Combatiendo
al capital
Las
grandes empresas multimedios se niegan a publicar sus campañas
de antipublicidad. Su objetivo es denunciar y limitar el
poder de las corporaciones. Cuentan con el apoyo creciente de artistas,
activistas, escritores, estudiantes y educadores. Ya empezaron los preparativos
para instaurar el 24 de noviembre como el día mundial del No
Compre Nada. Creen que su trabajo en la era del consumo equivale a lo
que fueron los derechos civiles en los 60, el feminismo en los
70 y el ambientalismo en los 80. Sepa qué es The
Media Foundation, el centro neurálgico de esta nueva forma de
activismo.
Por
Cecilia Bembibre
En
Seattle, un grupo de personas está a punto de cortar al medio
sus tarjetas de crédito frente a las puertas de un shopping center.
En Kyoto, un Papá Noel zen medita en pleno centro comercial de
la ciudad, días antes de Navidad. En París, una publicidad
televisiva -.censurada y luego convertida por los medios en la
historia del día-. muestra a un muñeco de arcilla
devorando hamburguesas y bajando litros de Coca-Cola hasta que el mundo
sobre el que se sienta explote bajo su peso. Los canales televisivos
estadounidenses se rehúsan a poner en el aire la publicidad
alternativa que promociona la jornada: es un cerdo animado, impreso
sobre el mapa de los Estados Unidos, gruñendo el perfil del consumidor
promedio. El calendario mundial tiene un nuevo feriado: 24 de noviembre,
día del No Compre Nada.
La culpa es de Kalle Lasn, el hombre que nunca será el Empleado
del Mes. Lasn llegó a Vancouver a principios de los 80
con el propósito de convertirse en realizador de documentales.
En esa ciudad operaba una empresa de forestación que auspiciaba
la tala masiva de los bosques como administración forestal.
Lasn reaccionó a su manera: creó The Media Foundation,
como plataforma para lanzar publicidades televisivas documentando los
perjuicios de la tala. Las estaciones locales no quisieron emitir su
aviso. Vine de Estonia, donde no se podía hablar contra
el gobierno, y me encontré con un país donde no es posible
hablar contra el sponsor, explica hoy. Desde entonces, The Media
Foundation canaliza la frustración de su fundador produciendo
publicidad alternativa para estudiantes y ONGs (entre ellas, un aviso
antiautomóviles para Greenpeace). La entidad publica una revista
llamada Adbusters (www.adbusters.org), auspicia varias campañas
específicas durante el año y desafía desde la parodia
a los principales avisadores del mundo. A Camel, por ejemplo, a través
del personaje de Joe Chemo (o Quimio, en castellano): un camello con
cáncer de pulmón. A Calvin Klein, a través de una
relectura de la campaña del perfume Obsession, que muestra a
una modelo vomitando a la vez que acaricia seductoramente el inodoro.
A McDonalds, con la imagen de un enfermo en terapia intensiva
cuyo pulso vital dibuja infinitos arcos dorados.
The Media Foundation se presenta como una red global de artistas, activistas,
escritores, estudiantes, educadores y empresarios decididos a un nuevo
activismo social en la era de la información. Nuestro objetivo
es hacer tambalear las estructuras de poder existentes y generar un
cambio mayúsculo en el modo en que viviremos el siglo veintiuno.
Creen que su trabajo con la cultura del consumo equivale a los que fueron
los derechos civiles en los 60, el feminismo en los 70 y
el ambientalismo en los 80. Son cínicos, molestos, políticamente
incorrectos.
El día del No Compre Nada (o Buy Nothing Day, o Dia Sem Compras
o Journée Sans Achate) fue pensado como un alerta al inicio de
la temporada de compras navideñas. Distintos grupos en los cinco
continentes protestan ese día pacífica e imaginativamente
en medio del frenesí de un shopping center, a la vez que reparten
un cuestionario que -.por agudo o por agotador-. es un antídoto
perfecto contra los casos menos severos de consumismo. Las preguntas
son:
¿Lo necesito?
¿Cuántos de éstos tengo ya?
¿Cuánto lo voy a usar?
¿Cuánto me va a durar?
¿Podría pedírselo prestado a un amigo o a
un miembro de mi familia?
¿Puedo arreglármelas sin él?
¿Voy a poder limpiarlo/mantenerlo yo mismo?
¿Tengo ganas de hacerlo?
¿He investigado para conseguir la mejor calidad y el mejor
precio?
¿Cómo me voy a deshacer de él, una vez que
haya terminado de usarlo? Las materias primas que se usaron, ¿son
renovables o no?
¿Está hecho de materiales reciclables? ¿Es
él mismo reciclable?
