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Música Litto Nebbia habla de su nuevo disco y de su vieja pasión

Padre nuestro

Fundó Los Gatos, compuso �La balsa� codo a codo con Tanguito y es uno de los padres del rock nacional. Lleva grabados más de ochenta discos y ochocientas canciones. Su sello Melopea difunde músicos de primera que no tienen cabida en las multinacionales (incluso produjo los últimos discos de Cadícamo y Goyeneche). Sin embargo, padece un ninguneo inexplicable, como si fuera el tío quejoso sentado en la punta de la mesa. Litto Nebbia toma la palabra y no precisamente para quejarse.

Por Santiago Rial Ungaro

Se sabe que Litto Nebbia tiene una personalidad expansiva. Si a alguien le queda alguna duda, sólo tiene que contar la cantidad de discos solistas que tiene grabados: más de ochenta, sin incluir coproducciones o participaciones como invitado, sesionista, arreglador o productor. Prócer indiscutido del Rock Nacional (ese fenómeno musical y cultural que va desde 1965 hasta, si se quiere, 1982), Litto es, a pesar de su merecido prestigio, una figura marginal, podría decirse autosuficiente (todos sus discos salen por Melopea, esa especie de sello-trinchera creado hace once años por él mismo) pero marginal al fin.
A la hora de hablar de música popular argentina, el vasto mundo musical de Nebbia (en el que se encuentran conexiones no sólo con el rock nacional y el pop internacional sino con la música de fusión, el tango, la bossa nova y el folklore) es ineludible y a la vez inabarcable: probablemente por esa razón, casi todos conocemos los últimos pasos en las carreras solistas de Charly García, Andrés Calamaro, Gustavo Cerati o Luis Alberto Spinetta, pero casi nadie sabe que Litto Nebbia tiene un nuevo y muy recomendable disco de canciones. Inclasificable en lo estilístico y terriblemente prolífica, la obra de Nebbia está tan impregnada de su persona que, para entrar en ella, es indispensable conocer algo sobre su personalidad y su discurso. Lo que implica un desafío y un esfuerzo que pocos parecen dispuestos a afrontar. Como si se dijera: son demasiados discos, y además ¿a quién le importa lo que está haciendo Litto Nebbia ahora? ¡Qué toque “La balsa” y que se deje de hinchar!

SER UNIVERSAL El hecho es que mientras Sui Generis prepara su trasnochado y un tanto angustiante regreso (con la amenaza latente de un Adiós Sui Generis 2000), Litto Nebbia no muestra el menor interés en reunir a Los Gatos o tocar “La balsa”. Con más de 800 canciones compuestas y editadas, tocadas y arregladas con músicos de primerísimo nivel (Rodolfo Alchourrón, Domingo Cura, Fats Fernández, Rubén Rada, Bernardo Baraj y Antonio Agri, por citar sólo algunos nombres), Litto ha ido creando un género musical propio, en el que la melancolía característica de la música urbana se ve realzada por la riqueza rítmica y armónica de los arreglos, que muestran cuán asimiladas tiene Nebbia la música brasilera, el tango y a su adorado Brian Wilson, y cómo se puede plasmar esta evolución en el formato de una canción.
“Yo me abrí a tocar con medio planeta”, comenta un Litto relajado y campechano. “En el 71 ya estaba metido en la fusión, empecé a tocar con tipos que tenían diez o veinte años más que yo y que venían de otros géneros. Esto me abrió la cabeza y me hizo dar cuenta de algo: si quería tocar en un nivel universal, no tenía que hacerme el rockero, ni el folklorista, ni el tanguero, ni el brasilero, ni el jazzero, ni nada. Tocando con gente como Domingo Cura o el Negro Rada aprendí a ubicarme, a no tocar de más. Y, por sobre todas las cosas, a escuchar”.
Todo esto se puede verificar en Siempre bailan dos, un cálido e inspirado disco de canciones que muestra la extraña vitalidad de un hombre que, luego de más de tres décadas de profesionalismo, se da el lujo de grabar su música con absoluta libertad. La gracia melódica de “Cuello de nácar” y “Ave encantada”, la épica de “La colina”, la ternura baladística de “Siempre bailan dos” o la emblemática “La libertad” tienen un denominador común: su atemporalidad. Justamente eso, el clima casero y personal que tiene su música, hace que Litto siga estando en un universo paralelo en el que la moda (y sus manifestaciones sonoras, que suelen influenciar de una forma u otra a quienes graban canciones) parece no penetrar jamás. “Es un disco de canciones que salieron acá, en mi casa, a la mañana, tomando algo”, resume Nebbia. “Hay que entender que, cuando sos músico, y el disco te suena en la cabeza, y ya sabés exactamente cómo tiene que sonar, las cosas se simplifican: vas y lo grabás. ¿Si me gustaría hacer una superproducción? Seguro, pero tengo que reconocer que me causa mucha gracia cuando leo a esos músicos que dicen que necesitaron 1600 horas de estudio, que fueron a mezclar a Miami, o que necesitaron grabar las cuerdas en Africa. Porque el hecho es que, cuando ponés los discos, y no me pidas nombres, todas esas horas de trabajo no se escuchan: tardarán ese tiempo porque no saben tocar, digo yo. Es como el catering, o el transporte: algo accesorio. Yo pienso que los músicos hablan de eso porque no tienen algo más profundo que decir. Después ponés cualquier disco de Miles Davis o Frank Zappa y salís volando por la ventana... Y ahí no hay catering ni viajes en jet privado ni nada”.

