dice algo interesante: los norteamericanos querían a Marilyn
porque mantenía su lado oscuro en privado, mientras que detestan
a Madonna por lavar su ropa sucia en público. Si se mira un poco
de cerca, parece evidente que la carrera y las canciones de Madonna
funcionen casi como notas al pie de su vida privada. Pero acaso sea
también al revés: su vida privada quizá no sea
más que una nota al pie de sus canciones, si seguimos lo que
canta. Madonna es víctima gozosa y cultora aplicada de aquello
que inventaron los Beatles para un paisaje pop hasta entonces habituado
a productos de un solo disfraz: mutar o morir. Pero Madonna lo lleva
todavía lejos: no conforme con cambiar su imagen o lo que canta,
también cambia ella. Todo el tiempo. Bailarina de club, adicta
a la fama, mujer divorciada que nunca olvidará a Sean Penn, sacrílega
& sexópata, Santa Evita, soltera embarazada con feto por
encargo, madre yogui y diosa new-age. Cada disco es un capítulo
autobiográfico y un concepto estético al mismo tiempo.
Tal vez por eso nunca haya existido una Barbie Madonna.
La vida privada de Madonna o lo que nosotros entendemos por vida
privada parece no ser más que una segunda versión
de su vida pública, una fachada, un telón de fondo, otro
holograma, realidad virtual. Una vida privada para el consumo de un
público caníbal. Carnada sabrosa pero hipócrita,
como aquella película supuestamente reveladora y documental,
A la cama con Madonna, donde nuestra heroína se quedaba con las
ganas de trincarse a Antonio Banderas (aunque se afirma que en realidad
se lo trincó, y le cayó tan bien el bocado que alimentó
el otro rumor para contribuir al lanzamiento del Chico Almodóvar
de Málaga en el Los Angeles de la Chica Material) y al legendario
Warren Beatty (agobiado y amargado por su rol de segundón en
el asunto), escupe aquello de: Madonna no sabría hablar
si no tiene una cámara adelante. Creo que se equivoca.
La verdad, como suele ocurrir, está en otra parte. Una vez conocí
a una personal-manager de Madonna. Le duran poco. Ésta era muy
simpática y argentina y me dijo que no podía contarme
nada, pero que de todos modos no iba a aguantar mucho tiempo más
en ese trabajo. Me dio la impresión de que la cosa tenía
más que ver con la mala educación que con lo degenerado.
Tal vez por eso Robert Dewey Hoskins el fan que la perseguía
y al que la cantante llevó a juicio tenía la fantasía
más podrida de todas: decía que era el marido de Madonna.
Hay cosas que Madonna no cuenta, que nunca va a contar: por eso cuenta
tantas otras cosas. Por eso cuenta lo que se le canta y canta lo que
nos cuenta.
ON
Madonna es una reina del epigrama. Fellatio de micrófono. Su
poderío escandalizante un tanto ingenuo para el resto del
mundo, pero ideal para un gran país puritano como los Estados
Unidos, donde el sexo todavía se practica con la luz apagada
y donde no existe idea más transgresora que el éxito sostenido
a lo largo de los años se reparte en tres frentes rotativos:
lo que canta, lo que dice, lo que hace. Con el correr de los años
y esa actitud cada vez más Madre Atómica y menos
Puta Láser, Madonna ha ido optando por hablar antes de
hacer. Porque es más fácil y porque deja menos evidencia
que, por ejemplo, su libro Sex, aquel volumen porno-de luxe de 1992
que fue, junto con el álbum Erotica, su único incomprensible
error en una campaña inmaculada: no darse cuenta de que, más
allá del morbo inicial, nada repelía o aterrorizaba más
a fieles y detractores en los tiempos del sida que el sexo libre y duro
vendido como actitud fashion. Mi vagina es el templo del aprendizaje,
se leía por ahí. No fue más que una forma
de rebelarme contra mi padre y sacar afuera tanta rabia, recuerda
hoy. A las palabras se las lleva el viento: siemprese las puede negar
o, mejor todavía, anularlas con otras palabras. Algunas cosas
que dijo Madonna y que merecen recordarse: 1) Soy fuerte, ambiciosa
y sé exactamente lo que quiero. Si eso me convierte en una puta,
bueno, de acuerdo. 2) Hay gente que me odia por el simple
motivo de que tengo una opinión sobre las cosas. No se espera
eso de una artista famosa. Sólo estás ahí para
entretener a la gente, ¿no? La palabra pop es un diminutivo de
popular, y para ser popular no puedes ir contra la corriente. Janis
Joplin no sería hoy una artista popular. Y Chrissie Hynde no
vende ni la mitad de discos que Mariah Carey. Eso es porque Mariah Carey
no tiene un jodido punto de vista sobre las cosas. 3) La
sexualidad de mis videos, de mi música, es una sexualidad política.
