Por
Raúl Dellatorre
Hace
exactamente diez años, el 2 de enero de 1991, en Argentina se ponía
en marcha la desregulación de los precios de los combustibles.
La medida había sido dispuesta a fines de 1989, como parte de la
política petrolera resuelta por el gobierno de Carlos Menem, complementada
con la decisión de privatizar YPF y la apertura del mercado para
la importación y exportación de productos. El petróleo
pasó a ser de libre disponibilidad de quien lo extrajera, y las
refinerías quedaron en libertad para fijar las condiciones de contratación
con las expendedoras. La libre competencia, se dijo entonces, sería
en definitiva en beneficio del consumidor. Con el petróleo alrededor
de los 25 dólares el barril en 1991 (antes del conflicto entre
Irak e Irán), la nafta especial salía de refinería
a 15 centavos el litro (antes de impuestos) y se vendía en los
surtidores a poco menos de 50 centavos. Diez años después,
el crudo cotiza internacionalmente a precios similares a los de entonces,
pero la nafta especial o súper, en puerta de refinería,
se vende a 33 centavos (120 por ciento más) y en la estación
de servicio a 1,05 pesos (110 por ciento más). Pese al aniversario,
nadie salió a explicar el porqué del fracaso de la competencia.
Rubén Maltoni fue, como subsecretario de Combustibles, uno de los
autores del diagrama de desregulación. Manuel García, presidente
de la Asociación de Estaciones de Servicio Independientes, vivió
el proceso desde otro lado del mostrador. Ambos fueron consultados por
Página/12 y, tanto uno como otro, admitieron el fracaso de la desregulación,
aunque con diferentes argumentos. El Gobierno falló en el
control de la evasión que se generó con la adulteración
de naftas; en evitar el abuso de posición dominante de las empresas
a partir de la privatización de YPF; perdió los cuadros
técnicos que existían en el Estado para realizar la tarea
y hoy ni siquiera conoce las reservas de petróleo que hay en el
país; y hace cinco años que tiene parada en el Congreso
una nueva ley de hidrocarburos, que debería poner las reglas para
el funcionamiento de la comercialización, resumió
Maltoni las razones para que no se cumplieran los objetivos. Fue
inevitable que pasara lo que sucedió, al transferir los derechos
monopólicos que ejercía una empresa estatal a una empresa
privada, mientras las otras dos grandes compañías siguieron
ejerciendo una política de cartelización para manejar los
precios y la relación con los expendedores, apuntó
por su parte Manuel García.
El sector se expandió en cantidad de estaciones de servicio y en
el tamaño de éstas, las que en los principales puntos de
venta se han convertido en megastores lujosos y atractivos.
Pero ello no se reflejó en mejores precios para el cliente ni tampoco
en mayor consumo. En 1991, se vendieron en el país 5250 millones
de litros de nafta; diez años después, el volumen se redujo
a poco más de 5000 millones, pese a que el parque de vehículos
nafteros se expandió en un 40 por ciento. Los expendedores independientes
que compran y venden el combustible a riesgo propio, que hace
una década representaban la mayoría del mercado, hoy no
superan el 25 por ciento de los puntos de venta. El resto, el grueso,
es atendido por estaciones de las propias petroleras (dueñas de
las refinerías) o de terceros pero con ventas en consignación:
venden por cuenta y orden de las refinerías.
Ni los sucesivos cambios de mano de YPF (de sociedad anónima de
propiedad estatal pasó a ser controlada por fondos de inversión
extranjeros, para finalmente quedar en manos de Repsol) ni los recientes
intentos de la Secretaría de Defensa de la Competencia por dotar
de mayor competencia al mercado lograron modificar el panorama. Daniel
Montamat, que había cumplido funciones en el área durante
el gobierno de Raúl Alfonsín (1983/89) volvió a la
gestión pública en diciembre de 1999, como secretario de
Energía de la administración De la Rúa. Uno de sus
primeros comentarios hizo referencia a la sorpresa por el desmantelamiento
de loscuadros técnicos del sector, lo que le impedía todo
intento por evitar una fabulosa evasión tanto por adulteración
de naftas como por ventas no declaradas. Apenas unos pocos puntos de venta,
en ubicaciones marginales, llegaron a ser sancionados. Los únicos
datos sobre refinación de naftas y ventas al público que
posee la Secretaría son los que le suministran las propias empresas.
Tampoco hay un ejercicio regular de auditoría oficial sobre reservas
de hidrocarburos. La desregulación se convirtió, con el
transcurso de los años, en descontrol.
No es extraño que frente a este cuadro, una década después
de la desregulación, no hayan aparecido otras grandes firmas interesadas
en comercializar combustibles, salvo que ingresaran por vía del
control de la empresa más poderosa del sector, YPF. Las expectativas
están puestas ahora en el cambio de reglas que pueda imponer una
nueva ley de hidrocarburos o la obligada entrada de un nuevo operador
de redes de venta por la desinversión que debió realizar
Repsol para salir de una posición excesivamente dominante (ver
recuadros aparte). Pero mientras tanto, los consumidores siguen siendo
los grandes engañados por un régimen que les prometió
todo y no les dio nada, y los expendedores, los más desilusionados.
Según señala García, si éste es el resultado
económico de un mercado actuando libremente, los que creemos y
pensamos desde la concepción de la libre empresa tendríamos
que ir en procesión a pedirle perdón a Carlos Marx.
Dos
en la entrada
Representantes
de la petrolera estatal venezolana PeDeVeSA han tomado contacto,
en las últimas semanas, con empresarios dueños de
estaciones de servicio, con el fin de analizar las posibilidades
de un desembarco en el mercado de combustibles local. Su principal
argumento es el bajo costo de producción de las naftas venezolanas,
además de la declarada intención de expandirse la
empresa estatal. PeDeVeSA podría sumarse así este
año al arribo, esperado para abril, de Petrobrás,
que ya firmó el acuerdo para pasar a controlar la red de
casi 700 estaciones de servicio que hoy operan con la marca EG3.
La empresa brasileña aún no informó si cambiará
inmediatamente la marca o, por algún tiempo, mantendrá
la que le vendió Repsol.
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