La isla del tesoro
Cuando arrancó, nadie daba dos mangos. El último episodio lo vieron más de tres millones de personas, que sólo quieren saber si hubo sexo, si hubo un guión, si la edición reflejó fielmente lo que sucedía en la isla, si hubo plata debajo de la mesa para los participantes. Lo cierto es que el éxito bestial de Expedición Robinson ha acelerado la producción de otros reality-shows en versión criolla para el año que viene. Radar cuenta cuánto más lejos llegan los productos originales de este formato (Survivor, Gran Hermano, Fear y The Real World de MTV) y enfrenta a Julián Weich con los dilemas que suscitó el Robinson que supo conducir. Por Mariana Enríquez Picky
parece al borde de un ataque de nervios, o recuperándose de una
crisis existencial. Mientras todos sus compañeros hablan de lo
mucho que aprendieron en la isla, de los valores,
de tener hijos, del antes y después (como si fueran sobrevivientes
de alguna tragedia aérea y no dieciséis personas que,
por propia voluntad, participaron de un programa de TV para ganar cien
mil dólares), ella se come las uñas, sigue llorando, se
sienta encorvada en las gradas donde Canal 13 sentó a los Robinsones
para el programa de entrega de premios, y no aplaude cuando se abre
el maletín con la pequeña fortuna que quedó en
manos de Sebastián. Le parece una falta de pudor. Tampoco le
gusta que se le pregunte sobre el sexo en la isla; le parece que eso
desmerece la experiencia. Ni que se mencione la ambición. No
parece, en definitiva, la primera Robinson que amenaza conseguir algo
más que 15 minutos de fama. Picky hizo el casting de Pol-Ka,
y entró: pronto se la verá actuando en Ilusiones. Pero
no le gusta que la gente se confunda y piense que
fui a Robinson para trabajar en la tele. No le gusta que le digan
heroína, ni ganadora moral, ni la verdadera Robinson. No le gusta
explicar por qué dejó ganar a Adrián en la prueba
de las estacas, que Federica Pais describió con voz trémula
en Siempre Listos como la pelea de dos perros por un hueso.
No le gusta nada. EL
MUNDO REAL Cuando perdían, los protagonistas
de Robinson eran trasladados a otra isla, donde estaban el equipo de
producción y Julián Weich. Allí los esperaba un
equipo de psicólogos. Para contenerlos, explica Weich,
que en la isla se cambiaba detrás de una valija porque
de verdad no hay nada, nada. Parece exagerado. Pero, teniendo
en cuenta que cuando se hizo la edición sueca de Survivor (el
programa en que se basó Robinson) el primero en tener que abandonar
la isla se suicidó, más vale estar prevenido. Por supuesto,
Weich no cree que haya nada en el juego que pueda llevar a tal extremo,
y hay que admitir que tiene razón. De todos modos: Son
necesarios los psicólogos, para que los participantes se sientan
bien. Esta terapia de grupo se mantuvo cuando todos volvieron
a la Argentina, aunque van los que quieren. El cambio que
experimentó el propio Weich en la conducción del programa
(cuando pasó de jovial niñoexplorador que entusiasmaba
a los deportistas a sombrío declamador de hoy son cinco,
pronto serán cuatro) tuvo que ver sobre todo con
el clima de los Consejos en la isla, que era cada vez más tenso.
Ellos no la estaban pasando bien, y yo no podía ser todo sonrisas.
Muchas cosas nos fueron desconcertando y haciendo cambiar las actitudes.
Pero nada como el juego entre Picky y Adrián. Fue algo que no
nos esperábamos, y no sabíamos qué decir ni qué
hacer. Nadie imaginó que algo así podía suceder.
ROBINSON
2 Empezará a rodarse en febrero o marzo. En la misma isla.
A esta altura, ya se presentaron 60.000 aspirantes (diez veces más
que la primera vez). En las oficinas de la productora PromoFilm se ven
grandes bolsas llenas de papeles, etiquetadas Expedición Robinson.
Son las solicitudes. A Julián Weich lo intriga cómo
se desenvolverán los nuevos participantes, ahora que van a ir
predispuestos a hacer algo que ya conocen. Estamos tratando de cambiar
todos los juegos, para que ellos no se enteren. Los juegos, claro,
no le importan a nadie. Paralelamente, Telefé prepara su propio
reality game show (nombre técnico que recibe el rubro),
importando el Gran Hermano que enloqueció a España y que
no funcionó en Estados Unidos. Pol-Ka, Cuatro Cabezas e Ideas
del Sur de Tinelli preparan los suyos también, según se
rumorea. Tienen para elegir entre varios formatos, o quizá crearán
los suyos propios. EL
HORROR, EL HORROR La Penitenciaría de Virginia Oeste está
abandonada. La pintura se despega de las paredes y las telarañas
cuelgan del techo. Hasta hay murciélagos. Cuando la cárcel
funcionaba, hubo cientos de motines, guardias brutales, ejecuciones
en la silla eléctrica. El lugar, se dice, está embrujado.
