Civilización
y barbarie
Por
un lado, se estrena la nueva película de Clint Eastwood, Jinetes
del espacio, en la que un grupo de viejos astronautas son desempolvados
para encontrar y domar un satélite perdido. Por otro, en los
kioscos ya se consigue El desconocido, el clásico del Oeste dirigido
por George Stevens. Ambas películas sirven a Feinmann como excusa
perfecta para discurrir acerca de eso que esconde todo western: la lucha
entre lo viejo y lo nuevo, entre la ley del revólver y el nacimiento
de una nación.
Por
JOSE PABLO FEINMANN
Lo nuevo
y lo viejo ya se agitan en el título de este trabajo. Para muchos,
hablar de dialéctica es decididamente viejo. Es un concepto de
la Modernidad, de los socialismos reales, del marxismo de los siglos
XIX y XX. O también: un concepto hegeliano, que requiere como
elemento fundamental al de totalidad y ya se sabe lo que célebremente
dijo Adorno: la totalidad es lo falso. (No obstante, Adorno es un pensador
hondamente dialéctico, llame a su dialéctica negativa
o crítica.) De modo que sería arcaico hablar de la dialéctica
en los westerns y aun en cualquier cosa, ya que la dialéctica
ha pasado de ser el movimiento mismo de lo real o de la historia a ser
escoria del pasado.
Que sea o no así no es nuestro tema. No lo es, al menos, de modo
directo. Si defino qué voy a entender por dialéctica en
estas páginas acaso se me permita por medio de una acotación
del concepto utilizarlo. Para el tema que nos convoca (lo viejo
y lo nuevo en los westerns) la dialéctica viene como, según
se dice, anillo al dedo. Lo viejo y lo nuevo son dos conceptos en constante
pugna. Casi podríamos decir que el devenir de la historia resulta
de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Esta concepción de la
historia es típica de las concepciones dialécticas. Que
le añaden algo esencial: la noción de progreso. La historia
es dialéctica y la historia es la historia del progreso dialéctico,
que surge de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. En este sentido me
atrevería a decir que los films de cowboys son hegelianos. Primero:
entienden la historia a partir de la oposición entre lo viejo
y lo nuevo. Oposición dinámica, dramática, incluso
romántica. La estética del contraste es privativa del
western. Conceptualmente la estética del contraste se basa en
las categorías de Civilización y Barbarie, expresadas
en nuestra literatura por ese desaforado western que es
el Facundo sarmientino, nada casualmente inspirado en Fenimore Cooper.
Segundo: los westerns expresan una noción de la historia que
se basa en la idea del Progreso. Si hay algo inevitable en los westerns
es el Progreso. La historia del Oeste es su historia, su historia central,
insoslayable, la historia del Progreso, ya que es la historia del nacimiento
de una nación, por decirlo à la Griffith.
Lo que no encontraremos en los films del Oeste es la noción hegeliana
de superación. No hay una síntesis superior entre lo viejo
y lo nuevo. La resolución del conflicto dialéctico no
se hace como en Hegel por medio del acceso a una superación
totalizadora que contenga a los elementos en conflicto. Claramente dicho:
no hay síntesis. No la hay entre lo viejo y lo nuevo. Como no
la hay entre la Civilización y la Barbarie. Uno de los dos términos
del conflicto debe morir. Y siempre muere lo viejo. Así como
para Sarmiento la barbarie debía desaparecer para dar lugar a
la civilización, a la ciudad, a la silla inglesa, a la navegación
de los ríos, a la inmigración, en los westerns lo viejo
debe desaparecer para posibilitar la consolidación del orden
capitalista, que es, también el orden de la ciudad. No hay una
nueva síntesis. Sólo existe el triunfo de uno de los conceptos
y la muerte del otro. Trabajaremos en base a estas categorías.
Ellas nos revelarán el secreto siempre inasible de los westerns.
