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el Kiosco de Página/12

GUILLE
Por Antonio Dal Masetto

Estoy sentado en la plaza, tomando fresco bajo un arbolito y en el banco de enfrente un abuelo de gruesos bigotes y fuerte acento italiano y sus dos nietos, un nene y una nena que andarán por los cinco o seis años. Desde hace media hora los pibes preguntan sobre personajes famosos y el abuelo los melonea con que todos eran italianos o de origen italiano. San Martín, Bolívar, Juana de Arco, Washington, Robin Hood, Carlomagno, Tarzán. Todos.
–Abuelo –pregunta la nena–, ¿por qué Guillermo Tell es el héroe nacional de Suiza? ¿Porque le acertó a la manzana que el hijo tenía sobre la cabeza?
–No fue por la manzana, fue por el asunto de los economistas. Pero antes que nada voy a aclararles que Guillermo Tell no era suizo de origen alemán como se cree, sino que era del cantón italiano y primo de un antepasado nuestro, que somos del norte de Italia, vecinos de los suizos. El verdadero nombre era Guglielmo Tellini; después los historiadores que son todos unos mentirosos se lo cambiaron. Y ahora les voy a contar la legítima historia de nuestro pariente Guille y su hijo.
En aquellos tiempos los hombres más poderosos de Suiza eran los economistas, vivían en unos castillos bárbaros, tenían toda la plata, eran más ricos que los sultanes de Arabia. Ellos se daban la gran vida, pero no pasaba lo mismo con la gente del pueblo que estaba muerta de hambre. Los economistas no sólo disfrutaban de sus riquezas sino que además les gustaba mucho que todo el mundo fuera bien pobre. Eran unos egoístas terribles.
–¿Cuándo aparece nuestro pariente? –preguntaban los pibes.
–Ya viene. Nuestro primo Guille era un hombrón de dos metros de alto, una espalda que parecía un placard, era viudo y tenía un hijo un poquito más grande que ustedes. Tuvo que hacer de padre y de madre, le enseñaba a pescar, a cazar, a proteger al más débil, a no tener miedo en el bosque, a no contestarles a los mayores. Guille era un campeón con el arco y la flecha, disparaba con una precisión y una velocidad que ni que tuviera una ametralladora. Así que se disfrazó de artista trashumante, esos que iban por los caminos de pueblo en pueblo y actuaban en las ferias y en los castillos. Tenía una carreta enorme del tamaño de una casa, con cuatro ruedas y tirada por seis percherones. Eligió el palacio del economista más rico y poderoso y, un domingo al mediodía, a la hora del almuerzo, se presentó ante la familia y los discípulos reunidos alrededor de la mesa y a los postres ofreció hacer su número de destreza.
–La manzana en la cabeza del hijo.
–No, en la historia de nuestros parientes nunca hubo una manzana. Ese es otro invento de esos charlatanes de los historiadores. Lo que Guille puso, parada de canto sobre la cabeza de su hijo, fue una moneda de oro que él pidió prestada al señor de la casa. Después se fue a la otra punta del salón que tenía como doscientos metros de largo, colocó la flecha en el arco, tensó la cuerda, cerró un ojo y allá fue la flecha y la moneda voló por el aire. Aplausos de los presentes. “Muchas gracias”, dijo Guille. Sacó otra flecha, la colocó en el arco, apuntó a la cabeza del dueño de casa y, con tono educado y gentil, se expresó de esta manera: “Señor economista, familiares y discípulos, esto es un asalto. Vayan poniendo todas las compañeritas de la moneda de oro en esa bolsa. Hijo querido, ayudá a esta gente para que no se le olvide nada en los bolsillos.” Después nuestro pariente los encerró en una habitación y quebró la llave en la cerradura. Antes de irse desmanteló el castillo, se llevó cuanto había de valor y lo cargó en su carro gigante. Así, uno tras otro, desvalijó todos los castillos de los economistas. Y ya que a él paravivir le alcanzaba con el arco y la flecha iba aligerando la carga del carro en las aldeas por la que pasaba.
–¿Y los economistas qué hicieron?
–Como su única habilidad en la vida era chuparle la sangre a la pobre gente, al quedar más pobres que una laucha no tuvieron más remedio que irse del país y desparramarse por el mundo; algunos inclusive vinieron para acá. Y en la Suiza liberada de economistas ocurrió algo extraordinario, se convirtió en un país rico, próspero, floreciente y confiable. Todo eso gracias a nuestro pariente, el gran Guglielmo Tellini.

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