¡Otra
vez las fiestas, lector, otra vez las fiestas! Uno no puede festejar
un año, que ya al año siguiente otra vez. ¡Otra
vez Navidad, Año Nuevo, los Reyes, el pan dulce, los cohetes,
la sidra, el arbolito, los regalos, las cartitas, la tía
Eulalia que invita a su casa que queda lejos, el lechón que
eleva los índices de colesterol mucho más arriba de
donde llegan las cañitas voladoras, los chicos que quieren
el último videojueguito, los adolescentes que después
de las 12 quieren enfrentar la noche e ir a reunirse con sus no
menos temerarios amigos a quejarse todos juntos contra la incomprensión
de sus padres... ¡Los suegros y cuñados! Que son más
suegros y cuñados que nunca, en tiempos de las fiestas. Y
a cambio de todo eso... un solo aguinaldo, en realidad medio aguinaldo,
más duro que el turrón de avellanas que la abuela
compró por 0,50 en una oferta del dentista del barrio.
Por supuesto, lector, hay cosas lindas. Las personas que uno quiere,
a las que quizás vería igual, sin necesidad de tanto
jolgorio pirotécnico, ¿no? Los amigos que se saludan,
los que se dicen si no nos vemos, felices fiestas, frase
que mal mirada quiere decir si se ven, las fiestas serán
tristes. Son días difíciles para el país,
el mundo y sus alrededores. Hay conflictos, pobreza, y la idea de
que el futuro no será mejor, sino igual, que el futuro ya
llegó. Y es esto. Pero también están los seres
queridos, en presencia, recuerdo, mail, tarjetita, o como cada uno
se las ingenie mejor. El lechón se puede cambiar por algo
más liviano, o por algo más pesado aún. Siempre
hay regalos hermosos a precios módicos, en realidad ya sabemos
que las mejores cosas de la vida no suelen comprarse con dinero
(el dinero hace falta para las demás).
Levantemos nuestras copas, lector, hagamos un brindaje.
¡Salud y hasta el sábado que viene!
RUDY
|