Celebraciones
El regreso a los escenarios de Keith Jarrett
El
arte del trío
Una
enfermedad (síndrome de fatiga crónica) lo alejó
durante cuatro años de la actividad y nos hizo creer que nunca
volvería a tocar. Pero Keith Jarrett está de vuelta. Primero
grabó un extraordinario CD en piano solo (The Melody at Night,
With You). Y ahora edita Whisper Not, un CD doble que registra sus conciertos
del año pasado en París, acompañado por Gary Peacock
y Jack De Johnette, donde exhibe de manera brillante su estilo como
pianista.
POR
DIEGO FISCHERMAN
Su disco
anterior parecía una despedida. Keith Jarrett no tocaría
más, se había dicho. La fatiga crónica no
me permite sentarme al piano más de cinco minutos, explicaba
en un reportaje a la revista Down Beat. Poco después aparecía
The Melody at Night, With You, donde por primera vez en su carrera Jarrett
usaba el piano solo (el instrumento de sus largas improvisaciones sin
tema preestablecido), para hacer standards, los temas clásicos
del jazz. Todo los temas del disco eran canciones de amor. Las versiones:
breves, despojadas, melancólicas. Grabadas en el estudio de su
casa y dedicadas a su mujer, todo allí parecía hablar
de un último (y sobrehumano) esfuerzo. Sin embargo, Jarrett se
recuperó. Volvió a actuar en vivo, volvió a correrse
el rumor de su venida a la Argentina y volvió a salir un disco
suyo: Whisper Not. Con Gary Peacock en contrabajo y Jack De Johnette
en batería, Jarrett vuelve a fundar allí las bases del
trío esa invención de Bill Evans entendido
como célula básica del jazz.
Este doble registrado en vivo en julio de 1999 en el Palais des Congrés
de París es en muchos sentidos un álbum ejemplar. A pesar
de recorrer un repertorio poco usual para Keith Jarrett el tema
de Benny Golson que da título al CD, Groovin High
de Dizzy Gillespie, Hallucinations de Bud Powell,
Whisper Not resume el estilo de toda su obra. Y explicita (tal como
sucede con todo lo que Jarrett ha tocado en los últimos treinta
años, pero de manera más clara) varios de los problemas
fundamentales por los que ha atravesado la creación musical a
partir de los 50.
OBRA ABIERTA Las cuatro revistas de jazz más importantes del
mundo Down Beat, Jazztimes y las francesas Jazz Magazine y Jazzman,
editada por Le Monde de la Musique disintieron. Nunca antes habían
estado tan en desacuerdo. Para unas, The Melody at Night, With You era
un disco genial. Para otras, era una sandez. Lo que sucedía era
que ese disco, como muchas de las obras de Cage, como gran parte del
arte conceptual, como el expresionismo abstracto de Pollock e, incluso,
como cierto cine y cierta literatura de los 60 que se negaban a
contar, sólo podía ser leído en relación
con una serie. Esas pequeñas interpretaciones, que
apenas se apartaban de la literalidad de las melodías originales,
tenían un significado en sí mismas, como objeto autónomo.
Pero emergían con toda su fuerza recién al situarse en
un mismo plano con algunas otras cosas, muchas de ellas tocadas por
Jarrett con anterioridad (el free-jazz de los 60 y los 70, el virtuosismo).
Ese disco de Jarrett, como antes lo habían hecho Book of Ways
(su disco de improvisaciones en un clave barroco), muchos de los momentos
de sus conciertos en Bremen y Lausanne, en Köln, en Viena o en
París y como vuelve a reiterar Whisper Not, renunciaba a la exhibición
de destreza técnica. Pero esa renuncia sólo cobraba sentido
para quien pudiera compararla con el otro Jarrett, el que
era capaz (por ejemplo, durante el desarrollo de Survivors Suite) de
lograr que el sonido se convirtiera en una vorágine.
OTRAS
RENUNCIAS En el libro Mi deseo feroz, que recoge una serie de conversaciones
de Jarrett con Kunishiko Yamashita y Timothy Hill, habla de cómo
quedarse en un acorde de La Menor y aceptar lo que ese acorde es sin
intentar disimularlo ni investirlo de ninguna pretensión. Habla
también de evitar los lugares comunes, no caer en esos movimientos
casi automáticos que se hacen para embellecer un acorde. Es
fácil agregarle una sexta o una novena para que suene más
atractivo o más jazzístico. Lo verdaderamente interesante
es, en cambio, mantenerse ahí, dejarse ganar por el color del
acorde hasta que uno sepa que de ahí puede ir a cualquier lado.
