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AUSTRALIA
Ciudades, desiertos, selvas y mar
Un mundo en una isla
Por
Graciela Cutuli
A
lo lejos, en la otra punta del hemisferio sur, lo que llega de Australia
son algunas postales fijadas en los folletos turísticos, que
se reconocen ya con los ojos cerrados: las velas al viento
de la Opera de Sydney, los peces de colores de la Gran Barrera de Coral,
la roca rojiza y solitaria de Ayers Rock. Sin embargo, Australia es
un mundo. Porque, además de encerrar en sus siete millones y
medio de kilómetros cuadrados de superficie algunos de los paisajes
más bellos del mundo, produjo un estilo de vida y una cultura
propias donde contrastan la aristocrática herencia británica
con el espartano cowboy del outback, los ojos claros de los hijos de
irlandeses con la piel oscura de los aborígenes, el acento aussie
con el inglés a veces todavía dudoso de los incontables
griegos de Melbourne. Las distancias siempre son largas, pero eso no
asombrará a los turistas argentinos que vayan a descubrir la
tierra de los koalas, los canguros, el didgeridoo y los corales.
La
cuna de Australia Siempre rival de Melbourne, a la que eclipsó
en las últimas Olimpíadas (pero la otra se había
adelantado con las Olimpíadas de 1956 y tomará su revancha
en la organización del próximo Grand Prix de Fórmula
Uno), Sydney es la capital cultural de Australia y cumple ese papel
con un entusiasmo que le vale ocupar un firme lugar en el mundo a pesar
de las distancias que la separan de Europa y América del Norte.
Su gran símbolo es la hermosísima Opera junto a la bahía
de Circular Quay, construida por el arquitecto danés Jorn Utzon
en medio de grandes polémicas a principios de los
años 70. Este lugar está considerado como la cuna
de Australia, ya que allí desembarcó en 1788 la
primera flota británica con su carga de oficiales, soldados y
convictos para declarar la colonia de Nueva Gales del Sur. Hoy parece
extraño que alguien haya podido discutir alguna vez el valor
de este edificio que algunos definen como un barco con velas al viento
y otros, como un conjunto de valvas marinas: la blanca Opera es el gran
polo cultural de Sydney y una de las obras maestras de la arquitectura
del siglo XX. Enfrente, el Sydney Harbour Bridge es uno de los puentes
de un solo arco más grandes del mundo y ofrece desde lo alto
(se hace una excursión sólo apta para valientes para trepar
hasta la cima) las mejores imágenes de la Opera. El puente (la
percha, lo llama la gente de Sydney) fue completado en 1932 y
conecta con sus 134 metros de altura el norte y el sur de la ciudad.
Del otro lado del puente, Darling Harbour es uno de los lugares más
animados de Sydney durante el día y la noche, gracias a sus museos,
restaurantes y centros comerciales, además del hermoso Acuario
donde se pueden observar desde tiburones hasta reconstrucciones del
ecosistema de la Gran Barrera de Coral. En 1987, fue construido en Darling
Harbour el Chinese Garden, un jardín de la amistad
que ofrece un bello oasis sembrado de pagodas en medio de los rascacielos
urbanos.
En las cercanías de Circular Quay y Darling Harbour, sin embargo,
Sydney también pierde su aire moderno para remontarse hacia el
pasado en el barrio The Rocks, un área colonial cuidadosamente
restaurada cuyas antiguas casas y angostas calles permiten rememorar
los tiempos en que las condiciones de vida estaban a años luz
de la que se disfruta hoy. El mejor momento para visitar The Rocks es
en los fines de semana, cuando una colorida feria se adueña de
las calles, ofreciendo a los turistas artesanías locales y todo
tipo de recuerdos, desde animales tallados en madera hasta los infaltables
caramelos de eucaliptus.
