Plástica Iannis Kounellis en el
Museo de Bellas Artes
Arqueología
del trabajo obrero
Vigas,
placas de hierro, bolsas de arpillera llenas de carbón, cables,
ganchos, ropa que cuelga, animales vivos. Ésos son algunos de
los elementos que integran el repertorio del ítalo-griego Iannis
Kounellis, uno de los artistas internacionales más importantes
de los últimos cuarenta años, fundador del Arte Povera.
El Museo Nacional de Bellas Artes presenta hasta el 5 de octubre una
gran exposición itinerante, que obliga como pocas al espectador
a preguntarse qué es el arte. Y funciona como un homenaje al
mundo del trabajo obrero.
POR
FABIAN LEBENGLIK
Iannis
Kounellis es un artista básico. En principio, porque su obra
forma parte de la tradición artística europea de posguerra,
especialmente la que se dio a conocer en relación con las revueltas
de Mayo del 68 (la formación de Kounellis coincidió con
la fractura social después del 45 y con la violenta transformación
italiana que llevó al país de una economía y una
cultura agraria a otra de tipo industrial). Pero también puede
pensarse en este artista como básico en el sentido de que su
obra y sus exposiciones parten de preguntas elementales (¿qué
es el arte?, ¿cuál es la relación del arte con
la vida, y de la cultura con la naturaleza?), para luego intentar responder
otras preguntas más elaboradas (¿cómo debe mostrarse
el arte para sostener su capacidad poética?, ¿cómo
lograr impacto en un mundo donde la imagen satura la mirada hasta volverla
banal?).
Desde su participación activa en la fundación del Arte
Povera, tendencia capitaneada por el crítico y teórico
italiano Germano Celant, junto con artistas como Mario Merz, Michelangelo
Pistoletto, Mario Cerioli o Luciano Fabro, las muestras de Kounellis
nunca han sido conclusivas ni cerradas. Se ha dicho muchas veces que
al Arte Povera se propuso no eliminar ningún elemento de la vida
pensando que la vida y el arte se excluyen recíprocamente. Entre
sus postulados renunciaba a la iconografía; a la superficie
pintada, que constituye su forma de expresión más común;
al concepto de producto, de obra; y, a cambio, ofrecía
no tanto el resultado de un proceso sino el propio proceso mientras
está teniendo lugar. Germano Celant, quien sigue siendo
un crítico relevante en el panorama del arte internacional, afirma:
El Arte Povera representa un enfoque del arte básicamente
anticomercial, efímero, trivial y antiformal, cuya máxima
preocupación son las cualidades físicas del medio y la
mutabilidad de los materiales. Su importancia radica en el compromiso
de los artistas con los materiales reales, con la realidad en su conjunto.
Su intento de llegar a una forma de interpretación de esa realidad,
aunque sea difícil de entender, resulta sutil, cerebral, fugaz,
privada, intensa.
Kounellis nació en El Pireo (Grecia) en 1936, pero desde muy
joven vive y trabaja en Roma. Su obra integra las principales colecciones
del mundo y en los últimos treinta años ha sido exhibida
en el Centro Georges Pompidou de París, en la Documenta de Kassel
y en la Bienal de Venecia (en varias oportunidades), así como
en la Kunsthaus de Suiza, el Museo Reina Sofía de Madrid, el
Museo Stedelijk de Amsterdam, el Art Institute de Chicago, el MoMA y
el Guggenheim de Nueva York, el Museo de Arte Contemporáneo de
Tokio, el CAPC de Bordeaux, el Museo de Arte Moderno de Estocolmo y
el Museo de Arte Moderno de la Fundación Ludwig de Viena. Su
obra ayudó a fundar junto con la de Joseph Beuys, con quien
tiene varios puntos de contacto el género de la instalación,
basado en la relación poética de la obra, de los materiales
y del montaje con la situación y el contexto específico
de la muestra. Esta idea original desencadenó una descendencia
que prácticamente vació el impacto de sus inicios. Pero
en Kounellis esa capacidad interrogativa y problemática se mantiene
intacta.
La
exposición que se presenta en Buenos Aires comenzó en
Los Angeles hace tres años y, a través de sucesivas exhibiciones,
fue cambiando y adaptándose, de modo que aún conserva
una parte de lo que fue, pero al mismo tiempo es un work in progress
muy distinto de aquel de 1997. La radicalidad del planteo de Kounellis
comienza con las preguntas básicas que se enumeraban al principio.
