SANTA
CRUZ El coloso de hielo Con el paso del tiempo, la villa de El Calafate, sobre el lago Argentino, dejó de ser el pueblo tranquilo nacido tras el paso de arrieros que transportaban la lana de las ovejas. Atraídos por la imponente belleza del glaciar Perito Moreno, los viajeros de todo el mundo lo convirtieron en el centro turístico desde donde parten las excursiones al Parque Nacional Los Glaciares. Textos:
Lilia Ferreyra El
Parque Nacional Los Glaciares declarado en 1981 Patrimonio Natural
de la Humanidad por la Unesco es uno de los enclaves naturales
que congrega más cantidad de visitantes en Latinoamérica.
En el siglo XVII, Enrique Da Gambia escribía que la ciudad
encantada de los Césares es la última leyenda que habita
en América y la primera que hechizó la infinita soledad
de sur. Hoy la hechizadora ciudad de los Césares parecen
ser las torres de hielo del glaciar Perito Moreno.
El glaciar Perito Moreno es especial, no sólo por su belleza
y accesibilidad, sino también por la ruptura, un
fenómeno natural único que se da cada cierto número
de años (solían ser cuatro o cinco, aunque ahora con el
calentamiento global, los Niños y las Niñas, ya no se
sabe): la pared de hielo avanza y en determinado momento corta el lago
Argentino en dos, al bloquear el angosto Canal de los Témpanos.
Así se forma un dique natural que impide el drenaje del Brazo
Rico, el brazo superior del lago; el agua puede subir hasta treinta
y seis metros, presionando y horadando el hielo; finalmente el glaciar
se rompe, en un cataclismo de truenos, témpanos, olas inmensas
y formas azules que bien pueden sugerir la creación de un mundo.
Desde la capital de Santa Cruz hasta El Calafate hay 315 kilómetros
de ruta asfaltada (y poceada en algunos tramos) que atraviesa la estepa
patagónica, una inmensidad donde el horizonte se vuelve circular
sin que nada lo altere. El cielo es una bóveda de nubes; con
sólo girar la cabeza se puede ver la tormenta que descarga la
lluvia hacia el este, mientras al oeste el sol ilumina los campos desnudos.
No hay árboles ni verdes montes; sólo pequeños
arbustos llamados mata negra. A medida que pasan los kilómetros
empiezan a aparecer los calafates, también un arbusto espinoso
que florece en primavera y da su fruto morado en verano. De pronto,
de ese extraño paisaje abierto surge junto al camino un guanaco
que intenta cruzarlo, retrocede y se escapa. No se divisan otros por
los alrededores. El Calafate El camino comienza a descender y desemboca en El Calafate, un pueblo que fue surgiendo en el siglo pasado, cuando las carretas cargadas de lana y tiradas por bueyes que iban hacia el puerto de Río Gallegos empezaron a hacer un alto en ese lugar junto al lago Argentino. Hoy es una villa de unos 5000 habitantes con hoteles de diversas categorías, hosterías, cabañas, albergues y campings y el centro de los servicios turísticos para las excursiones al Parque Nacional Los Glaciares. Los árboles entre los que abundan los álamos y los pequeños jardines revelan el empeño del hombre por hacerlos crecer y brotar pese a los vertiginosos vientos patagónicos. Casas bajas con techos a dos aguas entre unas pocas calles y una avenida principal donde se concentran restaurantes, parrillas, cafés, kioscos, tiendas de cuidada artesanía y todo lo que pueda necesitar el turista. Al atardecer deambulan por allí viajeros franceses, italianos, suizos, alemanes, españoles y de otros países, principalmente europeos. Por supuesto, también hay argentinos de las lejanas provincias del norte, como dicen los santacruceños a cualquiera que viva más allá de su tierra patagónica. Y para los turistas argentinos, también tiene su atractivo comer platos regionales como el cordero o la trucha rodeado por mesas donde los extranjeros comentan sus aventuras en esta región tan al sur del mundo. Hacia
el glaciar Desde El Calafate parten las excursiones al glaciar Perito
Moreno. Combis, micros, autos y camionetas 4 x 4 transportan a los viajeros
a la excepcional experiencia de conocer al coloso de hielo. El recorrido
de 80 kilómetros desde la villa turística se hace por
un camino de ripio que pasa por estancias de la zona, que combinan las
actividades rurales con las turísticas. Aeropuerto
Internacional El Calafate Por L.F. Obelix
es un enorme perro cruza con ovejero que hace unos meses se convirtió
en la mascota de la obra del aeropuerto internacional de El Calafate.