Acerca de sus improvisaciones en el piano, lo que dice es revelador:
No debo tener ninguna idea previa para no ser víctima de
mis condicionamientos más superficiales. La idea se completa
casi a la perfección con lo que aseguró en una entrevista
realizada por Página/12: Lo más importante es olvidarse
de todo antes de tocar. Y, sobre todo, no empezar con un tema. Eso sería
demasiado condicionante. Trato de que elpunto de partida sea siempre
mínimo. Cuanto más insignificante, más caminos
abre.
En un sentido, a esas largas improvisaciones en que las transiciones,
lejos de estar disimuladas, son expuestas sin culpa, podría caberles
lo que Theodor Adorno descubre en las últimas sonatas de Beethoven:
la falta de embellecimiento como acto supremo de creación. Jarrett
exhibe los mecanismos para desarrollar una idea y también allí
se hace cargo de un pensamiento esencial del siglo XX: el proceso es
la obra.
FIGURA
Y FONDO Las improvisaciones de Jarrett al piano funcionan como mapas
de ruta: planos detalladísimos acerca de cómo se forma
una idea musical. Cada uno de los caminos aparece señalizado;
se muestran cada uno de los desvíos, cada ramificación
y, por supuesto, cada detención. Cuando toca con el trío,
los mecanismos son discretamente diferentes. Sobre todo porque existe
la referencia a un tema. Que en los últimos años un compositor
prolífico como Jarrett (ya desde su época como pianista
de Charles Lloyd) haya decidido remitirse con exclusividad a los standards,
es significativo. La apuesta se apoya en que la invención nunca
queda tan desnuda como cuando se la aplica sobre algo conocido. La creación
queda revelada en todo lo que no es el tema y sin embargo lo evoca.
Las paráfrasis características del jazz (donde el tema
funciona en la memoria, casi siempre en ausencia) es llevada hasta sus
últimas consecuencias. Y a veces alcanza con el sencillo truco
de invertir la secuencia temporal.
En general, el tema precede a los solos, que se improvisan sobre la
misma secuencia armónica. En el caso de Jarrett, una pequeña
partícula melódica o rítmica del tema, aun irreconocible,
puede actuar como punto de partida de un desarrollo caleidoscópico,
en el que unos motivos van derivando hacia otros y el tema aparece como
punto de llegada. En otros casos, los solos bordean el tema como si
pintaran el contorno de una silueta. Lo que tocan Jarrett, Peacock y
De Johnette es todo lo que el tema no es. El lugar del tema se deja
vacío: en realidad, el tema es lo único que no se toca.
LAS
PALABRAS Jarrett canta mientras toca. Canta mal, además.
Hay una especie de empecinamiento en ese murmullo obsesivo y desafinado,
que dibuja una textura compleja con lo que suena en el piano y con lo
que suena en la visión del espectador (el pianista parado, tirándose
sobre el teclado, agachado, colgado del instrumento, bailando epilépticamente).
En ocasiones, el murmullo o gemido, o vagido se imprime
sobre los silencios (y los acentúa). En otras, repite la rítmica
de lo que va tocando. Pero siempre refiere a lo que parece ser una de
las preocupaciones de Jarrett. Un famoso tema que tocaba con el cuarteto
europeo (Jan Garbarek, Palle Daniellson y Jon Christensen), se llamaba
My Song. Su mencionado disco de 1999 hace referencia en
el título a la palabra melodía. Jarrett dice: La
melodía es fundamental, pero esto resulta conflictivo, sobre
todo cuando esa melodía no es más que un material y lo
fundamental es el proceso, como en mi caso. No sabría explicar
por qué pero, para mí, la improvisación es una
cosa y la melodía es otra. De todas maneras, con la electrónica
casi todo es posible. Lo único que no se puede inventar con una
máquina, lo que sigue siendo lo más difícil de
todo, es crear una buena melodía. Pueden estar los parlantes,
la parafernalia multimedia, una distribución espectacular en
el espacio. Pero si falta la melodía, nada de todo eso se sostiene.
¿Por qué canto mientras toco? No sé. Pero sí
estoy seguro de que el instrumento en el que pienso cuando toco el piano
es la voz. La voz es el instrumento natural y, desde ya, si está
la voz, está el sentido melódico.
La otra palabra recurrente en el imaginario de Jarret es llama
(flame): la idea del fuego y, en particular, la de un saber que a la
vez convoca y ahuyenta atraviesa gran parte de su obra. The Moth and
the Flame (La polilla y la llama), el nombre de uno de sus
discos, parecereferirse, más que a un insecto, al mito de Icaro.
