LA
VENGANZA DE LOS NERDS
Todo
parecía indicar que tendríamos Bill Gates para rato. Pero
el juicio que le ganó la Comisión Antimonopolio al dueño
de los programas que hacen funcionar el 90 por ciento de las computadoras
del planeta está a punto de pasarlo prematuramente a retiro,
acusado de extorsionar clientes y competidores. Bill Gates, una biografía
no autorizada, del italiano Riccardo Stagliano, sirve como acceso a
las bambalinas del pleito del siglo. Sepa quiénes son los nerds
que, después de veinte años de explotación, encontraron
la forma de cobrarse venganza del hombre que dijo que Internet no
iba a andar.
POR
JUAN IGNACIO BOIDO
La verdad
es que casi nadie se lo vio venir: si antes de fin de año la
Corte Suprema norteamericana avala el fallo de un juez federal, Bill
Gates será declarado culpable de apelar a prácticas mafiosas
durante los últimos quince años, con lo cual estarían
prácticamente pasándolo a retiro como magnate emblemático
de esta era que parecía de los nerds y terminó siendo
de los publicistas. ¿Por qué nadie se lo vio venir? Para
empezar, porque cuando Gates accedió a la notoriedad a mediados
de los ochenta, su negocio parecía casi inagotable: en nombre
de la consigna una computadora en cada casa, surtió
de PC a un planeta ávido de tecnología para, después,
venderles cada dos o tres años el buzón de la actualización,
de la puesta al día, el cuento del progreso. Todo, por supuesto,
bajo la impecable fachada de trabajar en pos del beneficio del cliente,
ahora rebautizado usuario. El negocio prendió; las PC se multiplicaron
como conejos y, de la noche a la mañana, Bill Gates se convirtió
en el dueño de los programas instalados en el 90 por ciento de
las computadoras del mundo. Nadie discutió su consagración
como gurú con carta blanca para profetizar el futuro aunque
si se repasan sus presagios se verá que erró hasta la
fecha de lanzamiento de sus propios productos. Y todo esto sin
dejar de insistirnos con que era El Hombre Más Rico Del Mundo:
cualquier mañana de éstas puede firmar un cheque y comprar,
esa misma tarde, cualquiera de los cinco países más chicos
de Africa o Latinoamérica.
Un icono vitalicio de la informática parece la víctima
perfecta de una biografía no autorizada. ¿Cómo
hizo Gates para acallar, judicial o extrajudicialmente, los reclamos
por plagio que le hizo, sin ir más lejos, Apple por el sistema
de ventanas o sea: windows? ¿Cómo hizo para venderle
a medio planeta programas que otros inventaron antes y fabrican mejor
que él? ¿Quién es este energúmeno que acusa
de comunistas a quienes ofrecen programas gratis en Internet? En eso
estaba el italiano Riccardo Stagliano, experto en informática
y encargado del suplemento electrónico del diario La Repubblica,
cuando, en noviembre del año pasado, la cosa tomó otro
color: contra todas las expectativas, un juez federal norteamericano
declaró culpable a Microsoft de los cargos presentados por la
Comisión Antimonopolio que ya había doblegado antes al
trust petrolero de Rockefeller, al tabacalero de James Duke y al ferroviario
de J.P. Morgan: ahora, Microsoft es culpable de abusar de su posición
monopólica para frenar a conveniencia la innovación tecnológica,
hacer uso indebido de invenciones ajenas y extorsionar a buena parte
de sus competidores. Para muchos, esto no es más que pedido de
Washington a Microsoft para que mantenga las formas. Para los más
avispados, si a fin de año la Corte Suprema norteamericana ratifica
el fallo, como seguramente hará, es algo mucho más grande:
no es casual que la lista de testigos que declararon contra Gates durante
el juicio esté encabezada por las tres compañías
más poderosas de Internet: America Online, Star Division y Sun
Microsystems. Desde ese punto de vista, el juicio viene a coronar una
larga estrategia engendrada por esas tres empresas, asociadas de los
modos más diversos en una cruzada que abiertamente declararon
anti Microsoft. El plan es borrar a Gates, volverlo prescindible
dentro de un negocio que deja lentamente los discos duros para trasladarse
a los servers y a la red. Precisamente por eso, Bill Gates, una biografía
no autorizada, el libro de Stagliano (actualizado hasta julio de este
año y publicado en estos días en nuestro país por
Ediciones Infinito), más que una biografía con final abierto,
bien puede leerse como el ascenso y la caída de quien parecía
ostentar el título de Gran Hermano y ahora está a punto
de ser pasado a retiro bajo el cargo de Padrino del Silicio, por un
concilio de nerds que pide a toda costa la cabeza del cuatroojos más
famoso del mundo.
