Por
Roque Casciero
Desde Montevideo
Desde
las ventanas del café Bacacay puede verse la fachada del teatro
Solís, que está cerrado por reparaciones. En esa sala, en
1997, Jaime Roos grabó su único disco en vivo, Concierto
aniversario. No es casual, entonces, que elija ese bar para la entrevista
con Página/12. Ahí juega de local y se nota cuando insiste
en pagar la cuenta: las dos damas que están tras la barra se hacen
las desentendidas hasta que el músico agradece la gentileza, se
pone un sombrero que lo hace parecido a Carlos Santana (si es que esto
es posible) y se va. Mientras camina por las calles de la ciudad natal,
su sonrisa aparece franca cada vez que recomienda visitar un lugar, como
si los recuerdos se le agolparan en la memoria. Roos siente un deleite
especial al hablar de Montevideo, aunque aclara que, si se pusiera a hacerlo
en serio, debería escribir un libro. El único detalle es
que ya lo escribió: así como Lou Reed propuso leer toda
su discografía como una gran novela, puede recorrerse la capital
uruguaya sin conocerla sólo con prestarles atención a las
canciones de Roos, probablemente el músico popular uruguayo más
importante de los últimos veinte años.
El reciente disco Contraseña reafirma el concepto, porque reúne
versiones de temas de autores montevideanos, desde Alfredo Zitarrosa y
Eduardo Mateo hasta Leo Maslíah y Jorge Drexler. Fue casualidad
que todos hayan nacido aquí, ya que en la primera selección
de treinta temas había unos cuantos de gente del interior del Uruguay,
recuerda Roos. Recién me di cuenta de que todos eran montevideanos
al hacer la última selección, así que salió
un disco totalmente montevideano. Debo aclarar que la mitad de los habitantes
del Uruguay viven en Montevideo y que la ciudad es un semillero de músicos,
porque la tradición del candombe y de la murga está asentada
aquí. Entonces, tampoco es curioso que haya tantos autores montevideanos
de mi gusto, porque soy candombero y murguero.
El arte de tapa del álbum también es un símbolo de
identidad para su autor. Allí se lo ve borroneado, con un cartel
en primer plano y en foco, en el que se ve la figura de un futbolista.
Son carteles que existen sólo en el Uruguay, que advierten
a los conductores: Cuidado que puede pasar un tipo corriendo atrás
de una pelota. Ese cartel podría estar perfectamente en Argentina
o en Brasil, pero todavía no se les ocurrió. Me llamó
poderosamente la atención y pensé: ¿en Estados Unidos
podría existir este cartel? No. ¿Podría existir incluso
en Holanda, que tiene buen fútbol? No, porque en Holanda no juegan
al fútbol en la calle. Entonces me dije: Esta es una auténtica
señal de identidad, una señal de tránsito que existe
solamente en este país.
Usted es un autor de canciones reconocido. ¿Por qué
se le ocurrió que era buena idea hacer un disco con versiones de
temas de otros?
En realidad es una idea vieja, de hace seis o siete años.
Era un proyecto que, precisamente, se iba a llamar Versiones. Siempre
tuve ganas de grabar en un disco determinados temas que me dan placer
cuando los canto. Cuando uno está en un asado o en un ensayo, son
precisamente ésos los temas con los que se zapa, con los que uno
se divierte, porque es muy aburrido cantar los temas de uno todo el tiempo.
Era casi un desafío para mí salir del cantautor para irme
al cantor. Por una serie de motivos se fue postergando esto, hasta que
el año pasado hice la producción artística de Cuando
el río suena, de Adriana Varela, donde tuve que hacer arreglos
de muchos autores uruguayos. Y realmente fue una gozadera, un placer.
En ese momento me di cuenta de que había llegado el momento para
hacer este disco. Estuve trabajando duro con esto, puesto que me propuse
hacer versiones con mi sonido, con mi concepción de cada canción.
Una vez que saqué la letra y la música, no escuché
más los originales, para buscarle mi sentimiento. No me propuse
hacer un disco representativo de la músicauruguaya, puesto que
se necesita mucho más que un álbum para hacer una cosa así.
De todas maneras, es una contraseña de tantas que se pueden hacer
para abrir la puerta de la música uruguaya montevideana,
en este caso y ver que no son dos o tres los que escriben canciones,
sino que son veinte o treinta. Y que hay variedad en los géneros,
sutilezas, guiños... Que la música uruguaya es una escuela
de música popular dentro de las tantas que hay en el continente,
que tiene sus características, que tiene sus reglas: de eso se
trata el disco.