O, tal vez, no se trate de Icaro sino de una frase deslizada alguna
vez por Gurdjieff, de quien Jarrett es seguidor: No hay que evitar
el fuego; hay que atravesarlo sin quemarse.
LOS GESTOS En los movimientos de Jarrett puede haber un genuino descontrol,
o la fabricación de un personaje, o la intención, quizá,
de limpiarse de la culpa de la intelectualidad. Ya se sabe: nada peor
para un músico norteamericano de jazz (salvo que sea negro y
politizado) que ser -o parecer intelectual. Y la música
de Keith Jarrett es indudablemente intelectual, en el mejor sentido
de la palabra. Todo, incluso el despojamiento de intelectualismos, obedece
allí a construcciones intelectuales. Podría decirse que
Jarrett no puede disimular el profundo intelectualismo de su música.
La actuación de sus pasiones y sentimientos (una actuación
exagerada) serviría para mostrar que lo que suena es visceralmente
emocional. ¿Cómo podría no serlo si quien improvisa
esas frases pone esas caras y se contorsiona como si en cada sonido
se le fuera la vida? Lo cierto es que el gesto de Jarrett es expresivo
de una manera no realista: más allá de sus pretensiones,
nada de ese despliegue actoral resulta verosímil. No interesa
si se refiere a desgarros verdaderos o falsos. Lo que importa es el
funcionamiento musical de esos gestos. Porque producen superposiciones,
énfasis y contrastes: si, durante un silencio, el cuerpo del
pianista es literalmente despedido del teclado, como rechazado por una
corriente eléctrica, el valor de ese silencio cambia radicalmente.
Pero lo curioso es la aversión a cualquier gesto exagerado que
Jarrett pone de manifiesto en el aspecto puramente musical. Su forma
de tocar es casi ascética. Nunca hay demagogia ni efectos fáciles.
Y, cuando toca música clásica, en su elección del
repertorio hay también un rechazo explícito de cualquier
clase de ampulosidad: las Variaciones Goldberg o El clave bien temperado
de Bach, los Preludios y Fugas de Shostakovich, la referencia a Rameau
y Couperin de su propio Book of Ways. Tal vea sea bizarro de mi
parte decir que rechazo los grandes gestos, precisamente cuando me caracterizo
por los grandes gestos, por lo menos en un sentido corporal, decía
en un excelente reportaje realizado por Alex Dutilh para Jazzman. Pero
el hecho es que no me gusta el costado dramático de la música
del siglo XIX. Normalmente toco música anterior o posterior.
No es que me importe el año en que fue compuesta una obra, pero
da la casualidad de que, cuando una composición me habla, no
es del romanticismo. Cuando descubrí los Preludios y Fugas de
Shostakovich, lo que me deslumbró fue que eran literalmente transparentes.
Y eso mismo encuentro en Mozart y Bach. Puedo amar a Chopin, pero no
creo que tenga nada para decir si toco esa música; dudo que pueda
agregar algo a lo que ya han hecho los grandes pianistas que tocaron
su música.
El pianista que debió abandonar sus lecciones porque sus padres
no podían pagarle ni la profesora ni los viajes semanales de
Allentown a Filadelfia logró delinear uno de los estilos más
importantes en el jazz posterior al Bop. Músico de Miles Davis,
de Lloyd, sesionista del sello ECM durante un breve período en
el que grabó un disco extraordinario con Kenny Wheeler (Gnu Hugh),
capaz de ir desde el free más desenfrenado hasta la máxima
de las quietudes, y desde la explosión hasta el silencio, Jarrett
tiene acólitos y detractores. Algunos de ellos, sobre todo a
partir del éxito del Köln Concert, lo asimilan con la new
age. Ése es un disco espantoso, el piano era horrible y
yo me sentía mal ese día. No sé por qué
a la gente le gusta. En realidad, me duele bastante que muchos me conozcan
sólo por ese disco. En cuanto a la new age, duerme las conciencias;
es un veneno. Mi música trata de despertarlas, dijo una
vez Jarrett a este diario. Todo lo que hacemos debe conducir a
estar despiertos. Cada vez más despiertos. En música,
eso es lo único que permite no volver a tocar lo que ya ha sido
tocado otras veces. No hacemosmúsica para demostrar que tocamos
bien un instrumento. Tocamos para decir algo y, si ese algo ya fue dicho
por otro, lo que hacemos no tiene sentido.
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