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GUATEMALA
En la tierra del café

Todosantos, un pueblo mágico

Entre nubes, volcanes y montañas, un viaje por el altiplano guatemalteco. El arte del color y el diseño en los tejidos de Todosantos, un pueblo remoto en la cordillera de los Cuchumatanes donde todavía reina el espíritu de los antiguos mayas.

Textos y fotos:
Florencia Podestá

El colectivo, que en realidad es un schoolbus reciclado, sube y sube trabajosamente montaña arriba. Todavía es de noche. Toma una curva, toma otra curva lentamente, nos pasan dos hombres a caballo. Amanece con el cielo debajo de nosotros y hacemos una parada para desayunar. Tres o cuatro vendedoras, vestidas con los colores y dibujos característicos de sus pueblos, aprovechan el coche detenido y se hacen lugar como pueden entre la gente. “Tostadas con frijol, tostadas de pollo, tostadas de verdura...¿no va a querer?”, canturrean con una dulzura única las señoras. Uno casi les compraría todo por ese tono de invitar, más que de vender. “Dulcitos de coco, dulcitos de mamey”, se pasean entre los asientos atestados, con el canasto sobre la cabeza, deslizándose con gracia y sin esfuerzo como si fueran de aire. El motor se pone en marcha. La radio Galaxia, favorita del chofer, nos empapa a contrapelo con marimba, con cumbias y rancheras trágicas, a volúmenes siderales (“ya no puedo vivir con el cáncer de tu amor”).
Seguimos subiendo por encima de la espuma de nubes que cubre los valles, mientras las altas montañas y el perfil de algún volcán emergen a nuestro paso. Nos internamos en el nudo de montañas, el frío aumenta segundo a segundo a medida que ascendemos, y el sol ya pleno en el horizonte tiñe de rojo todo lo que toca, las nubes, los cerros, nuestras caras. En el colectivo una multitud callada y somnolienta de rostros oscuros y ojos rasgados prepara sus canastos para el día de mercado, mientras afuera los pastores desentumecen las piernas corriendo detrás de sus ovejas y sus cabras.
¿Estamos en Nepal? No. No es la tierra del té sino del café. Vamos hacia Todosantos, un pueblo remoto en la cordillera de los Cuchumatanes, Guatemala.
El colectivo deja atrás el paso más alto y comienza a descender a un valle, rodeado por un cerco de montañas espectaculares, en donde los sembradíos diseñan una trama de rombos verdes. En el fondo del valle un grupo de casas blancas y cabañas de piedra y madera: por fin nos detenemos en Todosantos, a 2450 metros de altura.
No sólo la arquitectura y el estilo de las casas es sorprendentemente parecido a las cabañas de piedra alpinas, sino que las altas montañas que rodean el pueblo podrían confundirse con los Alpes: cerros jóvenes y escarpados de roca clara, cubiertos en la base por bosques de pinos y praderas verdes. Sin embargo, en las cabañas se ven rasgos inconfundibles del espíritu maya: las puertas y ventanas están pintadas con colores llamativos y patrones geométricos, que simbolizan de diversas maneras la estructura del universo. Los colores son aquellos con los que se identifica Todosantos.

Moda precolombina Lo primero que nos llama la atención es el colorido de la ropa que visten los indígenas. La mujeres conservan más que los hombres los estilos precolombinos. Llevan una pollera negra (el “enredo”) sostenida con una faja tejida a mano, y una túnica (“huipil”), todo compuesto con bordados intrincados y diseños geométricos en la gama del fucsia y derivados (rojo, violeta, lila). En la cabeza llevan un tocado hecho con una tela pesada, a rayas, de los mismos colores. Los hombres llevan un atuendo hecho evidentemente para montar caballos; camisa bordada y chaleco, igualmente fucsia, intrincado y original; pero lo mejor son los pantalones: rojos a rayas blancas, de tela dura como jean hilada a mano, cubiertos por un chiripá negro de lana, y sujetado por vistosos cinturones. Tan atractivos son los pantalones que convencieron a más de un viajero de encargarse un par. Así es que los dos sastres del pueblo, que antes solo se encargaban de arreglar la ropa de los locales, hoy tienen mucho trabajo tomando las medidas de rubios y rubias de dos metros de estatura que quieren hacerse un pantalón a medida. “¿No son cool?”, exclama un alemán luciendo el modelito. Algunos incluso los mandan a hacer con un diseño estilo años 60, con tiro bajo y pata de elefante.