La
pista del Grand Prix Melbourne, por su parte, es un atajo entre
California y la city de Londres. Sus universidades son renombradas en
todo el mundo anglófono y su centro financiero es el principal
del país. Se practica tanto surf en la costa como remo en el
río que la atraviesa, el Yarra. El mejor momento del año
para descubrir Melbourne es a fines de marzo, cuando la ciudad entera
festeja el hecho de estar en la mira del mundo deportivo, durante el
Grand Prix de Australia, que dejó Adelaidapara correrse en la
pista de Melbourne desde hace ya varios años. Al par de la carrera,
la ciudad festeja el Moomba, una fiesta popular donde se mezclan las
atmósferas de las fiestas de atracciones de antes con una Feria
de todas las naciones del Pacífico Sur.
Pero también se visita Melbourne todo el año, por sus
muchos museos, entre ellos el del juguete y el de las Olimpíadas,
por sus monumentos y sus iglesias, entre los que figuran varios de los
edificios más antiguos de Australia (incluso si no llegan a sumar
todavía más de dos siglos). La mejor vista de la ciudad
es desde las torres Rialto, desde el piso 55, que culmina a 253 metros
de altura. Desde ahí se tiene otra perspectiva de la singular
combinación de edificios de estilo moderno y victoriano del centro
de la ciudad. También se ve hasta el cricket ground, el equivalente
para Australia del estadio de River, aunque es en realidad algo más
que un terreno de deportes.
Un
mítico tren de pioneros Fuera de las ciudades, Australia
ofrece dos grandes imágenes de naturaleza: el mar y el desierto.
Para internarse en las extensiones infinitas de tierra rojiza que llevan
al macizo de Uluru (Ayers Rock), se puede tomar el mítico Ghan,
un tren que desde 1929 sigue el camino trazado por los exploradores
y pioneros australianos. En sus comienzos, la construcción del
Ghan fue una odisea: las termitas comían los durmientes de madera
en que se apoyaban las primeras vías; el calor provocaba incendios
y más de una vez el trazado de las vías fue borrado por
alguna inundación de los ríos cercanos. Hoy, todo eso
quedó atrás: el Ghan es un tren moderno que en el futuro
próximo se extenderá desde Alice Springs hasta Darwin,
en el Top End (la porción central) del extremo norte,
y permitirá así atravesar Australia de norte a sur en
un solo medio de transporte. Cocodrilo Dundee, cuyas aventuras se filmaron
en esta región, bien habría podido aprovecharlo...
Adelaida
y la inmigración El Ghan parte de Adelaida, así bautizada
en homenaje a la mujer del rey William IV de Inglaterra, y cuya atmósfera
victoriana rinde pleitesía a otra reina británica. Es
muy distinto estar aquí que en las cosmopolitas Melbourne y Sydney,
donde se abrazan prácticamente todas las culturas del Pacífico,
de llegada más reciente, con la tradicional inmigración
italiana, griega, irlandesa y de otros países europeos. En Adelaida,
todo es más británico. Y sin embargo, es aquí donde
se encuentra un museo que resume una gran porción de la historia
de Australia, con una crudeza que lo hace insoslayable: el Museo de
la Inmigración. En el restaurado edificio de lo que fue alguna
vez un hospicio para madres solteras se puede recorrer la historia de
la política de inmigración australiana, que reunió
gente de todos los continentes sobre la fuerte base británica.
Pero no fue sin dolor: aquí se muestra la separación de
las familias, las cartas de los ausentes, las condiciones de vida durante
las largas travesías en barco y también los filtros que
debían atravesar los recién llegados: puestos frente a
un espejo, los visitantes deben preguntarse si, sobre la base de su
aspecto físico, raza y religión, serían admitidos
en Australia si aún dominaran los conceptos del pasado, cuando
muchos católicos irlandeses eran enviados de vuelta y muchos
negros y orientales, rechazados al llegar. Sin duda la experiencia es
dura y reveladora.