Alto en el cielo:
Alan Ladd encarnando al gran Shane, el cowboy de El desconocido
que se inmola para salvar un pueblo. |
Los vaqueros
de ahora no usan sombrero: Clint Eastwood lanzado a la conquista
del salvaje espacio.
|
SHANE,
EL DESCONOCIDO Para evitar dispersarnos nos concentraremos en un
western axial: el que filma George Stevens en 1953, inolvidable para
quienes lo vieron de chicos (inolvidable para dos generaciones: los
que lo vieron en el cine y los que lo vieron en Cine de Super Acción)
y que hoy está aceptado como un clásico insoslayable.
Sin embargo, El desconocido (éste es su título en español)
fue mal recibido en el momento de su estreno. Muchos afirmaron que era
un paso atrás, un retroceso ante A la hora señalada, ese
western adulto, psicológico, que había acabado con el
mito de los héroes absolutos, sin miedo, sin conflictos. Shane
(Alan Ladd) pareciera venir a restaurar la figura del héroe bueno
que se enfrenta a los villanos y los derrota sin vacilar ni cuestionarse
nada. Otra vez elBien y el Mal, otra vez ese simplismo que A la hora
señalada había venido a desterrar.
Algunos decían: Vean, Shane viste de blanco. Falso.
No vestía de blanco. Llevaba un atuendo ocre que acaso lo asemejara
a los cowboys de los westerns clase B, con canciones y villanos y chicas
en peligro y muchachos salvacionales. Pero el ocre del vestuario de
Shane respondía a otras necesidades argumentales. Además,
si Stevens había caracterizado tan brillantemente al pistolero
malvado que hace Jack Palance, ¿por qué habría
de errar con Shane? Ocurre que Shane es angélico, sí.
Viene de afuera, como si cayera del cielo y, en el final, se va subiendo
una colina como si ascendiera a esos mismos cielos, regresando. (Veremos
que no, que Shane no asciende a los cielos. Nuestra interpretación
es otra. No se la pierdan.)
El film se ubica hacia fines del siglo XIX. Es un film sobre la dialéctica
entre progreso y tradición. Entre lo vivo y lo muerto. O entre
lo que surge y lo que se apaga. Entre lo que nace y lo que muere. O
más exactamente: entre lo que debe morir para que lo nuevo sea
posible. Y, ésta es nuestra primera sorpresa, lo que debe morir
para que lo nuevo sea posible es Shane, el héroe. (Atención:
no pretendo estar descubriendo la pólvora. No digo que esta interpretación
no haya sido hecha ya, sólo digo que no es la más común
y me juego a que usted no la conocía. Si la conoce, puede abandonar
aquí mismo este texto. Aunque sería una pena.) Como todo
film sobre el progreso, es un film sobre el asentamiento. En los westerns
el progreso lo expresan quienes están dispuestos a quedarse en
un lugar. Así las cosas, en El desconocido, quienes expresan
este asentamiento son los granjeros. El film, en lo esencial, trata
esta temática: los granjeros llegan al valle para instalarse,
para fundar una comunidad. Los ganaderos apenas si han construido un
almacén de ramos generales, cuya puerta da a una calle barrosa
y eternamente húmeda, incómoda, la negación de
lo civilizado. Los ganaderos no son gente de asentarse. Tienen vacas
y las vacas necesitan ir de un lado a otro, como ellos y con ellos.
Son hombres duros y violentos, estragados por el alcohol, las mujeres
fáciles y el poker pendenciero. Los hombres de granja tienen
familia, mujer, hijos. No necesitan armas, sino instrumentos de labranza.
Quieren construir un hogar. Lo que significa construir un país.
Son lo nuevo. Son los colonos.
LA
HORA DE LOS GRANJEROS El desconocido está narrado desde el
punto de vista de un niño. El niño se llama Joey Starret
(Brandon De Wilde) y es el hijo del granjero Joe (Van Heflin). Es un
film de aprendizaje. La novela en que se basa pertenece (como Don Segundo
Sombra) al bildungsroman. Joey ve llegar a Shane y se deslumbra. Lo
ama tanto como a su padre, o tal vez más y hasta llega a fantasear
con una probable imposible relación entre Shane y su madre, quien
también se deslumbra con el recién llegado. Shane ayuda
a Starret en las tareas de la granja. Primero Starret lo echa, pues
cree ver en él sólo a un pistolero. Shane empieza a irse.
