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Joan
Manuel Serrat sacó disco nuevo, pero la cosa no es tan fácil:
las canciones son viejas, están compuestas por un batallón
de monstruos latinoamericanos como José Alfredo Jiménez,
Violeta Parra, Enrique Santos Discépolo, los hermanos Expósito,
Víctor Jara y Homero Manzi, y la voz que se escucha en Cansiones
no es la del catalán sino de un tal Tarrés. Radar dialoga
con Serrat y Tarrés en Barcelona y cuenta cómo es la cosa.
Por
RODRIGO FRESAN, desde Barcelona
Hasta
ahora se sabía por los recién divorciados padres de Penélope
Cruz que la Actriz de la Nueva España y Símbolo Milenarista
del Poder Ibérico le debía su nombre a una canción
de un cantautor de nombre Joan Manuel Serrat, nacido el 27 de diciembre
de 1943 en el barrio de Poble Sec de Barcelona, hijo de Angeles, ama
de casa, y de Josep, obrero. Lo que no se sabía es que la niña
de los ojos de los españoles también estaba en deuda con
un tal Tarrés, sombra díscola y cómplice de Serrat
que lo sigue desde siempre pisándole los talones. Caminante no
hay camino, pero sí hay Tarrés: ese doble al que Serrat
decide rendirle tributo en Cansiones, flamante compact de covers de
canciones hechas allá, al otro lado del charco en el que Serrat
más de una vez se mojó los pies. Porque si Serrat nació
en el Mediterráneo, son incontables las veces que por placer
y obligación cruzó el Atlántico con Tarrés
en la valija. Y no como uno de esos muñecos de ventrílocuo
con ganas de cantarle las cuarenta a su supuesto amo sino como socio
secreto y catador de músicas ajenas con ganas incontenibles de
hacer propias. Eso es Cansiones: trece clásicos sudacas o espaldas
mojadas (Soy lo prohibido, En la vida todo es ir,
El último organito, Mazúrquica modérnica,
Yo sé de una mujer, Sabana, El
amor, amor, Che pykasumi, La maquinita,
Fangal, El cigarrito, De un mundo raro
y La llamada) precedidos por una canción nueva, firmada
por Serrat junto a Tito Muñoz y titulada Tarrés.
En esas estrofas, el catalán explica las reglas del juego y perfila
a su alter-ego (Ese tal Tarrés / que no me cabe en la piel
/ y saca a mi animal de parranda con él) para, después,
dar paso a estrofas anónimas y versos célebres donde se
juntan los fantasmas de José Alfredo Jiménez, Violeta
Parra, Enrique Santos Discépolo, los hermanos Expósito,
Víctor Jara u Homero Manzi por el solo placer de ser serratizados,
o tarresizados, da lo mismo: empieza uno, sigue el otro y todos se encuentran
a la altura del estribillo.
MI
OTRO YO Serrat le resta importancia al asunto y sonríe de
costado cuando se le señala que, con casi treinta y cinco años
de carrera profesional, haya decidido recién ahora hacer público
a su socio privado con un disco de covers maniobra ya utilizada
por Bob Dylan, Caetano Veloso y Paul McCartney, a la hora de pararse
en otra encrucijada del mismo camino de siempre coincidiendo con
el momento en que su grabadora decide reeditar su obra completa en tránsito:
29 discos en catalán, castellano y portugués, ahora remasterizados
y digitalizados. Serrat responde que él no estaba al tanto de
los planes revisionistas de su discográfica, que el otro día
le mandaron los compacts nuevos y que apenas los escuchó. Apenas
escucha lo que hizo, salvo a la hora de verse obligado a recordar alguna
letra olvidada para ensayarla antes de salir de gira. En general,
lo que hice suele gustarme poco y creo que todo es mejorable. Pero la
ventaja que tienen las canciones es que no son herméticas. Una
canción es manipulable, en el mejor sentido de la palabra.
Está claro que Serrat prefiere hablar del Tarrés que es
ahora antes que del Serrat que alguna vez fue: En este nuevo trabajo
he sido muy riguroso en mantener la naturaleza de las canciones elegidas,
en sus textos y su fondo, pero he sido un descarado a la hora de las
formas. Creo que Cansiones es uno de mis trabajos más lúdicos
y sensuales. Lo más difícil, claro, ha sido la selección
de canciones: la resultante del extracto sutil del disco blando de mi
memoria sentimental. Lo que no significa que mis preferencias se agoten
en este disco. Podría hacer varios más... pero, en fin,
estoy contento con el destilado de este elixir que he conseguido.
