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Relaciones carnales
Por Luis Bruschtein

A un argentino le resulta difícil entender cuando los ingleses se emocionan hasta las lágrimas por el cumpleaños de su vieja reina. Y cualquier conclusión que saque será seguramente un malentendido. Algo similar, pero al revés, parece haberle sucedido al embajador inglés John Balfour con Eva Perón.
El Archivo Nacional Británico difundió ayer una carta, de 1950, donde Balfour expone a su canciller Ernest Bevin sus conclusiones tras un almuerzo con la entonces primera dama. “La Argentina es un país latinoamericano adolescente –advierte–, y su adolescencia es de una variedad vanagloriosa, infantil e irracional.” La definición es, sin duda, certera. Aunque el tono paternalista y un cierto aire de superioridad la deslucen.
Podría ser la visión de un padre que soporta con una dosis de filosofía la rebeldía de su hijo adolescente. Sobre todo si se tiene en cuenta que Balfour era embajador ante un gobierno responsable de la nacionalización de los ferrocarriles y del comercio exterior. Lo cierto es que la corona británica no consideraba al peronismo como un gobierno amigo. Nadie podrá decir que el trabajo de Balfour era fácil, lo cual resalta su esfuerzo por ser condescendiente.
Pero Evita era Evita. Cuando el diplomático trata de seducirla alabando el trabajo de la primera dama, ella le contesta que sólo es una “agitadora peronista” y “la mucama de mi marido”.
Esta respuesta tiene que haber sonado como un trompetazo en los oídos de John Balfour, quien, en la carta a su Lord Canciller justifica las reacciones de la “señora” porque “antes de conocer a Perón no tenía conocimiento de la vida pública”. Eso y su condición de “actriz menor” determinarían que muchas de sus acciones hayan permitido “el crecimiento de la corrupción a raíz de la burocracia y el enriquecimiento de algunas personas”.
Es menos flemático cuando describe a Evita como “fantasiosa y obsesionada consigo misma” y de “una frivolidad extravagante que podría ser enfermiza en el futuro”, aunque la disculpa porque “sólo tiene 29 años”. Evita no cosechaba amigos entre los diplomáticos de las potencias mundiales.
Evita no había incluido a Londres en su gira europea de 1947 por considerar que la agenda que había organizado el gobierno inglés no tenía jerarquía. La corona se negaba a recibirla como la primera dama que era. En 1950, Inglaterra construyó un buque para la Argentina, y la recepción del 27 de mayo de ese año –de la que da cuenta Balfour en su carta– se efectuó en el buque “Eva Perón” con la presencia de ministros, embajadores y altos jefes militares. En su discurso, Perón agradeció la construcción del buque por Gran Bretaña, “más allá de saber que está trabajando para un competidor”. No era un ambiente relajado, sino más bien tironeado.
Diplomático al fin, Balfour destaca el trabajo de Eva Perón a favor de los humildes y reconoce su “espectacular éxito”. Pero Evita, que odiaba cualquier similitud con las viejas damas de beneficencia, le dice, según reproduce en su carta: “La gente piensa que dedico mi tiempo sólo a la ayuda social, pero esto no es verdad; también conecto este trabajo con los sindicatos, que es mi principal preocupación” e insiste en que su principal esfuerzo apunta a “transformar en una preocupación del Estado el bienestar de los trabajadores”. No parece un diálogo tan frívolo, como acusa Balfour. Aunque sí un tanto extravagante para sostenerlo con el embajador inglés. Casi habría que pensar más bien en una actitud de provocación.
Perón estaba sentado junto a Evita y el embajador junto a ella. Relata -podría decirse que con un dejo de irritación– que cada vez que Evita le dirigía una respuesta ingeniosa, llamaba la atención de Perón para repetírsela. “Sólo soy la mucama de mi marido”, “sólo soy una agitadoraperonista” o “sólo intento ayudar al líder (Perón) a mejorar la vida de los argentinos” eran algunas de las respuestas transcriptas en la carta que evidentemente descolocaban al flemático Balfour. Quizás se trataba de una broma de la pareja presidencial a costa del embajador o de la revancha maravillosamente plebeya de Evita.
Es claro que para Balfour estas situaciones resultaran “adolescentes, infantiles e irracionales” y que viera a las actitudes de Evita como “fantasiosas, frívolas y extravagantes”. Y también sería entendible su satisfacción si hubiera llegado a saber que sus apreciaciones sobre estas situaciones y actitudes coincidirían con las del moderno peronismo de las relaciones carnales.

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