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Los trabajos y los días

El proyecto era arriesgado: crear y montar una obra sobre el mundo del trabajo y sus efectos sobre las relaciones entre las personas. Después de trajinar bibliotecas, estudiar mil y un textos legales y esquivar las tentaciones del afán pedagógico, la bajada de línea y el realismo socialista, Vivi Tellas explica por qué el trabajo es “una épica de gente muy confundida”.

POR CLAUDIO ZEIGER

Decir que El precio de un brazo derecho es una obra en construcción es algo más que hacer un juego de palabras. Es decir, en primer lugar, que la mirada que arroja esta obra sobre el mundo del trabajo –las relaciones humanas naufragando en el mar de las obligaciones, la rutina, el sueldo, los horarios– conseguirá un sentido más completo en su fuerte capacidad de apelación a la memoria laboral del público. Es difícil que al escuchar a los actores presentándose en el comienzo de la obra a través de los variados, múltiples y casi disparatados trabajos realizados por ellos mismos desde la adolescencia, los espectadores no sientan removerse los cimientos de su propia relación con el duro yugo. Pero la obra en construcción también está allí como una escenografía básica que apenas avanzará en la hora que dura la obra (teatral), permitiendo respirar el clima característico de lo que está a medio hacer: polvo, humedad, arena mojada, una sensación de pesadez, de incertidumbre y parálisis, la inminencia de un accidente, algo que puede caer desde arriba, un cortocircuito, un golpe mal dado. Para Vivi Tellas, la directora de El precio de un brazo derecho, el trabajo obviamente no es salud, ni promesa de felicidad. Su visión al respecto es más escéptica. Pone el trabajo –celebrado tanto por el capitalismo más salvaje como por los socialismos más reales que ocuparon gran parte del siglo XX– bajo la lupa de la sospecha: hay algo esencialmente inhumano en ese destino que nos toca a casi todas las personas.

TRABAJADORES DEL MUNDO “Un día me di cuenta de cuánto me atraía ver a la gente ocupada trabajando: alguien concentrado haciendo algo, algo que domina mucho, una tarea específica. Y a partir de plantearme una curiosidad sobre esta situación se dio la posibilidad de hacer un trabajo artístico al respecto, una investigación teatral sobre lo laboral”, explica Tellas. “El trabajo me parece una injusticia muy grande, un sistema espantoso que hemos creado entre todos, en el que la mayoría de las personas se dedica a algo que básicamente no le interesa”.
El precio de un brazo derecho es una investigación sobre lo que comúnmente, en los ámbitos gremiales o de los hoy tan en boga “recursos humanos”, se suelen denominar las condiciones de trabajo que, dada la creciente precariedad en la que se inscriben, no pueden llevar a otra cosa que a la denuncia de lo mal que se vive y se trabaja. Para colmo, con la desocupación en auge, por más esclavizante que sea ese trabajo, siempre será una absoluta bendición el solo hecho de tenerlo.
“Hay que distanciarse un poco de esta realidad y del discurso acerca del orgullo y el bienestar que produce trabajar. Hay una pregunta previa y un poco infantil que yo hago: ¿por qué hay que trabajar, por qué estamos de acuerdo en que la estructura social es así, y que el sistema no ofrece otra salida? Una investigación teatral no tiene respuestas a ese problema político y social. La obra es como un catálogo de los problemas que surgen del trabajo, porque el hecho de tocar el tema es abrirse enseguida a una cantidad de disciplinas y enfoques: lo económico, lo sociológico, lo político, lo legal. La pregunta básica es: ¿por qué creés vos que te están pagando, más allá del convenio de trabajo, de lo estipulado? ¿Creés que pagan tu tiempo, tu cuerpo, el hecho de tenerte, el derecho a ejercer la dominación sobre vos?”

ACTORES QUE TRABAJAN Cuando Vivi Tellas convocó a los tres actores para la obra –María Merlino, Susana Pampín y Claudio Quinteros–, les pidió que pensaran en los trabajos que habían hecho cada uno de ellos desde que tenían noción de haber trabajado y antes de convertirse en actores (o sea, la consigna dejaba afuera el trabajo artístico). Lo que en principio era un ejercicio para empezar a trabajar involucrando a los actores a partir de las historias personales, terminó alimentando los textos introductorios de El precio de un brazo derecho: los actores se presentan frente al público diciendo unos monólogos que logran impactar de lleno en la emoción por el simple recurso de la enumeración de trabajos, mechados apenas por un dato, una anécdota mínima, el recuerdo de una sensación. Esos textos, en principio, trazan el mapa del mundo laboral que muchos jóvenes suelen atravesar antes de entrar por la puerta grande del mundo productivo. Es una proliferación de tareas que pululan por las afueras de las grandes empresas, las corporaciones, las oficinas y las fábricas (ámbitos más trajinados para la representación del trabajo en el cine o el teatro), y que traen el aroma de oficios y lugares de un mundo antiguo, más inocente si se quiere: pasear perros, ayudar a un plomero o electricista (que en muchos casos es el propio padre), traducir, sacar fotocopias, atender una mercería, hacer costuras, levantar vasos en un boliche. “Es insólita la cantidad de trabajos que ha tenido cada uno, y es muy emocionante escucharlos, como si las personas fueran un ejemplo y a la vez un muestrario de muchas personas en una, porque pareciera que al cambiar el trabajo también cambiaban los cuerpos”, dice Vivi Tellas.