De paso por Adelaida, vale la pena tomarse un día para visitar
Kangaroo Island, una isla al sur de la ciudad por donde circulan en
total libertad los canguros y wallabies. Allí se pueden ver bosques
de eucaliptus donde duermen perezosamente los koalas y además
de algunas caprichosas formaciones rocosas erosionadas por el viento
hay colonias de lobos marinos y sectores donde, con mucha paciencia
y suerte, es posible divisar ornitorrincos. Sin duda, la variedad de
fauna de esta pequeña isla (155 kilómetros de largo por
55 de ancho) la convierte en una reservaincreíble, con el 30
por ciento de su superficie protegida en 21 áreas de reserva
o parques nacionales.
En
el corazon rojo De regreso en Adelaida, el Ghan parte
en las primeras horas de la tarde y termina su recorrido en Alice Springs,
en el centro geográfico de Australia, una ciudad de 20.000 habitantes
que es el principal punto de partida de las excursiones rumbo a Uluru
(Ayers Rock, a unos 400 kilómetros), y Kata Tjuta (The Olgas).
Con sus 348 metros de altura que se levantan bruscamente en medio de
la planicie del desierto, Uluru tiene 10 kilómetros de diámetro
y es la roca más grande del mundo. Los aborígenes, sin
embargo, jamás la escalaron, porque la consideraban un lugar
sagrado. Estas tierras del red heart, el corazón rojo australiano,
son el lugar ideal para iniciarse en la cultura aborigen, estereotipada
en todo el mundo gracias a instrumentos como el bumerán, pero
riquísima en realidad en sus manifestaciones artísticas,
que empezaron a ser reconocidas sobre todo a partir de 1976, cuando
los alrededor de 30.000 aborígenes del Territorio del Norte consiguieron
reconocimiento político. El reconocimiento social siempre tarda
más, pero la imagen de Cathy Freeman en las Olimpíadas
de Sydney fue todo un símbolo de la intención de integridad
que reina en la sociedad australiana.
No habría que partir de Alice Springs, finalmente, sin visitar
el Desert Park, un magnífico parque que recrea las condiciones
de vida en el desierto australiano. Siguiendo los distintos circuitos
marcados en las varias hectáreas de extensión del parque,
se puede conocer la vistosa flora de las tierras secas, los raros animales
nocturnos y sobre todo se puede asistir a un espectáculo en el
que expertos entrenadores hacen acudir con sólo sonar un silbato
grandes águilas, halcones y otras aves rapaces, que vuelan en
círculos en torno de un anfiteatro, a pocos centímetros
de las cámaras fotográficas de los turistas, pero en total
libertad, con las áridas rocas de las bardas que bordean Alice
Springs como único escenario.
DATOS
UTILES
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La
aerolínea australiana Qantas vuela dos veces por semana
a Sydney, vía Auckland, y dispone de una extensa red de
vuelos interiores a los principales destinos de Australia, en
primera clase, business y económica. Informes y reservas:
Córdoba 673, piso 13, Of. A. Tel. 4514-4730.
South Australian Museum: En North Terrace, Adelaida. Contiene
una importante colecciones de bumeranes y otros objetos aborígenes.
Museo de la Inmigración: 82 Kintore Avenue, Australia.
En Internet: www.history.sa.gov.au. Informes sobre cada una de
las comunidades extranjeras en Australia.
Old Ghan Train & Museum: Stuart Railway station, MacDonnell
Siding, Alice Springs. El museo relata la historia de la construcción
del Ghan, del que conserva algunos vagones originales.
The Ghan: Great Southern Railway. P.O. Box 445, Marleston Business
Centre, SA 5033. Reservas: (08) 8213 4593.
Kangaroo Island: Se puede llegar en avión desde Adelaida.
Emu Airlines (1 800 182 353), Kendell Airlines (08 8231 9567)
o Southern Sky Airlines (1 800 643 300). El cruce en ferry (Kangaroo
Island Sealink, 08 8553 1122) dura entre 40 minutos y una hora.
Oficina de Turismo de Queensland: en Internet, www.tq.com.au.
