Por Nora Veiras
El juez Carlos Liporaci
le pagó 20 mil dólares a la financiera Cofiarsa para que
le fraguara un crédito por 160 mil dólares a nombre de su
esposa Lidia Inés Calb y así justificar parte de la compra
de su casa de Vicente López, operación por la que está
siendo investigado por enriquecimiento ilícito, asegura sin
dudas Guillermo Gowland. El ex secretario de Liporaci explicó a
Página/12 que él se enteró de esta situación
por medio del abogado Isaac Damsky, amigo personal del dueño de
Cofiarsa, José Levy, y que el propio Levy le reconoció que,
acorralado por las deudas, aceptó el trato. La maniobra,
que demostraría no sólo el origen espurio de la fortuna
del magistrado sino que también cometió otro delito para
intentar cubrirse, tuvo para Gowland un desenlace inesperado: el 31 de
diciembre le dejaron grabado en el contestador de su teléfono celular
una amenaza de muerte contra él y Levy. Gowland tuvo que dejar
su cargo en el juzgado a raíz de distintas denuncias que realizó
contra Liporaci (ver aparte).
En su declaración en la comisaría de Miramar, Gowland contó
que el 31 de diciembre al levantar los mensajes de su teléfono
celular se encontró con la amenaza anónima que dice: Doctor
Gowland, déjese de joder con Levy y los judíos de Lanata,
porque lo vamos a ahogar en Miramar y Levy se va a caer por el hueco del
ascensor, cuide a sus hijos. El acta policial detalla que Gowland
aclaró que Levy es José, dueño de la Cooperativa
Cofiarsa, quien el 21 de diciembre se reunió con el deponente y
le manifestó que había sido quien le había gestionado
un crédito por 160 mil dólares a la mujer del juez federal
Carlos Liporaci para la compra de la casa de la calle Gaspar Campos de
Vicente López, reconociendo que dicho crédito nunca existió
y que lo que hizo fue armar una carpeta para que Liporaci justificara
dicha adquizición (sic).
¿Cómo se contactó usted con Levy? le
preguntó este diario a Gowland.
El jueves 21 de diciembre al mediodía me crucé en
Talcahuano y Tucumán con el doctor Damsky, que me conoce de mi
actuación en la Justicia, y me dice: ¡Qué gusto
de haberlo encontrado! Hace varios días que quería hablar
con usted. Me tiene que hacer un favor porque tengo un amigo, un hombre
honesto, que tiene un gran problema con la misma persona que le causó
el problema a usted. Ahí me dice que su amigo es José
Levy, quien fue estafado por su socio y tiene serios problemas financieros
y que a raíz de esa situación aceptó un ofrecimiento
de Liporaci y su mujer que le pusieron 20 mil dólares a cambio
de que le fraguara un crédito por 160 mil pesos para justificar
un dinero malhabido que usó para comprar su casa.
¿Se encontró con Levy?
Sí, Damsky me pidió que le diera una mano. Lo llamé
y nos encontramos en la confitería Jimbo de Corrientes y Acevedo.
Es un tipo grande, muy quebrado, el hijo tiene problemas de corazón
y a raíz de esos problemas de salud desatendió su financiera
y un socio lo estafó. Me cuenta que está tapado de deudas.
Así me empieza a justificar su situación. Yo le pregunto
por el crédito a Liporaci y me dice que lo gestionó a través
de Uruguay. Entonces yo le digo que ya me contaron todo, que sabía
que el juez le había pagado para que le inventara un crédito
trucho.
¿Y qué le dice Levy?
El tipo se quebró. Me dijo: Doctor, me allanaron la
cooperativa, la casa... yo necesitaba esos 20 mil pesos. Y me asintió
con la cabeza -estaba muy quebrado toda la maniobra que me había
contado Damsky que hizo a pedido de Liporaci.
En la denuncia realizada en la policía de Miramar, tomada por el
subinspector Héctor Mediza, Gowland relata todo el episodio incluido
que Levy había fraguado la carpeta de mención para
obtener 20 mil pesos a cambio porque estaba atravesando una grave cituación
(sic) económica.
A raíz de esas amenazas, Gowland y su familia están con
custodia frente a la casa que ocupan en las vacaciones y un policía
los protege en la playa.
En el dictamen del Consejo de la Magistratura sobre el sospechoso incremento
patrimonial de Liporaci se le dedican dos carillas al crédito por
160 mil dólares que obtuvo Lidia Inés Calb en la Cooperativa
de Crédito, Vivienda y Consumo Ltda. Cofiarsa. La esposa del juez,
que como empleada de la Cámara de Diputados cobra 1716,50 pesos,
se comprometió a devolver el capital más los intereses mediante
el pago de 5 cuotas anuales de 32 mil dólares, a partir del 7 de
julio de este año, es decir con un año de gracia.
Las increíbles condiciones del crédito motivaron la investigación
fiscal que se reproduce en los fundamentos de la citación a Liporaci.