El sistema para elegirlas ha sido sencillo, dice Tarrés, o Serrat:
¿Cuáles son las canciones que uno canta en la ducha,
o bajo la lluvia con los amigos, las que son la banda sonora de determinados
momentos de nuestras vidas? Esas que forman parte de nuestra educación
y nos comemoscrudas o se nos abren de piernas. Esas elegí. Con
una advertencia más que pertinente: estas cansiones no pretenden
funcionar como réplicas de sus respectivos originales. Nadie
encontrará aquí el reflejo fiel de ese bolero que alguna
vez susurró a una oreja perfumada, ni aquel vallenato que bailó
una noche en Cartagena de Indias, o ese tango canyengue y compadrón
hecho en San Telmo. Va a encontrar a los dobles de esas canciones, interpretadas
por el doble de Serrat.
Serrat no parió a Tarrés porque esté cansado o
aburrido de ser Serrat. Tampoco para subirse al tren latino que, dicen,
cada vez corre más rápido y tienes más vagones
y quema más dólares en las calderas del marketing y el
mercado. Serrat dice que él podría haber hecho ese disco
hace diez años o dentro de diez años, porque hay pocos
como él a la hora de sentir Latinoamérica como parte de
su mundo. Pero a medida que pasa la vida uno comienza a darse
cuenta de que va quedando más tiempo atrás que adelante.
Y, entonces, mejor ir sacándose las ganas de ciertas cosas. Para
mí, esto era una de esas asignaturas pendientes. No me siento
viejo ni estoy enfermo, pero sí soy consciente del acortamiento
de los plazos. En esto tengo una gran deuda con Tarrés, quien
ha sido el verdadero impulsor del disco y...
Serrat interrumpe su discurso para firmarle el autógrafo a una
adolescente que lo mira con ojos de lolita y ganas de lo que venga.
Otra neoPenélope que creció escuchando a ese tipo que
ahora le sonríe y le pone la firma y sigue hablando de su otro
yo.
SOY
LATINO Serrat, Tarrés y yo estamos en Teiá, en las
afueras de Barcelona, en un pueblo cerca del mar, en un teatro con bar
donde Serrat ensaya los temas de la gira por América que se apresta
a iniciar. El repertorio de esa gira por la otra orilla arrancará
con las canciones que robó para Cansiones grabadas pasaporte
en mano en diferentes estudios de Montevideo, Bogotá, Buenos
Aires y Barcelona para seguir con las canciones que más
de uno querría robarle a él. Converso con Serrat en un
bar que no está acostumbrado a tener a alguien como Serrat pero
que lo recibe como si fuera un habitué de toda la vida. Lo mismo
que ocurre con Serrat en todas partes, si se lo piensa un poco. Lo que
no quita que se produzca una atendible vibración en el aire cada
vez que el hijo dilecto y a menudo conflictivo de esta región
saca disco nuevo y asoma la misma cabeza de siempre. Es la segunda vez
que asisto al lanzamiento de un nuevo Serrat in situ. La primera fue
en 1983, con Cada loco con su tema. Tantos años más tarde,
divierte bastante encontrarse con Serrat conversando con Diego Manrique
para las páginas de la Rolling Stone española Madonna
en la tapa sobre sexo, drogas y rocknroll, mientras
las calles catalanas están cubiertas de posters de Cansiones
peleándoles paredes a Radiohead, U2 y a ese disco homenaje y
apología del posmodernismo rumbero donde -aunque ustedes no lo
crean Peret canta junto a David Byrne mientras el cada vez más
demencial Raphael triunfa en Madrid con una versión del musical
Dr. Jekyll y Mr. Hyde que, para preocupación de los controladores
de Broadway, es una hora más larga que el original sin que se
le haya agregado una coma (pero sí, claro, un Raphael).
En los carteles, Serrat o Tarrés sonríe desde el sillón
de la célebre peluquería Confort de La Habana, uno de
esos sitios que supuestamente ya no existen pero ahí están.