SOMETIDOS
POR MORGAN
(Y MUCHOS MáS) Está claro que Gates no será el
primero ni el último en caer. Tal parece el recambio latente
detrás del juicio. Cada tanto, los norteamericanos (y por lo
tanto, mal que nos pese, nosotros también) asistimos a la caída
de su magnate más emblemático. Cayeron los Astor. Cayó
la Banca Morgan. Cayeron los Rockefeller. Lo que por supuesto no quiere
decir que sus quintas o sextas generaciones de descendientes tengan
que salir a trabajar. Los Astor todavía hoy cuentan con resto
suficiente como para dedicar su tiempo a la caridad. Los Morgan siguen
en el negocio bancario. Y los Rockefeller todavía tienen varios
pisos de oficinas con vista al Rockefeller Center. Lo que sí
quiere decir esto es que a cada uno de esos apellidos-emblema de la
economía norteamericana de su momento le fue llegando el momento
de bajarse del candelero, de aceptar nuevas formas de hacer negocios,
nuevas industrias, todo eso que, en suma, serían las etapas siguientes
del capitalismo en expansión. Mientras les fueran útiles,
el mismo sistema que ayudaban a crear les permitía representarlo.
Así, los Astor empezaron a amasar la que sería la primera
fortuna de cien millones de dólares justo después de la
declaración de la independencia norteamericana, cuando se necesitaba
consolidar el Estado instaurando un sistema legal común a todos.
Si hasta entonces alcanzaba con desensillar en un terreno, alambrarlo
y defenderlo a balazos, los Astor prácticamente crearon el negocio
de los bienes raíces, que no fue otra cosa que la imposición
de un sistema legal avalado por escribanos y títulos de propiedad.
J. P. Morgan encarnó el paso siguiente: la consolidación
de ese Estado nacional y ese mercado después de la
Guerra Civil. Reemplazó las carretas por las primeras redes ferroviarias,
financió cualquier emprendimiento comercial que le pareciera
viable, proveyó a la industria de la construcción con
el acero de su US Steel Co. (la primera empresa de mil millones de dólares)
y fundó la General Electric para sacarle el jugo antes que nadie
al filón de la luz y los electrodomésticos. Los Rockefeller
fueron la opulencia: la Standard Oil era el gran surtidor con el que
llenar el tanque de los Ford, los Chevrolet y los General Motors que
se fabricaban en Estados Unidos y que circulaban por cada vez más
países del mundo. Se podrían nombrar más ejemplos:
los Vanderbilt, Hearst (el dueño del primer multimedio), los
Dupont (en el negocio de la química y la farmacéutica).
Con estos tres alcanza para trazar la línea sucesora que nos
lleva a Bill Gates. El último magnate, hasta ahora.
BILLY
THE KID Por lo que puede leerse en las seis biografías no autorizadas
sobre el señor Microsoft, la tirria acumulada por los nerds que
hoy piden venganza está más que justificada. Según
pasan las páginas de sus biografías, Bill Gates termina
siempre convirtiéndose en un golem de despiadados talentos empresariales
encendidos por un único chispazo de genio durante la adolescencia.
Pero, de chico, el pequeño Billy era un freak, un raro, un nerd.
Hijo de Mamá Mary, una maestra que abandonó la enseñanza
para dedicarse a sus dos hijos, y de Papá Bill, un abogado y
ex combatiente de la Segunda Guerra, William Henry III nació
en 1955. Siete años después ya había devorado la
Enciclopedia Britannica entera, de la A a la Z. Una de sus maestras
cuenta que, cuando Billy se aburría en clase, empezaba a escribir
con la mano izquierda para obligarse a estar más atento.
A los diez ya se ganaba el odio de sus compañeros entregando
trabajos más largos de los que pedían, levantando siempre
la mano y contestando más y mejor todo lo que se requería
en clase, logrando el milagro de sobrevivir en los recreos. A los once,
recita en clase los tres capítulos bíblicos que ocupa
el Sermón de la Montaña. Cuando llega al punto final,
tiene su primer brote megalómano: Puedo lograr lo que quiera,
dice. Durante unos meses baraja la idea de ser astronauta, pero la profesión
termina resultándole demasiado común. Hacen
su aparición los primeros síntomas que años después
llevarían a la revista Time a diagnosticarle públicamente
un autismo border: habilidad endemoniada para el pensamiento
abstracto, ataques de pánico y rabia, incapacidad de mirar a
los ojos, movimientos repetitivos y automáticos. Mientras, sigue
deglutiendo la biblioteca familiar: Asimov, Bradbury, Arthur Clarke.