The Rainforest Habitat (santuario de fauna y flora tropical):
Port Douglas Road, Port Douglas, Queensland, Australia.
E-mail: [email protected].
Quicksilver Connections (excursiones marítimas a la Gran
Barrera de Coral): (07) 4099 5500. En Internet: www.quicksilver-cruises.com.
Skyrail y tren panorámico en Kuranda: www.skyrail.com.au.
Tel. (07) 4038 1999.
En Melbourne: Tourism Victoria. Swanston & Little Collins
Streets, 3000 Melbourne, Victoria. El sitio Internet es: www.visitvictoria.com
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SELVA
Y CORALES
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En
Australia, nada parece tener límites. Como no los tiene
el desierto, no los tiene tampoco la Gran Barrera de Coral, junto
a las costas de Queensland. Estos arrecifes coralinos, declarados
patrimonio de la humanidad, son una de las maravillas del mundo
y la mayor estructura de la tierra formada por seres vivientes.
Dijeron los astronautas que fueron a la Luna que sólo podían
distinguir dos cosas en nuestro planeta: una creación humana,
la Gran Muralla China, y otra natural, la Gran Barrera australiana.
A lo largo de miles de años, los esqueletos de millones
de pólipos coralinos de 400 especies diferentes fueron
formando islas e islotes sumergidos de formas caprichosas, como
el célebre Heart Reef, un arrecife en forma de corazón,
y Lady Elliot Island, una isla rodeada por un perfecto anillo
coralino. La Gran Barrera comprende 3000 arrecifes, 900 islas
y 69 cayos de coral, refugio de 1500 especies de peces, crustáceos,
esponjas, delfines, ballenas y tortugas. Las islas principales,
las más cercanas a la costa, como las Whitsundays, son
el lugar preferido de vacaciones para los australianos, que se
dan cita en los grandes resorts de la zona. Allí se puede
practicar buceo, snorkeling, surf, vela y navegación en
barcos de fondo transparente que, sin tocar jamás el fondo
para no dañar los corales, permiten apreciar claramente
el fondo del mar. Sin embargo, uno de los espectáculos
más hermosos es ver la Gran Barrera desde el aire, en los
vuelos turísticos en avión o helicóptero:
el espectáculo del mar azul, verde y turquesa, con pequeñas
islas arenosas y una infinita extensión de coral quita
el aliento incluso a quien haya visto los más hermosos
paisajes del mundo.
Queensland, por otra parte, alberga otro Patrimonio de la Humanidad:
es la selva tropical del norte del estado, más de 900.000
hectáreas que seextienden entre Daintree y Cape Tribulation,
al norte de Port Douglas, hasta las regiones montañosas
que circundan Cairns, uno de los principales puntos de salida
para visitar los arrecifes de coral. La selva es un auténtico
laberinto, un tapiz verde que cubre estas tierras hoy como hace
miles de años: de hecho, los científicos consideran
que muchas plantas primitivas sobreviven aquí exactamente
como en la prehistoria y hay árboles cuya edad se calcula
en unos 3000 años. Mamíferos, insectos y extrañas
aves viven en estas selvas, de las cuales aún está
por estudiarse el 90 por ciento de la flora. Para conocerlas mejor,
hay que ir hasta el teleférico de Kuranda (a 15 kilómetros
de Cairns), que en ocho kilómetros de recorrido a pocos
metros por encima de los árboles ofrece un panorama espectacular
sobre la selva, las cascadas y las rutas abiertas en medio de
la alfombra verde. El teleférico fue construido con tanto
cuidado para no dañar la selva fue la condición
para que fuera autorizada que sus torres fueron montadas
desde helicópteros, de manera tal que los árboles
no fueran tocados, y las estaciones se instalaron en claros naturales.
Hoy día, se puede bajar en cada estación para recorrer
los senderos que llevan al corazón de la selva, o bien
tomar un tren panorámico histórico cuyos vagones
tienen más de un siglo que atraviesa el lugar de
punta a punta.
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