Serrat fue a La Habana para grabar un videopromocional entre mulatas
de culos rotundos y amigos cercanos más allá de la distancia
de sus nuevos temas escritos por otros y alimentar el mito de Tarrés
con entrevistas a famosos que van de Quino a Jorge Perugorría,
Víctor Heredia o Daniel Rabinovich de Les Luthiers, donde intenta
acorralarse a la sombra esquiva de ese otro Serrat que está en
éste. En el video que se presentó a los muchos periodistas
en la Sociedad de Autores de Barcelona, Tarrés aparece como una
especie de Rick, el deCasablanca, con traje a rayas y sombrero de ala
ancha escondiéndole el rostro. Una especie de retro-pícaro
en fuga permanente con ganas de ser alcanzado lo más rápido
posible. Primero divierte y enseguida preocupa el entusiasmo fácil
con que los cronistas asumen el juego de la doble personalidad y todo
deriva y naufraga en los riscos del Quién es más
seductor: ¿Serrat o Tarrés? y otras lindezas por
el estilo. Serrat se divierte en su rol de médium voluntario,
comenta que ya empiezan los problemas de cartel con su socio, pero no
por eso deja de aportar palabras certeras a la hora de separar al producto
del envase: No necesito el éxito de un disco de unos músicos
cubanos, apadrinados por un norteamericano aunque los cubanos
se merezcan todo mi respeto para decidirme a cantar canciones
de unos países por los que he viajado muchísimas veces
durante muchísimos años. Yo soy latino, por mediterráneo
y por hispanoparlante. Lo que no es latino es esa música que
hacen en Estados Unidos y que se premian entre ellos.
LOS
SERRAT Aquí y ahora, todo el mundo tiene perfectamente claro
quién es Tarrés. Lo que no es tan sencillo de definir,
a esta altura, es quién es Serrat. Pasa con los mejores, con
los grandes que de tan grandes se niegan a la síntesis,
a la cómoda entrada conceptual y biográfica. Pero primero,
antes de pasar a la apreciación forzosamente extranjera del fenómeno
y con una ayudita de alguien a quien no conozco pero podría
ser amigo las palabras de un local, Diego Manrique, en la ya citada
edición de Rolling Stone: Este periodista ha tenido ocasión
de entrevistar a Dylan, Ray Davies, Lou Reed, Bowie, Jagger, Morrison,
Chuck Berry. Es decir, a algunos de los mayores talentos (y más
grandes hijoputas) de la música del siglo veinte. Pero atención,
este periodista sólo se puso nervioso, sólo tartamudeó
cuando una noche recibió por sorpresa una llamada de Joan Manuel
Serrat. ¿Razones para ese acojone? Aparte de su descomunal talento
artístico, El Nano es historia viva de España y América
latina, exiliado por sus opiniones, un paso-al-frente cuando hubo que
cantar las cuarenta a las tiranías. Sus canciones popularizaron
poetas, marcaron vidas, incluso bautizaron niños y niñas
y... Ahora, el aquí firmante, el que fue a buscar a Serrat
a Teiá y también entrevistó a su montoncito de
hijoputas sagrados y monstruosos, espera leyendo en una mesa y no ve
llegar a Serrat hasta que éste se le para al lado y le pregunta
o más bien afirma: Tú me estás esperando,
¿verdad?. Dicho con esa inconfundible voz que ha pertenecido
a varios Serrats antes de ser Tarrés.