Una chica entra a la sala de ejecuciones, que todavía huele a
carne quemada (o eso afirma la voz en off). Debe quedarse allí
dentro, sola, en la oscuridad, durante quince minutos. Lleva una cámara
de mano. No aguanta ni la mitad del tiempo y sale, llorando. Así
comenzó el primer episodio de Fear (Miedo) el nuevo
reality-show de MTV, que está inspirado en El proyecto Blair
Witch. Aquí no hay cámaras que acompañen todo el
tiempo a los participantes. No hay equipo de producción que los
contenga, porque la idea es asustarlos mucho, todo lo que se pueda.
Así que se los envía a casas embrujadas, hospitales abandonados
o morgues, siempre solos, con la única compañía
de su cámara de mano: ellos mismos registran lo que les pasa,
en realista y tembloroso blanco y negro. También enfrentan pruebas
de resistencia y, como Heather en Blair Witch, muchos lloran en espasmos
de horror. En otro lugar de la Penitenciaría de Virginia, una
chica reza diez minutos seguidos cuando la luz de su cámara se
apaga: está sola, en la oscuridad, y eso es lo que ven los televidentes:
una pantalla negra. Pero la escuchan gimiendo y pidiendo por favor.
En cada programa hay cinco participantes: hasta el momento, nunca se
pudo lograr que todo el elenco cumpla con sus pruebas. Y no se sabe
nada del pasado o la vida de los participantes. No interesa: lo importante
es verlos aterrorizados. Fear se estrenó en octubre en Estados
Unidos. Los protagonistas, por ahora, no han tenido fama posterior.
El programa sólo busca registrar el instante mismo del pánico.
A nadie le importa si son buenas o malas personas, cómo se llevan
entre ellos, qué planean con el premio hacer si ganan: lo que
importa es cómo aúllan. EL BIEN CONTRA EL MAL siempre apurado, entre simpático y distante, Julián Weich tiene una forma bastante expeditiva de conducir entrevistas. Y no tiene muchas ganas de considerar Robinson como una gran metáfora acerca de todo: si la Argentina, si el darwinismo, si la crueldad, si los más aptos,si los valores (la muletilla más trillada, repetida y por supuesto aburrida de Expedición Robinson). Es un entretenimiento, dice. Que refleje parte de la sociedad... lo mismo pasa con un noticiero. Yo no soy analista de TV, ni filósofo; soy un conductor. No puedo decir nada al respecto, salvo que no es un programa pretencioso, ni intentó mostrar más de lo que estás viendo. Muchos le dicen que está todo arreglado: que todos los participantes recibieron algo bajo la mesa, por ejemplo. Él lo niega. Explica que la producción se hizo cargo de los meses de licencia que pidieron los participantes en sus respectivos trabajos (pagándoles un viático de mil dólares a cada uno) y nada más: Sebastián se llevó los cien mil dólares; Adrián recibió un auto cero kilómetro por haber resultado finalista (recompensa que muchos consideraron un premio consuelo otorgado a último minuto, pero Weich asegura que no, eso estaba planeado desde el principio). Y nada más. Mirá, si hubiera querido armarlo, habría hecho algo mucho más escabroso, más terrible. Hago que se maten todos en el primer episodio y hago 80 puntos de rating. De hecho, en los primeros episodios nadie decía que estaba todo arreglado. Ese algo mucho más escabroso alude a la versión original de Survivor, cuyo último capítulo fue visto por 50 millones de espectadores. En primer lugar, los sobrevivientes norteamericanos convierten a los argentinos en carmelitas descalzas. De hecho, todos los que se rasgaron las vestiduras ante los manejos, alianzas y agachadas de Robinson morirían de indignación ante cinco minutos de Survivor. Porque Survivor fue más o menos así: en una isla del archipiélago malayo y con un millón de dólares de premio, para empezar. No vale la pena dar precisiones sobre las pruebas, porque la única que importaba era un ajedrez con piezas humanas. En cuanto a las edades de los participantes, había tres personas de más de sesenta años: Sonja (recuperada de cáncer y ejecutante de ukelele, de 62), Rudy (homofóbico, ex marino, de 72) y BB (corredor de seguros, de 64). Salvo Rudy, que logró hacer una alianza con el maligno Richard (el ganador), los mayores fueron eliminados en los dos primeros