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Teatro Omar Pacheco y el silencioso fenómeno de Cinco puertas

Las puertas de la percepción

La obra Cinco puertas ya era uno de los más raros “éxitos” de la cartelera teatral porteña, cuando el ilustre regista Gian Carlo Menotti visitó el teatro del Abasto donde se exhibe y los invitó a Spoletto, habilitando una importante gira por festivales europeos. El Grupo Teatro Libre viajó a Portugal e Italia, e impactó al público con su
propuesta de teatro cinematográfico en torno a la desintegración de una familia. Omar Pacheco, director del grupo, habla de la formación y la vigencia del poderoso grupo que lidera hace veinte años.

POR CLAUDIO ZEIGER

Un hombre ya mayor apareció una noche por el teatro La Otra Orilla, que está bastante alejado de las luces del centro, donde se supone que brillan las obras más rutilantes del espectáculo porteño. Esta sala, cálida, incluso climatizada, pero nada rutilante, tiene como entrada un angosto pasillo en cuyo fondo se abre la boletería como una invitación incierta a ser devorado por las fauces oscuras de la escena alternativa. El hombre, al que no es difícil imaginarle gestos medidos, pero cortantes, un hombre seguro de sí, un poco ampuloso tal vez (su arte es la ópera), no venía solo. Lo acompañaba un hombre más joven, su hijo, y dos secretarias. El auto con el chofer quedó en la puerta de este pequeño teatro del Abasto, para sorpresa de los vecinos de un barrio que suele ser tan alternativo por dentro como por fuera de las salas. Todos recuerdan ahora que ese hombre y su comitiva eran una presencia extraña, que causó revuelo en “el grupo” (el Grupo de Teatro Libre, dirigido por Omar Pacheco). El hombre –nada más ni nada menos que el regista Gian Carlo Menotti– vio la obra llamada Cinco puertas, y la eligió de inmediato para llevarla al Festival de Spoletto, en Italia, que él mismo creó y dirige desde hace cuarenta años. El grupo viajó y volvió de Italia, pero todavía se pregunta cómo fue que el señor Menotti llegó hasta La Otra Orilla aquella noche.

PUERTAS ALTERNATIVAS Éste es el resumen de las últimas novedades que vivió el Grupo de Teatro Libre: cerraron la 23ª edición del Fitei (el Festival Internacional de Teatro y Expresión Ibérica, realizado en Porto, Portugal) y hace apenas un mes arribaron de Italia, adonde fueron a hacer trece funciones en el marco del Festival de Spoletto. Mientras esperan el estreno de la obra Cautiverio (que viene a cerrar una trilogía compuesta por Memorias y Cinco puertas), en la sala que visitó el señor Menotti (y que en el mes de enero unos desconocidos intentaron incendiar), se puede ver una de las obras más interesantes que hoy se consiguen en Buenos Aires: quien ve Cinco puertas no se va por la puerta de entrada como si nada hubiera sucedido allí adentro. Porque ha sido desacomodado, sumergido en la oscuridad, ha sentido respirar muy cerca a los actores desnudos, ha entrevisto una cantidad de imágenes de fuerte impronta cinematográfica (algo de por sí extraño en un teatro) y habrá asistido a una propuesta moderna y desestabilizadora sin que le hayan tirado agua o harina, sin tener sobre su cabeza acróbatas, arneses o fuego. Ha visto, sobre todo, a unos actores que se entregan como verdaderos animales de teatro: pura energía corporal, sincronización y nervios. Ellos son el comienzo de la explicación del raro fenómeno de Cinco puertas y del Grupo de Teatro Libre de Omar Pacheco.