Hasta que el secundario de chicos bien al que asiste consigue autorización
para que sus alumnos usen, durante una módica cantidad de horas
semanales, una de las primeras computadoras especialmente construidas
para uso civil. Así cuenta Billy su primer contacto con una computadora:
Sentí frío, después calor, y en ese momento
descubrí que ese aparato era mejor que toda la ciencia ficción
junta. Frente a esa máquina conoce a Paul Allen, con quien
años después fundará Microsoft. Mientras tanto,
los dos adolescentes inventan videojuegos y Gates confecciona un programa
que ayuda a hacer trampa oh, casualidad en el Monopoly.
Son tantas las horas que pasan frente a la computadora que el colegio
prácticamente no puede hacer frente al costo de la conexión.
A los 14 (Gates) y 16 (Allen), reciben una oferta de la General Electric,
propietaria de la máquina: usar el tiempo que quieran la computadora
a cambio de que traten de ponerla de rodillas hasta encontrar
los puntos débiles del sistema. En menos de un año, el
dúo dinámico sincroniza por computadora los semáforos
de Seattle. El millón de dólares que había dejado
el abuelo Gates para solventar la carrera universitaria que llevaría
a su nieto a convertirse en un próspero abogado le permite pagarse
el ingreso a Harvard. Una vez adentro, a lo único que se dedica
es a apostar hasta lo que no tiene en partidas de poker que duran más
de 24 horas.
En la Navidad de 1974, la revista Popular Electronics publica un número
especial que explica con lujo de detalles cómo armar la Altair
8800, la primera PC de la historia. El dúo Allen-Gates es bendecido
por su único y auténtico fogonazo de genio: encerrados
durante ocho semanas, alimentados a pizza y Coca Cola, consiguen adaptar
el Basic, viejo idioma de las computadoras militares, a la Altair. Ése
fue el nacimiento de la metafísica del plástico: Si
en el futuro habrá una computadora por casa, seremos nosotros
quienes les demos vida, infundiéndoles un alma de software a
esas carcazas de plástico repletas de circuitos inertes,
dijeron. Altair les puso un contrato sobre la mesa. Detrás vinieron
IBM, General Electric, el Citibank. Sin pensarlo demasiado, Gates dejó
Harvard y en 1975 se mudó con Allen a un departamentito donde
fundaron Microsoft. Pero quizá porque a Allen le había
tocado la parte del león durante la adaptación del Basic,
el precoz Gates enseguida se dio cuenta del infame futuro de segundones
que esperaba a dos nerds como ellos y decidió que mejor que hacer
es mandar. Mientras el alquiler lo pagaban a medias, las acciones de
Microsoft se habían dividido así: 40 por ciento para Allen
y 60 por ciento para Gates.
EL SHOW
DE BIll CROSBY Para probar por qué esa biografía debía
ser necesariamente no autorizada, Stagliano encargó
una encuesta que preguntaba por qué Bill Gates era Bill Gates.
El resultado es incluido en el libro. Éstas son las cinco respuestas
más frecuentes (y sus respectivas salvedades): 1) Es el
inventor del Basic (falso: el Basic se inventó en 1964;
Gates y Allen sólo lo adaptaron); 2) Inventó la
PC (falso: la primera PC fue la Altair que fascinó a Gates
cuando estaba en Harvard); 3) Inventó el DOS (falso:
Gates le compró a la Seattle Computer Products el Q-Dos, le introdujo
algunas modificaciones y lo rebautizó Ms-Dos Ms por Microsoft);
4) Es el inventor del sistema windows (falso: las ventanas
las inventó Xerox y las usó por primera vez Apple en 1984);
5) Inventó el programa para navegar en Internet (falso:
el Mosaic apareció un par de años antes que el Explorer).
En suma, Stagliano se interna en cada una de las grietas del Mito perfectamente
bosquejado por el periodista David Gelertner cuando dijo: La idea
de Gates es dejar que las tropas de los innovadores desembarquen en
las playas y sufran las pérdidas; él sabe que, si espera
un poco y los sigue, podrá recoger los beneficios en paz. Bill
Gates es el Bing Crosby de la tecnología norteamericana: tomó
prestadas una estrofa acá y otra allá y las juntó,
creando canciones que son número uno del hit parade.