Como un experto guía, acompaña a los visitantes que hicieron
una parada en la estación aérea antes de retomar la larga
Ruta Provincial Nº5 que los llevará de regreso a Río
Gallegos para abordar el avión a Buenos Aires. Algo que desde
el próximo viernes ya no será necesario. Ese día
iniciará sus operaciones el nuevo aeropuerto de la provincia
de Santa Cruz. Ubicado a 18 kilómetros de El Calafate, ocupa
una superficie de 14.700 m2 y cuenta con una pista de aterrizaje de
2.500 metros de largo por 45 de ancho que, en realidad, se inauguró
hace un año y medio. El gobierno de Santa Cruz construyó
a través de la Administración General de Vialidad
provincial la pista en la que aterrizarán y despegarán
los aviones 737 y 757 de Aerolíneas Argentinas, Southern Winds,
Lapa, Dinar y Lade.
Caminata blanca Existen muchas opciones para conocer el glaciar. Pero, ¿qué mejor que caminar sobre él? Paso a paso, la crónica de un minitrekking sobre el inmenso campo de hielo del Perito Moreno. Por F.P. Una
manera única de ver el glaciar Perito Moreno es caminar sobre
él. Esto es posible incluso sin ser un escalador experimentado
o un kamikaze, gracias a la excursión que nos permite convertirnos
en hielonautas por algunas horas. Aunque la vista del glaciar desde
cualquiera de sus ángulos, desde agua o desde tierra, es siempre
fabulosa, la vista del hielo desde el hielo mismo es algo de otra dimensión.
Todos los grandes viajeros sensibles a la naturaleza supieron que la
forma más genuina de vivir el pulso secreto de un paisaje es
caminarlo. En un pasaje de su relato El Alce, Edgar Allan
Poe escribe: Pero, aún en esta deliciosa región,
las partes más encantadoras sólo se alcanzan por sendas
escondidas. A decir verdad, por lo general el viajero que quiere contemplar
los más hermosos paisajes de América no debe buscarlos
en ferrocarril, en barco, en diligencia, en su coche particular, y ni
siquiera a caballo, sino a pie. Debe caminar, debe saltar barrancos,
debe correr el riesgo de desnucarse entre precipicios, o dejar de ver
las maravillas más verdaderas, más ricas y más
indecibles de la tierra. Un derrumbe espectacular Un proverbio de los tehuelches, los antiguos habitantes de esta zona, dice: Cuando cesa el viento, escucha tu silencio. El silencio es total y da miedo quebrarlo. De repente, algo tiembla en el muro azul, y una porción del frente del glaciar se desprende, torres azules del tamaño de un edificio de veinte pisos se desploman con un sonido atronador que hace vibrar el suelo. Con asombro casi religioso nos detenemos. La caída ha provocado una ola enorme que estalla contra la costa y el agua sube por lo menos cinco metros durante algunos instantes. Los truenos continúan y lo que antes era glaciar ahora es una masa gigantesca de hielo azul que flota en el agua, gira, se hunde y vuelve a emerger, hasta encontrar la posición estable en que, ya convertido en témpano, va a iniciar su viaje a la deriva por el lago; durará como una escultura navegante de hielo hasta que el sol termine por derretirlo varios días después. Pasos
previos Nos reunimos con nuestro grupo de futuros minitrekkers
en Bajo de la Sombra, un puerto sobre el Lago Argentino situado cerca
del glaciar. Allí, una lancha neumática nos cruza hasta
una cabaña situada en la otra orilla. Comenzamos a caminar en
fila por un sendero que atraviesa un bosque de lengas y ñires,
con el glaciar siempre a la vista. En ese instante vemos una lancha
de excursión que se aproxima a distancia prudencial del muro
azul. Todos quedamos asombrados por la altura del hielo, que antes no
llegábamos a percibir en su magnitud real pero que ahora se evidencia
en la escala: la lancha de dos pisos es un punto insignificante sobre
el glaciar. Paseo sobre hielo El glaciar de cerca tiene texturas y relieve escarpado; es un mar poroso de grietas profundas que los guías nos señalan con cuidado, abismos azules sin fin, y arroyos que horadan un surco turquesa en la superficie del hielo. Por momentos nos hundimos en valles de hielo y no vemos más que azul: en el cielo, bajo nuestros pies, en el horizonte. Estamos en otro mundo, como aquel de la novela La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula Le Guin: Yo había imaginado que la meseta de hielo de Gobrin era una suerte de sabana, como un estanque helado, pero había allí cientos de kilómetros que se parecían más a un mar alborotado por la tormenta, helado de pronto. La descripción no podría ser más exacta. Más tarde, de vuelta en el mundo de los hombres y con la emoción todavía en el alma, hacemos un alto en la cabaña del bosque para atender al cuerpo: un buen sandwich, un termo con algo caliente serán manjar de dioses. |