episodios. ¿Los motivos? Sin complejos: demasiado viejos. La siguiente en irse fue Ramona, una negra treintañera, que tuvo la mala suerte de mascar un yuyo malo y vomitar y vomitar. Es decir: los viejos y los enfermos se fueron primero. Les siguieron los gordos y los tontos. Los valores, la camaradería, el clima de viaje de fin de curso estuvieron completamente ausentes en Survivor. Estoy tan cansado de tener que seguir y seguir, tratando de ganarme a esta gente que no me interesa, dijo a las cámaras Richard (apodado Ricardo III), gay, nudista, maestro de la estrategia que puso a todos contra todos y que ganó por ser el más malo, el opuesto absoluto del esforzado, emotivo e impoluto Sebastián. Antes del último capítulo de Survivor, cuando quedaban cinco (para usar los solemnes términos de Weich), la revista online salon.com escribió: Ahora que la dulce Colleen se fue de la isla, queremos echar a todos. De verdad. Ninguna de estas personas debe ganar el millón de dólares. El neurólogo Sean es un idiota. La camionera Sue es una mentirosa obscena y maquiavélica. La guía turística Kelly es una cobarde y una mezquina. Rudy es un homofóbico fascista que probablemente donará el premio a la Asociación Nacional del Rifle. Y Richard... bueno, es imposible que gane. Que llegue a la final sería perturbador. Pero no hay forma de que un jurado de sus pares, que estuvieron expuestos a sus traiciones, su arrogancia y su culo gordo, lo deje irse con el premio. Que le den el dinero a alguna asociación de caridad. Que le compren sillas a la gente de Borneo. Lo que sea. Ninguno merece ganar. EL
DIA DEL JUICIO Otro ejemplo: en el Concejo final de Robinson, Marisa
eligió a Sebastián porque mantuvo sus valores y
sinceridad durante los cincuenta días en la isla. En el
Concejo final de Survivor, el decisivo voto entre Kelly y Richard de
la camionera Sue fue precedido por el siguiente discurso, pequeño
pero efectivo: Si encontrara a alguno deustedes dos tirados al
costado del camino y muriendo de sed, no le daría agua. Dejaría
que se los coman los buitres. Pero tengo que elegir y voto a Richard.
Porque Richard es una serpiente, y por lo menos las serpientes se hacen
cargo de su naturaleza malvada. Kelly es una rata, y se escapa de todo,
como hacen los roedores. Lo de los roedores fue un elemento de
grand guignol notable: en el tercer episodio, como no había forma
de que uno de los equipos lograra proveerse de comida, cazaron con entusiasmo
ratas y después las asaron. El hecho no fue tan impresionante
si se tiene en cuenta que el juego de inmunidad del segundo episodio
consistía en comer enormes gusanos blancos (ganó una heroica
chica). EL
VERDADERO MUNDO REAL Cuatro capítulos antes de que finalizara
la temporada en San Francisco de The Real World, el reality-show pionero
de MTV (siete desconocidos de entre 18 y 25 años conviviendo
durante seis meses en una misma casa, pero pudiendo salir a trabajar,
en un empleo que les consigue la misma MTV), los televidentes supieron
que Pedro, un chico cubano de Miami, había muerto. Pedro entró
al programa con un diagnóstico de HIV positivo, y murió
poco después de terminar de grabar. En los últimos capítulos
se lo veía muy enfermo. La gente tuvo oportunidad, prácticamente,
de ver su agonía. Él lo hacía con gusto, decía:
como una forma de campaña, de concientización. Los críticos
pensaron que era lo mejor que podía pasarle al rating de la serie
e imaginaban a los productores, en su inmensa crueldad, llorando de
pura dicha. Pasaron otras cosas igualmente buenas en las
sucesivas temporadas de The Real World. En la temporada en Hawaii, de
lejos la más vista (se editaron videos con imágenes inéditas,
un CD y un libro), ya era interesante de por sí la presencia
de Ruthie, una lesbiana nudista y alcohólica. Promediando la
serie, la alegre Ruthie decidió manejar un auto después
de salir de un boliche, tras beber litros de tequila. Casi choca. Los
productores la obligaron a internarse en un centro de rehabilitación
y después volver a la serie, cosa que Ruthie se negaba a hacer
pero debió aceptar so pena de ser expulsada del programa. Después
declaró: Necesitaban al personaje lésbico alcohólico.