GESTITO IDEA Algún día se reunirá hasta la última
línea escrita sobre el mito de Bill Gates en un único
volumen titulado Biografía de UNA idea. Desde hace quince años
Gates persigue la misma quimera: que todas las computadoras respondan
a las órdenes enunciadas en un solo idioma, un esperanto marca
Microsoft. Si Henry Ford decía Usted puede comprar el auto
del color que quiera, siempre y cuando sea negro, Gates parece
decir: Para que su computadora se entienda con el 90 por ciento
de las computadoras del mundo, usted puede comprar cualquier programa,
siempre y cuando sea Microsoft. Las casi tres millones y medio
de pruebas presentadas en su contra en el juicio que empezó en
1998 dan fe de que hizo prácticamente lo imposible por conseguirlo.
Cada prueba (algunas refritadas de juicios anteriores) parece uno de
los bocados con los que Microsoft fue comiéndose el mercado.
Ejemplos varios a continuación: en 1984 Apple estrenó
el sistema de ventanas y Lotus presentó el prototipo de la hoja
de cálculo Jazz. Al año siguiente, Microsoft presentó
el Excel (de singularísimas coincidencias con el
Jazz) y el Windows 1.0 (de asombroso parecido con las Apple).
Cuando Gates se enteró de que la Go Corporation preparaba una
computadora de mano, sin teclado pero con lápiz óptico,
organizó un equipo de trabajo con el objetivo de Aplastar
a la Go y mandó a un par de muchachos a ver a todos sus
clientes: No hagan negocios con la Go si quieren que sigamos dándoles
nuestros productos a precios accesibles. A fines de los 80, mandó
a una rubia despampanante para que le trajera en bandeja la cabeza del
empresario que había conquistado las computadoras alemanas con
el único DOS del mundo diferente al de Microsoft; cuando lo consiguió,
duplicó el precio de su propio MsDOS. Alentó a IBM para
que diera a conocer los secretos de sus computadoras jurando que
él haría lo mismo con sus programas y así
consiguió que el mundo se inundara de clones made in Taiwan que
pincharon los ingresos de la Big Blue, la única empresa que podía
hacerle sombra. Según explica Wendy Goldman, Gates convirtió
a Microsoft en el emporio del vaporware (traducible como software
de aire): para desalentar a los potenciales compradores de un
programa nuevo, Gates mandaba a repartir folletos que promocionaban
programas infinitamente mejores de pronta aparición en el mercado.
La gente esperaba, el programa nunca salía; en el interín,
las empresas pequeñas no podían sobrevivir sin vender.
La gente de Apple registró, entre 1984 y 1988, trece plagios,
y paró de contar cuando Microsoft mandó unos muchachos
para avisarles que, si no se dejaban de joder con eso de que las ideas
eran suyas, les cortarían el chorro de programas sin los que
por entonces no tenía sentido comprar una Mac. A otras empresas
sublevadas, Microsoft mandó emisarios con el sugestivo mensaje:
Les hacemos descuento en el precio del DOS si además compran
el Windows (y por lo bajo agregaban: Pero si no compran
el Windows, no hay DOS). Con Intel, la empresa fabricante de chips,
directamente rompió relaciones porque las mejoras permanentes
de chips obligaban a Microsoft a mejorar sus programas, un esfuerzo
que la empresa no estaba dispuesta a hacer. Si Pepsi tuvo problemas
para patentar el color azul, el pedido de Microsoft entró como
por un tubo cuando patentó la palabra windows: Sé
cómo manejar al gobierno es una de las frases favoritas
de Bill.
En 1991 pergeñó uno de los golpes maestros de su carrera.
Repartió muestras gratis del Windows 3.1 con un agregado diabólico:
un virus que automáticamente causaba estragos en cualquier PC
que no utilizara el DOS de Microsoft. Si alguien llamaba a la 0-600
del soporte técnico, los operadores tenían la orden de
responder que sólo auxiliaban a usuarios con el DOS de Microsoft
en sus máquinas. El futuro será el paraíso
de los compradores y nosotros fijaremos el standard, había
dicho Bill. Macdonaliza las computadoras, decían
los demás. A quién le importa, pensaba Bill: hacia mediados
de los 90, cuando el 90 por ciento de las PC del planeta hablaban el
idioma de Microsoft, el Ms-DOS valía diez veces más (en
relación con el precio de una PC) que una década atrás.