¿Hay algo que ya posea que pueda reemplazarlo?
Cuando
los osos polares se derriten The Media Foundation funciona hoy como
nodo de una red de entidades que buscan el camino más efectivo
para limitar a las corporaciones. En junio, y trabajando junto a Greenpeace
consiguieron que Coca-cola dejara de utilizar HFC para enfriar sus bebidas
en las expendedoras automáticas, ya que la sustancia tiene un
efecto directo en el cambio de clima global. La imagen de la campaña
fueron los osos polares que identifican la marca agonizando sobre un
iceberg a punto de derretirse por completo (para más información,
www.mcspotlight.org). Después del acoso de los militantes ecologistas,
Coca-cola prometió a Greenpeace pasar la prueba y ser completamente
verde dentro de cuatro años.
Decenas de historias individuales sedimentan en torno de la propuesta
de los canadienses de The Media Foundation. Es poco probable que el
artista neoyorquino Bill Talen haya leído a Dorfman y Mattelart
pero, obsesionado con la progresiva dilución de la personalidad
de Times Square frente al avance de lo que él llama la
identidad corporativa, Talen ve a cada paso indicadores de que
Disney planea convertir Nueva York en un gigantesco parque de atracciones.
Su método de combate es, como mínimo, extraño:
caracterizado como el reverendo Bill, azuza diariamente a los transeúntes
en Times Square, y los invita a participar de las performances que tienen
como meta sacudir el imperio del viejo Walt. Una de ellas comprende
un grupo de veinte personas que entra a un negocio de la cadena Disney
y se pasea al azar, mirando la mercancía. De repente, pareciera
que a todos los clientes del local les suena el teléfono celular.
No sé, querida, oí que tienen a criaturas trabajando
para hacer estas cosas. ¿No te hace sentir mal pensar que menores
de edad trabajan en tugurios por 14 centavos la hora?. Veinte
conversaciones simultáneas de la misma naturaleza dejan a los
vendedores perplejos e inseguros. ¿Puedo ayudarla, señorita?,
le pregunta uno a una joven que grita por teléfono mientras sacude
un Tiger de peluche. Ni Bill Talen ni su equipo de activistas reconocen
a esa chica: es la única cliente auténtica en el local.
A pocos metros de la puerta el grupo se reúne: la operación
es declarada un éxito.
Barbie,
Mickey, Ronald y otros chicos malos El anunciante tendrá
acceso a un grupo de chicos que no puede ir al baño, no puede
cambiar de canal, no escucha los gritos de fondo de su madre, no puede
jugar Nintendo ni puede tener los auriculares puestos. Así
promocionaba sus espacios de publicidad a posibles anunciantes Joel
Babbit, ex presidente de un canal de televisión que se sintoniza
en las escuelas norteamericanas. Su colega Mike Searles, ex presidente
de KidsRUs, una gigantesca cadena de ropa para niños,
fue más directo: Si se adueñan del chico a tan temprana
edad, pueden poseerlo completamente durante los próximos años.
El proyecto de Babbit no es tan efectivo: claro, el niño-target
a veces pestañea. O, peor, abandona su puesto frente al televisor
para ir a hacer pis. En ese caso, ¿qué mejor que mandarlo
con la publicidad a casa?
Basta mirar algunos canales de cable infantiles para advertir que los
programas no son más que separadores enlatados que ponen brevísima
distancia entre la publicidad de un juguete y otro. Que suelen ser del
mismo fabricante, quien a su vez suele estar vinculado de algún
modo al propietario del canal. Que las películas animadas son
un engranaje perfecto para llevar dos espectadores -.ningún chico
va solo al cine-. y crear una demanda de merchandising no es ninguna
sorpresa. Incluso los juegos educativos en las cajas de
galletitas o las promociones de útiles escolares con un logo
conocido revelan su equívoco espíritu lúdico, si
selos mira bien. Todas estas triquiñuelas parecen juegos de niños
frente a un nuevo método para que el chico consuma y, a la vez,
se saque un muy bien diez: desde hace unos años circulan por
las escuelas norteamericanas manuales de enseñanza que utilizan
los productos de ciertas marcas como ejemplos. La galletita envasada
más vendida del mundo es la galletita Oreo. El diámetro
de una galletita Oreo es 1,75 pulgada. Exprese el diámetro de
la galletita Oreo en la fracción más simple posible;
Will ahorra su mensualidad para comprarse un par de zapatillas
Nike que cuestan 68,25 dólares. Si Will gana 3,25 por semana,
¿cuántas semanas deberá ahorrar?. Los maestros
están entusiasmados porque los chicos reaccionan con interés
a las consignas; los niños, deleitados con la idea de poder calcular
la cintura de Barbie o la cantidad de papas fritas en una Cajita Feliz.
