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ENTREVISTA A DARIO GRANDINETTI, QUE HOY ESTRENA AQUI “EL CARTERO”
“Aquí gusta demasiado el escándalo”

La obra de Antonio Skármeta sobre los años de Pablo Neruda exiliado en Italia se verá esta noche por primera vez en la Capital. El episodio de censura en Santiago del Estero ya es recuerdo, sostiene el actor.

El actor rosarino es dirigido por su colega y amigo Hugo Arana en su composición de Neruda joven.

Por Hilda Cabrera

La experiencia de El cartero, que hoy se estrena en Buenos Aires, ha sido atípica para una apuesta teatral considerable. La obra tuvo su bautismo de fuego en Mar del Plata y luego concretó una gira por cincuenta ciudades del interior, que incluyó el famoso episodio de la prohibición en Santiago del Estero (el gobernador Juárez censuró una escena de desnudo a cargo de Nicolás Cabré y Gabriela Sari), sin pasar nunca por la Capital Federal. La obra, vista ya también en Montevideo, se estrenará entonces en la Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza (Corrientes 1660) con una sensación de dejá vu. El itinerario que concluye aquí fue resultado de una decisión de la producción (Bocha Producciones) cuando en marzo de 2000 comprobó que no disponía de una sala adecuada. “Entonces había demasiado espectáculo con mucho multimedio detrás respaldando y promocionando, y nosotros no podíamos competir con ese despliegue. Por eso adelantamos la gira prevista en principio para 2001”, cuenta ahora en diálogo con Página/12 el rosarino Darío Grandinetti, quien cumple el rol de Pablo Neruda en esta pieza del chileno Antonio Skármeta (cuyo título original es Ardiente paciencia), dirigida aquí por el actor Hugo Arana. Grandinetti, quien se inició en Melisa y se consagró en Yepeto, participando, entre otras obras, en Ya nadie recuerda a Frederic Chopin, Los mosqueteros del Rey y Los lobos, reconoce que la prohibición en Santiago (censura que se superó estrenando la obra en el teatro de la Universidad Nacional de la provincia), “puso la obra en otro lugar”, despertando un interés inusual en los empresarios de salas.
–¿Cree que hubiera sido otro el camino de la obra sin ese episodio?
–Sí, absolutamente. Digo esto respecto del afuera, porque nosotros seguimos haciendo el espectáculo tal como lo habíamos proyectado. Pero todo este asunto nos molestó.
–¿Se refiere a la prohibición?
–Eso primero, pero después nos fastidió el exagerado interés que despertó en algunos. ¿Fue necesaria una censura para que nos vinieran a ver? Ahora que pasó, podemos decir: “Miren lo que se hubieran perdido”. Porque es evidente que la gente disfruta mucho el espectáculo.
–Existe un público que necesita de un escandalo o a figuras muy conocidas de la televisión para moverse de su casa e ir al teatro. ¿A qué se debe ese comportamiento?
–A que a los argentinos nos gusta demasiado el escándalo. Lo prueba el rating que alcanza en la televisión y en muchos otros medios. El escándalo es siempre primera plana, y por mucho tiempo. Y si tiene morbo, todavía más. Sin embargo, en el caso de El cartero, debo reconocer que la prensa se hizo eco de una manera muy respetuosa. No se promovió el caso de una manera fashion, como se dice ahora. Nosotros también tuvimos mucho que ver en ese comportamiento. El elenco se manejó con cuidado ante los periodistas y los medios que buscan exprimir al máximo estas situaciones. Como no acudimos a ellos, se limitaron a informar y a otra cosa. Les resultaba más estimulante y redituable hablar de la puteada que alguna vedette le echó a otra, por ejemplo.
–¿Qué características tiene esta puesta?
–No vi, por ejemplo, la versión que dirigió Juan Carlos Gené con el título original, Ardiente paciencia, en el Teatro San Martín. Me han dicho que fue un espectáculo bellísimo, y no me cabe duda, por Gené y por los intérpretes (hubo dos puestas, una con el Grupo Actoral 80 de Venezuela, en 1985, y otra al año siguiente con elenco argentino). Lo que nosotros podemos quizá destacar como particularidad es que hacemos lo que ha escrito originalmente Skármeta, porque la pieza de teatro es anterior a la novela. Hugo (Arana) quiso ser muy fiel al texto. A mi juicio el original es mucho más interesante que la versión hecha para el cine, la más famosa(la que en 1994 dirigió Michael Radford y en la que actuaron Philippe Noiret, Massimo Troisi y María Grazia Cucinotta). Esa película era preciosa, pero le faltaba el Chile de la época. Neruda había estado en Italia escondido casi, junto a Matilde. Todavía estaba casado con Delia. Ahí fue cuando escribió Los versos del Capitán. La situación en la que se lo ve en la película no es real. Si se quiso hacer una fábula, está bien, pero la puesta de Hugo es otra cosa. Hugo nos pidió expresamente que “actuáramos la sencillez”.
–¿Cómo fue la aproximación al personaje de Neruda?
–Estuvimos en Isla Negra y hablamos con gente que compartió anécdotas con don Pablo (así lo llaman), que para ellos era ante todo una bella persona y un gran poeta. Un don Pablo cotidiano al que le gustaba hacer bromas, porque tenía mucho sentido del humor. Releí textos y versos de Neruda, artículos sobre él, y pude ver también unos videos que me alcanzó Skármeta. Charlé con gente que había participado de las películas que se hicieron en Chile, basadas en la novela, y con una cantante popular, la Charo Cofré, que ahora maneja la hostería en la cual transcurre la historia. Una casa de 21 habitaciones, donde Charo pensaba imprimir en el techo de cada una de ellas un poema diferente de los que componen Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Supongo que ya lo ha hecho.
–¿Qué resultó de toda esa información?
–Un Neruda profundamente humano. Nada de bronce, como nos lo pidió Skármeta. Por otra parte, el protagonista de la obra es el cartero y esto lo tengo claro. Esta es la historia del cartero de Neruda, de un individuo que ignora cosas y al que se le descubre un mundo nuevo, apasionante, que lo obliga a tomar partido y verse involucrado de alguna manera en todo lo que estaba pasando en Chile en ese momento, entre 1969 y 1973, y después. En lo que a mí respecta, tengo a Hugo, que agradezco, porque aunque hicimos 130 funciones, nos obliga a ensayar una y otra vez. Necesito esa disciplina, porque a veces soy muy vago.
–¿Escribe?
– De adolescente escribía letras de canciones, muy malas. Me hubiera gustado ser poeta, pero soy actor: necesito de la palabra, pero escrita por otro. Me interesa la producción artística, pero no la que me obliga a manejar dinero. Por eso dudé mucho antes de abrir La Subasta. Vi que este año se abrieron muchas salitas y eso es bárbaro. Es una manera de encontrarle un paliativo a la crisis. Hablar de la falta de guita me tiene harto, porque a veces se convierte en una excusa para no hacer. Genera un facilismo que nos domestica.

 

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