MICROSIERVOS
Con el mundo dominado, en el frente interno las cosas también
marchaban al ritmo del tío Bill. Quienes quieran leerlo en versión
novelada, pueden recurrir a Microsiervos de Douglas Coupland. Quienes
quieran la verdad desnuda, pueden leer Barbarians led by Bill Gates,
escrito por los insiders Marlin Eller y Jennifer Edstrom, ex programador
e hija del gerente de relaciones públicas de Microsoft respectivamente.
En sus primeros ocho años, la empresa de Bill convirtió
en millonarios a más de dos mil de sus empleados. Por esa época
los nerds empezaron a convertirse en geeks (un nerd al que le pagan
por ser nerd). Pero la chance de entrar al campus de Silicon Valley
y ser millonario tiene su precio. Para empezar, Bill prefiere solteros
que no miren el reloj para irse a casa. Quienes lo han tratado dicen
que tiene una sonrisita particular los días en que la tropa queda
internada en jornadas de 16 horas. Sus empleados tienen una rutina con
la que se alientan y entrenan entre ellos antes de ir a verlo en persona.
Y juran que, cuando algunos programadores se desploman frente a la pantalla,
los otros los cubren con una manta y, en cuanto los fisurados se reponen,
retoman el trabajo donde lo habían dejado. Dicen que, cuando
no está de viaje, Gates nunca se ausenta de la empresa durante
más de siete horas seguidas. Dicen que sabe de memoria las patentes
de los coches de sus empleados y que controla desde el ventanal de su
oficina la llegada de su prole según el orden en que estacionan.
Las primeras contrataciones en Microsoft de mujeres en puestos que no
fueran de secretarias se debió a que las licitaciones para el
aprovisionamiento de software a la industria militar exigían
una cuota mínima de empleados femeninos. Tuvieron que disuadirlo
cuando quiso despedir a un infartado porque había bajado
su rendimiento. Y cuando consiguió su primera novia, un
día le confesó: El ideal sería que tú
y Steve (su segundo en la empresa) estuvieran juntos, así te
tendría cerca y podría concentrarme en mi trabajo.
La globalización empieza por casa.
MALDITO
FUTURO ¿En qué momento este paquete tan bien atado se
le empieza a ir de las manos al tío Bill? Según sus contrincantes
durante el juicio de la Comisión Antimonopolio, el gran error
de Gates fue no creer en Internet. La tarde de 1991 en que un subalterno
entró a su despacho para preguntarle qué pensaban hacer
con eso que acababa de aparecer y que todos llamaban Internet, Gates
apenas le dedicó una sonrisita de pasemos-a-otro-tema y contestó:
Eso no va a andar. Tres años después, seguía
pensando lo mismo: de entre todas las tecnologías que iban a
cambiar el mundo que anunciaba en las 363 páginas de Camino al
futuro no había ninguna referencia a Internet. El tío
Bill seguía pensando que era El Rey. Haber acusado de comunistas
a quienes proponían repartir programas de manera gratuita le
había ganado las simpatías del gobierno de Reagan (quien
lo había protegido personalmente de la Comisión Antitrust).
El equipo de prensa de Microsoft, liderado por el ex asesor de imagen
del mismísimo Ronald, parecía más eficiente que
nunca: hizo saber al mundo que su patrón mandó cerrar
una isla entera de Hawaii para casarse en paz; anunció a los
cuatro vientos los prodigios tecnológicos instalados en su mansión
del futuro (bautizada la nueva San Simeon); se encargó de que
la revista Timelo entrevistara cada dos o tres años para que
nos contara qué nos deparaba el futuro; deslizó en los
oídos correctos el rumor de que el gobierno chino le pedía
ayuda para ingresar al mundo de la tecnología y que había
sido el tío Bill quien pagó 30 millones por el Códex
Hammer de Da Vinci; algunos incluso tuvieron la paciencia de leer que
el incansable Bill dedica su tiempo libre a asimilar videos de física
cuántica, todo tipo de revistas de divulgación científica
y que tiene colgado un mapamundi en el techo de su oficina para aprender
hasta cuando se echa una siestita.
