Fraudes,
felonías
y falsificaciones
Dos
facciones en pugna. Una batalla judicial con los más diversos
escenarios: España, Canadá, Japón, Francia. Un
botín que se calcula en no menos de cien millones de dólares
anuales. La Fundación Dalí y Robert Descharnes, ex secretario
y apoderado del pintor, no
se dan tregua en su lucha por el copyright de la obra del pintor y en
su avidez por inventar nuevas formas de merchandising. Mientras tanto,
las falsificaciones aprovechan el caos para seguir inundando
el mercado, ahora también por Internet.
Por
Nicholas Powell, de ARTnews
Más
de ochocientas mil personas pisan cada año el cadáver
de Salvador Dalí. El féretro del pintor yace bajo una
piedra sin epitafio en lo que era el escenario del teatro que es hoy
el Museo Dalí en Figueras. Cada una de esas ochocientas mil personas
deja en boletería al menos cinco dólares (el precio de
la entrada). Eso no es todo: en el Museo Dalí de St. Petersburg,
Florida, la cifra de visitantes por año asciende a 250 mil (y
uno no puede dejar de imaginarse lo que le hubiera divertido al artista
del Ampurdán la mera idea de un museo que lleve su nombre en
una localidad que tenga ese nombre). Además de ambos museos,
la obra de Dalí recorre sin cesar el mundo, no sólo en
forma de exposiciones itinerantes sino también a través
de las más variadas formas del merchandising: libros, láminas,
corbatas, relojes, bijouterie, perfumes y hasta desodorantes. A esto
se le suman los casi tres mil millones de dólares (sí;
leyó bien) que han generado hasta ahora las falsificaciones de
Dalí: muestras de obra espuria organizadas por museos ignotos,
sitios en Internet que ofrecen originales firmados a seis dólares,
piezas confiscadas por la policía que han vuelto al mercado y
autenticaciones dudosas para obras más dudosas aún.
Este lucrativo negocio ha generado una verdadera batalla judicial en
tribunales a ambos lados del Atlántico: la Fundación Gala-Salvador
Dalí (heredera oficial de la obra y los bienes del
pintor, incluyendo el Museo de Figueras) y la empresa Demart Pro Arte
(propiedad del ex secretario de Dalí, Robert Descharnes) llevan
seis años de batallas legales cada vez más sangrientas
para que se determine de una vez por todas a quién corresponden
las regalías generadas por la obra de Dalí. Para tener
una idea de las cifras en danza baste decir que, sólo por la
franquicia para una fragancia francesa que invadirá el mercado
este año, Demart recibirá regalías anuales de dos
millones de dólares. Cosa que pone los pelos de punta a la Fundación,
que acusa a Demart de uso indebido de los derechos intelectuales, apropiación
de dividendos que correspondían a la Fundación y fraude.
Descharnes no se queda atrás: en 1996 puso un recurso de amparo
contra los derechos incondicionales de la Fundación, que hasta
ahora ha sido rechazado incluso en su apelación por la justicia
española.
El conflicto legal confunde a editores de libros y comerciantes en general,
que no saben a quién pagar las regalías generadas por
el nombre y las imágenes de Dalí: mientras las sociedades
de derechos de autor de los distintos países pagan a la Fundación,
los comerciantes con casa central fuera de España pagan a Demart.
Hasta que no se defina quién es el propietario de los derechos,
los expertos dicen que el mercado Dalí seguirá siendo
explotado en una fracción muy lejana a su máximo potencial.
Estos problemas deben resolverse en forma profesional y cristalina
para que no opaquen el resto de nuestras actividades, dice Joan
Manuel Sevillano, elegido en 1999 director ejecutivo de la Fundación.
Teniendo en cuenta que, si hay algo que no tuvo Dalí en
abundancia, es precisamente profesionales cristalinos.