Los libros están aprobados en al menos dieciséis estados
norteamericanos, y los ejecutivos de Mattel, Nike, Sony, Disney y Burger
King no dejan de sonreír.
El sistema de educación superior es el siguiente paso. Un estudiante
es siempre valioso: el dinero que no gaste de su bolsillo saldrá
del de sus padres, influidos por sus hábitos de consumo. Para
seducirlo todo es posible, desde colgar un poster hasta auspiciar una
cátedra. Y tiene precio: como parte de su hiperpublicitado enfrentamiento,
Pepsi y Coca se disputan la exclusividad de colocar sus máquinas
expendedoras de latas en los claustros y comedores y residencias educativas
del mundo. El precio por ser la única bebida cola de la escuela
ronda los diez dólares por estudiante (una ganga, si se tiene
en cuenta la legendaria intención de Pepsi de comprar el color
azul, y registrarlo como patente, para tener la exclusividad de su uso).
El capítulo estudiantil es una batalla más en la guerra
de las colas, que eligen los grandes eventos para humillar, con distintos
niveles de literalidad, a la competencia. El ex creativo publicitario
francés Frédéric Beigbeder va más allá.
Según advierte en su novela 99 francos (ver Radarlibros Nº151),
todos los aspectos de la vida cotidiana esconden una batalla publicitaria.
No es la disputa entre Brasil y Francia la que hipnotizó a millones
de personas durante el último Mundial, sino la pelea entre Nike
y Adidas por la torta de la industria de indumentaria deportiva. El
pop adolescente no enfrenta a Britney Spears con Christina Aguilera,
sino a Virgin/EMI y a RCA/BMG intentando copar el mercado discográfico.
La tercera guerra mundial, asegura el autor, se libra a través
de la publicidad.
Las universidades que aceptaron avisadores cedieron a la presión
estudiantil y abrieron el diálogo sobre el derecho de votar la
presencia o no de publicidad en los espacios de la institución.
La Universidad de Montreal, por ejemplo, es una de las que decidió
no renovar los contratos con los sponsors dentro del campus. La medida
se vincula a un episodio ocurrido a principios de año, cuando
el profesor de historia Thomas Ingersoll renunció a su cátedra
con la siguiente declaración: ¿Cómo puedo
entrar al aula y dar mi clase sobre la historia del feminismo norteamericano
cuando en la puerta hay un aviso gigante de un perfume de mujer que
la muestra casi desnuda, en actitud tan frágil como vulnerable?.
El
oscuro caso de The Pottery Barn Adbusters quiere que una semana al año
usted apague su televisor. Acaso sea una pequeña venganza contra
aquellos que le negaron a Kalle Lasn la emisión de su primera
antipublicidad. A fines de abril, una avalancha de posters y logos -.que
la revista pone a disposición de sus lectores por un módico
precio adicional, vale aclarar-. anuncia el comienzo del fin: habrá
que encontrar otro entretenimiento el día en que apague el televisor,
harto de publicidad. La idea es llamar la atención sobre el hecho
de que un puñado de grandes corporacionescontrolan hoy la transmisión
global de la información y censuran aquello que amenace sus intereses
o rentabilidad. Mientras el universo de la televisión se expande,
el número de empresas que la controlan se concentra. La pluralidad
desaparece de uno de los más poderosos medios de comunicación
masiva. Mientras tanto, mire con atención. Se está gestando
un nuevo modo de vender: si implícitamente siempre se supo que
los programas televisivos eran el vehículo más indicado
para colar publicidad, la estrategia perdió sus sutilezas. Series
como Los Soprano o Friends acuerdan con agencias de publicidad capítulos
completos. Los resultados se vieron hace unos meses en uno de los episodios
de Friends: una casa de muebles y decoración pagó un guión
que hizo a los personajes girar en torno a sus productos durante 22
minutos: con la excusa de ayudar a Ross y Rachel en sus mudanzas (Pottery
Barn se especializa en hacer muebles que parecen antiguos, y los amigos
debían convencer a Phoebe de que esos muebles venían de
un mercado de pulgas), el programa completo era una tanda.