Algunos habrán olido algo raro cuando Forbes informó que
el tío Bill no encabezaba más su lista de hombres más
ricos del mundo y Vanity Fair lo desplazó de la cima de su ranking
anual de popes empresariales. Otros se habrán despabilado cuando
empezaron a aparecer los primeros desertores de Microsoft, declarando
que preferían venderle el alma a una empresa de Internet a seguir
padeciendo el infierno de Gates. Otros, cuando el 30 de agosto del año
pasado, las casillas de hotmail fueron vulnerables durante ocho horas
debido a un problema en el software marca... Microsoft. Otros, cuando
durante el juicio salieron a la luz cientos de miles de mails internos
de Microsoft donde Gates escribía cosas tales como Hay
que establecer una estrecha relación para después arrancarles
el negocio de las manos; ¿Cuánto quieren por
perjudicar a Netscape? y hasta alguna frasecita del tipo dispararle
un balazo en la cabeza (aunque alegó que la expresión
es, por supuesto, una metáfora). O cuando no supo qué
contestar frente a esa piecita en el hardware de Microsoft que decía
NsSAKey, y que para muchos era un arreglo con la National Security Agency:
una entrada para los servicios de inteligencia yanqui a
las PC del mundo.
Pero todos estos síntomas son manifestaciones de una misma enfermedad:
no creer en Internet. Recién en 1995 el tío Bill se dio
cuenta de que había rifado un negocio más grande que el
suyo entre los nerds que hoy piden su cabeza. Para entonces, el hombre
que hacía creer al mundo que vivía adelantado, de repente
descubrió que atrasaba. Su desdén ya había engendrado
a tres monstruos que se las podían arreglar sin él: la
empresa Sun había inventado el Java (el idioma universal que
hablan las máquinas en Internet y que vuelve prescindible el
Ms-DOS que tanto esfuerzo le costó a Gates imponer en todo el
planeta) y el Navigator (propiedad de American Online, la proveedora
más poderosa de Internet, ahora asociada al monstruo mediático
Time-Warner) permite navegar por la red sin la injerencia de Microsoft
y amenaza convertirse en el reemplazante perfecto del Windows para manejar
todo tipo de archivos.
Si la gran apuesta de Gates era conquistar no sólo el disco duro
sino también imponer cualquier programa que se instalara en él,
la asociación entre America Online, Sun y Star Division tiene
todo para borrarlo del mapa: Sun fabrica los servers (que pueden usarse
como gigantescos discos duros); America Online los conecta y Star Division
pone en circulación un combo de programas (el StarOffice) que
compite mano a mano con la calidad del Office de Microsoft (pero, pequeña
diferencia, se puede bajar gratis de Internet). El próximo paso
es la transición que se viene anunciando desde hace un tiempo:
de las PC a los PC, o pervasive computers. Es decir, las agendas digitales,
los teléfonos celulares y casi cualquier chirimbolo con el que
conectarse a un server sin necesidad de disco duro: todo está
en el server. Donde Bill Gates no está.
Si el Windows 95 fue un fracaso que se colgaba más que
una percha (como dice un gracioso en alt.destroy.microsoft), el
Windows 98 fue el manotazo del ahogado: Gates lanzó ese Windows
con Explorer incluido (competencia del Navigator), sin cargo adicional.
Además, el idioma que hablaba ese Explorer era un Java adulterado:
un dialecto que sólo permitía al programa entenderse con
otros Explorers de Microsoft. Pero esta vez nadie iba a aguantar que
Gates hiciera lo mismo que con el Ms-DOS: imponer un dialecto que sólo
él vendía. Uno de los testigos del juicio lo explicó
bien clarito: Si se acepta esto, Microsoft termina siendo la casilla
de peaje de Internet: el precio es comprar sus programas. Ya en
1995 un juez federal había ordenado a Microsoft renunciar
a ciertas condiciones agobiantes que suele imponer a algunos de sus
clientes. Si la Corte Suprema ratifica el fallo que la Comisión
Antimonopolio consiguió arrancarle al juez federal, pondrá
a Gates definitivamente contra las cuerdas. El fallo no sólo
le exige que no apriete clientes, que separe el Explorer del Windows
y que parta su empresa en dos (una para sistemas operativos y otra para
programas), sino que le prohíbe adulterar el Java. En otras palabras,
por primera vez en veinte años, Gates tendrá que hacerse
entender por todos. Y no en su idioma sino en el idioma de los demás.
De ser así, los nuevos nerds tendrán la satisfacción
de ver al viejo Bill salir de Internet y volver a entrar con la cabeza
gacha, como cualquier hijo de vecino, en ese negocio donde los sillones
más grandes ya están ocupados. Aunque a los Gates del
futuro les queden billones para entretenerse haciendo caridad con billetes
de mil o, como dicen los yanquis thousand dollars bills.
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