HACIENDO GRUPOS Omar Pacheco fundó Teatro Libre en 1982, un año después de haber regresado del exilio. Durante la dictadura militar había viajado a los Estados Unidos, donde enseñó teatro en la Universidad de Yale y creó un grupo multidisciplinario llamado Exilio hoy, que aún continúa desarrollando actividades y cuenta con su asesoramiento técnico, motivo por el cual Pacheco viaja periódicamente a Estados Unidos. En 1980 se estableció en San Pablo, donde también fundó un grupo (Teatro Cero); así que crear grupos de trabajo y mantenerlos a lo largo del tiempo es una de sus especialidades. “Mi idea básica es que el actor es creador, no sólo lo es el director. Lo que produce el actor enriquece o empobrece la idea original. Yo no tengo una dependencia petrificada de la dramaturgia ni una concepción del actor como un reproductor de los deseos del director”, dice Pacheco. “Hay una adhesión o un rechazo que se manifiesta bastante rápido: la gente que viene con la idea de hacer televisión, a los dos meses se va; mientras que la gente que viene a profundizar en lo actoral se ve pronto seducida, y hasta creen que este grupo puede ser la panacea contra todos los males de este mundo. Yo soy sincero: aclaro que hay un proceso metodológico muy largo. Para nosotros, un integrante nuevo del grupo tiene no menos de cinco años de trabajo acá, y es alguien que tiene un acuerdofilosófico con el grupo. En lo técnico puede venir pronto la frustración, porque es muy duro el entrenamiento físico. Los primeros pasos son la ruptura de los hábitos y los clichés, y la construcción de un imaginario distinto: algo que nos saque del naturalismo y nos ponga cerca de una instancia superadora. Yo trato de que, en la primera etapa, el trabajo no se confunda con el franeleo que suele haber en el mundillo teatral, y sobre todo evito el hecho de que el director sea al comienzo un dios que luego, con el paso del tiempo, se convierte en un tirano despreciable.”

AHI VIENEN LOS PUNKS Cuando regresó del extranjero, Omar Pacheco traía un bagaje de experiencias nuevas y también la memoria de lo que habían sido los convulsionados años previos al exilio. Era militante político y además sabía perfectamente que su actividad artística lo había expuesto mucho: había trabajado en cine junto a Raymundo Gleyzer y, cuando hizo obras para el Centro de Estudiantes de Arquitectura, interpretó nada menos que a Ernesto Guevara. “Me decían Che por la calle, así que imaginate: estaba en una situación personal bastante jugada.” El regreso en 1981 le deparó la sorpresa de un clima de efervescencia: mucha gente joven con inquietudes artísticas y políticas buscaba desesperadamente agruparse, no para hacer la revolución como en los años 73/74 sino como una manera de escapar a la asfixia cultural impuesta por los militares. “Había un clima de mucho movimiento. Cuando convoqué por primera vez para los talleres, lo hice advirtiendo que no iba a formar un elenco para estrenar una obra en un mes. Prometía lo de siempre: disciplina y sacrificio. Así y todo, establecí no menos de cinco lugares de trabajo. Inclusive un año ocupamos un lugar muy público, como el teatro Lasalle. En 1983 salimos a formar al grupo en el teatro callejero, pero era un poco loco salir a la calle en ese momento. De repente venían los punks e invadían el espacio que estabas creando. Lo bueno es que un actor que había resistido esa parada quedaba totalmente afirmado como para enfrentar una sala con público. Era muy extraña toda esta experiencia previa, pero los consolidó y los hizo muy firmes. Había mucho debate interno y una especie de acuerdo básico: cuando hay que usar la inteligencia, se usa la inteligencia; y cuando hay que usar algo más primitivo, antropológico, más lejano, allá vamos.”