El
manifiesto Hace unos meses, Adbusters publicó First Things
First 2000, un manifiesto dirigido en primer lugar a los diseñadores
gráficos. Los diseñadores dedican su capacidad e
imaginación a vender galletitas de perro, cafés raros,
diamantes, detergentes, gel para el pelo, cigarillos, tarjetas de crédito,
zapatillas, tonificadores para glúteos o cerveza ligera. El trabajo
publicitario siempre ha servido para pagar las cuentas, pero muchos
diseñadores lo han convertido en el único horizonte de
trabajo para el diseño gráfico. Así percibe hoy
el mundo el diseño gráfico. El tiempo y la energía
de la profesión se consumen produciendo demanda de cosas que
son por lo menos prescindibles, plantea al comienzo. Convencidos
de que demasiada energía del área del diseño
se desperdicia alentando el consumismo sin sentido, y muy poca ayudando
a la gente a entender un mundo cada vez más complejo, el
texto fue firmado por treinta y tres diseñadores de primera línea,
y desde entonces se han sumado cientos de firmas más de quienes
se identifican con ese sentimiento de incomodidad. Los diseñadores
que dedican su esfuerzo principalmente a la publicidad, al desarrollo
de marcas o al marketing continúa el manifiesto respaldan
e implícitamente aprueban un entorno mental tan saturado con
mensajes comerciales que está cambiando la forma en que los ciudadanos-consumidores
hablan, piensan, sienten, responden e interactúan. En algún
punto, todos estamos ayudando a desarrollar un código de discurso
público reduccionista y cuyo daño es inconmensurable.
El manifiesto de Adbusters disparó el debate: atontado por el
boom económico, ¿perdió el diseño su capacidad
provocadora? La inclusión de los nombres más conocidos
de la industria convirtió a la campaña en centro de atención:
revistas como Emigre, ID, Print, Design Week, Communications Arts y
Creative Review reprodujeron sus ideas. Además de las adhesiones,
les llovieron cartas que no veían soluciones prácticas
a la autocrítica: Pónganse a trabajar. Hagan que
mi mundo sea hermoso. Indiquen contenidos que hagan que todas las ideas
que tiran hacia mí tengan sentido, les escribió
una lectora.
Aggiornando un planteo similar realizado por los sectores menos conformistas
de la industria en 1964, quienes han firmado hoy aseguran: Hay
búsquedas más merecedoras de nuestras habilidades para
resolver problemas: crisis ambientales, sociales y culturales sin precedentes
requieren nuestra atención. Muchas intervenciones culturales,
campañas de marketing social, libros, revistas, muestras, herramientas
educativas, programas de televisión, películas, causas
de caridad y otros proyectos de diseño de información
exigen nuestro conocimiento y ayuda. Proponemos un cambio de prioridades
a favor de formas de comunicación más útiles, durables
y democráticas; un cambio de dirección mental desde el
marketingde producto, hacia la exploración y producción
de un nuevo tipo de sentido. El campo de debate se está achicando
y debe expandirse. El consumismo se extiende sin réplica; y debe
ser desafiado por otras perspectivas expresadas, en parte al menos,
a través de los lenguajes visuales y los recursos del diseño.
Mientras tanto, a los dieciocho años el hombre occidental promedio
ha sido expuesto a 350.000 publicidades a través de diferentes
medios. Se estima que usted recibe 4000 mensajes comerciales por día.
Varias veces por semana diferentes marcas intentan adquirirlo. Le ofrecen
llamadas telefónicas gratis a todo el mundo si accede
a que su línea emita como fondo jingles publicitarios (o si llama
a través de Internet, si está de acuerdo con que desfilen
en su pantalla logos durante toda la conversación). Le regalan
merchandising o una chance entre miles de viajar al Caribe a cambio
de que entregue su precioso perfil de consumidor: edad, nivel socioeconómico,
sexo, gustos, deseos... material que luego es procesado y vendido a
diferentes empresas. Las marcas quieren conocerlo bien. Coca-Cola, por
ejemplo, sabe que usted prefiere la autenticidad, y por eso vende una
bebida completamente artificial con el slogan de The real thing (La
auténtica). Las conquistas del movimiento feminista a nivel
internacional no parecen ser registradas por los fabricantes de juguetes,
quienes todavía venden dos Barbies por segundo a niñas
que, como imagina una publicidad argentina de depilación definitiva,
querrán más que nunca ser de plástico después
de los cuarenta. Mientras tanto, el 70 por ciento de los habitantes
del planeta no tiene teléfono; el 50 por ciento no tiene electricidad.
La actividad de organizaciones como The Media Foundation apuesta a una
actitud activa frente a la contaminación física y mental.
Apagar el televisor, resistir la tentación de comprar objetos
innecesarios, ejercer una pequeña resistencia frente a la invasión
corporativa son símbolos de un espectador que ha decidido participar.
Aunque esto no modifique en un centavo la fortuna personal de Bill Gates
-.equivalente al PBI de Portugal-. y aunque, en el tiempo que le ha
tomado a usted leer esta nota, más de un millón de personas
hayan abierto una lata que promete hacerlos sentir de verdad.
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