MUSICA
Un reportaje a Charles Lloyd
Un
hombre de fe
Fue
el primer músico de jazz en hacer un tour por la Unión
Soviética y en tocar con Hendrix y los Grateful Dead (en el Fillmore
de San Francisco). Pero al cumplir los treinta se retiró a una
cueva a meditar. Volvió para dar a conocer al mundo el genio
de Michel Petrucciani, doce años después. Luego de una
enfermedad que casi lo manda al otro lado, volvió a los escenarios,
siempre con acompañantes de lujo (en su último CD, Fish
Out of Water, tocan John Abercrombie, Brad Mehldau, Larry Grenadier
y Billy Higgins). Conozca al gran Charles Lloyd.
POR
EDUARDO HOJMAN, DESDE CHICAGO
A fines
de los 60, una época en que el jazz había perdido público
a manos del rock y de la psicodelia, el saxofonista Charles Lloyd lideraba
una de las bandas más populares del momento, con Keith Jarrett,
Cecil McBee y Jack DeJohnette. En 1966 habían encendido a la
audiencia en el Festival de Jazz de Monterrey. Con un tono que recuerda
al de John Coltrane y una exploración tanto melódica como
psicodélica, el disco Forest Flower es el mejor documento de
esa época. Después de alcanzar un éxito que parecía
reservado sólo para las bandas de rock, de realizar una gira
por la Unión Soviética y de tocar con Howlin Wolf,
Jimi Hendrix y The Grateful Dead, Lloyd decidió dedicarse a la
meditación trascendental y alejarse del negocio del espectáculo.
En los 80, el extraordinario pianista Michel Petrucciani impulsó
su regreso. Un segundo retiro espiritual culminó con una serie
de grabaciones, como Canto (1997), Voice in the Night (1999) y la más
reciente The Water is Wide (2000). Hoy, Charles Lloyd tiene todo el
aspecto de un héroe del pasado que ha vuelto a contarnos algunas
cosas. A principios de setiembre, durante el Chicago Jazz Festival,
Lloyd concedió este reportaje a Radar.
Una de las características más notables de su música
es su relación con los pianistas. Usted tocó con Jarrett,
Petrucciani, Mehldau...
Yo amo el piano, porque cuando empecé a tocar tuve
un mentor, Phineas Newborn, que era un gran pianista. Él podía
tocar jazz a la manera tradicional de Art Tatum, pero también
interpretaba piezas de Bach, Chopin, Beethoven. Por eso creo que me
atraen los grandes pianistas: porque trato de encontrar en ellos esa
experiencia que tuve de niño cuando oí por primera vez
a ese gigante. Newborn me mostró la música de Charlie
Parker cuando yo era muy chico y eso era tan moderno y a la vez tan
lleno de una hermosa inteligencia y de espontaneidad y esperanza.
Y también son pianistas románticos, todos ellos.
Bueno, yo soy un romántico. Creo en un mundo mejor.
No sé muy bien cómo expresarlo: yo soy un músico,
no un escritor o un poeta. Todavía estoy trabajando en mi intervalo
(la distancia entre sonidos).
¿Es decir que hay una filosofía en su música?
Espero que sí.
UN
HOMBRE DE FE Lloyd nació el 15 de marzo de 1938 en Memphis,
Tennessee, una ciudad que ha dado letra a innumerables blues y que,
como declaró él alguna vez, era un terreno fértil
para el crecimiento, una ciudad preñada con el elixir de la música.
Un día, a los diez u once años, vio un saxo en un desfile
y, como sucede en las leyendas, supo en ese momento lo que quería
ser. Poco después entraba en la banda de Phineas Newborn. Después
de obtener un Master en la Universidad de California del Sur (donde
se familiarizó con la música de Bach, Bartok, Stravinsky
y Varese), trabajó como profesor de música en Los Angeles.
Mientras tanto, por las noches se juntaba con Harold Land, Eric Dolphy
y Ornette Coleman. A diferencia de muchos colegas, Lloyd siempre estuvo
abierto a todo tipo de influencias, incluso las del rock, muchas veces
mala palabra para los músicos de jazz.
En 1961 dejó la academia y se unió a la banda del baterista
Chico Hamilton, donde tocaba flauta, clarinete, saxo alto y tenor, pero
no estaba contento con el jazz de cámara de esa agrupación.
