Plástica Graciela Sacco en Lowenstein
Total
interferencia
Toma
fotos de los diarios y la TV, las amplía y las imprime en diferentes
partes de la ciudad. Esta forma de interferencia urbana
ha llevado su obra por todo el mundo. En una pausa durante el montaje
de la extraordinaria muestra que acaba de inaugurar en Buenos Aires,
la rosarina Graciela Sacco le explicó a Radar por qué
ahora aprovecha las galerías en las que expone, usa el inglés
para hablar de la exclusión y sólo podemos acceder a un
eco remoto de lo que es la realidad.
Por Fabián Lebenglik
Las
ciudades como máquinas sociales, políticas y arquitectónicas.
Como conjuntos de signos, textos e imágenes a ser leídos.
Como continuo urbano a la vez administrado y caótico, mecanizado
por rutinas y rituales y a la vez sorprendido por movimientos sociales
y manifestaciones públicas. Tapizada de afiches y grafitti, la
ciudad es también una trama visual y social dinámica,
un mapa económico en transformación perpetua.
La obra de Graciela Sacco (Rosario, 1956) se inscribe en el contexto
urbano y busca ser el dato perturbador, camuflado en la trama visual
de la ciudad. Ella concibe las artes visuales como derivadas de un campo
de investigación mayor, en el que se incluyen las ciencias humanas,
la cultura urbana y la política. Su producción se basa
en la condición de circulación del hecho artístico,
así como en el análisis preciso del contexto temporal
y espacial. El arte, para ella, es en parte el efecto de un eco discursivo.
En su propia práctica artística, la producción
visual se centra en las transferencias y proyecciones de imágenes
tomadas de los medios y aplicadas sobre diferentes objetos y materiales.
El arte dice- puede materializarse en todos y cada uno de
los rincones de la cotidianidad e irrumpir en ella. Y precisamente
por eso, el eje de su obra es la puesta en circulación de transcripciones
fotográficas en el entorno de la ciudad y en distintos objetos,
situaciones y contextos, efectos de cierta tradición de ruptura
y de usina creativa y conceptual que está en la base del sistema
artístico rosarino.
El uso de la fotografía de prensa aplicada por la técnica
de la heliografía en diferentes superficies es un principio constructivo
en su lenguaje visual. En este sentido, la materia prima fotográfica
es esencial en su producción, pero al mismo tiempo la fotografía
es una mediación para la búsqueda de sentido y no una
técnica a desarrollar. La foto es un punto de partida y un material
de trabajo. En su obra, las imágenes impresas sobre objetos generalmente
son imágenes del cuerpo, que remiten a reacciones básicas:
son cuerpos en estado de necesidad, al límite de distintos grados
de disolución visual y que expresan distintos grados violencias
(sociales, políticas, ideológicas, fisiológicas).
Las bocas de Graciela Sacco, por ejemplo, no son como la célebre
boca que Andy Warhol diseñó para los Rolling Stones. No
se trata de una boca satisfecha, amenazante y burlona. Las bocas de
Sacco son todas diferentes y vulgares. Impersonales y nada seductoras.
Son bocas que remiten al campo odontológico y médico,
a la pura fisiología, no son bocas en la función alta
de la oralidad y el discurso, sino que son la evocación baja
del aparato digestivo. Allí busca materializar y solidificar
el tema del hambre, que siempre es la metáfora de un vacío.
Graciela Sacco se lanzó a la arena artística exhibiendo
su obra a partir de 1982. En 1987 egresó de la Facultad de Humanidades
y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Fue docente en
esa Facultad, donde además se dedicó a la investigación
teórica y técnica. En 1987 publicó su tesis sobre
Tucumán Arde, en colaboración con Sueldo y Andino; en
1994, con el apoyo de la Fundación Antorchas editó Escrituras
solares: la heliografía en el campo artístico, y tiene
también publicaciones sobre la interferencia urbana
y la gráfica. Pero su año de despegue fue 1996, cuando
se convirtió en la única representante argentina en la
Bienal Internacional de San Pablo. A partir de entonces, con la visibilidad
y el prestigio que tiene esa Bienal, la artista comenzó a ser
convocada de todas partes del mundo.