UN
POCO DE HISTORIA Luego de que Dalí y Gala descubrieran
cómo explotar los medios para obtener fama y dinero en su estadía
en Estados Unidos durante la guerra (donde el artista diseñó
joyas para Elsa Schiaparelli e ilustró hasta campañas
publicitarias de medias de mujer, además de merecer una retrospectiva
en el MoMA), el matrimonio expandió estas actividades hasta convertirlas
en auténticas empresas, con ayuda de varios consejeros
que ganaron fortunas usufructuando el nombre de Dalí. El capitán
John Peter Moore, un irlandés que fue representante de Dalí
a lo largo de los 60 y 70 (y que recientemente fue acusado de traficar
falsificaciones por la policía española) supo aprovechar
las bondades de la producción en serie para generar ganancias
multimillonarias a su patrón. Enric Sabater, el catalán
que lo sucedió en el puesto entre 1974 y 1980, simplemente mantuvo
en funcionamiento la maquinaria puesta en marcha por Moore: hacer firmar
al pintor hojas en blanco sobre las cuales se imprimirían después
litografías. La insistencia de Dalí y Gala por cobrar
siempre en efectivo creó un sistema básicamente incontrolable
y fácilmente corrompible: delegar en otros los asuntos financieros
era un imperativo, si querían disfrutar el dinero con la majestuosidad
que se adjudicaban, en sus diversas mansiones. El castillo de Pubol,
a cuarenta kilómetros al sur de Figueras (hoy museo), era el
lugar donde Gala recibía a sus jóvenes amantes: Dalí
prometió no pisar el castillo salvo que recibiera una invitación
por escrito de puño y letra de Gala. El pintor prefería
recibir a sus propios amantes (por lo general pescadores jóvenes
a quienes se limitaba a observar en acción) en su casa frente
al mar de Port Lligat, 25 kilómetros al este de Figueras.
Así estaba la situación cuando Descharnes (quien en 1984
compilaría el libro Salvador Dali: lOeuvre et lhomme)
fue nombrado secretario en 1980. La primera tarea que le impuso su atribulado
patrón fue ordenar los asuntos financieros para que no hubiera
más filtraciones de dinero (Dalí había echado a
Sabater sin atreverse a acusarlo directamente de falsificación
y desfalco). Presionado por el fisco para que regularizara su situación
patrimonial (Dalí había fijado residencia legal en Mónaco
para evadir los impuestos españoles), el artista dio plenos poderes
legales a Descharnes para que le arreglara los asuntos.
Hay que tener en cuenta que la Fundación fue creada más
o menos por la misma época en que Descharnes inventó Demart
y que ambas entidades vivirían codo a codo una década
complicada: primero, la muerte de Gala en 1982; luego, la depresión
de Dalí y las severas quemaduras que sufrió en un incendio
en Pubol. Y por último el deterioro, no sólo físico
sino mental, del artista a la hora crucial de establecer la sucesión
de sus bienes.
EL
SUPUESTO VILLANO La gran carta de triunfo de Descharnes es el documento
que le firmó Dalí, luego del incendio de Pubol: un contrato
de exclusividad en el uso del copyright hasta el 2004. Aunque no hubo
notario ni testigos a la firma, la ley española aprobó
el documento, dando así la bendición a una compañía
extranjera para manejar la obra de un pintor español. Con ese
documento en su poder, Descharnes inventó Demart, una empresa
off-shore con sedes en paraísos fiscales como las islas Caimán
y New Brunswick (Canadá), para capitalizar todos los dividendos
que aportaba el merchandising de la obra de Dalí sin pagar impuestos.
Los miembros de la Fundación dicen que el pintor no estaba en
sus cabales cuando firmó tal documento. Descharnes sostiene que,
si se trata de dudar de la sanidad mental de Dalí a la hora de
firmarle la autorización, podría argumentarse lo mismo
de los papeles que crearon la Fundación por la misma época.
Lo cierto es que Demart comenzó a recaudar regalías en
1984. Su capital inicial había sido de escasos 30 mil dólares
(mil acciones a 30 dólares cada una) y hasta el día de
hoy la empresa sólo reconoce tener dos empleados en una oficina
en Amsterdam y otros dos en una oficina en Ginebra. Descharnes dice
que el directorio (de cinco fantasmales miembros, de los cuales el único
experto en Dalí es él) se reúne dos o tres veces
al año. Parece complicado, pero es una empresa absolutamente
normal. Y a continuación afirma que las ganancias netas
de Demart en 1999 fueron de apenas 200 mil dólares (sobre una
facturación de un millón y medio). No está dispuesto
a decir cuánto ganan los otros miembros del directorio por sus
tareas pero sí a reconocer que él se llevó 200
mil dólares en el último año por actividades relacionadas
con Dalí. Cabe aclarar respecto de esta cifra que Descharnes
es asiduamente consultado como experto autentificador por las casas
de remates como Sothebys y Christies, así como por
coleccionistas privados (por cuyos servicios cobra el dos por ciento
de la tasación de la obra en el mercado). Además, Descharnes
dice estar poniendo en marcha en Bruselas un centro de estudios para
aquellos que quieran profundizar en la obra del maestro, pero
se niega a dar la dirección alegando que aún no es definitiva.