EL PADRE DEL ROCK NACIONAL A una parte muy pequeña de esta enorme obra musical (la discografía de Los Gatos, que dio el puntapié inicial al rock compuesto, sentido y cantado en castellano), Litto debe su fama y su prestigio como pionero y verdadero padre del rock nacional. Desde Charly García a Leo García, pasando por Fito Páez y Daniel Melero, la influencia de Los Gatos se hace sentir como un referente ineludible. Por eso no deja de ser curioso que, a la hora de hacer un poco de historia sobre el Rock Nacional, Tanguito (con un único disco, tan entrañable como errático) tenga su propia película y Litto sea visto por las nuevas generaciones como un abuelo loco o criticón o traicionero, de cuya actualidad poco y nada se sabe. Por su parte, el Tango feroz de Marcelo Piñeyro ni siquiera incluye una canción original de Los Gatos, agregando más desinformación sobre la mítica y antagónica dupla compositora de “La balsa”.
“A mí no me convencés de nada con lo que no esté de acuerdo: ni loco iba a participar de un guión así, en el que aparece un personaje con mi nombre sin que me hayan preguntado nada. En realidad, lo que en verdad haría falta acá es que alguien haga una película seria y comercial, en el buen sentido de la palabra, que cuente la historia tal cual como fue. Que se llame La balsa, si quieren, pero que cuente realmente lo que pasó, porque la verdad es que fue una historia muy divertida y valdría la pena contarla bien. Hay anécdotas increíbles de esa época, como cuando Almendra llevó la tapa de su primer disco y los tipos de la compañía les dijeron todo bien, la vamos a poner y, en cuanto se cerró la puerta, tiraron a la basura esa tapa. Después el disco no salía porque no estaba la tapa, y Spinetta la tuvo que dibujar de nuevo a las apuradas. O la época del primer disco de Los Gatos Salvajes, cuando íbamos a la compañía con los pelos largos, a ver si se había vendido un poquito el disco, y el director artístico de la compañía nos decía que no fuéramos tan seguido porque no queda bien que vean gente como ustedes por acá. O dos meses antes del éxito de La balsa, cuando tuvimos que tocar de relleno en un boliche de Barrio Norte y el dueño del boliche nos decía que por favor nos escondiéramos en la cocina porque le arruinábamos el clima, y dos meses más tarde, cuando nos volvimos famosos, el mismo tipo vino a pedirnos autógrafos... La verdad es que, en la canción hispanoparlante, no hay ningún país donde se haya hecho lo que se hizo acá, y hay muchas cosas que realmente pasaron y que se pueden contar, pero nadie se la banca”.