Se estableció a través de informes solicitados al
Instituto de Asociativismo y Economía Social (Inaes), a Veraz y
al Banco Central que la cooperativa tendría inconvenientes en cuanto
a su solvencia, existiendo expedientes administrativos y judiciales contra
dicha entidad, en algunos casos por irregularidades detectadas por el
organismo de contralor y en otros juicios en el fuero comercial, llegando
a hacerse una denuncia penal por defraudación contra sus autoridades,
dice y recuerda que por resolución del Inaes del 13/9/99
se estableció que la cooperativa no funcionaba desde el mes de
junio de 1996. A raíz de estas circunstancias el juez Gabriel
Cavallo ordenó el allanamiento de las oficinas de esa entidad.
El dictamen concluye que deviene inexplicable que el doctor Liporaci,
cliente de distintas entidades bancarias, no recurriera a ninguna de ellas
en esta ocasión, prefiriendo la contratación con un particular
y con una cooperativa de cuestionada legalidad y dudoso funcionamiento.
Lo inexplicable podría resultar explicable
a partir de la denuncia de Gowland. Liporaci es el juez que, justamente,
tiene que investigar los supuestos sobornos en el Senado.
Un especialista en la materia.
UN
ENFRENTAMIENTO DE LARGA DATA
Escuchas y favorcitos
La denuncia relacionada con
el préstamo con el que el juez Carlos Liporaci pagó su mansión
no es la primera que hace Guillermo Gowland contra su ex jefe. En 1996
el magistrado que tiene a su cargo la causa sobre los supuestos sobornos
en el Senado ordenó escuchar los teléfonos particulares
de Daniel Barindelli, quien trabajaba como oficial de su juzgado. Liporaci
había firmado una orden de intervención de los teléfonos,
pero sin que mediara ninguna causa penal ni sumario administrativo que
lo justificara. Gowland, que era secretario del juzgado, denunció
al magistrado. Agregó que éste había demorado deliberadamente
el llamado a indagatoria y procesamiento del empresario Alberto Samid
y que le pidió a un detenido 250 mil pesos para obtener su libertad.
A partir de la denuncia hecha por Gowland, el juez Mariano Bergés
inició una investigación que concluyó con el pedido
de juicio político a Liporaci.
Gowland no sólo había demandado a su jefe por las pinchaduras,
que consideró ilegales. También sumó los delitos
de incumplimiento de sus deberes, abuso de autoridad, cohecho y amenazas.
En el relato que hizo ante la Justicia figuraba que Samid habría
sido beneficiado con la eximición de prisión preventiva
tras una supuesta reunión de Liporaci con el dirigente justicialista
Jorge Antonio, en la que éste le habría dado dinero al magistrado
por el favor.
El expediente en el que Bergés incriminó a Liporaci pasó
al fuero federal y quedó a cargo del juez Gabriel Cavallo, el mismo
que investiga a Liporaci por enriquecimiento ilícito. Este magistrado
se vio obligado a archivar la causa porque la mayoría menemista
de la Cámara de Diputados se negaba a desaforar al acusado. De
la denuncia de Gowland sólo sobrevivió un sumario administrativo
que fue reclamado por la Corte Suprema.
El máximo tribunal de la Nación resolvió el año
pasado que todo lo que hizo Liporaci estaba dentro del ejercicio
de atribuciones que le son propias y despojado de cualquier interés
personal. Aunque los ministros Julio Nazareno, Guillermo López,
Adolfo Vázquez, Eduardo Moliné OConnor y Carlos Fayt
le recomendaron al magistrado que no volviera a escuchar de esa manera
a sus empleados, consideraron que estaba exento de responsabilidad
administrativa.
Como
juez, un genio para hacer negocios
Por Irina Hauser
Esto es claramente un
dibujo de números que no cierra por ninguna parte, dijo Juan
Gersenobitz, uno de los miembros del Consejo de la Magistratura, en el
momento en que la Comisión de Acusación analizaba la declaración
patrimonial con la que el juez Carlos Liporaci intentó justificar
cómo se compró una mansión en Vicente López
con su sueldo de magistrado. Los presentes, con excepción de la
menemista Lelia Chaya, asintieron. Desde el vamos les llamó la
atención que dijera que había pagado 610 mil dólares
por una casa oficialmente valuada en más de 1 millón. Un
dictamen apoyado por cinco consejeros concretó en diciembre la
citación del magistrado como sospechoso de enriquecimiento ilícito
que lo colocó en la antesala de su juicio político. Aquel
escrito cuestionaba los supuestos préstamos recibidos por Liporaci
de financistas particulares y en dudosas condiciones; objetaba que explicara
sus gastos sumando los sueldos de toda la familia, incluido el de su hija
casada; y advertía que pese a los aparentes esfuerzos de ahorro,
gastó fortunas en viajes y ropa masculina.