Es decir, con el cuestionamiento del cuadro, y la centralidad y las
limitaciones que esto genera en la percepción, para lograr una
obra que atraviesa e incluye todos los géneros. Lo que el artista
rescata particularmente en esta exposición es el mundo del trabajo
obrero, el de la revolución industrial (por ejemplo, una máquina
Singer de coser, suspendida y estrangulada con una cuerdadesde el techo),
el de los planteos revolucionarios europeos de 1848: un mundo laboral
que hoy se extingue.
Desde comienzos de la década del 60, el artista abandonó
la pintura para incorporar el espacio, el peso, el olor, usando los
materiales enunciados. Sin embargo, los conceptos de composición,
disposición en el espacio, armonía, simetría (o,
más precisamente su contrario, la asimetría) siguen siendo
claves en su trabajo. La suya es una obra que también se relaciona
con el Minimal Art, por su modularidad y repetición, y tiene
puntos de contacto con el happening (especialmente cuando parece el
resto de un ritual efímero, luego perdido). El repertorio reducido
de elementos, casi una enumeración (por cierto, ideológica)
produce una variación de función, pero estimula la memoria
del espectador. Hay en Kounellis una arqueología y una reivindicación
melancólica del trabajo proletario. Los enormes, pesados y contundentes
elementos que se distribuyen en el pabellón del Bellas Artes
lo transforman en un obrador. Después de unos minutos, su repertorio
se hace familiar para el visitante y, por lo tanto, se vuelve predecible.
Pero esos materiales son el alfabeto de Kounellis. En medio de la brutalidad
de los elementos, de sus dimensiones, escalas, peso, contundencia, peligro
y equilibrio, se produce la paradoja de que lo único que cuenta
es la sutileza. Una paradoja que, entre componentes tan fuertes y agresivos,
lo que hace es marcar las pequeñas diferencias de posición,
distribución, combinación, y así sucesivamente.
El arte es siempre un acto dramático, dice Kounellis.
Ese dramatismo tiene no sólo el sentido problemático de
cuestionamiento y crisis, o de plantear el relato de un desequilibrio
sino que hace referencia explícita al componente fuertemente
escenográfico y teatral de sus muestras. Su obra, como él
mismo reconoce, adeuda mucho al teatro de Brecht y de Kantor. La hilera
de 28 sobretodos colgados en un largo perchero horizontal (parte del
repertorio que siempre ha usado el artista) constituye claramente un
acto dramático: una ausencia que sólo llenan simbólicamente
los visitantes de la exposición. El arte pobre de
Kounellis usa lo cotidiano, lo vulgar y lo inesperado para generar un
diálogo de los objetos entre sí, con el espacio y con
el público. Busco dramáticamente la unidad,
dice él, aunque sea inaprensible, aunque sea utópica,
aunque sea imposible.
Los cuerpos vivos siempre forman parte de las muestras de Kounellis.
Si bien en esta oportunidad no se presentó con su caballo y su
loro (tal como hizo hace cuatro años en Madrid, en el Museo Reina
Sofía, con el consiguiente escándalo), ni mostró
su cuerpo o el de una mujer, ni ratas, ni escarabajos, sí eligió
presentar cinco pájaros enjaulados (que el Museo retiró
de las jaulas donde estaban exhibidos, por el ruido que hacían).
Se puede y se debe recomenzar a partir del propio cuerpo,
escribió en 1968, tanto en lo que se refiere al actor como
al espectador (lo mismo en el escenario que en la vida). Kounellis
siempre contrapone naturaleza y cultura, materiales orgánicos
e inorgánicos de la naturaleza, con elementos industriales: hierro,
carbón, arpillera, cables, ganchos, tela, vidrio, madera, animales
vivos. Quien visite la muestra notará, en la mezcla, en la disposición,
en el montaje, la carga poética de memoria y nostalgia. Podrá
también comprobar lo que demostraron las vanguardias: el estallido
y la fragmentación de la obra de arte orgánica; el cambio
rotundo de la noción de belleza. Pero también podrá
asistir al relato de una derrota: el de la fraternidad a través
del trabajo. Aunque el de Kounellis se trata de un relato reivindicativo:
ese mundo, aunque en vías de extinción, todavía
da pelea. Y el artista cree en ella: Estoy contra la estética
de la catástrofe. Soy partidario de la felicidad; busco el mundo
del cual nuestros padres del siglo pasado, vigorosos y arrogantes, nos
han dejado ejemplos de forma y contenido revolucionarios.
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