Para cualquier plástico, abandonar la condición de artista
de cabotaje es una experiencia que resulta definitoria y transformadora
porque comienza a confrontar su producción y su pensamiento con
otras culturas y modos de producción. Si el artista puede sostener
ese ritmo, con la dinámica y las presiones que significan, el
intercambio produce unaviolenta maduración de la obra, afinando
la puntería y el sentido. Y tal fue el caso de Sacco. Desde aquella
Bienal de San Pablo en 1996, su obra se exhibió en el Festival
Europeo de Arte Latinoamericano de Aahrus (Dinamarca); en la Bienal
del Mercosur en Porto Alegre (1998); en Guatemala y Nueva York; en la
Bienal de La Habana (1997 y 2000); en París (1999), en la Bienal
Internacional de Fotografía de México (1999 y 2000); en
Quito (1999); en las bienales de Fotografía de Vigo (España,
2000), y Caracas (2000). Acaba de exponer una retrospectiva en Boston
(EE.UU.), y un video en Bienal de Fotografía de Puerto Rico (2000).
Su obra también pasó por las ferias de Madrid, Chicago
y Basilea (Suiza), entre otras exposiciones internacionales. Hace dos
meses el Museo Castagnino de Rosario presentó una retrospectiva
de su trabajo y actualmente su obra se exhibe en la Bienal de La Habana,
desde donde Sacco acaba de llegar para inaugurar la muestra que presenta
en estos días en la Galería de Diana Lowenstein en Buenos
Aires (Avenida Alvear 1595).
A fin año, cuando baje su muestra porteña, la artista
se pondrá a preparar dos exhibiciones inminentes: una para el
Museo de Las Américas en Washington y otra para el Museo de Arte
de Fort Lauderdale, en Florida. Radar dialogó con la artista
en un intervalo del montaje de su exposición.
Las
galerías son espacios de mercado cuya lógica contrasta
con su propia obra. Y por eso resulta paradójico ver sus trabajos,
generalmente pensados para intervenir en el continuo urbano, montados
en una galería. Resultan amansados y reducidos en sentido, como
si en parte se neutralizaran. Se reducen a una cualidad estética,
y su sentido estético está indisolublemente ligado al
contexto.
De ningún modo condiciono mi producción para
exponer en una galería. De hecho, expongo poco en galerías.
Mi obra se muestra en la calle, en bienales internacionales, en centros
culturales, en museos. Para mostrarla en una galería elijo obra
que supongo va a funcionar bien en esa sala. Aunque debo reconocer que
hace diez años era impensable que mi trabajo fuera digerible
para una galería, ahora tengo una galería en Nueva York,
una en Chicago, las de Diana Lowenstein en Miami y en Buenos Aires.
Creo que eso se dio porque la obra se ha insertado en un circuito comercial
que resulta ineludible. En parte porque los museos generan esta circulación,
y en parte porque las galerías aprovechan y potencian estas muestras
en los museos. Personalmente, creo que no tiene sentido oponerse a eso
mientras se tenga claro hacia dónde se va. Yo sigo haciendo mi
obra de manera independiente de estas cuestiones.
¿Cómo fue su experiencia en la Bienal de La Habana?
Participé por primera vez en esa Bienal en 1997. En
aquel momento pedí permiso para realizar una interferencia
urbana especialmente pensada para las calles de La Habana. El permiso
no me lo dieron y el funcionario que tendría que haberme autorizado
ni siquiera me atendió. Pero yo, por supuesto, hice la obra de
todos modos, y causó gran impacto. Entonces entendí que
para este tipo de cosas no se debe pedir permiso.