Veamos. Está el Serrat primero, el comprometido con la Nova Cançó
catalana; está el traidor que se vende al grabar
y triunfar en español pero se niega a cantar la insípida
y ganadora La, la la en Eurovisión; está el
galán protagonista de la demencial película Tren de matinada
y el chico proletario que se codea con la Gauche Divine barcelonesa
y descubre el ácido lisérgico; está el poeta que
hizo más por Antonio Machado y Miguel Hernández que toda
la Real Academia Española; está el fugitivo de Franco,
el españolito súbitamente internacional y está
para pesar de algunos entre los que me cuento El Nano beatificado
a la hora de fundamentar los más rancios clichés supuestamente
progres. Ese personaje que aparece a la altura de En tránsito
(1981), y que no tiene la gracia de Tarrés y sí los laureles
de un dudoso libertador à la Billiken. Creo estar en mi derecho
por haber recibido de regalo en mis cumpleaños número
ocho y nueve Mediterráneo y Miguel Hernández de
afirmar que, a mí, el Serrat más interesante y más
artista me parece aquel que en un verso de Machado decía más
que todo Benedetti; el que armaba esas perfectas canciones aptas tanto
para patronas como para mucamas con títulos como Señora,
Muchacha típica y Qué va a ser de ti;
aquellas canciones como Pueblo blanco y Fiesta
tan apropiadas para la España negra y para la España luminosa,
canciones que le cantaban a la vida y a la muerte con la misma sonrisaentre
desfachatada y épica. Si alguien se ofende por esto, lo siento
mucho, y le recomiendo que escuche una y otra vez la formidable antologíagrandes
éxitos Veinticuatro páginas inolvidables: dos CDs siameses
que hacen pensar que la música popular pocas veces ha respondido
con mayor gracia y elegancia a eso de popular y música,
con dos docenas de tracks impecablemente arropados por los potentosos
y broncíneos arreglos de Ricardo Miralles, el indiscutible George
Martin de Serrat (a diferencia de los desarreglos musicales de un tal
Kitflus en Cansiones). Los méritos de aquel primer Serrat son
nada más que de Serrat. Las culpas del segundo Serrat, también,
pero menos: ¿quién tiene toda la culpa de cómo
lo ven los otros?
LA
FAMA Debe haber algo terrible en ser aunque sea un poco lo que los
demás quieren que uno sea. Eso que llaman fama, ese costado bastardo
y desafinado del éxito. Le pregunto a Serrat sobre los pros y
contras de ser Serrat y no sé si me contesta Tarrés, pero
contesta esto: Uno siempre es víctima de sus triunfos,
como lo es de sus fracasos. Pero lo que uno nunca debe permitirse es
ser más responsable de lo que realmente es. Yo trato de ser responsable
de Serrat y, en lo que cabe, de Tarrés. Y de alguna forma también
responsable del tiempo en que me ha tocado vivir: de mis actos, de la
influencia que puedan tener mis actos y de la influencia que puedan
tener mis palabras. Pero, a partir de ahí, ya no puedo hacer
más... Lo que se le ocurra a cada uno mirándose en un
reflejo, o lo que cada uno piense de mí... En el fondo, uno siempre
va por ahí pensando que tiene un traje hecho a medida. Y, bueno,
a veces los demás lo piden más o menos prestado y se lo
ponen estilo prêt-à-porter... Los seres humanos no solemos
ser muy objetivos o respetuosos con las medidas de aquello que odiamos
o amamos: le cambiamos el cuello, le alargamos las mangas, lo ajustamos
a esa cosa que nos parece estupenda y que somos nosotros. Entonces lo
deformamos o lo desfiguramos para que nuestra pasión o nuestro
desprecio esté plenamente justificado. El malo de la película
tiene que ser muy malo para que el bueno de la película pueda
ser muy bueno. Y viceversa. En resumen: bastante tiene uno con lo que
tiene encima. Yo no quiero desilusionar a nadie, pero tampoco quiero
ilusionar a nadie con la creación de un personaje. Quiero llevarme
bien conmigo mismo y que no me duelan los pies por los zapatos que me
pongan o la cabeza por el sombrero que me han regalado y yo no pedí.