LA VERDAD DEL TRABAJO A pesar de todo, en la obra en construcción dentro de la que se encuentran los personajes –un hombre, dos mujeres– ese abanico de trabajos con reminiscencias picarescas (uno puede suponer una agitada vida urbana detrás de esa enumeración frenética y juvenil), queda reducido a una versión palpablemente más fría, más oscura, del trabajo. El trabajo, en la escena de El precio de un brazo derecho, se torna pesado, se vuelve yugo. Los actores realmente cargan arena, descargan piedras, martillan, y al fondo, un asistente del director, que es un albañil verdadero, estará gran parte de la obra trabajando con su mezcla durante la escena.
“La obra tiene mucho que ver con los efectos que produce el trabajo sobre las relaciones entre las personas, que se complican y se llenan de pequeñas miserias, de falsedades y falsas complicidades. Claro que en la obra todo sucede de un modo poco realista, porque son dos mujeres y un hombre en una obra en construcción y están vestidos de fiesta. De todos modos, una vez que decidimos incorporar los monólogos de los actores sobre sus verdaderas historias de trabajo, apareció un rumbo documental. La clave de la obra es documental. Tuve necesidad de indagar en archivos periodísticos, tomar datos concretos, casos de discriminación, de injusticia, abusos, condiciones inhumanas. Fui a la Biblioteca de la CGT, donde una persona me orientó mucho sobre las leyes que rigen el trabajo, así que también investigamos sobre los aspectos legales, que son textos- Verdad, son La Ley, un poco aburridos de leer pero abundantes en información y precisiones sobre el tema, sobre la relación entre el precio y el cuerpo. Hay, por ejemplo, una cotización del cuerpo que varía según vayas perdiendo alguno de tus miembros.”

UNA EPICA CONFUSA El hombre y las dos mujeres pasan una jornada entera en la obra en construcción. La tensión se generó desde temprano, por un compañero que no está en escena y que renunció o “lo fueron” –hay distintas versiones al respecto–. El hombre parece tener un cierto ascendente sobre las mujeres, no por ser el jefe sino por ser una especie de capataz y, sí, sobre todo por ser varón. A lo largo de la hora en que transcurre El precio de un brazo derecho hay también conflictos con el sexo –el sexo en el trabajo–, el dinero y el cuerpo en peligro, a punto tal que una leve ola de tragedia, apenas perceptible en los primeros tramos, empieza a cobrar fuerza a medida que avanza el tiempo. A pesar de ciertas reservas y de los desvíos estéticos que impone Vivi Tellas a la posibilidad de una obra testimonial, El precio de un brazo derecho es lo más parecido a una denuncia.
“Había un camino directo a un realismo socialista, o a un neorrealismo, y yo trataba de escapar de esas formas ya cristalizadas buscando un camino nuevo”, dice. “Creo que la solución vino por el lado de mantenerse cerca del trabajo de los actores y de sus propios relatos sobre la experiencia del trabajo, preguntarnos todo el tiempo qué nos pasaba con el trabajo, que imágenes, qué emociones aparecían. Fue mucho tiempo de dejar que apareciera todo eso, situaciones familiares, experiencia personal, sin sofocar, sin conducir todo hacia una línea, sin manipular. Ahora lo veo para atrás y siento como si hubiera caminado por un campo minado de tentaciones: lo pedagógico, los mensajes, la bajada de línea, lo político. El desafío era estar entre esas cosas sin rendirse a ellas. Creo que el mundo del trabajo es una épica, pero muy poco cristalina, muy poco recta, nada que ver con lo que podía ser su representación en las primeras décadas del siglo XX. La actualidad del trabajo es una épica de gente muy confundida.”


El precio de un brazo derecho
puede verse a partir del fin de semana
que viene los sábados a las 23 hs. y los domingos
a las 21 en Babilonia (Guardia Vieja 3360).

 

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