CINE Esteban Schroeder habla de su película
El viñedo
Campo,
mate y armas humeantes
El
caso real de un adolescente uruguayo asesinado por un terrateniente
en 1998 inspiró un guión que Esteban Schroeder filmó
en quince días y se convirtió en la película uruguaya
más exitosa de su historia. Antes de recorrer los festivales
del mundo, el director de El viñedo confiesa a Radar cuáles
son las expectativas del cine de su país.
POR
FERNANDO BRENNER, desde Montevideo
La
Ciudad Vieja está cambiando. Su parte norte ha levantado gracias
al turismo, fomentado por el mítico Mercado del Puerto. Y en
la calle Sarandí, una peatonal que nace frente al arco de la
Plaza Independencia y dos cuadras después desemboca en la Plaza
de la Constitución, se multiplican los puestos de artesanos,
encuentros de músicos, recitados de poesía y nunca falta
alguna comparsa murguera. Un cambio similar se está viviendo
en el cine hecho en Uruguay: lento, menudo, pero de un futuro mucho
más esperanzado que el pasado frustrante, el cine de este lado
del charco rioplatense ha tenido pequeños mojones las últimas
dos décadas, que no recalaron en la Argentina salvo excepciones.
En los 80 fueron El lugar del humo (de Eva Landeck) y la épica
histórica de Mataron a Venancio Flores (una producción
de la Cinemateca Uruguaya). En los 90 aparecieron la hermética
El dirigible (de Pablo Dotta), un policial negro como Otario (de Diego
Arsuaga) y hasta docudramas como La verdadera historia de Pepita la
pistolera (un más que digno ejercicio de una hora, dirigido por
Beatriz Flores Silva), además de Patrón, la coproducción
con Argentina dirigida por Jorge Rocca y protagonizada por Valentina
Bassi (a partir del cuento de Abelardo Castillo) y El Chevrolé,
una entreverada historia de Leo Ricagni, con fusiones de videoclip e
historias populares, interpretada por Pastora Vega, Rubén Rada,
Leo Maslíah, Hugo Fatorusso, Pippo Cipolatti y Canario Luna,
que estuvo a punto de estrenarse en la Argentina a fines del año
pasado y fue el primer gran éxito uruguayo... hasta que llegó
El viñedo. Este film ha logrado alcanzar la increíble
cifra de 80 mil espectadores en Uruguay. Quizás para el porteño
esto no sea sorprendente, pero si nos manejamos por las proporciones,
es como que un film argentino sin apoyo de ningún canal de televisión
supere los 700 mil espectadores. Su responsable, Esteban Schroeder,
tiene 44 años, nació en Montevideo y estuvo entre 1981
y 1995 al frente de la productora CEMA, una de las más importantes
en su país, co-productora de la mencionada Patrón y, con
el Channel Four británico y Aleph de Argentina, del documental
La esperanza incierta, sobre las incipientes democracias en el Cono
Sur. El viñedo se escribió en 1998, ganó ese año
el premio FONA (Fondo Nacional del Audiovisual), se rodó en quince
días en 1999, se estrenó en Uruguay en mayo de este año
y ya tiene garantizada su participación en los festivales de
Calcuta, La Habana y Cartagena. Días antes del estreno en nuestro
país y matizando la charla con el infaltable mate, el director
de El viñedo dialoga con Radar en su estudio, a dos cuadras de
la calle del cambio montevideano.
¿Por qué eligió basar su primera película
en un hecho real, la desaparición y el asesinato de un muchacho
a manos de un terrateniente?
Casos como éstos, como dice en un momento el protagonista,
no es la primera vez que ocurren. Esto salió a la luz hace más
de dos años, por una cuestión medio fortuita, cuando la
cosa explotó por los medios de una manera nunca vista antes.
Y eso que ha habido, como dije, muchos otros casos similares no tan
difundidos. Lo que sucede es que, como las víctimas eran delincuentes,
parecería que la ley permite cualquier cosa en esos casos. Aquí
hay realidades suburbanas con códigos precapitalistas, digamos:
a nivel latifundista, ya que el dueño de los viñedos es
como un rey, que tiene su propio sistema de seguridad y custodia. Y
todo esto trae mucha controversia. Inmediatamente que surgió
el caso, luego de una denuncia policial de la desaparición de
un chico y los reclamos reiterados por este adolescente desaparecido,
se comenzó a mover una comisión de productores que se
solidarizaron con el dueño del viñedo. Ahí aparecieron
los camiones con rifles y reclamando seguridad, todo muy patoteril.
