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El veraneo porteño entre hierros
retorcidos y aguas contaminadas

En la Costanera Sur hay carteles de �Prohibido bañarse�. En la Norte, no. Pero en uno y otro lugar, decenas de familias con chicos se meten en la mugre para mitigar el calor. �Así es el verano del pobre�, explican los bañistas.

En la semana, la mayoría de los bañistas son adolescentes; sábados y domingos, son familias.

Cuando el sol se torna insoportable, cerca de las dos de la tarde, aparecen los primeros bañistas. Son familias enteras, la mayoría con chicos que no pasan los seis años; aunque también abundan los adolescentes. Algunos llegan con sus cañas de pescar; otros, con pelota y bicicleta. La escena, habitual en esta época en los balnearios de la costa atlántica bonaerense, se vuelve preocupante en la costanera porteña, donde cientos de personas se bañan en el agua contaminada y toman sol entre hierros retorcidos y escombros. Aunque en la Reserva Ecológica de Costanera Sur proliferan los carteles que advierten sobre la prohibición de bañarse, cada vez más gente veranea entre la basura. “Nosotros les decimos que no pueden bañarse, pero nos responden con pedradas o botellazos”, fue la explicación que recibió Página/12 de algunos de los guardaparques de la Reserva. Lo mismo sucede en algunas zonas de la Costanera Norte. Mientras los bañistas hacen caso omiso, el peligro se mantiene latente: según los especialistas, el contacto con estas aguas es sinónimo de enfermedades gastrointestinales, conjuntivitis y otitis severas.
Freddy se instaló en la Costanera Norte, frente a los carritos, a las diez de la mañana. Viajó desde San Miguel en tren con toda su familia y ahora está sentado bajo un improvisado toldo, con su hijo Martín, de 5 meses, y su sobrino Adrián, de 4. Trajo la caña de pescar, y está bastante conforme con el resultado: pescó 3 bogas, que seguramente se convertirán en la cena. “Se puede comer sin problema, el pez sólo se alimenta de caracoles”, explica, ante la mirada desconfiada de la cronista. Unos metros más allá, Adrián entra al agua, sale y se vuelve a tirar, gritando, en brazos de su mamá embarazada, que lo espera sumergida. Detrás del toldo se apilan botellas, ladrillos rotos, vidrios, hierros. “¿Sabés de dónde viene todo esto? –pregunta Freddy, mientras señala la montaña de escombros–. De la AMIA y del Warnes. Es un garrón, pero, ¿qué le vamos a hacer? Así es el verano del pobre...” A metros del toldo de la familia, dos camiones y una pala mecánica trabajan en el relleno del terreno. No hay carteles que adviertan los peligros de bañarse en esas aguas.
En el predio de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, en cambio, los carteles sobran. Pero también sobran las ganas de chapotear, en especial cuando se han recorrido casi cuarenta cuadras para llegar hasta el río, por un camino de piedra blanca que levanta demasiado polvo. En la playita que formaron los escombros al final de la Reserva, más de cien personas mitigan el calor infernal en el agua turbia, sin que las chapas y las piedras que sienten bajo sus pies les importe. “El último fin de semana, un nene que jugaba con su papá se abrió la cabeza con una chapa de metal”, cuenta una de las bicipolicías de la comisaría 22ª, que cumple servicio en el predio. “Pero igual se siguen metiendo, y si alguien les dice algo, le responden a piedrazos”, agrega. La mayoría de los habitués del improvisado balneario son adolescentes. “El fin de semana, en cambio, viene toda la familia”, señala la oficial, antes de partir en su bici todo terreno.
Los monitoreos realizados en la costa porteña delimitan una franja de 500 metros desde la orilla como la zona de mayor contaminación, generada por el vertido de efluentes pluviocloacales y de residuos químicos no tratados. Los especialistas que realizaron el estudio afirman que no es recomendable el contacto de la piel humana con esa agua. “En estos medios abundan las enterobacterias, microorganismos que provienen de los residuos cloacales”, explicó a Página/12 Roberto Debbag, médico del Servicio de Infectología del Hospital Garrahan. “Si uno ingiere esa agua, lo más probable es que acabe con una enfermedad gastrointestinal: vómitos, diarrea y, en los casos más graves, deshidratación”, señala, y agrega que “por el contacto con las mucosas se suelen dar casos graves de conjuntivitis y de otitis, además del peligro del tétanos”.
Producción: Silvina Seijas.

 

Un poco más cerca del cielo

La luna se ve 50 veces más cerca. Tanto, que hasta es posible ver con claridad los cráteres de la zona donde descendieron los astronautas del Apolo XI. Los anillos de Saturno aparecen claramente, casi como dibujados. Como un collar de perlas se observa un cúmulo de estrellas llamadas pléyades y Júpiter muestra sus cuatro satélites. Todo esto es posible porque el Planetario de la ciudad de Buenos Aires decidió salir a la calle y, gratuitamente, es posible realizar una observación telescópica que atrae a grandes y chicos que, entre curiosos y asombrados, acceden a un modo distinto de mirar el cielo.
Todos los martes, jueves y domingos de enero y febrero, entre las 20 y las 22, en la explanada del Planetario habrá dos telescopios de gran alcance que pueden ser aprovechados libremente por todas las personas que se acerquen, además de la posibilidad de disfrutar de la proyección de un audiovisual sobre el universo.
El director del Planetario, Leonardo Moledo, explicó que “esta actividad se suma al plan para recorrer los barrios, que se hará los sábados, donde iremos con los telescopios para todos los que no pueden venir a Palermo”.
El coordinador del área de Astronomía, Mariano Ribas, es quien explica lo que se ve, y se enorgullece de la actividad: “Para muchos es su bautismo telescópico, y no pueden creer que no haya que pagar”. Además -destacan– el 13 de enero van a llevar los telescopios al comedor Los Piletones, que coordina Margarita Barrientos, en el bajo Flores.

 

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