Serrat recuerda haberse comprado el primer disco de los Beatles cuando
estaba buscando lo último de Jacques Brel. Serrat es un cantautor
europeo, más hijo de la chanson que del folk o del beat. Y eso
se nota en sus principios y se sigue notando ahora. Alguien que se nutre
de poetas y que tiene bien leído lo que hay leer y bien escuchado
lo que hay que escuchar, sin por eso dejar de oír con altura
las voces y los ruidos de los barrios bajos. En un largo artículo
aparecido en 1972 en las páginas de la revista Mundo Joven y
rescatado por Margarita Rivière para el libro un tanto hagiográfico
Serrat y su época: biografía de una generación,
Manuel Vázquez Montalbán escribe: Si Serrat trascendió
y empezó a gustar a los intelectuales fue por el talante camp
incipiente que coincidió con su aparición. Serrat sonaba
a formalización conocida: canción francesa y canción
de consumo española de los años cuarenta. Unas y otras
formaban parte de la subcultura habitual de los intelectuales jóvenes
y de la pequeña burguesía ilustrada. Serrat partía
de un protagonista: él mismo. Encarnaba la contradicción
de un muchacho formado en esa cultura de barrio y promocionado hacia
un brillante porvenir pero, ante todo, primaba la sinceridad vital del
personaje. Su canción no es una propuesta adecuada al consumo
sentimental: es una declaración vital. Serrat se convirtió
en un abrir y cerrar de ojos en el cantautor de consumo más importante
del país porque sabía dialogar con la cotidianidad y arrancarle
un lenguaje común,a tono con la sentimentalidad de la gente más
corriente. Si de las canciones de Serrat se desprende que el chico se
acuesta con sus amantes, se tambalea el pasodoble filosófico
nacional, porque Serrat sorprende a un ambiente de superestructura eminentemente
represiva. Yo creo que Serrat es una literatura popular, una de primera
categoría.
Por la misma época, en la revista Destino, Josep Carandell diagnostica:
Serrat gusta sobre todo porque enseña a las personas de
mentalidad pequeñoburguesa a ser felices con cuatro pinceladas
de amor, de belleza y de melancólico romanticismo. Con su Machado
se está al día, en el camino mejor: las izquierdas lo
aclaman como suyo; las derechas también. Por entonces,
Serrat se explicaba como parte de una generación inquieta,
la mía, que tiene prisa, sin duda, pero no precisamente de gloria.
Muchos zapatos, sombreros y años han transcurrido desde entonces.
Serrat sigue siendo el mismo, pero su ubicación en el mapa es
diferente. Ha pasado de ser una bienvenida rareza a una rareza asumida
como tal, en un paisaje pop español donde Sabina pasea su personaje,
Calamaro aparece y desaparece, Miguel Bosé y Ana Mecano
Torroja intentan exprimirle el poco jugo que les queda a sus limones
secos, Juan Perro tropicaliza lo hispano, bandas bobas como La Oreja
de Van Gogh venden mucho de nada y Serrat sigue siendo un trovador afortunadamente
separado de la manada, por privilegio de quien se sabe clásico
en vida, por más que no le guste hablar demasiado de ello. A
mí nunca me gustó eso del cantautor obligado a vestirse
y peinarse de determinada manera... Creo que el cantautor existió
siempre, sólo que un día se descubrió la etiqueta...
Y yo les huyo a las etiquetas. Por ejemplo, pareciera que el cantautor
debe responder obligatoriamente a un ideario predeterminado: pero el
juglar medieval empieza cantando lo que quiere oír el rey, mientras
que el cantautor del siglo XX le canta a todo aquello que no quiere
oír. Me parece que algo hemos progresado. Yo soy un devoto y
constante descubridor de la obra de Jacques Brel, de Brassens y de cantidad
de gente que puede ser la escuela mediterránea, portugueses,
italianos... Seguramente porque son los que yo manejo más. Del
cantautor anglosajón me han interesado mucho ciertas sonoridades
y ciertos textos que, por cuestión de idioma, me he visto obligado
a leer en traducciones, que siempre traicionan por excelentes que sean.
Pero el cantautor norteamericano dejó de interersarme en los
80, porque fue por entonces que yo mismo comencé a cansarme
un poco de la vida en la carretera y eso de por la Highway 52 el policía
me persiguió y me escondí en una casa de putas donde el
hash no era bueno. Uno que ha estado en varias casas de putas y recorrido
varios caminos vuelve entonces a los franceses, o a los latinoamericanos,
sea José Alfredo Jiménez, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui.
En estos momentos lo que está ocurriendo en la música
es lo mismo que está ocurriendo en otras formas de expresión
artística: la dificultad de encontrar caminos nuevos que tengan
una facilidad de comunicación como la que tuvieron generaciones
anteriores, en una época donde las cosas no son tan evidentemente
claras a la hora del para quién y contra quién cantar.
No tengo nada en contra de enamorarse de un maniquí, lo jodido
es enamorarse de un maniquí sin darse cuenta de que es un maniquí...
Vivimos entre dos paréntesis que encierran tres puntos suspensivos.