TIEMPO DE TV Mantener un grupo a lo largo de casi veinte años es una formidable manera de asistir a los cambios sociales que van repercutiendo sobre los sueños, los ideales y las ambiciones de los jóvenes aspirantes, y sin duda Omar Pacheco no dejó pasar la oportunidad de estudiar el tema. “Ver lo que fue sucediendo con la gente a lo largo de los años fue una experiencia notable. De una virginidad inicial, típica del momento de la apertura democrática, los chicos luego se pusieron más condicionados, con más prejuicios, habiendo adquirido su bagaje en el full-contact, la capoeira, ese tipo de disciplinas. Cada uno traía su cliché de la disciplina. Cuando hablabas de hacer movimientos más lentos, más orientales, te largaban algo de tai-chi. Yo les pedía que se olvidaran de todo eso, pero era mucho más difícil borrar esas huellas que empezar de cero con una persona que no traía otra cosa que su pasión. Había una situación muy ligada a la emoción, totalmente distinta. Ahora lo que hay es una enorme abulia, que te lleva a trabajar el doble, y un nivel de superficialidad superlativa. Yo creo que pasó algo muy fuerte a nivel social después de los diez años patéticos del menemismo. Siento que, cualitativamente, el nivel de compromiso y sensibilidad fue decreciendo. Hoy, un pendejo de dieciocho años tiene una línea muy clara de acción, casi diría ortodoxa, de lo que le conviene y lo que no, desde lo económico y lo artístico. Se plantea si este proyecto le va dar rédito económico, o si le va a servir para la televisión. Yo aclaro de entrada que no le va a servir para eso. Pero hay una cosa muy especulativa de parte de los pibes: miran, se dan cuenta de que somos un poco extraños, que existimos hace diecinueve años, pero no aparecemos por ningún lado. Quizás en otrosambientes de teatro les advirtieron que somos como una secta, medio oscuros, que laburamos demasiado al límite. Pero a su vez, por más especulador que sea el aprendiz, todo esto que somos provoca cierto misterio que también puede engancharlos.” Otra de las cuestiones sociales que Pacheco cree necesario resaltar es el hecho de que casi todos los integrantes del grupo provienen del interior. “Casi un ochenta por ciento viene de Tucumán, Salta o Río Negro, adonde yo fui durante años a dar seminarios y talleres. Están inmersos en una geografía distinta, traen algo que está afuera de la locura urbana, de la batalla loca por la televisión.” Así y todo, cree Pacheco, en el grupo van quedando los mejores. O por lo menos los más resistentes. Hoy en día los actores del grupo están poniendo plata para adquirir una sala más grande, luego de que, en enero, se bancara aquel intento de incendio del teatro por parte de unos desconocidos. “Una tarde paró un coche, rompieron la entrada y empezaron a incendiar las cortinas de arpillera. En ese momento no había nadie en el teatro, así que, cuando percibieron el humo, los vecinos llamaron a los bomberos. Quedó radicada una denuncia en la comisaría y eso fue todo. No sé si fue porque en el grupo hay dos chicas que son hijas de desaparecidos, o por mi exilio, o porque nuestra propuesta es ideológicamente definida. Ya se sabe: gajes de este oficio.”

EL DESACOMODADOR Antes de partir hacia los festivales extranjeros, Cinco puertas ya se había convertido en un fenómeno de público: aclárese que estamos hablando de una propuesta absolutamente coherente con lo que se lleva dicho hasta aquí; por lo tanto, el fenómeno se debe al acabado funcionamiento del boca a boca (vital en una ciudad teatrera como Buenos Aires) y la actitud del público. “Vos sentís claramente cuando hay resistencias en la sala, cuando estás desacomodando al espectador. Se nota también cuando viene otra gente de teatro, a ver si lo que hiciste es magnífico o una mierda. Es muy importante ir evaluando eso a cada paso. Yo estoy convencido de que el teatro convencional se está muriendo, y nosotros ofrecemos otra cosa: una propuesta que está muy cerca de lo cinematográfico, y lo cierto es que la recomendación boca a boca viene funcionando.” La experiencia en los festivales extranjeros difícilmente sea olvidada por el director y los integrantes del grupo. En Portugal, en el Festival de Teatro de Porto, se destacó la confrontación de estéticas más clásicas con propuestas de teatro de ruptura, como fue la exhibición de Cinco puertas. En Italia, las sorpresas llegarían a su clímax. “El agasajo fue algo increíble, hasta vino el párroco de Spoletto a ver la obra. Yo sabía que no era para que le gustara, pero igual salió todo bien”, cuenta Pacheco, que aun no se repone del todo de los lujosos programas que los anunciaban al público y las consagradas compañías con las que les tocó compartir cartel en Italia: la de Maurice Béjart, el grupo de danza Corpo de Brasil y la Jennifer Mascal Dance de Canadá; también se presentó una puesta de El Caballero de la Rosa de Strauss, con dirección musical de Richard Hickox y régie de Keith Warner. “Gian Carlo Menotti había venido a Buenos Aires para la puesta en el Colón de su ópera El cónsul, y de algún modo se enteró de la existencia de Cinco puertas. Yo todavía no sé quién le dijo que fuera a ver la obra cuando estuviese en Buenos Aires, es un misterio que va a quedar así. Aquí no me animé a preguntárselo y decidí que se lo iba a preguntar en algún momento durante el festival. Pero estando allá, a medida que iba pasando el tiempo, estábamos viviendo una experiencia tan rara, con la gente matándose a tiros en Croacia a no más de cincuenta kilómetros (yo vi los fusiles argentinos: allí les dicen los gauchitos), que nos limitamos a vivir todo eso y preferí no preguntarle a Menotti cómo fue que una noche en Buenos Aires le recomendaron ir a ver Cinco puertas.”

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