¿CUANTO ES DEMASIADO? Aunque pocos lo reconozcan públicamente, una de las críticas que se le suelen hacer a Nebbia tiene que ver con su desinterés por su propia imagen, hecho que abarca algunas tapas del sello Melopea. Sin ir más lejos, la baja calidad de las fotos de la tapa y la contratapa de su último disco contrastan con el altísimo nivel musical del disco. “¿Te parece que es para tanto?”, pregunta un poco descolocado Nebbia, para después admitir: “La verdad es que a mí nunca me gustó sacarme fotos. No hay vuelta que darle: desde que empieza la sesión, estoy esperando a que el fotógrafo termine y se vaya”. La otra crítica habitual tiene que ver con los ochenta discos editados como solista: uno no tiende a pensar (antes incluso de escuchar un solo disco) que Litto no es una persona con demasiado sentido autocrítico. “¿La pregunta es si me parece que hay algo que está mal en mis discos? Y, sí, en realidad me gustaría grabarlos todos de vuelta, porque para mí el que viene siempre es el mejor: no trabajo con esa dinámica de autocrítica, sino desde lo emocional. Yo no hago discos para ganar el campeonato, ni he ganado más dinero por grabar tantas canciones, pero soy un tipo enteramente dedicado a esto: para mí es un privilegio, una responsabilidad y un placer producir música. Por eso surgió Melopea. Además, es curioso: nunca escuché que le preguntaran si hay autocrítica a los que graban un disco cada cinco años, que a veces son bastante feos. Serrat, por ejemplo, hace un disco cada cinco años, y está bien, para qué va a grabar todos los meses, si el tipo no es músico, saldrían todos los discos iguales. De última, tampoco veo que nadie tenga demasiado sentido crítico, o no se escucharía tanta música horrible. Si ves algún libro con la discografía de Gardel, no vas a poder creer la cantidad de temas que grabó. Todos los lunes salía un disco nuevo, se compraban como las revistas”.
Coherente con su visión del mercado musical, su experiencia al frente de Melopea (que, además de editar los discos del propio Nebbia, ha dado a conocer músicos de tango, jazz y folklore de calidad indiscutible que no tienen espacio en otras compañías discográficas) convierte a Nebbia en un editor-mecenas: su pequeña empresa discográfica produce unos diez discos por año, priorizando la calidad (o el gusto de Litto) ante todo. “El sello funciona artísticamente bien porque hace once años que está, ya tiene un catálogo, prestigio, y cada vez funciona un poquito más en el exterior. Pero tenemos los mismos problemas que cualquier cosa chica acá en Argentina: no llegamos como querríamos en la distribución y es muy difícil que te difundan los discos. Pero sabemos que es un trabajo contra la corriente, porque tener este sello es un lujo, pensando en lo descerebrado que es culturalmente este país”.
Este margen de acción permite a Nebbia darse ciertos lujos que muestran lo despistados e irrespetuosos que siguen siendo los encargados locales de las discográficas. “Yo produje los seis últimos discos de Enrique Cadícamo y los tres últimos de Goyeneche”, señala con indisimulable orgullo. “Cuando empezamos a grabar el primero con el Polaco, en 1986, el tipo llevaba cinco años sin contrato con un sello discográfico. Después, cuando se murió, una de las compañías grandes intentó comprarnos el último disco que le grabamos, me imagino que con la idea de venderlo como el disco póstumo. Obviamente no se lo vendimos. Son detalles de nuestro país: en 1995 yo grabé, a instancias del propio Cadícamo, un disco de canciones con letras de él inéditas, Nebbia canta a Cadícamo. Me acuerdo que en el gran diario argentino eso ni salió en la cartelera. Pero esa misma semana, en el mismo suplemento de espectáculos, pusieron en la tapa la noticia de que Ricardo Montaner iba a grabar un disco de tangos”.
Basado en las ventas de algunos discos que sustentan el funcionamiento del sello, Nebbia tiene bastante claro cuál es el alcance de Melopea. “Aunque sé que hay temas que a mucha gente le pueden gustar, ni sueño con que el último disco mío o el que edité del Mono Fontana tengan éxito masivo. Pero por más que tengamos siempre problemas económicos, no puedo sentirme ni mostrarme resentido, ya que lo que nos pasa es lógico: es el precio que hay que pagar. De última, hay algo que sí nos da el sello: libertad para hacer lo que nos queremos. Y eso es literalmente impagable”, dice satisfecho, mientras bebe de una cerveza que ni se le ocurre sponsorearle un concierto.

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