Cuando quedó en sus manos la dirección musical, la banda
de Hamilton se abrió a la vanguardia y la experimentación
y Lloyd se convirtió en una estrella por derecho propio. Después
de un breve paso por el sexteto de Cannonball Adderley, en 1965 formó
su propia banda, con Ron Carter, Tony Williams (después reemplazados
por Cecil McBee y Jack DeJohnette) y Keith Jarrett. De esa época
viene la fama de Lloyd de gran descubridor de talentos.
La música que siempre he amado es aquella que posee sabiduría
y a la vez modernidad. Siempre busco ese valor espiritual y todos los
grandes maestros elevan la música a otro nivel. Por eso no soy
un músico desde elpunto de vista profesional. En realidad, yo
no encuentro un lugar en este mundo, me siento fuera de ritmo con el
mundo. Quiero decir, mire a su alrededor: tanto sufrimiento, tanta adversidad,
tanta manipulación de políticos y empresarios, tanto mercantilismo.
Cuando nací, mi madre no estaba preparada para ser madre a una
edad tan joven, y me dejaba con parientes y vecinos. Yo me crié
como un chico solitario; por eso busqué un contacto con el Creador
desde muy niño. No tenía otra cosa: no entendía
el mundo, no tuve el amor de mi madre hasta los diez años. Entonces
conocí a Charlie Parker, a través de Phineas, y sentí...
esperanza.
En qué sentido.
Lo que trato de decir es que mi vida ha sido una búsqueda
espiritual. Como soy músico, lo expreso así: lo que intento
es contar una historia de esperanza. Cuando toco, quiero hacer una música
que complazca al Creador y que de alguna manera alivie el sufrimiento
del mundo.
¿De qué manera se manifiesta eso en su música?
Yo tengo dos naturalezas: una calma y silenciosa y otra muy
expresiva, y así es mi música. Si quiere hablar de cuál
es mi filosofía, le diría que estoy tratando de vivir
de una manera que me permita mejorar mi personalidad y eso implica mi
intervalo y mi tono, mi sonido. Para un instrumentista, el sonido es
como el tono para los cantantes. En mi opinión, Billie Holiday
es la más grande, la madre del universo: hay tanta comprensión
de la vida en su voz, ese sufrimiento que es una gracia... Yo pretendo
cantar una canción con mi instrumento. Provengo de una cultura
muy rica, esta música indígena clásica de Estados
Unidos que algunos llaman jazz. Jimmy Lunceford era de mi ciudad. Charlie
Parker fue concebido en Memphis... nació en Kansas, pero su madre
quedó embarazada en Memphis. Si Bach estuviera vivo, sería
músico de jazz. Con toda esa tradición detrás,
puedo salir a explorar y encontrar la verdad cada vez que toco. Y mi
verdad individual se convierte, de alguna manera, en una verdad universal:
yo me quito del medio. No soy más que la sala donde se proyecta
la película, no soy la película.
ES
SOLO ROCK & ROLL (PERO ME GUSTA) El Charles Lloyd Quartet causó
un impacto tremendo, primero en el jazz y después en el rock
de la época. En 1967 fueron la primera banda de jazz moderno
en hacer un tour por la Unión Soviética; su música
salvaje y melódica les valió una ovación de más
de ocho minutos en el Tallin Jazz Festival. Un año antes, el
cuarteto había logrado un éxito similar en el Monterey
Jazz Festival, con una actuación que quedó registrada
en el disco Forest Flower (hay reedición en CD, que también
incluye el disco Soundtrack, de la misma época). Algunos adjudican
la responsabilidad de aquella notoriedad a Michael Avakian, en ese momento
manager del cuarteto, quien decidió vestir a la banda con ropajes
psicodélicos y venderla como un grupo de rock. El mismo Lloyd
no veía con malos ojos esa música (¡Claro
que escucho a los Rolling Stones!, declaró una vez, Yo
vivo en este mundo, sabe), pero prefiere atribuir el mérito
a un grupo de actores de Saturday Night Live. En cualquier caso, en
la segunda mitad de los 60, Lloyd tocó a sala llena en el Fillmore
de San Francisco, un legendario palacio del rock, donde compartió
cartel con Janis Joplin, Muddy Waters, Bob Dylan y Grateful Dead. Así,
Lloyd se transformó en algo para lo que muy pocos músicos
de jazz estaban preparados: una estrella de rock. Él lo cuenta
así:
Lo que sucedió fue que yo estaba tocando en San Francisco
y un grupo de actores, John Belushi entre ellos, vinieron a verme y
me hablaron del Fillmore. Me dijeron que siempre había como dos
mil chicos ahí, escuchando música, colocados.