Pero no me importa: siempre quise entrar en el mundo del espectáculo
y ahora soy famosa. Justin, un chico gay de esa misma temporada
en Hawaii, que se fue antes porque odiaba a todo el mundo, dijo que
no se podía convivir con gente que está actuando
todo el tiempo y no tiene un segundo de sinceridad. En la temporada
ambientada en Londres, un estudiante de psicología experimental
en Oxford llamado Neil fue uno de los elegidos para vivir en la casa
de MTV. Entraba, claro, para ver cómo funcionaba por dentro ese
grupo artificial. Neil tenía, además, una banda punk.
Cuando tocó con ella para las cámaras de The Real World,
no pudo con su genio y decidió darle un beso en la boca a una
suerte de skinhead bestial que estaba en la primera fila. El pelado,
enfurecido, le clavó losdientes en la lengua al futuro psicólogo.
Después de la sangre, las puntadas, el griterío y unos
cuantos puntos de rating, los espectadores fueron testigos de la mudez
de Neil hasta casi el final de la temporada. De esa misma camada, una
incipiente modelito australiana llamada Jacinda llegó a ser actriz:
hoy protagoniza DC, una serie que puede verse en el Sony Channel. Durante
la última temporada de The Real World en Nueva Orleans, el habitante
gay de turno (siempre hay uno, a pesar de que los productores dicen
que jamás eligen por orientación sexual) tenía
un novio militar. La política del ejército norteamericano
para con los homosexuales es, básicamente, que nadie se entere
y que no se note. Por eso, los productores decidieron borronear la cara
del novio cuando los episodios salían al aire: un borrón
y un lindo chico rubio se bañaban juntos, desnudos, en un jacuzzi
(cuando fueron tapa de la revista gay norteamericana The Advocate, el
novio salió de espaldas). FINAL FELIZ Los antiguos semienemigos están reconciliados, y el espíritu de grupo se mantiene. Hasta Rodrigo se saludó con Sebastián la dichosa noche de la entrega del premio, aunque en el último Concejo en la isla no quería ni mirarlo a los ojos. Weich cuenta que, cuando todos se reunían a ver cada episodio del programa, invitados por la producción, el clima era bárbaro, nos divertíamos. No cree que lo que se haya dado ahora sea una alianza post-traumática: Es otro contexto, ahora no están compitiendo, no me parece que se lleven mejor o peor que antes. Lo cierto es que a los Robinson se los ve como recién recibidos de la escuela secundaria: ansiosos por mantener un vínculo que tuvo mucho de ficción, esa amistad televisada. Deseosos por detener el lógico resquebrajamiento de una unidad forzada. Convencidos de ser, hoy que están de vuelta, aquellos que las cámaras les mostraron que eran en la isla. Es notable que la mayoría esté conforme con la edición (a pesar de que todos dicen que no refleja del todo fielmente cómo fue la convivencia), tan notable como la mimetización con sus personalidades televisadas, a las que ven como sinceras. Armando (asesor de empresas) y Diego (ex gerente de relaciones públicas de Ferrari, cargo al que renunció), anteriores enemigos (Armando fue uno de los que votó contra Diego, y cuando éste dijo aquello de que triunfara el bien sobre el mal se refería evidentemente a la alianza entre Armando y Consuelo), dijeron que tienen un proyecto, que en realidad es una idea del grupo, y que probablemente sea un bar temático que vamos a usar para reunirnos, para recuperar el clima de la isla. Adrián volvió aleccionado de una manera que merece un estudio sociológico: llegó a la isla con una virulenta conciencia de clase, hablando permanentemente de su trabajo en el puerto de lunes a lunes a quince metros en una cabina de uno por uno, y hoy cree que los abogados son buena gente, que no todo el que tiene guita es un mal tipo, y quiere dejar su trabajo (según él, porque no sabría cómo enfrentar a la patronal con su nueva personalidad) y empezar alguna empresa con Diego, luego de llegar a la conclusión de que los ricos también lloran. Sebastián, el Robinson, dice que no sabe lo que quiere, salvo no volver a su viejo puesto en Tribunales. Armando pensaba que tener un hijo era egoísta, punto y ahora se da cuenta de que todo se trata de trascender. Marisa y Consuelo se casan. Todos dicen que están felices.Julián Weich sonríe cuando se le pregunta si le gustaría ser un Robinson. Sí, dice. No sé si duraría mucho, sin embargo. ¿Qué es lo que le costaría más de la convivencia? No. Estoy seguro de que no me bancaría el hambre. Todo lo demás... ningún problema. |