LA
SUPUESTA VICTIMA Pocos meses antes de la muerte de Gala, Dalí
corrigió su testamento cediendo todos sus bienes al Estado español
(en el anterior, lo compartía con la Generalitat catalana), creando
la Fundación en Figueras con el mandato de promover, estimular,
popularizar, honrar y defender en el territorio español como
en suelo extranjero el patrimonio artístico, cultural e intelectual
de Salvador Dalí. En el acto donó doce grandes telas,
cinco dibujos y otras piezas cuyo valor total ascendía a 20 millones
de dólares. El artista presidió la Fundación hasta
su muerte y eligió entre sus amigos a todos los miembros. Casi
su única preocupación fue convertir un teatro que había
comprado en Figueras en su museo. Según el pintor Antoni Pitxot,
vicepresidente de la Fundación: Ésa fue la última
obra de Dalí. No lo veía como un objeto terminado sino
como un organismo surrealista en perpetua mutación. Cuando
Dalí le pidió que presidiera dicho museo, Pitxot le dijo
que no sabía nada de negocios. El pintor le contestó:
Perfecto. Quiero alguien como tú dirigiéndolo, así
no hace absolutamente nada.
La Fundación tiene hoy a su cargo el manejo del patrimonio de
Dalí, unos 130 millones de dólares. En el Museo de Figueras
trabajan cien personas. Además, han convertido en museos la casa
de Port Lligat y el castillo de Pubol (visitados, los dos, por 125 mil
personas este año). Su directorio está compuesto por 12
miembros de por vida (elegidos por Dalí) y nueve elegidos por
el gobierno español. Cada nuevo miembro debe ser aprobado por
unanimidad para acceder al directorio, cuyos presidentes honorarios
son el rey Juan Carlos y la reina Sofía. La Fundación
se autoabastece. Aunque sus cifras no se dan a conocer públicamente,
los tres museos le dejan una ganancia anual de siete millones de dólares,
de los cuales dos se reinvierten en las actividades de la Fundación.
Además de la administración de los museos, la Fundación
se dedica a reunir la obra dispersa de Dalí (en los últimos
diez años ha gastado 20 millones en comprar unas pocas obras).
Esos mismos recursos económico-escolásticos los aplica
también para operar en el complejo mundo de autenticación
de obras de Dalí (sólo el último año recibieron
70 pedidos, de los cuales al menos quince resultaron falsos). Ellos
también cobran por tales servicios el dos por ciento del precio
de la obra en el mercado.
LA
BATALLA A pesar de la beligerancia actual, en sus orígenes
ambas entidades trabajaron juntas; de hecho, Descharnes tenía
un cargo en la Fundación en sus orígenes (pero no como
miembro del directorio). Según un documento presentado este año
por Demart en la Corte de New Brunswick, el puesto de Descharnes era
de delegado permanente, con los más amplios poderes para
administrar y supervisar todas las actividades públicas de la
Fundación, especialmente su promoción universal y la protección
del patrimonio y la individualidad de su fundador en el extranjero.
Por aquellos tiempos en que Descharnes creó Demart, vale aclarar,
la Fundación aún no contaba con los recursos como para
desempeñarse en las áreas de recaudación de regalías
y merchandising.
Luego de la muerte del pintor, el Estado español, como beneficiario
del testamento, puso a la Fundación a cargo de todas las propiedades
y de alguna obra de Dalí (entregándole 90 cuadros importantes
del pintor) y autorizó a Demart a seguir manejando las regalías
y el merchandising en el extranjero. Claro que todos esperaban que Demart
fuera el agente recolector y entregara a la Fundación lo recaudado.
Pero Demart adujo que todo lo obtenido se iba en costos. Con la llegada
a la presidencia de la Fundación de Ramón Boixadós,
ex mandamás de la Renfe (los ferrocarriles españoles),
comenzó la batalla. Ni le hemos dado ni le daremos jamás
un solo billete a la Fundación, porque no estamos legalmente
obligados a hacerlo. Ellos sólo ponen trabas. Somos nosotros
los que gastamos para mantener las patentes y combatir las falsificaciones,
dice Descharnes, quien acusa a Boixadós de reemplazar un directorio
de artistas por uno de meros empresarios. También lo acusa de
conspirar a sus espaldas con el Estado español para echarlo de
la Fundación y quitarle la administración de las regalías.
Es que en 1994 las Cortes españolas determinaron que el contrato
entre Dalí y Demart era una asignación temporaria
de copyright, que expiraba con la muerte del artista, y le ordenaron
abstenerse de todo ejercicio ulterior de los derechos de propiedad intelectual.