Esa es una experiencia inversa al arte urbano que hace Christo, porque
él concibe la gestión como una condición artística.
Cuando Christo cubre monumentos históricos en distintas
ciudades del mundo, la visibilidad y magnitud de su trabajo, así
como los monumentos o edificios elegidos para su acción, hacen
que la gestión ante las autoridades políticas se vuelva
imprescindible. La naturaleza de su obra y la lógica de su trabajo
transforman la gestión en parte de la tarea artística.
Y eso le lleva meses y, en algunos casos, años. Aunque siempre
consigue lo que quiere. Conozco gente que trabajó con él
en Berlín hace tres años, cuando cubrió el Reichstag.
Lo suyo es una empresa artística que implica también
la creación de fuentes de trabajo. Es otra concepción,
que admiro y respeto, pero no es la mía. Yo prefiero presentar
situaciones sorpresivas de las cuales se obtienen respuestas espontáneas.
Con misinterferencias aprendo de las situaciones que se dan, a veces,
en pocos minutos.
Volviendo al tema de la Bienal de La Habana...
Sí. Esta vez mostré la instalación Esperando
a los bárbaros, relacionada al tema de los límites,
sobre el que vengo trabajando desde hace tiempo: por un lado, el tema
de las fronteras en movimiento, en litigio; por el otro, la relación
entre el espacio público y el privado, el espacio interior. Presenté
una ambientación lumínica, en donde una linterna cuelga
de un lugar a oscuras; hay que tomarla e ir descubriendo imágenes.
Las imágenes consisten en miradas amenazantes, que apuntan al
espectador. Al mismo tiempo, hice un ploteo de imágenes de un
policía apuntando con un arma, en las paredes. Pienso que los
lugares que uno ocupa en el presente son lugares en peligro. El arte
también es un lugar en peligro. Aunque estuve tan concentrada
y ocupada en el montaje de mi trabajo que no pude ver la Bienal como
hubiera querido: vi muy pocas cosas.
¿Cómo elige las fotos de los medios que luego transfiere
y usa en su obra?
Utilizando los motivos más diversos: razones conceptuales,
cuestiones formales de conjunto o, incluso, cuestiones mínimas,
como la trama de puntos de la fotografía. Uso muchas imágenes
de gente en movimiento, de inmigrantes recién llegados, cuya
situación es absolutamente precaria. En sus caras y actitudes
surge la pregunta de qué hacer, cómo hacerlo, adónde
han llegado. Toda mi obra consiste en instalar preguntas sobre las dificultades
sociales contemporáneas. ¿Cuántas cosas sabemos
de las guerras, los enfrentamientos y las hambrunas? Sólo podemos
acceder a los ecos que nos transmiten los medios. Los periodistas y
los fotógrafos, a su vez, reciben y envían ecos. Y mi
obra también es un recorte y un eco de lo que recibo. En la serie
Outside este proceso de transposición se ve claramente:
las imágenes, dolorosas, están tomadas de los diarios
e impresas sobre persianas americanas (que son las cortinas de oficina
más usadas, sobre la que se plasma la cuestión de los
límites, entre el afuera y el adentro).
¿Por qué tituló la obra en inglés?
Porque el inglés es una lengua categórica,
imperativa y económica. El poder está en el inglés.
Si la serie se titulara Afuera, no tendría la misma
carga. Cuando logro esos encuentros entre imagen y objeto, creo que
se surge una fuerza especial. En cierto modo son imágenes que
encajan perfectamente en su objeto y se transforman en obvias. En una
obviedad de sentido, porque no es necesario explicar nada, pero al mismo
tiempo tienen una carga visual que estéticamente no resulta obvia.
La
muestra de Graciela Sacco puede visitarse en la galería Diana
Lowenstein (Av. Alvear 1595) hasta fin año, de lunes a viernes
de 10 a 20. La entrada es libre y gratuita.
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