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Cine se estrena Muertos de risa, la nueva pelicula de Alex de la Iglesia

Del Paf al Bang

Con el propósito de homenajear a los humoristas televisivos españoles de los 70, Alex de la Iglesia convocó a Santiago Segura y El Gran Wyoming, recurrió a trucos visuales à la Forrest Gump y hasta se dio el lujo de contar con el mentalista israelí Uri Geller, para construir la saga de Nino y Bruno, un dúo que se hace famoso a los cachetazos y termina su carrera a los balazos, en cámara y en vivo, para toda España. En estas páginas, el propio De la Iglesia, camuflado como el supuesto representante de Nino y Bruno, cuenta cómo fue el ascenso y la caída del dúo cuyas peripecias retrata en la película Muertos de risa.

POR JULIAN SANTIESTEBAN URIBE

La mejor forma de empezar a hablar sobre Nino y Bruno es contarles un resumen argumental completito de Muertos de risa. Así, les refresco un poco la memoria, al mismo tiempo que ustedes descubren lo fiel que es la película a la verdadera historia de nuestros dos héroes. ¡Cuidado, que vienen curvas!
Echemos un vistazo a la primera página del guión escrito por Jorge Guerricaechevarría y Alex de la Iglesia para meternos en situación. Exterior noche. Dos Mercedes idénticos avanzan a toda velocidad por una autopista de Madrid. Los dos están gravemente dañados. Uno de ellos tiene el capot hundido. En su interior viajan nuestros protagonistas: Bruno, un tipo que se cree alto y bien parecido, y Nino, un individuo que nunca podría llegar a engañarse tanto. Sus ropas están rasgadas y sucias; sus caras muestran signos evidentes de pelea. A pocos metros, seis coches de policía persiguen a los dos Mercedes. Nino y Bruno se observan con miradas de hielo. Sus vehículos chocan el uno contra el otro, como si nada les importara. Las chispas de los golpes iluminan el asfalto.
Ahora que la atmósfera de tensión está en su punto, permítanme tomar el relevo. Estamos en diciembre de 1992. Nino y Bruno llegan a los estudios de Tele 5. Caminan uno al lado del otro, con determinación. Están gravemente heridos. No se hablan. Deben salir al aire. Todos los recibimos con cara de susto. El productor del programa se encuentra al borde del ataque de nervios. El maquillador hace milagros para disimular la sangre y los moretones. Aprovecho un momento de incertidumbre para soltar el discurso del manager entusiasta.
Nino y Bruno, con traje de gala, aparecen ante un enfervorizado público. Sonríen y saludan. Fuera del set, yo trato de contener a los policías que los perseguían en la primera secuencia. De pronto, se escuchan unos disparos, seguidos por unas tremendas carcajadas. Al comprobar lo que está sucediendo, descubrimos a Nino y a Bruno tendidos en el suelo, en medio de un charco de sangre. ¡Acaban de acribillarse a tiros delante de las cámaras de televisión! La risa y el desconcierto se convierten en histeria colectiva. Lentamente, la cámara va acercándose a mi rostro mientras se escucha una voz en off, la mía, poniendo punto final a tan espectacular prólogo: “Todo empezó...”.

LAS MEDIAS DE LA SUERTE Retrocedemos en el tiempo. Nos encontramos en una discoteca de pueblo, en 1972. Bruno trabaja de camarero. Nino canta canciones de su ídolo, Nino Bravo, acompañado por una orquesta de cincuentones. Un grupo de legionarios borrachos contempla el insólito espectáculo. Enardecida por el estribillo de la canción “Noelia”, la cabra del regimiento ataca a Nino, y éste, sin querer, le pega un certero golpe en la cabeza con el micrófono. El animal se derrumba. Silencio mortal. Los legionarios se levantan derribando mesas, vasos y botellas. Llegó la hora de los mamporros. El cantante, el camarero y el dueño del local se alejan de la discoteca, devorada por las llamas, mientras se escuchan a lo lejos las burlas de los legionarios. Nino invita a Bruno a pasar la noche en su casa. Allí, nuestra pareja discute sobre su futuro inmediato. Bruno alucina con los calcetines de la suerte de Nino: lleva tres años sin cambiárselos. “Igual que la cruz del cuello, no me los quito nunca. Me traen buena suerte. Ya sé que es ridículo, pero estoy seguro de que si me los quito y los lavo, perderían sus poderes”, confesó Nino esa noche.
Decididos a abrirse camino en el mundo del espectáculo, Nino y Bruno se presentan a un casting de humoristas para el programa de televisión “1, 2, 3”. La prueba es un desastre, pero yo tengo la suerte de estar allí y fijarme en ellos. Me presento: “Soy vuestra Hada Madrina”.
Ahora viene uno de mis momentos preferidos de la película y de nuestra vida juntos. Julián –es decir, yo mismo– convence a Nino y a Bruno de que lo suyo es el humor. Los llevo al Museo de Cera y les pongo las pilas. Primero, los enfrento a grandes triunfadores del pasado y del presente: Tip y Coll; Gaby, Fofó y Miliki; Hernán Cortés... Luego, les suelto unaparrafada encendida sobre lo mucho que hay que esforzarse para alcanzar la Fama. Nino dice: “¿Fofó? ¿Quiere convertirnos en Fofó?”. No me queda más que responderle con la verdad: “Mira, chaval, te perdono esa impertinencia porque se ve que eres un ignorante. ¡Esta gente es el top del espectáculo, la aristocracia, la crème de la crème! Ese hombre sale por la tele, dice ¿Cómo están ustedes? y toda España grita ¡¡¡Bien!!! ¿Te parece poco?”.

