Por Hilda Cabrera
Es posible que para millones
de personas que la vieron por televisión en las dos últimas
temporadas Leonor Manso sea la actriz que le dio vida a la madre castradora
del personaje de Inés Estevez en Vulnerables. Pero
además de aquilatar una vasta carrera como actriz, Manso es una
talentosa directora de teatro. Probó la dirección en Noche
de parias, de Carlos Pais, una obra sobre marginados que la sedujo, antes
de abordar Esperando a Godot, de Samuel Beckett, acaso su puesta más
celebrada. Dirigió también Espejos y laberintos, un carrusel
en homenaje a Jorge Luis Borges del que participaron importantes figuras
de la actuación, el canto, la música y la danza. Le tocó
luego coordinar La diosa, junto a Patricia Zangaro. Por eso parece parte
de una trayectoria lógica que concrete el montaje de El enganche,
pieza de Julio Mauricio (19191991) que estrena hoy. Mauricio fue
autor, entre otras obras, de La valija, En la mentira, La depresión
y Un despido corriente.
El enganche no es una pieza nueva para la directora: la estrenó
en 1985, entonces como actriz junto a Carlos Carella, dirigida por Héctor
Tealdi. Como ahora, también entonces la première fue en
Mar del Plata y recién después se presentó en Buenos
Aires. En la versión 2001, que se estrena hoy en La Subasta, de
Mar del Plata (con producción de Carlos Rottemberg), dirige a Ulises
Dumont y Linda Peretz. Escenografía y luces son obra de Graciela
Galán, y el vestuario es de Renata Schussheim. En su primer trabajo
como directora (la nombrada Noche de parias, de 1994), Manso alertaba
sobre la pobreza que crecía junto a la famosa estabilidad
(Argentina había crecido fuertemente entre 1992 y 1994, año
en que Carlos Menem lanzó su reelección y preludio del derrumbe
que se manifestó crudamente en 1995).
Ajena a aquella euforia, Manso propuso en el 94 un montaje de impacto,
ácido y penumbroso. A contramano del triunfalismo, el seco texto
de Carlos Pais era subrayado con una escenografía acorde a una
sociedad en quiebra. La directora había colocado bultos de ropa
en los pasillos de la sala, en alguna que otra butaca y en zonas cercanas
al escenario. Siempre me impresionó ver a la gente que vive
y duerme arropada en la calle como si fuera un bulto, cuenta Manso
a Página/12. En ese mismo teatro (hoy Bajo Corrientes), muchos
de esos sin techo pasaban la noche en el hueco de la escalera entre la
vereda y la sala. En ese pozo había un chico que incluso colaboró
mucho con nosotros y compartió nuestra comida. Había miseria,
gente durmiendo en la calle, pero los argentinos parecíamos no
darnos cuenta, o nos hacíamos los tontos.
Aunque diferente, El enganche es también una obra sobre el
avasallamiento del individuo por el entorno. Es, además, una obra
muy de su época. ¿Cómo ubica hoy esta historia?
Reflexionar sobre el avasallamiento es una necesidad. Hacerlo nos
hace sentir humanos. Este proyecto surgió por iniciativa de Perla
Carella (mujer del fallecido actor Carlos Carella), y enseguida pensé
en hacer una adaptación, porque el lenguaje que utiliza Julio Mauricio
puede resultar muy naïf. El cambio no es esencial, porque la historia
es la misma. Trata de seres marginados, muy exigidos por una realidad
que, quizá por su dureza, saca lo peor que hay en cada uno. Estos
personajes le dan gran valor al dinero, pero no por ambición de
magnates sino porque tenerlo les asegura no quedar a la intemperie. El
protagonista es vendedor en una inmobiliaria que no vende.
Lo que dice parece sugerir que no ve posibilidades ciertas de un
cambio favorable para el país.
En este momento no veo salidas, pero me animo y pienso que finalmente
todo cambia, y que no podemos seguir en esta parálisis. Esta esperanza
me mantiene viva. Necesito imaginar un futuro mejor. Existen redes solidarias
y miniemprendimientos que no pasan por los organismos gubernamentales,
que nos reconcilian como seres humanos.
Una particularidad de El enganche es la rebeldía, pero a
nivel individual. Se nace en un mundo hecho por otros, como escribió
el autor respecto de los marginados y algunos sectores de la clase media.
A éstos les cuesta adaptarse a ese mundo, considerado además
normal. ¿Cómo es hoy esa rebeldía?
En la obra, la rebeldía se expresa a través del amor,
en el encuentro, nada fácil, de dos seres endurecidos por las frustraciones.
Ella limpia por horas, y para pagar el alquiler de la pensión necesita
ejercer la prostitución. El es un vendedor que ya no sabe cómo
sobrevivir.
Pero la precariedad en la que se vive hoy no es la misma de entonces...
Por eso hice la adaptación. En esta nueva lectura los personajes
son probablemente mucho más feroces. Pero el milagro
ocurre igual. Milagro significa aquí reconocer las carencias y
necesidades del otro, y rebeldía, jugarse todo el dinero en una
noche de amor. No se sabe qué pasará después de esa
noche de verdadero encuentro en el albergue transitorio, pero trato que,
desde la puesta, el espectador sienta que existe el amor, algo que el
ser humano no puede manejar pero que llega a vivir como un
milagro. Y que esto puede pasarle no sólo a una pareja de adolescentes,
sino también a gente adulta que no ha podido superar sus frustraciones.
¿Cómo se lleva usted como artista con el entorno?
El entorno, lo mismo que los funcionarios y los políticos,
o me han ganado o me han hecho más sabia. No lo sé, pero
ya no me interesan sus discursos ni su chusmerío. Nuestros funcionarios
y políticos son gente privatizada, no trabajan para
nosotros. Vivir dignamente es cada día más difícil,
pero no me desanimo. Como dice Eduardo Galeano, la esperanza está
siempre por ahí, dando vueltas. Un día la tengo en el bolsillo
y me siento feliz, pero otro día se me escapa y tengo que ir a
buscarla. Por eso, siempre estoy haciendo proyectos.
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