No se va. Observa que los ganaderos se acercan a la granja para presionar
malamente a Starret. Lo están consiguiendo y Shane aparece. Tranquilo,
con su revólver enfundado. Los ganaderos vacilan. Le preguntan
quién es. Y Shane responde: Soy un amigo de Starret.
Los ganaderos se van.
Shane comienza a trabajar con Starret. Abandona sus ropas de gunfighter,
de pistolero, y viste las ropas de los granjeros. Duerme en la pequeña
cabaña. A la noche, Joey, desde su habitación dice buenas
noches a su padre, a su madre. Y luego, fuertemente, con un entusiasmo
fresco, exclama: ¡Buenas noches, Shane!.
Pero los ganaderos son impiadosos. Necesitan las tierras de los granjeros
para pastoreo del ganado. Los van a aterrorizar hasta que huyan. De
modo que contratan a un gunfighter de fama temible: se llama Wilson
y lo hace Jack Palance y su figura es un icono de la historia del cine.
(Si no me equivoco Hugo Pratt se inspiró en él para Corazón
Sutton. Ojalá no me equivoque. Como sea, Palance es un dibujo
de Pratt, tal la perfección de su imagen.) Wilson viste de negro
y usa dos revólveres. Ahora las cosas se complican. Shane no
quiere enfrentar a los ganaderos porque quiere dejar de ser lo que es:
un gunfighter. No quiere matar a nadie más. Ha guardado su revólver
y quiere que permanezca así, como un trasto del pasado. Pero
el pasado está ahí. Y sólo el pasado como
arma del progreso pareciera destinado a posibilitar el futuro.
Esto es lo que dice el film. Observemos: no es una cuestión de
valentía o cobardía. Los granjeros son valientes. Pero
son hombres de paz y no saben cómo guerrear. Esto se ve en el
enfrentamiento entre Torrey (Elisha Cook Jr., el William H. Macey de
los 40 y los 50, ¿o Macey es el Elisha de los 90
y el 2000?) y el pistolero Wilson. Torrey llega al pueblo
en busca de provisiones. Wilson anda paseándose frente al saloon
y lo provoca. Torrey dice no temerle. Camina incómodamente por
el barro y se planta frente a Wilson. Tiene, en verdad, un revólver
y una ciega valentía que lo induce a creer que podrá con
el Mal. Pero Wilson representa al Oeste salvaje, al viejo Oeste de la
violencia y la muerte. Sabe cómo matar. Desenfundan y Torrey
apenas si logra extraer su arma. Persisten así, quietos, mirándose.
Wilson sonríe y dispara dos veces. Torrey cae sobre el barro.
Su valentía no ha servido para nada. Desconocía la instrumentalidad
de la violencia. Wilson era un experto en ese arte.
No se trata de ser valiente. Los granjeros pueden construir un país,
pero no son pistoleros. ¿Quién podrá ayudarlos?
Claro: Shane. Que es un elemento exquisito para el análisis.
Shane pertenece al pasado, como Wilson. Y lo sabe. Sabe que su tiempo
ha muerto. Que ha llegado la hora del progreso. La hora de los granjeros.
Pero sabe que sólo él (que es un pistolero, es decir,
un hombre del pasado, pero reconoce el porvenir en los colonos y está
dispuesto a jugarse por ellos) podrá enfrentar al Mal con las
armas del Mal. En suma, la última batalla será librada
por los que van a desaparecer. Pero Shane está al servicio del
futuro. Wilson no. Sin embargo, Shane no va a participar de ese futuro,
ya que para posibilitarlo tiene que volver a ser lo que quería
dejar de ser, un pistolero, un hombre de la Muerte.
Shane deja las ropas de granjero y viste otra vez sus galas de gunfighter,
ese atuendo ocre que tanto ha inquietado a los historiadores de los
westerns. Sube al caballo y marcha al trote corto rumbo al pueblo. Joey
lo sigue. Shane entra en el saloon y se tirotea con los ganaderos. Mata
a Wilson, mata a todos. Pero alguien llega a herirlo. Sale del saloon
y se encuentra con Joey. Sube al caballo y le dice que se va para siempre.