¡PAF! Nino y Bruno debutan como la pareja de humoristas Bruno y Nino (el nombre se los pongo yo) en el Teatro Argentino, una carpa de circo itinerante que recorre los pueblos pequeños y las principales capitales de provincia. Ante un público dispuesto a descuartizarlos allí mismo, Nino se queda petrificado de miedo y Bruno improvisa algo sobre la marcha: pegarle una bofetada a su compañero. Este gesto provoca la risa de todos los espectadores y se convierte en su marca de fábrica. El éxito coloca a Bruno y Nino en lo alto del cartel del Teatro Argentino, por encima de las coristas que enseñan las tetas, el Mago Silbor y el Fakir Triste. En aquel momento lo comprendí todo. Lo bueno eran las bofetadas. Así de sencillo. Una bofetada tras otra y a la gente se le salían las tripas de la risa. Daba igual donde fuera, Villalpando o Toledo, Málaga o Torremolinos. El efecto era siempre el mismo, como apretar un botón. Aquella bofetada era un acto de anarquía total, una liberación absoluta de cualquier compromiso ético, como dijo no sé quién en un periódico. Bruno hacía en el escenario lo que todos hemos deseado alguna vez: abofetear a alguien con total impunidad, sin darle la menor importancia, sin recibir castigo alguno. Abofetear a nuestro jefe, a nuestra suegra, al presidente del gobierno, al Papa. Sí, había algo de amoral en todo aquello, algo incluso siniestro, pero, ¿no es así en todos los placeres de la vida?
En diciembre de 1974, vemos a José María Iñigo en su programa “Directísimo” entrevistando al mentalista Uri Geller (quien quedó tan encantado por su aparición en la película que se dio una vuelta por el set para pedirle a Alex de la Iglesia que dirigiese un film sobre su vida). Unos días después, Nino y Bruno son invitados a participar en ese mismo programa. Somos un éxito. Durante la entrevista, Bruno consigue animar a buena parte de los espectadores para que abofeteen por turno a Nino, incapaz de articular palabra. El éxito es colosal. Iñigo pregunta: “Y a usted Nino, ¿cómo le sienta levantarse cada mañana sabiendo lo que le espera?”. Nino saca con disimulo una tarjetita que lleva escrita la respuesta “me alegra que me haga esta pregunta, etc...”, pero Bruno se la quita de las manos y la rompe en pedazos. “No le haga preguntas, es inútil”, dice. “Con las cámaras, los focos y toda España pendiente de él, se queda como paralizado, pero no pasa nada.” Y acto seguido agarra los mofletes de Nino con una mano y le mueve la cara como si fuese un muñeco. “¿Es tímido?”, insiste Iñigo. Sin mover un músculo, Bruno responde: “No, es idiota, pero nos queremos mucho. Somos como hermanos”.
Entonces estalla la bomba. Alcanzamos la cima. Nos colocamos en lo más alto y hacemos historia de la televisión: programas de Nochevieja, actuaciones estelares, películas, publicidades de champagne, un disco. Cualquier cosa que se puedan imaginar y más. Nino y Bruno se convierten en la pareja perfecta: siempre amigos, siempre sonrientes. Lo tienen todo. Fama, dinero... hasta se comercializan unos pastelitos para niños con sus nombres.

