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el Kiosco de Página/12

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Por Rodrigo Fresán

UNO En 1555 el siempre oportuno Michel de Nostradamus predijo para estos días que “llegado el Milenio, en el mes 12, en el hogar del poder más grande, el idiota del pueblo pasará al frente para ser aclamado como líder” pero, sin embargo, nada dice sobre “volverán los cuatro juglares a donde siempre pertenecieron y reconquistarán la cima más alta con la fuerza de sus voces” o algo por el estilo. Lo que nos lleva al retorno de Los Beatles, que si bien nunca se fueron del todo ahora vuelven a estar en las primeras posiciones de ventas como si el tiempo nos transcurriera, como si esa beatlemanía que comenzó a principios de los 60 continuara girando y girando como el más feliz de los compacts rayados.

DOS La nueva resurrección de Los Beatles –que en realidad no es más que la prolongación natural de un largo y sinuoso camino y una longeva existencia que amenaza con la inmortalidad– aparece apoyada hoy en un invulnerable y exitoso compact greatest-hits de nombre One, un voluminoso volumen autobiográfico y oral titulado Antología y el reestreno del popfilm más descaradamente cool y moderno de la historia conocido como A Hard Day’s Night. Las razones para el éxito renovado son varias, pero, fundamentalmente, caminan sobre dos factores: nuevas generaciones iluminadas por viejas generaciones (el placer entre narcisista y sacro de comprar a los hijos lo que nos compraron nuestros padres) y las pocas muestras de talento dentro de la actual música rock que, cuando se manifiestan, resultan ser poco más que astutas o sentidas revisitaciones al sonido de los cuatro magníficos de Liverpool. Así, la adoración por Los Beatles no es –según suele creerse– un sentimiento nostálgico sino un desencanto futurista ante lo que no será, no volverá a ser.
TRES Pero quizá el motivo más interesante –y acaso el que convierte a Los Beatles en algo diferente y muy por encima de lo y los demás– es su condición de mito contemporáneo con energías de sobra para convertirse en leyenda eterna. No hay nada en la historia de Los Beatles que no aparezca en esas recopilaciones de historias ancestrales del especialista Joseph Campbell. Su breve e intensa saga tiene todo lo que hay que tener. Pensar en el encuentro aparentemente casual, en la lucha por la gloria, en la victoria universal, en la conquista de la conciencia del mundo, en la amarga separación de los camaradas y hasta la muerte y en el sacrificio ritual de uno de ellos. Pensar en que dentro de cientos de años se seguirá pensando –y oyendo– a Los Beatles no sólo como símbolos de una época sino como entidad y destilado del espíritu del hombre rozando lo divino. Creemos en Los Beatles, porque lo cierto es que no se puede creer en mucho más y porque cada vez que volvemos a ellos –como suele ocurrir con las mejores y más verdaderas muestras de fe– nos sentimos un poco parte de la religión.

CUATRO Sí, los dioses más interesantes son aquellos que supieron hacerse con merecidos y apasionados adoradores que no sólo los celebren sino que, además, los ayuden a entenderse a sí mismos. Una vez le preguntaron a George Harrison –en los días en que, habiéndolo creado todo, Los Beatles estaban ocupados en inventar el concepto de “banda de rock que se separa” –cómo era ser un beatle. Harrison contestó: “¿Cómo es no ser un beatle?”. Y aquí llegamos, entonces, a la paradoja más interesante y a lo que certifica para siempre la condición inmortal de algunos contados mortales: tal vez los únicos que pueden contar la historia verdadera –John, Paul, George y Ringo– sean los menos indicados para hacerlo porque, ocupados en ser y seguir siendo Los Beatles, nunca sabrán lo que se perdieron. Se perdieron a Los Beatles. Y es ahí cuando entramos nosotros, otra vez, todos juntos ahora.

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