Desde entonces, la Fundación ha intentado descabezar la red de
relaciones internacionales de Demart, mientras Descharnes ha logrado
hacerle juicio (y ganar en primera instancia) a la ADAGP (la sociedad
de derechos de autor de artistas plásticos franceses) por dejar
de pagarle a Demart y hacer lo propio con la Fundación. Y dice
tener casi ganados casos similares en Alemania, Japón y Suiza.
Japón es un mercado especialmente fértil para la obra
de Dalí. Cuando la Fundación organizó una gran
muestra itinerante visitada por 250 mil japoneses, Demart le entabló
juicio por violación de copyright en el catálogo. El fallo
no fue tan doloroso para la Fundación (debe pagar 63 mil dólares
y destruir todas las copias existentes del catálogo que no hayan
sido vendidas a la fecha) pero puede sentar un peligroso precedente
en las otras Cortes (razón por la cual están apelando).
Mientras tanto, en las Cortes canadienses de New Brunswick, la Fundación
acusa a Demart de exagerar sus costos (dos millones de dólares
al año en sueldos, expensas y gastos legales), en lugar de girarles
al menos parte de ese dinero a ellos. El tribunal aún no ha dado
su fallo: considera que la información con que cuenta no es suficiente.
A la luz de ese inesperado traspié, la Fundación abrió
otra causa contra Demart, esta vez en Figueras: será la primera
confrontación de ambos rivales en suelo español. Allí
se tendrá que explicar, por ejemplo, por qué el Estado
español permitió sin reparos que Demart operara entre
1986 y 1994. Pero aun cuando Demart ganara, su contrato vence inexorablemente
en el 2004, a partir de entonces la Fundación recibirá
en sus arcas todos los beneficios de un mercado unificado.
LAS
FALSIFICACIONES Según dicen los expertos, en los últimos
veinte años las falsificaciones de Dalí han generado no
menos de 3 mil millones. Según el alemán Ralf Michler,
por lo menos el 60 por ciento del trabajo gráfico con firma de
Dalí no viene de la mano del artista. A tal punto que, en los
80, muchos autenticadores respetados decidieron no evaluar más
obra gráfica del artista catalán. No sólo existen
falsos Dalí con firma auténtica, sino piezas auténticas
con firma falsificada (para realzar su valor). Curiosamente, a la hora
de las autenticaciones, Descharnes no es el villano que la Fundación
quiere hacer creer al mundo. Al menos eso sostiene Mary Bartow, de Sothebys:
Descharnes es la persona ideal para auntenticar los cuadros de
Dalí. Para los dibujos y grabados no se justifica lo que cobra.
Pero es el mejor. El Museo Dalí de Florida, en cambio,
prefiere a la Fundación (con la cual tiene un programa de becas
y posgrados). Pero su director, Marshall Rousseau, describe a Descharnes
como un amigo de la casa. El vocero de la Fundación,
Jordi Falgas, asegura que Sothebys ya ha usado sus servicios de
autenticación al menos una vez y que pronto las casas de
remate aprenderán a usar nuestros conocimientos. De hecho,
la Fundación prepara un enorme catálogo razonado de la
obra completa del artista para el 2004 (recordar que el contrato deDescharnes
vence en esa fecha), luego del que realizaran en 1994 los alemanes Lopsinger
y Michler, sólo de los grabados y después de trece años
de rastreo y estudio. Ese catálogo fue prologado por Descharnes,
razón por la cual la Fundación no lo tiene en cuenta como
documento oficial a la hora de autenticar piezas.
Volviendo a las falsificaciones, en 1984 el Servicio Postal norteamericano
descubrió una estafa que llevaba diez años y confiscó
diez mil láminas a un marchand en Hawaii. Pero, diez años
después, las obras fueron a subasta pública y reingresaron
en el mercado, en vez de ser destruidas. Lo que otrora era el correo
hoy es Internet, donde se calcula que el 95 por ciento de la obra de
Dalí que se ofrece es falsa (sólo en el site eBay, para
citar un caso, se ofrecen en la actualidad 823 lotes distintos de piezas
firmadas a mano por Dalí, cuyos precios van de seis
dólares a seis mil por pieza).
A veces los Dalí falsos aparecen en muestras respetables, como
fue el caso de Dali, Mara, Beppe: imágenes de una amistad, exposición
inaugurada este año en el Museo de Augsburg, en Bavaria. El médico
turinés Beppe Albaretto y su esposa Mara se hicieron amigos de
Dalí en 1956 y acumularon a lo largo de los años una considerable
cantidad de acuarelas y dibujos del artista. Pero, a la inauguración
de la muestra, la revista Der Spiegel dijo que rebasaba de falsificaciones.