Su álbum anterior era un repaso de su carrera en vivo y ahora
saca uno de versiones, en el que hay sólo un tema suyo y dos cocompuestos
por usted y otra gente. ¿Qué le pasa con la composición?
Ya tengo las puntas de la madeja para mi próximo álbum.
En algunos casos tengo las canciones terminadas, en otros hay cosas por
corregir y terminar. A mí me parece que hay que tomar con responsabilidad
frente a uno mismo al hacer canciones nuevas. No tengo apuro, sé
que ya vendrán los nuevos temas. Si hay alguien que gusta de mi
música y se muestra impaciente, lo único que tengo para
decirle es: ¿Estás seguro que escuchaste todos los
temas que hice? Porque compuse como 120. Si me dice que sí
los escuchó, le tengo que responder: Entonces, a vos sí
te lo pido, teneme un poco de paciencia. Pero te lo pido únicamente
a vos y te agradezco que estés impaciente por escuchar una cosa
nueva; espero no defraudarte cuando lo haga. Quiero decir: a su
tiempo, habrá temas nuevos. A los demás, a los que no tienen
tanto apuro, les digo que escuchen los otros discos. No tolero que me
presionen y tolero aún menos autopresionarme. Concierto Aniversario
fue para mí poner en un álbum lo que ha sonado mi espectáculo
durante los últimos diez años: quería hacer un disco
que me gustara, en vivo, representativo de lo que fueron aproximadamente
800 conciertos a lo largo de los 90. Era un desafío y ahora Contraseña
es un desafío como intérprete. El día en que no se
me ocurra más nada, el día que no pueda escribir una canción
que me parezca original, lo voy a decir sin ningún problema. Para
regocijo de varios, me imagino. Pero lo siento, señores, por ahora
sigo escribiendo canciones, así que no le saquen la lengua al abuelito.
¿No se presiona a usted mismo para superar lo que ya hizo?
Sí, en lo técnico y en la interpretación instrumental
y vocal, pero no en lo que tiene que ver con la composición. En
determinadas épocas de mi vida he escrito lo que estaba viviendo
en ese momento, ahora escribo otras cosas porque vivo otras cosas. Entonces,
no siento presión. Existe una preocupación adentro de un
autor y es si se le acabó el agua al aljibe. Porque a todos se
les acaba, a menos que uno se muera joven. Sin embargo, escuché
el último álbum de Lou Reed, el último de Bob Dylan,
el último de Chico Buarque y me quedó claro que los viejos
tigres siguen pegando zarpazos: a sacarse el sombrero. Dylan estuvo once
años sin sacar un disco con canciones suyas pero también,
hay que decirlo, escribió 500 canciones. Lo que jamás haría
sería autoplagiarme por la presión de componer. Eso les
ha pasado a muchos autores literarios, musicales e incluso plásticos,
que empiezan a repetir una fórmula y terminan enchastrando lo bueno
que ya hicieron. Sé que no voy a caer en esa trampa, aquello famoso
de más de lo mismo pero peor. Si algún día
no puedo componer más porque no tengo nada que decir, realmente
no me va a ocasionar ningún complejo: ya hice unos cuantos cuadritos
para colgar en la pared.
La
angustia de la relectura
Aunque a Jaime Roos no le gusta volver a escuchar sus
trabajos antiguos, el año pasado debió hacerlo, y
exhaustivamente, porque aceptó remasterizar sus obras completas
para el sello EMI (desde sus comienzos hasta 1995). El resultado
fue una colección de cinco cd llamada Todo Roos, que se completará
en este 2001 con un compilado de sus grandes éxitos. Participar
de la remasterización fue como mirarme a un espejo enorme
porque tuve que pasar por cada canción de las que hice,
confiesa Roos. Me llevé gratas y malas sorpresas, porque
había temas que no escuchaba desde hacía diez años.
En términos generales, me remito a lo que dijo Juan Carlos
Onetti cuando le preguntaron si se releía. Contestó
que jamás, porque inevitablemente le provocaba una sensación
de angustia. A mí me pasan dos cosas: a veces siento que
jamás voy a tener inspiración o voy a escribir como
lo hice hace treinta años, lo cual me provoca angustia. Otras,
siento que tendría que reescribir todo, porque todo está
muy mal y ahora podría hacerlo mejor, lo cual también
me provoca angustia. Desgraciadamente, con la música es más
difícil que con la literatura poder hacer ediciones corregidas
y aumentadas.
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