La utilizo para romper tabúes. Vivimos en una sociedad fundada
en el malestar hacia nuestros sentimientos, sexo incluido. Yo no utilizo
el sexo para vender sino para demostrar algo. 4) Yo fui
violada y no se puede frivolizar con eso. Fue una experiencia muy educativa.
5) En cuanto a mis fotos desnuda que aparecieron en Playboy, pongámoslo
así: me pagaban diez dólares por hora para posar mientras
que en Burger King ofrecían un dólar y medio. Así
que me dije: todo sea por el arte. 6) Siempre dije que quería
ser famosa... Nunca dije que quisiera ser rica. 7) Te conviertes
en un icono en el momento en que la gente comienza a identificarse contigo
de forma poco realista o empieza a odiarte por todos los motivos equivocados.
Así que sí, soy un icono. 8) Los crucifijos
son sexies porque hay un hombre desnudo en ellos. 9) El
sexo sólo es sucio si no te bañas.
CLIP
La música de Madonna es eminentemente visual. Cuando la escuchamos
a secas, no podemos evitar el recuerdo de los húmedos videoclips
que son parte indivisible de esas melodías. Madonna surge casi
simultáneamente con la MTV y es la primera pop-star que descubre
el poderío del clip como caballo de Troya: la música va
dentro del video, el video es muy bueno o muy escandaloso (se habla
más de los videos de Madonna que de la música de Madonna)
y uno se compra el compact como recordatorio útil hasta volver
a enganchar el clip por azar de zapping y paciencia. Mientras escribo
esto, en Barcelona, las cadenas MTV Europe y VH1 dedican buena parte
de sus programaciones al lanzamiento de Music, primer single
del álbum próximo a aparecer, Music. Antologías,
documentales, entrevistas y revisiones de todo lo que ha hecho esta
mujer. Un descubrimiento: Madonna es más homeopática que
alopática. Conviene ser ingerida en dosis pequeñas porque
lo que tragamos es una parte minúscula de nuestra enfermedad.
Por eso, Madonna es una gran actriz de clips y una pésima actriz
de películas. La clave es que sus clips son metafóricos
pero planos, de simbología obvia y de una astucia casi inquietante:
el pastiche Hollywood de Material Girl; la Venecia de Like
a Virgin; la telenovela de Papa Dont Preach;
el mamarracho latino de La Isla Bonita; el spiritual-pagano
de Like a Prayer; los guiños a Metrópolis
en Express Yourself; el homenaje a Sakamoto con Sakamoto
en Rain; el cuero eufórico de Human Nature;
el torero alzado de Take a Bow; el exceso fashion de Vogue;
la hechicera a la Castaneda de Frozen son tan parte de la
canción y uno se pregunta -como con el huevo y la gallina
qué habrá sido primero: música o imagen. El clip
con gancho también puede ser un estribillo pegadizo.
Las películas de Madonna, en cambio (con la excepción
de Buscando desesperadamente a Susan, que con el tiempo se convirtió
en película de Madonna, pero que, originalmente,
fue película independiente en el tiempo en que eso,
supuestamente, existía), son prueba de que, por suerte, Madonna
no es infalible. El error de las películas de Madonna es que
parecen verse obligadas a seguir como sus discos sus estados
anímicos y estéticos. Pero Madonna no parece entender
que tal vez tenga algo de gracia no hacer de Madonna, de tanto en tanto.
A Certain Sacrifice (1985) es un thriller tonto de aire underground
que, junto con Susan, ilustra sullegada a la Manhattan contracultural.
La estupidez pulp de Aventuras en Shanghai (1986) marca el principio
de la debacle de su matrimonio compartiendo protagonismo junto a un
Sean Penn que no entiende muy bien qué está haciendo ahí.
Quién es esa chica (1987) es su vuelta a la comedia loca con
resultados más bien tristes (en un momento de transición
donde, por primera vez, parecía acabar lo que se daba). El breve
papel en Bloodhounds of Broadway (basada en relatos de Damon Runyon)
y Dick Tracy -ambas de 1990 reflejan su nueva estética
retro-vogue y su affaire con Warren Beatty. En 1991, en los bordes del
escándalo, el documental A la cama con Madonna contribuye a la
automitología y vuelve a machacarnos con su madre muerta y su
padre que no la comprende y sus amigos bailarines y sus chicas coristas.