Como me dijeron que tocaba Muddy Waters, acepté. Tenía
que tocar durante media hora, pero no me dejaron bajar del escenario
hasta una hora y media más tarde. Fue un éxito enorme,
aunque yo hice lo que hacía siempre. Después muchos querían
tocar con nosotros: JeffersonAirplane, Janis Joplin, Grateful Dead,
que eran una banda de blues con una onda folk-rock y no improvisaban,
pero cuando me escucharon decidieron que querían hacer algo así.
Su calidad musical no estaba en el mismo nivel, pero eran sinceros y
empezaron a expandir sus canciones. Por esa época conocí
a Jimi Hendrix, que venía de la misma tradición que yo,
el blues, y llegaba a los cielos más altos con su música.
Era un hombre muy hermoso y teníamos una comunicación
muy cálida. Pero en ese momento comencé a tomar muchas
drogas, y después de un tiempo dejé de funcionar correctamente.
Entonces decidí alejarme y me mantuve en silencio durante muchos
años.
LOS
SONIDOS DEL SILENCIOLloyd desapareció durante casi veinte
años, con algunas breves interrupciones. Por ejemplo, en 1972
participó en Full Circle, una grabación de los Doors (sin
Morrison) y, debido a su amistad con Mike Love, un año antes
aportó un memorable sólo de saxo al tema Feel Flows,
del disco Surf Up de los Beach Boys. La mayor parte del tiempo, sin
embargo, se dedicó a la meditación.
Las drogas y la presión de la fama me afectaron personal
y musicalmente. Estaba haciendo lo que quería hacer, pero no
era feliz. Necesitaba algo que las drogas no me proporcionaban. Con
la música, podía irme a un mundo distinto, que era perfecto.
Pero, cuando salía, no podía funcionar en el mundo real.
A los treinta años, a fines de los 60, disolví mi banda
y me fui. Sentía que había visto demasiadas cosas, demasiado
sufrimiento: Booker Little, mi mejor amigo, había muerto a los
23 años. Scott LaFaro murió muy joven, Eric Dolphy también.
La mayoría de mis héroes se habían ido, habían
dejado la ciudad. La música está llena de
enseñanzas y cuando uno profundiza en ella se da cuenta de que
no tiene que ver con notas sino con el sonido, con el intervalo, y yo
quería lograrlo. Vivía con mucha sencillez; al principio
en una cueva de montaña, en Big Sur, cerca del mar. Era un territorio
difícil y rústico y eso me ayudó a mirarme en el
espejo de mis deficiencias y a superarlas. Después de una larga
lucha, me volví más simple y conseguí meterme más
hondo en la música. Cambié mi dieta; primero me hice vegetariano
y empecé a comer sólo frutas. Después traté
de no comer, vivía de agua. Pesaba cincuenta y nueve kilos, con
mi metro ochenta y pico. Estaba tratando de purgarme, de vaciarme. Hasta
que un día apareció Michel Petrucciani, un hombrecito
pequeño con un talento maravilloso.
En 1981, Michel Petrucciani era un casi desconocido pianista de 17 años
de edad con una rara y grave enfermedad ósea. Después
de oír los álbumes de Lloyd en su Francia natal, Petrucciani
hizo un peregrinaje a Big Sur y lo convenció a Lloyd de interrumpir,
aunque fuera momentáneamente, su autoexilio. Lloyd quedó
tan impresionado por la belleza que emanaba de Petrucciani
que así como mis mayores me ayudaron a salir adelante,
yo quise hacer lo propio con Michel. En 1982 y 1983, Petrucciani
y Lloyd formaron un cuarteto, tocaron en Europa y grabaron dos discos
en vivo. Cuando Lloyd consideró que Petrucciani había
crecido lo suficiente como para arreglárselas solo, volvió
a su retiro. Hasta que un día, un grave desorden intestinal lo
llevó al hospital y le produjo una experiencia cercana
a la muerte. Dicho esto, Lloyd se pone de pie y se levanta la
remera: tiene una cicatriz imponente que le surca el torso.
