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 Los trabajos y los días 
 POR CLAUDIO ZEIGER Decir que El precio de un brazo derecho es una obra en construcción es algo más que hacer un juego de palabras. Es decir, en primer lugar, que la mirada que arroja esta obra sobre el mundo del trabajo las relaciones humanas naufragando en el mar de las obligaciones, la rutina, el sueldo, los horarios conseguirá un sentido más completo en su fuerte capacidad de apelación a la memoria laboral del público. Es difícil que al escuchar a los actores presentándose en el comienzo de la obra a través de los variados, múltiples y casi disparatados trabajos realizados por ellos mismos desde la adolescencia, los espectadores no sientan removerse los cimientos de su propia relación con el duro yugo. Pero la obra en construcción también está allí como una escenografía básica que apenas avanzará en la hora que dura la obra (teatral), permitiendo respirar el clima característico de lo que está a medio hacer: polvo, humedad, arena mojada, una sensación de pesadez, de incertidumbre y parálisis, la inminencia de un accidente, algo que puede caer desde arriba, un cortocircuito, un golpe mal dado. Para Vivi Tellas, la directora de El precio de un brazo derecho, el trabajo obviamente no es salud, ni promesa de felicidad. Su visión al respecto es más escéptica. Pone el trabajo celebrado tanto por el capitalismo más salvaje como por los socialismos más reales que ocuparon gran parte del siglo XX bajo la lupa de la sospecha: hay algo esencialmente inhumano en ese destino que nos toca a casi todas las personas. TRABAJADORES 
          DEL MUNDO Un día me di cuenta de cuánto me atraía 
          ver a la gente ocupada trabajando: alguien concentrado haciendo algo, 
          algo que domina mucho, una tarea específica. Y a partir de plantearme 
          una curiosidad sobre esta situación se dio la posibilidad de 
          hacer un trabajo artístico al respecto, una investigación 
          teatral sobre lo laboral, explica Tellas. El trabajo me 
          parece una injusticia muy grande, un sistema espantoso que hemos creado 
          entre todos, en el que la mayoría de las personas se dedica a 
          algo que básicamente no le interesa. ACTORES QUE TRABAJAN Cuando Vivi Tellas convocó a los tres actores para la obra María Merlino, Susana Pampín y Claudio Quinteros, les pidió que pensaran en los trabajos que habían hecho cada uno de ellos desde que tenían noción de haber trabajado y antes de convertirse en actores (o sea, la consigna dejaba afuera el trabajo artístico). Lo que en principio era un ejercicio para empezar a trabajar involucrando a los actores a partir de las historias personales, terminó alimentando los textos introductorios de El precio de un brazo derecho: los actores se presentan frente al público diciendo unos monólogos que logran impactar de lleno en la emoción por el simple recurso de la enumeración de trabajos, mechados apenas por un dato, una anécdota mínima, el recuerdo de una sensación. Esos textos, en principio, trazan el mapa del mundo laboral que muchos jóvenes suelen atravesar antes de entrar por la puerta grande del mundo productivo. Es una proliferación de tareas que pululan por las afueras de las grandes empresas, las corporaciones, las oficinas y las fábricas (ámbitos más trajinados para la representación del trabajo en el cine o el teatro), y que traen el aroma de oficios y lugares de un mundo antiguo, más inocente si se quiere: pasear perros, ayudar a un plomero o electricista (que en muchos casos es el propio padre), traducir, sacar fotocopias, atender una mercería, hacer costuras, levantar vasos en un boliche. Es insólita la cantidad de trabajos que ha tenido cada uno, y es muy emocionante escucharlos, como si las personas fueran un ejemplo y a la vez un muestrario de muchas personas en una, porque pareciera que al cambiar el trabajo también cambiaban los cuerpos, dice Vivi Tellas.  LA 
          VERDAD DEL TRABAJO A pesar de todo, en la obra en construcción 
          dentro de la que se encuentran los personajes un hombre, dos mujeres 
          ese abanico de trabajos con reminiscencias picarescas (uno puede suponer 
          una agitada vida urbana detrás de esa enumeración frenética 
          y juvenil), queda reducido a una versión palpablemente más 
          fría, más oscura, del trabajo. El trabajo, en la escena 
          de El precio de un brazo derecho, se torna pesado, se vuelve yugo. Los 
          actores realmente cargan arena, descargan piedras, martillan, y al fondo, 
          un asistente del director, que es un albañil verdadero, estará 
          gran parte de la obra trabajando con su mezcla durante la escena. UNA 
          EPICA CONFUSA El hombre y las dos mujeres pasan una jornada entera 
          en la obra en construcción. La tensión se generó 
          desde temprano, por un compañero que no está en escena 
          y que renunció o lo fueron hay distintas versiones 
          al respecto. El hombre parece tener un cierto ascendente sobre 
          las mujeres, no por ser el jefe sino por ser una especie de capataz 
          y, sí, sobre todo por ser varón. A lo largo de la hora 
          en que transcurre El precio de un brazo derecho hay también conflictos 
          con el sexo el sexo en el trabajo, el dinero y el cuerpo 
          en peligro, a punto tal que una leve ola de tragedia, apenas perceptible 
          en los primeros tramos, empieza a cobrar fuerza a medida que avanza 
          el tiempo. A pesar de ciertas reservas y de los desvíos estéticos 
          que impone Vivi Tellas a la posibilidad de una obra testimonial, El 
          precio de un brazo derecho es lo más parecido a una denuncia. 
           
 
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