EL GATO DE TU MADRE Para 1981, Nino y Bruno ya viven en el madrileño barrio residencial de La Moraleja, en dos chalets idénticos, edificados uno al lado del otro. En uno de los chalets, sin amueblar, en completo silencio, me encuentro a Bruno encerrado en un armario, abrazado a un televisor portátil. Lleva tres días agobiado por la música y los gemidos de placer que resuenan en la casa de al lado. Nino, por su parte, ha contratado media docena de chicas para que bailen día y noche delante de unos reflectores, simulando un ambiente de fiesta interminable. Su casaparece un templo dedicado a sí mismo. Está decorada de arriba a abajo con fotos en las que la imagen de Bruno ha sido tachada. A pesar de mis esfuerzos, ninguno de los dos parece dispuesto a entrar en razón.
Bruno, completamente enajenado, se introduce en el chalet de Nino y descubre que éste intenta sustituirlo por otro humorista. Enloquecido, comienza a destrozar las fotos de su compañero a hachazos y se deshace del gato de su madre metiéndolo en el congelador. En el mismo instante en que Bruno consigue quitarle uno de sus calcetines de la suerte a Nino, la madre descubre a su mascota congelada y sufre un ataque al corazón.
Al entierro de la madre de Nino acuden todas las estrellas de la televisión. Bruno se mantiene a cierta distancia, sin acercarse a su compañero. Mantengo con Nino una conversación en la que él decide seguir adelante con los compromisos profesionales previos a la desgracia, a pesar de la denuncia por asesinato que ha interpuesto contra Bruno. Algo me huele mal.

LA MUERTE EN DIRECTO Todo está listo para grabar su actuación en TVE, el 23 de febrero de 1981. Bruno sale disfrazado de mago, y Nino, de conejo. La tensión crece. El número cómico comienza al mismo tiempo que la sesión del día en el Congreso de los Diputados se ve interrumpida por el asalto de un grupo de militares. También a los estudios de televisión llega un grupo de golpistas, poniéndonos firmes a todos. Pero el golpe de Estado fracasa y el nuevo número cómico arrasa, convirtiendo a Nino y Bruno en estrellas de nivel internacional. Eso no impide que ambos decidan no volver a trabajar juntos. Bruno desaparece de la vida pública, mientras Nino consigue llegar a lo más alto... acompañando al príncipe Felipe en la Ceremonia de Apertura y encendiendo la Llama Olímpica de los Juegos de Barcelona ‘92. Durante los siguientes diez años, sus mejores programas se repitieron una y otra vez en todas las televisiones del mundo. Fueron diez años de tregua en los que no volvieron a verse. Parecía que el volcán del odio se había apagado definitivamente pero, como siempre, yo estaba equivocado.
En 1992, tras casi diez años de incomunicación, consigo organizar un encuentro entre el triunfador Nino y el fracasado Bruno. Nos han ofrecido una cifra astronómica por volver a trabajar en televisión presentando una gala de Nochevieja. Bruno aparece con muy mal aspecto, como consumido por las drogas y la mala vida. Y tremendamente humilde: estaría dispuesto a cederle a su compañero gran parte del sueldo que le corresponde. Incluso le devuelve el calcetín de la suerte que le robó hace una década. Nino se enternece y acepta la oferta. Aquí hay gato encerrado.
Unidos de nuevo, nos disponemos a tomar un avión hacia Madrid. Dos guapas adolescentes le piden un autógrafo a Nino en el aeropuerto. Bruno le lleva el equipaje. El detector de metales pita y el guardia de seguridad descubre una bolsa de cocaína en el maletín de Nino. Voy a visitarlo a la cárcel. Está histérico. Le van a caer unos cuantos años. Se ha enterado por un anuncio del periódico de que Bruno está buscándole un sustituto para actuar en la gala de Nochevieja. En efecto, Bruno convoca un casting para encontrar a un nuevo Nino. Abofetea uno por uno a todos los candidatos. Al final, elige a un pobre diablo con cara triste y le bautiza con el nombre de Tino. Mientras tanto, aprovechando la visita del Mago Silbor y el Fakir, Nino consigue escaparse de la cárcel. Yo me entero del hecho viendo la televisión. Tiemblo pensando en lo que pueda suceder.
En su chalet, transformado en la guarida de un psicópata peligroso, Bruno ensaya el número de las bofetadas con Tino. Bruno se desespera cada vez que su nuevo compañero cierra los ojos antes de recibir un bofetón. Ambos están viendo un video con una actuación de Bruno y Nino en cámara lenta. “¡Fíjate cómo recibe! ¡Qué bueno es!”, grita Bruno frente al televisor. “Fíjate en esa expresión de estar más allá del bien y del mal. ¡Eso es arte, joder!” Levanta la mano otra vez. Tino cierra los ojos. Y Bruno vuelve a gritar: “¡No me cierres los ojos, que te rompo la cara!”. Nino irrumpe en el chalet de Bruno con la intención de matarlo. Ambos, armados hasta los dientes, se enfrentan en una lucha sin cuartel en la que todos los golpes bajos están permitidos. Los chalets se incendian y ambos emprenden una carrera automovilística en dirección a los estudios de televisión donde tiene previsto grabarse la gala de Nochevieja. Están a punto de estrellarse.
Detenidos en una cuneta, apuntándose con los cañones de sus pistolas al más puro estilo John Woo, Nino y Bruno se sinceran el uno con el otro y deciden poner un punto final a sus vidas, pero a lo grande, con estilo. El memorable diálogo que sostienen en esas circunstancias, antes de acribillarse a balazos y partir rumbo al canal, se los dejo para cuando vean la película. Aquí termina el largo flashback con el que comencé. Regresamos al presente y vemos a un objetor de conciencia que cumple el servicio social sustitutorio en el hospital, tratando de reanimar a los agujereados Nino y Bruno. El doctor nos informa que deberían estar muertos, pero una fuerza misteriosa los mantiene con vida. Yo sé muy bien el nombre de esa energía: el Odio Absoluto. Todavía hay esperanza. ¿O no?

LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE La prensa sensacionalista nacional se hizo eco del trágico suceso: “Humor a bocajarro”, tituló El Caso, decano de nuestra prensa hemorrágica. La prensa internacional tampoco fue impermeable al incidente. He aquí una somera selección de titulares: “Bombástico Reveillón” (México); “España entra en el Año Nuevo a tiro limpio” (Argentina); “Sangriento despiporre” (Uruguay); “La broma asesina” (Gran Bretaña); “Seppukku chascarrillero” (Japón). Y el que inspiró directamente el título de la película, “¡Muertos de risa!” (Brasil).
Pero Nino y Bruno sobrevivieron a Nino y Bruno. Salieron del hospital, aunque su vida como pareja cómica estaba tocada de muerte. Hubo quien intentó propiciar un regreso por la puerta grande: varias cadenas de televisión me tentaron para que les convenciera de que volviesen a actuar juntos. Su popularidad y su cotización se habían cuadriplicado tras ese duelo a muerte retransmitido en horario de máxima audiencia. Y, debo confesarlo, al final vendí al mejor postor lo que quedaba de Nino y Bruno: la carroña de lo que fue la mejor pareja cómica del humorismo español. Y, como era de prever, la cosa no fue muy bien. El especial se llamó Nino y Bruno: todavía en pie. Pese a todo comenzó su emisión en una conocida cadena de televisión, batiendo todos los records de audiencia... durante sus primeros diez minutos. Después, lentamente, los espectadores se fueron desenganchando de ese encadenado de gags sin gracia, de bofetadas tibias y sin alegría, de humillaciones e insultos a medio gas, abismando el programa en lo más profundo de los índices de popularidad. Irremediablemente, algo se había perdido tras el tiroteo. Fue como si Nino y Bruno, durante esa aciaga noche de fin de año, se hubieran vaciado para siempre de todo el odio que les mantenía unidos, de todo el odio que los hacía graciosos.
Durante un tiempo pude guiar sus carreras en solitario. Nino se lanzó a las aguas de la canción ligera. La tecnología de los estudios de grabación había avanzado mucho desde los tiempos en que emulaba malamente a Nino Bravo en los garitos del pueblo: a finales de los 90, su voz, convenientemente ecualizada por los más sofisticados aparatejos y vestida con los más espectaculares arreglos, le convirtieron en un crooner de relativo éxito entre el público de mediana edad. Su intento de abrirse a un público más amplio con Nino 2000, en el que su voz, falsamente aterciopelada, recorría las más contundentes bases de tecno, se saldó con un rotundo fracaso. Poco después, se metió en un negocio inmobiliario que no tardó en ser investigado por el fisco. Desde entonces, no se le conoce oficio y vive retirado en Miami, facturando las periódicas exclusivas que consigue vender a la prensa del corazón menos escrupulosa.
Nino intentó levantar cabeza volviendo al cine, con el norte puesto en las comedias románticas norteamericanas: Amor es mi canción, sudesafortunado intento de lanzarse como galán romántico, fue la gran mancha en el impecable historial del cine español de los últimos años. Compartió cartel con Sílfide, efímera musa indie–pop con tendencia al misticismo a la que triplicaba en edad y que no podía simular sus mohínes de disgusto durante sus escenas de cama con el crepuscular Nino. Desde entonces poco se sabe de él. Las regalías de sus glorias pasadas (los mejores números de Nino y Bruno, tiroteo incluido, tuvieron una popular edición en video) le permitieron retirarse. Dicen algunos que hace ya algunos años que no sale de su chalet de La Moraleja, coleccionando moscas como Howard Hughes.
Y sí, en efecto, Nino y Bruno declinaron la invitación de asistir al estreno de Muertos de risa, pero me gustaría pensar que, de algún modo, uno y otro están orgullosos de haber inspirado un título capital en la historia del cine español.

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