Una brevísima aparición en Sombras y niebla de Woody Allen
(siempre queda bien darse una vuelta por ahí) y un coprotagónico
en Un equipo muy especial junto a Tom Hanks y Geena Davis ambas
en 1992 hacen pensar en una Madonna más equilibrada, que
ya no piensa en que su vida es tan interesante: quizá por eso
aparece poquísimo en las dos. La revancha por esa abstinencia
llega con el doble Big-Mac de El cuerpo del delito y Juegos peligrosos
en 1993, con una Madonna más reventada que nunca para acompañar
el lanzamiento de su álbum Erotica y de su libro Sex: sexo, sangre,
drogas y más sexo para dos de las películas más
estúpidas (una de ellas con Willem Dafoe, para colmo) de las
que se tenga memoria y que hace retroceder varios casilleros a la actriz,
teniendo que conformarse con apariciones en la boba Cuatro habitaciones
y en la innecesaria Humos del vecino. A continuación y
luego de joder durante años con Evita cest moi,
Madonna vuelve a molestar, esta vez como jefa espiritual de la nación
argentina. La reciente Una pareja perfecta es imposible de tolerar:
Madonna es madre soltera y hace de madre soltera, Madonna practica yoga
y hace de profesora de yoga, Madonna es muy amiga de Rupert Everett
y hace de muy amiga de Rupert Everett y pretendiendo hacerla suya
deshace la venerable canción American Pie de Don
McLean sin ningún motivo, y hasta se equivoca en el clip donde
aparece cantándola mientras mueve un culo que ya no es lo que
era, de espaldas a una bandera norteamericana.
Music, el flamante y guarro clip que promociona su nuevo
álbum, vuelve a poner las cosas en su lugar, con varias chicas
y una mujer rápida a bordo de una limo veloz, y con la duración
que corresponde: el tamaño importa. De hecho, cuanto más
corto mejor. Siempre fue así con Madonna. Recordar aquella extraña
emoción cuando, patrocinada por Pepsi, escandalizó al
planeta con las cruces en llamas de Like a Prayer mal
que le pese al Papa, una de las más sentidas y mejores canciones
devocionales de todos los tiempos. Así como nunca hay interés
por la nueva película de Madonna que en próximos
años podrá torturarnos o no con una remake de All About
Eve o alguna comedieta donde se enfrentará a su propia hija adolescente
haciendo de hija adolescente, siempre lo habrá por el nuevo
clip de Madonna. Hasta los telefilmes sobre la vida de Madonna son malos.
Será que las películas de Madonna son como esas mujeres
que, a la hora de la verdad, nos vomitan encima porque bebieron demasiado
y se quedan dormidas. Los clips se Madonna, en cambio, se nos tiran
en encima y no nos dejan hueso entero. Tal vez eso signifique MTV: Madonna
Te Viola.
MAD
Nos hemos preguntado quién es esa chica, nos preguntamos quién
es esa mujer y todo parece indicar que nos preguntaremos quién
es esa abuela. La cuestión es si nos preguntaremos quién
es esa artista más allá de todas las posibles respuestas
en pro o en contra que ofrece la tan desopilante como reveladora
Encyclopedia Madonnica de Matthew Rettenmund. Nada más que dos
opciones en el múltiple choice de nuestra incertidumbre: ¿mentiroso
monstruo del merchandising o sensible sacerdotisa postindustrial del
tercer milenio? Yo la vi en vivo (me aburrí) y la entrevisté
en directo (me sorprendió su solemnidad de principiante y su
falta de humor cuando le pregunté si se dejaría crecer
el bigote para hacer de Frida Kahlo, otra de sus hembras-fetiche). Y
supongo que a esta altura del asunto tengo tanto derecho como cualquiera
a opinar. Alguna vez escribí: Decir que Madonna es una
simple estrella pop es como afirmar que la Coca-Cola es apenas una gaseosa.
Cuatro años después, mi opinión no ha cambiado
a la hora de situar a Madonna entre los símbolos clásicos
del Made in USA, pero tampoco se ha fortalecido. No creo que su obra
sea lo más importante (aunque creo en el making of de su obra
como género artístico per se), pero me niego a ponerme
del lado de quienes la señalan como la más grande manipuladora
de todos los tiempos, capaz de quedarse embarazada para seguir saliendo
en las tapas. Descreo de aquellos que la acusan de camaleón simbiótico
que se rodea de las personas correctas para hacerse más poderosa
(Stephen Bray, Patrick Leonard, Jean-Baptiste Mondino, Prince, Nile
Rodgers, Jellybean Benítez, Babyface, Nelle Hopper, Jean-Paul
Gaultier, Björk, Massive Attack, Lenny Kravitz, Ricky Martin y
siguen las firmas), como si se tratara de una Mammadonna mafiosa. El
último en llegar a este rebaño, el responsable de su nuevo
resurgimiento maternal/dance/electronic con Ray of Light en 1998 y ahora
con Music, es el primero en negar los cargos: Madonna tiene razón
cuando le resta importancia a la figura del productor y cuando dice
que una canción es una canción... Yo no reinventé
a Madonna. Ella me reinventó a mí. Es decir: ¿dónde
estaba yo antes, quién era yo antes de trabajar con ella?,
declaró William Orbit en el mencionado reportaje a la diva que
salió en The Face.
