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el Kiosco de Página/12

Ahora sí, la verdad
Por Osvaldo Bayer 
Desde Bonn

Los argentinos van menos a misa, pero más a los santuarios donde se ponen de rodillas, piden algo y se santiguan. ¿Y cómo es con la democracia? Con todo el optimismo que dan las ganas de creer en el futuro sólo podemos decir con convicción y sin temor a equivocarnos: tenemos cada vez menos democracia en democracia. Basta contemplar el desolado año dos mil. No avanzamos absolutamente nada en libertades, en solidaridad, en respeto a las instituciones; sí en corrupción, en caudillismo, en el sistema del dedo y no de las capacidades. El sistema político se encierra cada vez más en cuerpos estancos: aquí la Justicia; aquí el Congreso, aquí el Poder Ejecutivo, aquí la economía. A medida que avanza la corrupción, aumenta la desconfianza. Democracia en argentino significa tanteo, negocio, me das esto, te doy aquello. Todo se arregla. Y por supuesto ese todo va en detrimento de la democracia y de todo principio de vocación libertaria y de honestidad. Las Fiestas recientes �por ejemplo� sirvieron para que se �solucionara� un problema ético entre gallos y medianoche. Después de un circo inhumano que se paseó del Congreso a la Justicia y de la Justicia al Poder Ejecutivo mientras transcurrían más de cien días con prisioneros en huelga de hambre, se hicieron unas mezquinas conmutaciones que, aunque nimias, tuvieron que dar razón a la protesta y rebeldía de los presos. 
Los verdaderos triunfadores fueron sin lugar a dudas los organismos argentinos de derechos humanos. Reconocieron desde un primer momento la legítima razón de la protesta de los presos de La Tablada. Y a pesar de toda la propaganda en contra iniciada por Radio 10 y todas las publicaciones afines a la derrotada dictadura de Videla, los principios de respeto a la segunda instancia y de cumplimiento con los pactos internacionales tuvieron que ser �si no respetados� por lo menos reconocidos en su existencia.
Por su lado, los presos pusieron en peligro sus propias vidas �mediante la huelga de hambre�, ya que era el único camino para llamar la atención del mundo sobre sus derechos. Derechos que le habían sido negados por el peronismo menemista durante más de dos años y medio y luego por el radicalismo en Alianza con el Frepaso.
Finalmente el gobierno de De la Rúa tuvo que ceder. Tuvo que reconocer. Fue derrotado en todas sus razones y las dadas por sus corifeos. Sólo le quedó el poder, pero no la razón: trató de tacañear en todo lo posible la solución. El partido que se había volcado con todo entusiasmo y corazón al votar la obediencia debida y punto final para los criminales uniformados aquí se mostró estreñido, vergonzosamente egoísta con los derechos de los demás, y quedó al desnudo en lo que atañe a su comprensión de la sagrada palabra Justicia. Entre la Argentina de Rico-Patti y la que busca cumplir con los tratados internacionales de derechos humanos, asomó esta última para decirle al poder: no les va a resultar tan fácil.
Pese a Brinzoni y a López Murphy. Porque entre la negativa absoluta de De la Rúa en un principio al resultado final hay una ruptura de conceptos, de compromisos, hay un desbarranque que lleva al gobierno aliancista a una situación ridícula. Si el lector vuelve a leer las crónicas periodísticas de este tema en los últimos tres meses, va a creer o que se trata de una comedia de malos entendidos o de un manejo torpe e interesado entre los diversos factores de poder. Veamos el asunto de la Corte Suprema: todos los comentarios anteriores decían que los presos iban a perder cinco a cuatro porque cinco de los miembros, es decir, la mayoría es menemista. 
¡La Corte Suprema! Ahí nos damos cuenta de cómo nuestra república fue vendida en una feria de retazos en el famoso pacto de Olivos Menem-Alfonsín. Más todavía. En el caso La Tablada se había empatado cuatro acuatro y se esperaba al juez Adolfo Vázquez que desempatara. Una espera como la de Maradona al seleccionado. Pero ya se adelantaba que Vázquez iba a votar en contra y desempatar porque es menemista. Así de claro. Y vino, votó y venció el menemismo en un tema de derechos humanos, es decir, en contra de los derechos humanos. Pero ahí no queda la cosa; triunfante el juez de la Corte Suprema Adolfo Vázquez declara ante Radio 10 con sorna y humor negro que tiene dudas de la huelga de hambre de los presos. Es decir, que Vázquez adopta el método goebbeliano de poner en duda las verdades de acuerdo con el principio de que la duda y la mentira convencen a la gente. El juez supremo ponía en duda así todo el sistema de vigilancia del Servicio Penitenciario y de la Policía Federal. Vázquez fue aplaudido a rabiar por los oyentes de esa radio y uno de sus �animadores� agregó entusiasmado: �Sí, los presos de La Tablada hacen una huelga de hambre criolla, con empanaditas�. La Corte menemista ganó con el tiro libre de Vázquez. Y todos se callaron la boca. El citado juez tendría que haber respondido por su infame aseveración ante las autoridades competentes. No. Todo se resolvió con un tironcito de orejas del presidente De la Rúa. Viva el pacto de Olivos. 
El otro aspecto fue el comportamiento del Congreso. Qué dirá ahora el Congreso donde la mayoría de los diputados se sobrepasó de coraje aprovechándose de la huelga de hambre de los presos para hablar de la bandera argentina, los soldados de la patria, el honor de las instituciones y cuanta palabra vaciada ya de significado puede servir para lavarse las manos o demostrar a los jefes que se es obediente y debido.
Algunos han creído que con el decreto sobre La Tablada se terminó el problema. Y eso es lo que hay que desmentir con toda la legalidad y el honor de las instituciones: aquí empieza la verdad. Porque ahora hay que investigar a fondo el caso de los nueve fusilados por el general Arrillaga, el criminal de la dictadura, enviado por Alfonsín a reprimir la incursión en el cuartel. Comprobar las torturas recibidas por todos los presos y quiénes fueron los autores de esas torturas, tal cual lo ha denunciado el Consejo Interamericano de Derechos Humanos. El porqué no se tomó en cuenta el testimonio de los presos cuando se hizo la burda investigación judicial. Más cuando los presos se ofrecieron en demostrar que ellos no habían asesinado a ningún soldado conscripto del cuartel. No, se tomaron como ciertas las aseveraciones del general Arrillaga. Se tendrá que investigar por qué el presidente Alfonsín no ordenó detener la masacre y, en cambio, se hizo retratar con los oficiales �triunfadores� y los cadáveres de los incursores aplastados por los tanques. Qué papel jugaron en esa prolongada masacre sin sentido las órdenes de la Casa Rosada en cuanto ya se mostraban las banderas blancas de rendición. Pero además, por qué el gobierno menemista no hizo ninguna investigación durante diez años. Lo tuvo que venir a reclamar el organismo exterior de la OEA y por qué ningún juez, ningún ministro, ningún legislador jamás inició una investigación.
Con su mezquina resolución de la quita de penas, De la Rúa creerá tal vez que un hecho tan atroz como el de La Tablada �