Caprichos Michel Houellebecq hace pop Las partituras elementales Luego de convertirse en el escritor vivo más importante de Francia, Michel Houellebecq subió la apuesta y decidió lanzar su carrera como cantante pop. Para sorpresa de devotos y detractores, la gira del autor por las playas y los bares de la costa europea fue una de las sensaciones del verano boreal: todos bailaron al ritmo de Presencia humana, una oda al desencanto de la vida, la frustración y la muerte del amor. Por ALEJO SCHAPIRE, desde París Tarde, ya de madrugada, el canal musical difunde el videoclip en el bloque alternativo. En una escenografía tipo Club Med, un adonis y una diosa bronceados, sonrientes y rubios, sumergen sus cuerpos perfectos en el mar azul. Un vago reggae, tenue, casi ambiental, acompaña las imágenes. La voz masculina es monocorde, hipnótica, melancólica: Playa blanca /las alemanas atraviesan el decorado / Solo, entre los seres humanos, camino hacia el club de vela / último día en la villa turística, traslado desde el hotel / Lufthansa, retorno a la realidad. A medida que las postales veraniegas desfilan, el televidente es invadido por un creciente malestar, una angustiante sensación de vacío. Cuando aparece el nombre del intérprete, las cosas se ponen más negras: Michel Houellebecq es el autor; Playa blanca, el tema (en alusión a un balneario de Las Canarias); Présence humaine (Presencia humana), el título del álbum. El video forma parte de la promoción del disco y de la tournée que lo llevó a recorrer playas, boliches y teatros durante la temporada de verano del Hemisferio Norte que acaba de terminar. ENTRE DROOPY Y BAUDELAIRE No se trata de otra celebridad explotando su imagen en productos derivados. Cinco años atrás, antes de convertirse en un fenómeno editorial con Las partículas elementales, Michel Houellebecq había intentado ya musicalizar sus poemas. Formo parte de una corriente de poesía que está hecha para ser leída en público. En una época en que se estaba más acostumbrado a los versos, era menos necesario leerlos porque la gente llevaba consigo su música interna. Hoy son más difíciles de transmitir si no se los lee en voz alta, explica en una entrevista al matutino LHumanité. El poeta cruza entre Droopy (por el entusiasmo) y Baudelaire (por el misticismo trágico) solía recitar sus textos en teatros y cafés literarios. Y, como lo hicieron antes Boris Vian y los poetas de la generación beat, declamaba en escena acompañado por músicos de jazz. Llegó incluso a grabar Poétiques, un disco para la estación de radio France Culture, una experiencia poco concluyente con la música contemporánea. La verdadera fusión entre su escritura y la canción surge recién cuando conoce a Bertrand Burgalat, productor, compositor y fundador del vanguardista sello Tricatel (que busca distribuidor en Argentina). Este dandy parisino, arreglador de Nick Cave, convenció a Houellebecq de que entrase en el estudio junto a la banda Eiffel. Burgalat y su grupo aportaron un sonido easy-listening (ese que puebla salas de espera y ascensores), pasado por el filtro kitsch y psicodélico de los años 70. Las guitarras funky, los bajos saturados y los sintetizadores recrean una atmósfera retrofuturista que se complementa con la voz distante y de opaca elegancia que porta Houellebecq, y que sirve como transporte a un fraseo que todos comparan con el de Serge Gainsbourg en Lhomme à la tête de chou. EL
RAP BLANDO CEST MOI No se puede decir que Houellebecq cante;
se contenta con hacer un rap blando, según la expresión
de su socio Burgalat. Consciente de sus limitaciones vocales, tiene
por modelos a Lou Reed, Leonard Cohen y Neil Young. El resultado de
esta asociación musical fue descripto por la revista Le Nouvel
Observateur como funk baudeleriano, trance tecno soltero, bossanova
comunista, ruido blanco de economía de mercado. En cuanto
a la prestación escénica, Houellebecq está lejos
de alcanzar la elasticidad de un Iggy Pop o la sensualidad de un Axl
Rose. Aplastado por unas luces que lo hacen transpirar más de
lo acostumbrado (lo que es mucho decir), este ex ingeniero agrónomo
agarra el micrófono con firmeza, como si fuera un cepillo de
dientes. Sin seguir necesariamente el ritmo, se agita como si dudase
entre agacharse y permanecer parado. Pero esta torpeza patética,
que fue cediendo a medida que los shows se multiplicaron, no le impide
imponer una voz herida que es mucho más contundente y comprensible
que cuando habla. |