Eso fue lo que me interesó filmar. El protagonista es un periodista
que está investigando otra cosa y deriva en este caso a partir
de una conmoción particular: ha tenido un hermano desaparecido
durante la dictadura.
¿Cómo logró concretar el proyecto?
El viñedo era como una búsqueda obsesiva de una
alternativa de cine que acá no existía. Se rodó
en quince días (cuatro en febrero y once en junio del 99),
costó 180 mil dólares en total. La planificación
se tuvo que hacer así, cortada, pues recién a partir de
mayo yo podía contar con los dos protagonistas uruguayos, porque
estaban trabajando en Chile. Son situaciones en que uno piensa que todo
se le deteriora. Yo lo sentí como una cruz que cargaba, creí
que no podría terminar nunca. En ese sentido, el aporte de Ricardo
De Angelis (el iluminador de Un lugar en el mundo), en la dirección
de fotografía y cámara, fue un hecho didáctico
y providencial para todos. Y creo que haberla terminado y estrenado
con tan buena repercusión puso al descubierto una alternativa
de trabajo en un país como el nuestro, que no tiene una industria
ni en germen.
¿Hay algún elemento extracinematográfico que contribuyó
a que la película lograra el récord absoluto de recaudación
para el cine uruguayo?
El slogan que utilizamos para posicionarla en la promoción
decía: Te va a dejar con ganas de ver más cine uruguayo.
Y, de alguna manera, eso funcionó. Nos mandaban cartas, e-mails
y llamaban por teléfono agradeciendo la película. Generó
una comunicación alucinante aquí.
Lo que siempre extrañó del Uruguay es que, teniendo una
Cinemateca que funciona magníficamente, con varias salas, organizando
desde hace más de dos décadas un festival internacional,
teniendo al menos dos muy buenas revistas de cine y una Asociación
de Críticos que es la representante de la Fipresci, no tenían
cine propio. ¿Qué puede decir al respecto?
Lo que siempre decimos: que aquí hay más críticos
que directores. Hablando en serio, creo que la respuesta está
pendiente. No es un tema de la pequeñez del mercado: a fines
de la década del 50, Uruguay tenía un ingreso per
cápita a las salas de cine más elevado que el de Argentina,
dando un promedio anual altísimo. Lo que pasa que acá
no hay siquiera un proyecto de ley a favor de la industria audiovisual
que haya quedado trunco en el parlamento. Creo que estar frente a una
gran usina de producción, con la cual no hay una barrera cultural
ni idiomática, sumada a la satisfacción por el consumo
del producto argentino (es decir, el hecho de tener un hermano
mayor que produce tanto y tan bien), amortiguó la necesidad
de producir cine propio. Hemos tenido décadas en Uruguay en donde
llegaba tanto lo muy bueno como lo muy malo. Incluso, o especialmente,
por televisión. Todo lo de Argentina repercute aquí. En
vivo y en directo. Se han corrido los horarios de los informativos por
el programa de Susana Giménez, para citar un ejemplo.
¿La cercanía con Argentina es inhibitoria?
No soy ningún erudito en sociología, pero creo que
todo eso tiene mucho que ver. Me parece que, frente al crecimiento del
cine argentino, no hubo nadie de espíritu aventurero que decidiera
dar batalla para que una generación tuviera las condiciones mínimas
para realizar un cine local. Insisto: al día de hoy ni siquiera
hay rastros de algún proyecto de ley.
En el campo de la publicidad se han manejado mucho mejor, con resultados
muy originales. ¿Por qué eso no se prolongó al
largometraje?
Creo que se está revirtiendo esa situación. Yo me
siento integrante de una generación, la de los jóvenes
de la década del 80, más o menos, que irrumpimos
en el panorama cultural planteando la utopía del cine uruguayo,
levantando la bandera de construir los medios audiovisuales propios.
Era un momento de transformación tecnológica, apoyados
en el video, con canales independientes de los canales oficiales. En
el 80, cualquier trabajo publicitario de acá de cierta
importancia era para realizadores argentinos. Hoy, en cambio, los realizadores
uruguayos se destacan no sólo en su país, sino en Argentina,
España, Estados Unidos y otros mercados. Esto se lleva a cabo
a lo largo de quince años y genera lo que yo llamo una comunidad
profesional de actores, técnicos, sonidistas, editores, cámaras.
Esa clase de cosas son las que permiten desembarcar con unproyecto como
El viñedo. Pero no hay que pensarla como una obra fundante del
cine uruguayo, eso es un absurdo. Hay que entender que esa quimera no
puede nacer de una sola película, sino del desarrollo de un proceso,
mirando hacia adelante.
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