Le dice una de las frases más célebres de los films de
cowboys: Un hombre debe ser lo que debe ser. (Disculpen
si no doy de esta frase una interpretación lacaniana. No soy
Zizek. Me ocupo de estas cuestiones desde un horizonte conceptual más
cercano a Hegel y a Marx que a Lacan.) Shane está diciendo: No
puedo eludir mis condicionamientos. Soy un gunfighter. Pertenecí
a ese tiempo y no puedo formar parte de otro. De los nuevos tiempos.
De los tiempos del trabajo, del asentamiento, de la paz. Pude ayudar
al surgimiento de lo nuevo porque sé la lógica interna
de los tiempos que mueren, ya que a ellos pertenezco. No puedo quedarme,
Joey. Soy el pasado. Un hombre debe ser lo que debe ser. Y le
da un consejo: Crece justo y fuerte. Y se va rumbo a la
colina, abandona el valle. Joey, con desesperación, lo llama,
sus gritos perforan la noche en busca de Shane. ¿Alguien ha olvidado
a Joey gritando ¡Shane, Shane, Shane!? Pero Shane
ni siquiera se da vuelta sobre su cabalgadura. Lo vemos algo inclinado
hacia la izquierda, como si fuera a caerse. Bien. Shane está
muerto. La última bala lo mató. (Quienes hayan visto un
reciente film con Kevin Spacey y Samuel Jackson, descomunales actores,
recordarán el diálogo que sostienen. El film se llama
El negociador. Jackson está en un edificio con unos rehenes y
Spacey habla con él para disuadirlo. De pronto le dice: ¿Sabés
por qué Shane no se da vuelta cuando lo llama Joey? Porque está
muerto.)
COMO
SE GANO EL OESTE Shane muere como muere Wilson. Los dos eran lo
perimido, lo que debía morir. Shane se inmola en su pasado (que
había intentado dejar atrás al trabajar con Starret en
la granja) para que el progreso sea posible. En 1885, Rafael Obligado
canta la muerte del gaucho Santos Vega. Dice: Santos Vega se va
a hundir / en lo hondo de esos llanos / ¡Lo han vencido! / Llegó,
hermanos / el momento de morir. ¿Qué similitudes
y diferencias hay entre Shane y Santos Vega? Las mismas que hay entre
el país que construyó la burguesía norteamericana
y el que hizo la oligarquía porteña.
Shane muere para posibilitar un país de colonos. De hombres que
llegan, se asientan, crean hogares, familias, lazos de solidaridad y
trabajo. Santos Vega muere a manos del Progreso de la ciudad portuaria.
Los militares de Buenos Aires que liquidaron a los habitantes de la
campaña no luchaban para abrirle el camino a los colonos. Mataron
a los colonos. Nuestros colonos eran los gauchos. Y lo que requería
Buenos Aires era un mercado interior en orden y en paz para entregárselo
a Inglaterra. Aquí no se conquistó el Oeste. Ni el Este.
Ni menos aún el Sur. Se los exterminó. Los gauchos jugaron
el papel de los indios norteamericanos. Los yanquis liquidaron a los
comanches, a los sioux, a los pawnes, a los apaches y a los cheyennes
para colonizar esos territorios. How The West Was Won es el nombre de
una famosa película y de una serie de televisión. Es decir,
cómo se ganó el Oeste. Las matanzas de los ejércitos
norteamericanos se hicieron para abrirle paso a los colonos. Aquí,
las matanzas de los ejércitos porteños (la guerra de policía
de Mitre después de Pavón o los genocidios de Rosas y
Roca en el desierto) se hicieron para concentrar la tierra en manos
de la oligarquía, de una oligarquía sin sentido de la
progresividad histórica. Sin el deseo de hacer un país,
sino de entregarlo, de disfrutarlo.
Algunos dirán que esto era inevitable. Otros dirán que
los gauchos y los indios de este país no son asimilables a los
colonos de Estados Unidos. Son todos razonamientos que tienden a justificar
las matanzas de la oligarquía porteña. Vengan de la izquierda
o de la derecha. Hoy, desde la perspectiva del humanismo, rehuyendo
esas lógicas de la historia que se construyen para justificar
lo fáctico, lo que sucedió y sólo así pudo
haber sucedido, sólo es posible decir no hay matanzas buenas
ni matanzas malas. Pero, en Estados Unidos, por cada muerto ponían
un colono. Aquí, por cada muerto ganó tierra y poder la
oligarquía de Buenos Aires. Así, en Estados Unidos crearon
un mercado interno, que fue la base del industrialismo capitalista.
