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Un ejercicio de corrección
El
siguiente texto del gran poeta chileno Raúl Zurita pertenece al
libro Sobre el amor, el sufrimiento y el nuevo milenio, que la Editorial
Andrés Bello distribuirá en nuestro país en los próximos
días.
POR
RAUL ZURITA
El poema
se llama Tanto soñé contigo y está en
el libro A la misteriosa, publicado por Gallimard en 1930 (la traducción
que transcribo corresponde a las insuperables de Aldo Pellegrini). Su
autor, Robert Desnos, nació en París el 4 de julio de 1900,
fue uno de los protagonistas del movimiento surrealista y murió
el 8 de junio de 1945, a pocas horas de ser liberado por las tropas rusas
del campo de exterminio nazi de Therezin, en Checoslovaquia. Había
sido apresado en abril de 1944 y trasladado a Auschwitz, desde donde pasó
a Floha y finalmente a Therezin. En los campos de exterminio alcanzó
a escribir una segunda versión de ese poema, más corta y
en la que cambia ligeramente el final:
Tanto soñé contigo,
caminé tanto, hablé tanto.
Tanto amé tu sombra,
que ya nada me queda de ti.
Sólo me queda ser la sombra entre las sombras,
ser cien veces más sombra que la sombra,
ser la sombra que retorna y retornará siempre
en tu vida llena de sol.
La crónica nos cuenta que fue un estudiante checo, Josef Stuma,
quien lo reconoció entre los cuerpos moribundos y rescató
el poema. El hecho escueto es que esa corrección fue hecha por
Desnos en medio del holocausto y, por lo tanto, se trata de una transcripción
realizada en las condiciones más infernales que un ser humano pueda
concebir. La vida llena de sol es el vislumbre, entonces,
de una vida abierta a la que él no tiene otra posibilidad de llegar
sino como una sombra. Por el contrario, esa vida, por el solo hecho de
ser vida, no puede ser otra cosa que llena de sol: una mañana soleada,
algo que nos aguarda al despertar.
Lo indescriptible es que ese despertar se intuyó desde el fondo
de una pesadilla feroz y real. Puede haber sido un simple rayo de luz
colándose en medio de las rendijas, algo parecido a una reverberación,
un brillo insinuándose en los ojos velados de un moribundo, el
reflejo de una alambrada. No lo sabremos nunca. Pero tampoco es un hecho
que nos sea ajeno: todos nos levantamos diariamente desde las catacumbas
de la noche, desde nuestras pesadillas y sueños, para emerger diariamente
al espacio común. Ese acto cotidiano, básico, es sin embargo
el sostén de cualquier persistencia, de todo vislumbre o ilusión
en la vida. Desnos emergió de una noche y una pesadilla, sobrevivió
a la muerte, pero no para contarnos el holocausto y la infinita crueldad
de que son capaces los seres humanos sino solamente para corregir un poema
de amor; después de eso, murió. La visión del ser
al que se dirige es casi la de un espejismo, la de alguien soñado
al que ya no se tiene ninguna esperanza de alcanzar, pero que es lo suficientemente
real y delicado, fuerte y leve, como para poder hacerlo renacer, aunque
tan sólo fuese por unas pocas horas, al espacio del cielo abierto.
Desnos y ese estudiante, Josef Stuma, sintetizan la verdadera magnitud
de lo que significa el encuentro, dándole así su significado
más acuciante a las palabras que enmarcan nuestra emergencia diaria
a la vida.
El poema corregido de Desnos, escrito en los espacios máximos de
la crueldad, constituye, sólo por ser un poema del sueño
y del amor (vale decir, de lo íntimo, leve e irrefutable de la
vida), la denuncia más extrema y radical que nuestro siglo le ha
entregado a toda forma de violencia y de exterminio. Lo concreto es que
ese paraíso existió en medio del infierno, que un poeta
sobrevivió sólo para entregar la devoción de su supervivencia:
un poema de amor a un ser soñado. A alguien que, como decíamos,
no estará jamás allí, pero cuya sola idea transforma
por un instante la insania del genocidio en un rayo de sol entrando por
la más inaccesible, la más inenarrable de las ventanas.
Cómo poder expresar, entonces, ese límite definitivo en
que un ser humano se empeña, en medio del espanto, a la tarea indeciblemente
delicada de corregir un poema que seguramente sabía de memoria.
¿A quién le escribía? ¿A qué lector?
¿A qué sueño? Desnos atravesó la noche humana
yemergió de ella por unos momentos, sólo para mostrarnos
que el sencillo hecho de despertar por las mañanas contiene todo
el entumido éxtasis y la maravilla de la existencia. Mudos, incapaces
de decirle a él que su poema llegó a destino, no nos queda
otro recurso que una emoción perpleja, desvastada.
El lector que lee ese poema está condenado, de allí en adelante,
a ser la vida que se entrevió desde unas líneas rehechas
entre las cámaras de gas. Pero leer es siempre ser testigo de una
corrección a la vez desesperada y consoladora que se traza en el
umbral de la muerte. Desde el Deuteronomio hasta el Manifiesto
Comunista hemos asistido permanentemente a los más vastos intentos
de corrección del mundo. Desnos nos muestra que esa corrección
es un hecho íntimo, pequeño, instalado en el corazón
de la noche y del día. Corregimos un poco la noche para emerger
al día, ensayamos las palabras nuevas de un poema moribundo y regresamos
a la noche porque allí están las incontables sombras que
únicamente por nosotros, por lo que es el objeto de un amor demasiado
vasto como para poder realizarlo, decidieron entonar los versos de la
única derrota que podemos todavía concebir como un pálido,
desconsolado triunfo: tu poema está aquí, lo leo, leo tu
sombra. Sí, es eso: recortándose contra la luz de un día
demasiado encandilante leo la palabra vida, la palabra sombra, la palabra
sol.
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