Mara Albaretto ha declarado a través de su abogado que esa acusación
se debe simplemente al hecho de no haber solicitado los servicios de
Descharnes ni de la Fundación para autenticar sus piezas, basándose
en las fotografías que acompañan la muestra, donde se
ve a Dalí pintando algunas de las piezas que hoy pertenecen a
los Albaretto. Y agrega: No es algo nuevo. Me consta que Descharnes
ha juzgado como falsas piezas que no lo son.
Otro de los paraísos de la falsificación son las muestras
itinerantes de Dalí que no van a museos y que constan sugestivamente
sólo de obra tardía, de los 80 (es decir, sospechosa de
antemano). En Londres, por ejemplo, una tal Fundación Stratton
(con sede en Lichtenstein, otra señal sugestiva) inauguró
El universo de Dalí: 500 esculturas, dibujos raros, joyas bocetos
y acuarelas. La entrada costaba ocho libras (12 dólares) y, como
si fuera poco, aquellos que compraran la entrada por Internet recibían...
¡un grabado gratis del maestro! Todas las piezas exhibidas en
esa muestra tienen fecha posterior a 1982, es decir cuando el artista
yacía en cama después del incendio de Pubol. La Fundación
Stratton dice que las piezas pertenecen a coleccionistas privados y
fundaciones que desean permanecer en el anonimato y que tampoco pueden
dar cifras sobre lo recaudado.
Otro fiasco similar es el Espace Montmartre en París, que se
autopromociona como el tercer gran museo dedicado a Dalí
en el mundo, junto con el de Figueras y el de Florida. Tanto en
Londres como en París el grueso de las piezas escultóricas
son, en realidad, esculturas realizadas anónimamente por encargo
del sinuoso Sabater, a partir de dibujos de Dalí. Además,
en ambos lugares se vende todo tipo de artículos de merchandising.
Descharnes dice que ninguno de los dos tiene autorización de
Demart (ni tampoco de la Fundación) para vender tales productos,
pero agrega que no puede perseguir esos asuntos de poca monta: Todos
nuestros dineros van a la lucha con la Fundación en estos momentos.
Curiosamente, por una vez la Fundación tiene una postura similar
a la de Descharnes. Dice Falgas: No hemos emprendido acciones
legales aún. Sólo puedo decir al respecto que ni el espacio
de Londres ni el de París pueden llamarse museos Dalí.
A quien sí investigó la Fundación es al inefable
capitán Moore: en 1999 contribuyó a su arresto por la
policía de Cadaqués, acusándolo de haber inundado
el mercado de diez mil Dalí falsos, desde su museo-galería
en esa localidad o desde Ginebra. Cuando tuvo lugar el arresto se descubrieron
falsificaciones y se clausuró el lugar. Pero el vital anciano
de 81 años, que ha salido bajo fianza y sigue viviendo en Cadaqués,
dice que el operativo fue una farsa: Si pueden probar que son
falsos que digan quién los hizo. Ni a Dalí ni a mí
se nos ha probado ser responsables de ninguna falsificación hasta
ahora.
EL
DESENLACE Sevillano, el director ejecutivo de la Fundación,
minimiza toda esta batahola judicial y policial como un último
coletazo del temperamental estilo de vida del pintor. En vida,
Dalí podía hacer lo que quisiera con su trabajo. Pero
ahora está muerto. Los que lo hemos sobrevivido debemos velar
por su legado y actuar como personas serias y honestas. En mi opinión,
esto debió resolverse hace años. Me resulta inconcebible
que la herencia de Dalí no se invirtiera en el museo que él
mismo creó. Queda para los abogados darnos una explicación
bien fundamentada. Descharnes, por su parte, se limita a decir:
Dalí sabía perfectamente lo que hacía y conocía
muy bien a la gente de Figueras, de quienes decía que eran unos
provincianos. Si Demart tuvo sede en Amsterdam, o en New Brunswick,
es porque los impuestos allá son mucho más bajos que los
españoles. Y, cuando se le pregunta qué planea hacer
en el juicio, contesta con una sonrisa: Ni siquiera sé
si voy a ir. Creo que llegaré a un acuerdo con la Fundación
antes. Es que ellos saben tan bien como yo que el conocimiento que poseo
de la obra de Dalí es valiosísimo para proteger el patrimonio,
concluye, mefistofélico.