Aquí no hubo mercado interno: hubo una exasperada concentración
de riquezas y poder en manos de una clase dispendiosa, brutal e históricamente
estéril.
LOS
VIEJOS: EL PASADO QUE VUELVE En el más reciente film de Clint
Eastwood Space Cowboys, traducida como Jinetes del Espacio
también hay una vieja sabiduría que se pone al servicio
del progreso, o que demuestra que aún sirve, como los hombres
que la encarnan. Se trata de un film flojo, muy lejos de Los imperdonables,
que era también un film de viejitos. (Ocurre que Clint ya ha
cumplido muchos años y coherentemente se mete con la vejez. Cosa
que está muy bien, ya que además el gran Eastwood ha envejecido
mejor que nadie y hasta podría decirse que su espléndida
jeta se ve hoy, trabajada por las arrugas, mejor que en el pasado.)
La cuestión es así: hay un satélite viejito perdido
por ahí y hay que buscarlo. Pero su tecnología es tan
antigua (data del lejanísimo año de 1958) que es necesario
recurrir a astronautas del atardecer (recordar el gran film de Peckinpah:
Pistoleros del atardecer, con los gloriosos Randolph Scott y Joel McCrea)
para traerlo a la Tierra. De este modo, Clint debe formar su viejo team.
Y va en busca de Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y James Gardner.
Los viejos muchachos pasan todas las pruebas, demuestran estar en forma
y se arrojan al espacio. Lo interesante es esto: el pasado se pone al
servicio del presente. Vertiginosa, sin detenersejamás, sin poder
mirar lo que ha quedado en el pasado ni entenderlo, la tecnología
del nuevo milenio tiene que desenterrar a estos cuatro viejitos para
que entiendan a ese maldito satélite de 1958. Encontrarán
en él una sorpresa desagradable.
Clint hace de viejito obcecado. Tommy Lee hace de viejito con cáncer
de páncreas. El gran Sutherland hace de viejito verde. Y Gardner
hace lo de siempre, nada bueno ni interesante siquiera. (No me gusta
ese tipo, nunca me gustó: apenas un actor de televisión.)
Y no hay más que eso. La moraleja es simple y edificante: no
olviden a los viejos. En ellos reposa una sabiduría que siempre
podremos necesitar.
CONCLUSION
Cuando mencionamos al inicio que no había síntesis
entre Civilización y Barbarie nos referíamos a la dialéctica
de los westerns y a la sarmientina. La barbarie (entendida como lo Otro,
lo que se opone al devenir de la historia, lo que debe morir) murió
en Estados Unidos y murió en la Argentina. La barbarie fue aniquilada.
Pero en los westerns podemos ver una y otra vez que el progreso se materializa
en trabajo, en poblaciones, en caminos, en familias. En una clase social
con progresividad histórica. En A la hora señalada el
sheriff Kane se va, desprecia a todos los que no lo han ayudado. Pero
el pueblo queda. Y el pueblo quería eso: que Kane se fuera. Porque
era el pasado, era la violencia. En Death of a gunfighter (Pueblo sin
ley, 1968, que dirigió primero Robert Totten, que terminó
Don Siegel y firmó, desde luego, Allen Smithee) son los hombres
del pueblo los que matan a un sheriff violento y arcaico. Ellos quieren
el progreso, leyes, capitales del Este.
En los westerns que hemos analizado la violencia funciona como partera
de la historia, al modo en que Marx entendía este concepto. La
violencia de Shane se pone al servicio de la progresividad histórica
de los granjeros. En cambio, la violencia de los gunfighters Wenceslao
Paunero, Sandes e Irrazábal no logró hacer parir una sociedad
nueva. Arrasó con la vieja e instaló sobre sus ruinas
el goce ocioso, infecundo de los amos.
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