Si Liporaci ya corría peligro de ser destituido, la denuncia presentada
por su ex secretario, Guillermo Gowland, ensombrece mucho más aún
su futuro laboral (ver aparte). El posible juicio político
de este juez no es un tema menor. Funcionarios de Gobierno y de tribunales
se animaron a interpretar incluso que la falta de mérito que dictó
el viernes pasado a favor de los senadores acusados de recibir coimas
para votar la Reforma Laboral, sería una maniobra para evitar o
dilatar su juzgamiento.
La Magistratura órgano encargado de la remoción de
los jueces inició en setiembre la pesquisa sobre la majestuosa
casa comprada el 7 de julio del año pasado por Liporaci. Aunque
justificó espontáneamente su patrimonio, sus argumentos
no convencieron y fue llamado a declarar. Su descargo por escrito, al
parecer, tampoco resultó convincente y su caso podría ser
girado al plenario del Consejo en febrero. Paralelamente, el juez Gabriel
Cavallo investiga la evolución patrimonial de su colega.
Lo que Gersenobitz llamó dibujo aparece detallado en
un dictamen que elaboraron los consejeros Pablo Fernández y Fermín
Garrote. Aquel escrito citaba los dichos de Liporaci y sacaba conclusiones.
Dijo que la casa de Gaspar
Campos 471 le costó 610 mil dólares, como figura en la escritura.
Ese precio asombró a los investigadores puesto que es inferior
a la valuación fiscal (633 mil), mientras que la relación
numérica suele ser inversa. Más aún, el Cuerpo de
Tasadores de la Corte estimó que la casa cuesta en verdad entre
950 mil y 1.120.000 pesos.
Para pagar su nuevo hogar,
como el sueldo de 5521 pesos como juez era insuficiente dijo que pidió
préstamos. Uno de ellos lo obtuvo de Guido Torrisi por 210.700
comprometiéndose a devolver 200 mil en un año y el saldo
de 10.700 en 10 cuotas. Lo que sonó extraño a los consejeros
es que haya hecho la gestión con un particular si tiene cuentas
en bancos. Por otro lado afirmó que su esposa recibió el
préstamo de 160 mil dólares de Cofiarsa, que motivó
la denuncia de Gowland. Difícilmente alguien que, como ella gana
1716,50 pesos por mes, pueda obtener semejante crédito. A eso se
suman los antecedentes de presunta insolvencia de esa cooperativa prestamista
y de acciones judiciales en su contra. Y aun suponiendo que Liporaci y
su esposa realmente hayan obtenido esos préstamos, difícilmente
hubieran podido devolver tamaña suma en los plazos acordados si,
según sus dichos, los ingresos de un año de toda la familia
totalizarían 130.357,72.
Liporaci declaró que
desde julio de 1998 a diciembre de 1999 incrementó sus ahorros
en 4212 pesos. Y desde el 1º de enero de 2000 hasta el 7 de julio
de ese año logró guardar 118.606,18 pesos. ¿Cómo
hizo para ahorrar esa suma si los ingresos mensuales de la familia rozaban
los 11 mil pesos?, preguntaba el dictamen de Acusación.
El cálculo de los ahorros
se complica porque su hija María Florencia ingresó a la
Auditoría General de la Nación recién en junio de
2000, dondegana 800 pesos. Ella también recibe una pensión
graciable de 500 pesos concedida por un diputado. Carolina trabaja en
el Senado desde 1997 pero dejó la casa paterna cuando se casó
en setiembre de 1999.
El dictamen destacaba otras
incongruencias tales como que a pesar del supuesto esfuerzo de ahorro
que alegó Liporaci, pagó el viaje de su hija María
Florencia a Bora Bora (Polinesia Francesa) en abril del año pasado;
abonó 350 pesos en abril en el Hotel Hyatt; y en mayo de 1998 se
compró ropa en Old Man con tarjeta en tres cuotas de 716 pesos.
Además, desde junio de 1999 hasta julio de 2000 pagó 1850
pesos mensuales (más gastos) por el alquiler de una casa en el
country Golfers, como reveló Página/12.
Especiales cualidades
El escrito con que la Comisión de Acusación del
Consejo de la Magistratura citó a declarar a Carlos Liporaci,
revelaba razones que hacían presumir que Liporaci recibió
una atención especial por parte de quienes le vendieron
la mansión de Vicente López o que el precio
no es el que verdaderamente pagó. También los
préstamos de plata que dice haber recibido suman más
de la mitad del precio que dice haber pagado, en un circuito financiero
poco ortodoxo para un juez de la Nación. Advierte que
en condiciones normales un endeudamiento tan grande puede influir
en su estado emocional a la hora de tomar decisiones como juez.
Con ironía, los consejeros Fernández y Garrote, señalaron
su sorpresa por las especiales cualidades del Dr. Liporaci
para los negocios inmobiliarios, habida cuenta las condiciones ventajosas
en las que adquirió su nueva casa y que un terreno
en Escobar que compró a 20 mil dólares el 10 de septiembre
de 1996 lo vendió a 43 mil en febrero de 1999.
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