Todo se mueve demasiado rápido y a demasiada velocidad. Nos guste
o no, lo cierto es que nos la pasamos limpiando los motores del cohete,
no vaya a ser que quedemos varados a un costado de la Highway 52.
LAS
ESPAÑAS Uno de los más grandes y emotivos momentos
del Canon Serrat se oye en Dedicado a Antonio Machado, poeta, cuando
los últimos melancólicos versos de la canción Del
pasado efímero (No es el fruto maduro, ni podrido
/ es una fruta vana / de aquella España que pasó y no
ha sido / esa que hoy tiene la cabeza cana) funden con la potencia
joven de Españolito y aquello de Una de las
dos Españas ha de helarte elcorazón. No está
del todo claro cuál de esas dos Españas es la de aquí
y ahora, la España va bien de Aznar. Le pregunto a Serrat y me
contesta con un retruque vehementemente Tarrés: Hablemos
claro. Vivimos un momento que, si sabemos aprovecharlo, nos permitirá
reflexionar muy bien sobre lo que nos ha ocurrido. Cómo fue que
llegamos a tener un gobierno que no sabemos cómo gobierna y en
el que suceden las cosas kafkianas que ocurren, como la crisis de combustibles,
la feroz ley de extranjería, los atentados de ETA, las muertes
de inmigrantes ilegales cruzando el estrecho en pateras para ahogarse
como animales. Una España donde a todos les parece normal que
no dimita el ministro del Interior y nadie se atreva a exigirlo por
temor a que se lo acuse de colaboracionista con el terrorismo y de romper
ese Frente Unitario Democrático que la verdad no entiendo muy
bien de qué se trata. Lo cierto es que España es el país
más viejo del mundo: por población de mayor edad promedio
y por menor tasa de natalidad. Raro, ¿no? El futuro ya está
aquí y lo cierto es que lo que el talento del hombre no previene,
la naturaleza corrige. Lo jodido es que la naturaleza no es selectiva.
La naturaleza es brutal y cuando se pone en marcha entra a saco y sin
llamar a la puerta.
AMERICA
Alguien golpea a la puerta que separa al teatro del bar y a la entrevista
del ensayo para la gira que llevarlo a Serrat y a Tarrés de nuevo
por Latinoamérica. Pero hay tiempo para unas últimas frases
sobre esa otra patria a la que llegó por primera vez en 1970:
Cuando fui por primera vez, no sabía nada de América.
Y aún no sabemos nada de lo que pasa allí. Todo lo que
nos llegan son desastres políticos, masacres, terremotos, narcotraficantes...
Yo descubrí entonces que había un agravio comparativo
terrible entre el afecto que nos tienen y el olvido en que les tenemos,
entre los brazos abiertos que nos encontramos los que llegamos allí
(no sólo cuando estás en el exilio o vas con hambre) y
la ley de extranjería que tenemos en España. El enfado
aún me dura: España debería tener una actitud más
maternal y menos de madrastra. He tenido la suerte de pasar tiempo en
América latina y verme implicado en lo que pasaba allí.
Siempre he buscado esa implicación. Explico a menudo que, cuando
le pregunté a mi madre de dónde era, ella me dijo me dijo:
soy de donde comen mis hijos. Pues yo llegué por primera vez
a América latina cuando España me perseguía y no
me daba de comer. Y siempre he pensado que uno es de donde come. Por
eso, siempre me he negado a sentirme como un forastero que llega, toca
y cobra. Treinta años más tarde del viaje iniciático,
y a punto de un nuevo retorno, Eduardo Galeano escribe: En estas
tierras, hasta las piedras tararean a Serrat. Que tomen nota los historiadores:
el autor de la segunda conquista de América es un catalán
que dispara canciones. Un conquistador conquistado: estos sonidos, estos
colores, vienen pero van, van pero vienen. Galeano, claro, no
sabía nada de Tarrés, de su condición de inseparable
Sancho Panza o de Quijote, vaya a saber uno. Pero ya se va a enterar.
Mientras tanto y hasta entonces, Serrat espera que Tarrés disfrute
de esos cinco minutos de gloria y después se deje de joder
por un rato.