Mire, mi madre no estaba preparada para tenerme, así que
durante el parto algo de ese dolor quedó en mí. Y un día
envolvió mis intestinos y los asfixió. Por suerte, me
ayudó un gran médico, pero yo estaba en manos de Dios.
En ese momento sentí que se me había dado una segunda
vida, que había renacido. Entonces pensé: esto es lo que
yo hago, éste es mi dharma, soy un hacedor de música.
Aprendí de los antiguos que tengo derecho a mi obra. Pasamos
por este mundo, cantamos nuestra canción, nadie nos conoce y
nos vamos. Tenemos que prepararnos para eso. Cuando era joven, era famosoy
no tenía estabilidad. Ahora sí la tengo, pero no es mía;
proviene de una fuente más alta y yo estoy a su servicio.
Cuando forma una banda, ¿es necesario que los músicos
compartan su visión espiritual?
No, no. Yo oigo algo en ellos que me habla, entonces sé
que tienen esa visión. No es algo que tenga que decirles. Todo
suena verdadero si uno toca con sinceridad, y todos los músicos
con los que he tocado tienen algo especial. Pero yo no trato de cambiar
su forma de ser. Es cierto que, si un grupo de gente comparte algo en
común, la música puede causar algún efecto. Y después
está el sonido, que es un mundo en sí. El grupo que tengo
ahora tiene una dinámica poderosa, pero no viene de mí:
es una comunidad, donde todos somos iguales y todos podemos ser felices
y creativos y las chispas pueden surgir de cualquier lado.
LA
MUSICA NO ES UN DEPORTE El regreso con gloria de Charles Lloyd se
concretó en 1989 con Fish out of water, grabado para el sello
alemán ECM. El sonido de Lloyd (con sus solos que empiezan como
truenos subatómicos en los registros bajos de su instrumento
para elevarse después a los agudos más abrasadores) es
prácticamente el mismo de la época de Forest Flower. En
sus últimos discos, sin embargo, su música es más
tranquila, más meditada, quizá tiene menos apuro, como
evidenciando la incorporación de un nuevo elemento: el silencio.
A mí no me interesa correr un maratón. La música
no es un deporte. Ya trepé todas esas montañas; ahora
estoy trepando otra. Manfred Eicher (director del sello ECM) adora el
silencio. Y, a pesar de que él es del norte y yo vengo del calor
del sur, trabajar juntos fue maravilloso. El primer disco que hice después
de mi último retiro, Fish out of water, es muy calmo, muy silencioso.
Ese disco, ese sonido, cuenta la historia de mi viaje, mi búsqueda,
cuando viví en la cueva junto al mar. Y lo mismo pasa con The
Water is Wide: es música muy simple y a la vez muy profunda.
He tratado de refinar la interacción entre los músicos.
En este disco, todos (John Abercrombie, Brad Mehldau, Larry Grenadier,
Billy Higgins) dejan de lado sus individualidades y se ponen al servicio
de la música. Entre uno y otro pasaron cinco discos más
y poco a poco la gente comienza a entender de qué se trata todo
esto. Por suerte, estoy acompañado de músicos grandiosos,
que responden perfectamente. El maestro Higgins, por ejemplo, con su
batería crea una alfombra para que podamos volar.
¿Cuáles son sus proyectos futuros?
Voy a compartir esto con usted, porque viene de Argentina.
Amo a Astor Piazzolla; algunos cantantes argentinos me conmueven profundamente
y siento una enorme comunicación con Dino Saluzzi. Hablamos varias
veces y creo que vamos a hacer algo juntos. La Argentina tiene una profundidad
que está en contacto con mi alma. Por eso tengo ese proyecto
en mente. En realidad, lo que busco es el baile de la vida. De eso se
trata mi mú-sica. Usted me preguntó hace un rato cuál
era mi filosofía. Y yo usé demasiadas palabras, dije demasiadas
cosas. Borre todo eso. Es una canción y es un baile. Si podemos
hacerlo bien, si todos pueden venir a bailar, va a ser algo muy especial.
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