El arte del tejido En la cooperativa de mujeres se vende ropa usada. Aquí casi toda la ropa está usada y se ve como nueva, porque la tela es verdaderamente fuerte. Y es que a diferencia de nuestro Occidente consumista esta cultura, por razones obvias –nada sobra–, no fabrica para usar y tirar sino para que las cosas duren verdaderamente para siempre o, al menos, lo máximo posible. Además cada prenda es única, porque está tejida en telar y bordada por cada madre y esposa para el uso de su familia. Es uno de los deberes de una esposa el ser hábil tejedora. Pero los diseños no son meramente funcionales, sino llenos de imaginación y fantasía. Las tejedoras del altiplano son genias anónimas. La factura de cada prenda puede demandar meses, y los diseños y bordados representan animales, seres mitológicos, personas, plantas y formas geométricas abstractas. Tienen sentido mágico y religioso, aunque a veces la interpretación exacta se ha olvidado. Todo este vaivén de colores vibrantes le da al pueblo un aire singular, levemente psicodélico. Uno puede fascinarse incansablemente sólo mirando la gente pasar.

Hombres de maíz Aunque los diseños puedan ser abstractos o figurativos, lo que nunca falta en los tejidos son las varias y mutables representaciones del maíz.
“¡Elotitos! ¡Elotitos! ¿Lo va a querer con todo?”. “Todo” significa sal, limón y chile. En una olla enorme llena de agua humeante flotan los elotes blancos (choclos). Esta es la tierra de los mayas, los hombres de maíz. O máiz, como pronuncian aquí. Igual que en el pasado, no sólo es la planta más preciada sino la carne y la sangre de los hombres, la materia de donde el dios supremo Hunab creó a la humanidad. El maíz se come en elote o molido en las tortillas, se bebe en el espeso pozole, se borda en la ropa y se aprende como símbolo en el origen de los mitos. El maíz es el centro, el número Cero, que en la matemática de los antiguos mayas no equivale a la nada sino a Alfa y Omega: el símbolo del ciclo de generación-muerteregeneración, AJAW, la semilla, el pictograma que significa “Principio y Fin”. En relación con el tiempo, AJAW es el no-tiempo que lo contiene y le da sentido, la singularidad cíclica en la que todo vuelve a disolverse en el dios-origen para volver a nacer.

Nubes y mercados Una de las cosas más bellas que se pueden hacer en Todosantos es subir unos metros la montaña antes de que salga el sol y ver amanecer en el valle. Comienza a aparecer el sol detrás de las montañas y nos detenemos fascinados. Toda la cadena montañosa y tres o cuatro volcanes distantes emergen de un manto de nubes. Una niebla que irá desapareciendo con el correr de la mañana, y que seguramente bajará otra vez a eso de las 5 PM.
Otra experiencia guatemalteca fundamental: el mercado. Veremos los conceptos fríos de la economía posmoderna transformados en carne, conversación, truco y retruco, trueque y asamblea. Como no podía ser de otra forma en Todosantos, para el día de mercado hombres y mujeres se autoagasajan con sus mejores ropas, y en este caso el resultado es la reunión de gente más deslumbrante que se pueda imaginar. Atención fotógrafos: los “todosantecos” no son amigos de las cámaras, así que en caso de tentación irresistible, lo mejor es pedir permiso, o disimular muy bien, si no se quiere terminar con una cámara rota.

DATOS UTILES

Cuándo ir: La mejor época para ir es la estación seca, que se extiende desde octubre a mayo.
Cómo llegar: Desde la capital hay que ir hasta la ciudad de Huehuetenango. Desde aquí parte un camino, pavimentado sólo hasta la mitad, que se interna en la cordillera Cuchumatanes, que pasa porTodosantos y continúa hacia la frontera mexicana. De Huehue hasta Todosantos hay sólo 40 km, pero en transporte público el viaje puede tomar hasta tres horas.
Alojamiento y comida: Como en el resto de Guatemala, las opciones son todas económicas. En Todosantos no existen “hoteles”, pero sí pensiones familiares muy pintorescas, que cuestan entre U$S 3 y 6 por persona. Comer en los comedores locales puede costar de U$S 3 a 5, y la comida es siempre buena. Comer en el mercado es aun más económico.