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Un tal Tarrés
Por
JOAN MANUEL SERRAT, DANIEL SAMPER y TITO MUÑOZ
Tantos
años oyéndolo, tantos años festejándolo,
y ahora venimos a enterarnos de que Serrat compone sus canciones a cuatro
manos. Se han necesitado varias décadas y un disco nuevo para
que acepte confesarlo. Sí, tengo que reconocer que la mitad
de la inspiración de mis canciones es obra de un tal Tarrés,
ha dicho Serrat. He escogido mi último disco para rendirle
ese homenaje quele debo desde hace mucho tiempo. Este nuevo disco
se llama Cansiones. Con ese, como lo pronunciaría la mayoría
del pueblo de habla española..., lo que revela ya la osada mano
de Tarrés. Y, más que un disco, es un viaje compartido
de ida y vuelta: porque en los viajes, como en la vida, es bueno compartir
la risa, el vino y la música. Serrat y Tarrés siempre
viajan juntos. Serrat se encarga de que lleguen a tiempo a cada destino,
y Tarrés se encarga de que valga la pena haber llegado a tiempo.
Hay quienes coleccionan, como testimonio de sus viajes, postales, ceniceros,
cucharitas o esas bolas de vidrio que contienen la Torre Eiffel o la
Basílica de San Pedro y que, puestos boca abajo, sufren una silenciosa
invasión de nieve. Poco aficionados a conservar objetos, Serrat
y Tarrés se han dedicado más bien a recoger canciones
de aquí y allá. Cansiones que constituyen el disco blando
de su memoria sentimental, la banda sonora de sus días y sus
bellas, perfumadas, etílicas noches. Coplas que Tarrés
y Serrat gustan de cantar con los amigos en la mesa del fondo. Pero,
bueno, ¿quién es ese tal Tarrés? Se sabe, porque
la experiencia lo sospecha y porque la ciencia y la literatura lo demuestran,
que todos tenemos un doble. Un doble que está del otro lado,
sea cual sea el lado en que se encuentre uno. Un doble que es la urdimbre
de la cual somos la trama. Usted tiene su doble, yo tengo el mío,
y hasta Robinson Crusoe llegó a tener el suyo. Serrat tiene a
Tarrés. Pero sólo ahora nos lo presenta. Si no fuera por
Tarrés, este Serrat que todos conocemos estaría perdiéndose
lo mejor de la vida, la belleza de lo inútil, la trascendencia
de lo efímero. Serrat procura ser serio, responsable, buen ciudadano.
Tarrés lo saca de sus mediocridades rigurosas y lo lleva por
ahí, para mostrarle cómo lo sórdido y lo sublime
caminan de la mano. A cambio de que Tarrés le infunda vida y
misterio, Serrat soporta las resacas de los excesos de Tarrés,
paga sus deudas, lo lava, lo afeita, lo saca a hacer pipí y lo
baja de la luna para echarlo a cenar. El uno sin el otro no es nada.
Son palíndromos entre sí, que es la mejor expresión
de la unidad. Aquella figura llamada capicúa, que se lee igual
en un sentido o el otro. Son comienzo y final de una misma cosa. Son
dos orillas de un mismo mar. Cuando Serrat se mira en una cara del espejo,
es Tarrés quien está examinándose en la otra. Así
como la bajada y la subida son un mismo camino, Tarrés y Serrat
también lo son. Por eso, sus recuerdos son los mismos, pero desde
puntos de vista opuestos. Y, también por eso, las canciones predilectas
de Serrat son de ida y vuelta: cansiones dignas de un cansionero. Reciba
estas Cansiones como lo que son, y un poco más. Una de ellas
representa el homenaje tardío pero cariñoso que rinde
Serrat a Tarrés. Las restantes son cansiones del otro lado, que
Serrat y Tarrés devuelven agradecidos después de haberlas
cantado y mimado con sus amigos allá y aquí. Cansiones
nuevas, por antiguas que sean. Cansiones antiguas, por renovadas que
parezcan. Si en alguna de ellas usted cree reconocer una ranchera que
ya conocía, un bolero que ya había cantado, un tango que
ya había llorado, un son o un vallenato que alguna vez bailó,
no se deje engañar, que es otra cosa: se trata, en realidad,
del doble oculto de aquella melodía. Lo que sería, digamos,
Tarrés para Serrat.
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