No creo que se pueda acusar a nadie de juntarse con buena gente en lo
suyo: Orson Welles lo hizo y nadie se molesta tanto, y quién
se anima a reprocharles a John, Paul, George y Ringo que tuvieran a
George Martin de productor. En el terreno comercial y exitoso, Madonna
ha tenido más de veinte singles número uno, proeza sólo
compartida por Elvis Presley, los Beatles y Michael Jackson. A mí,
Madonna me divierte más y me cae mejor que Elvis y Jackson; incluso
se me hace mucho más graciosa y creíble que Dylan o los
Beatles o Elvis o Jackson a la hora de nombrar a Dios en vano. Pero
eso no importa. En lo que a poderío mítico se refiere,
en los terrenos de lo musical e imperecedero, la torta norteamericana
clásica e icónica se reparte entre Louis Armstrong, Frank
Sinatra, Bob Dylan y mal que le pese a Barbra Streisand
esta chica nacida en 1958 en Bay City, Michigan. El resto va atrás.
Pregúntenle a alguien de diez años o a alguien de ochenta
quién es Madonna. Las respuestas serán diferentes, pero
serán todas respuestas válidas a una pregunta difícil:
no se pueden contar los últimos años sin mencionar su
nombre en alguna parte, algún mes, semana, día, hora,
minuto o segundo. Nos guste o no, todos conocemos a una u otra Madonna:
esa mujer que reclama para sí el océano, dejándole
una orilla al chicle-lolita de Britney Spears, otra orilla para los
movimientos espasmódicos de Alanis Morrisette (quien, por otra
parte, graba para el sello de su Majestad M) y una isla desierta con
palmera para la loca peligrosa de Björk. Al resto de chicas y mujeres
y artistas, que se las coman los tiburones del tiempo.
Vayamos al terreno de su obra musical. Ahí hay algunas canciones
muy buenas, con versos que van de lo sencillo a lo simplón, pero
que como I Want to Hold Your Hand o All You
Need Is Love cumplen su cometido con eficacia envidiable: Like
a Virgin, Material Girl, Live to Tell,
White Heat, Like a Prayer, Express Yourself,
Rain, Human Nature, Take a Bow,
This Used to Be My Playground, The Power of Goodbye,
Frozen. Yo prefiero las baladas más que los dancing-tracks,
pero es problema mío. El flamante Music el primer álbum
que graba fuera de Estados Unidos, llevada a Londres por el amor a su
marinovio Guy Ritchie, el director de Juegos, trampas y dos armas humeantes,
afortunadamentealejada la atmósfera devocional y materna de Ray
of Light vuelve a mostrarla malita y con ganas de joda. Más
de lo mismo, potenciando la veta electrónica que le permite sentirse
clásica y moderna al mismo tiempo. Es otro disco de Madonna,
es cierto, de otra Madonna que es la misma de siempre: una obra de arte
en sí misma que nos hace pensar que es una ambiciosa esquizofrénica
cuando, en realidad, lo único que hace es poner en evidencia
la esquizofrenia en todos nosotros; la necesidad de que nuestro entorno
cambie para imaginarnos que cambiamos un poco nosotros con ella, como
si Madonna fuese la atmósfera que nos rodea, el soundtrack de
nuestras existencias, el aire que nos contamina. Yo creo que Madonna
sabe que no es así y por eso cambia: porque se le da la gana,
porque le conviene, porque si no se muere o porque vive por nuestros
pecados. ¿Cómo será la próxima Madonna?,
nos preguntamos, sin importarnos que cada vez se parezca más
a la señora Robinson de El graduado o que ya hace tiempo parezca
menos la cenicienta huérfana de madre y con padre represor, y
cada vez más la madrastra de Blancanieves.
Hay noches a la mañana se me pasa en que pienso que
Madonna no se va a morir nunca, que es la memoria eterna, quien mejor
representa la decadencia de un Occidente con el disco duro lleno de
vacío absoluto. Hay otras noches en que pienso no sólo
que no va a morir nunca sino que nos va a matar a todos, que es un virus
que no aparece en los análisis, pero ahí está,
cantando en nuestra sangre siempre lista para ser derramada. Eso descubro
esas noches. Sorpresa: American Psycho es una mujer.
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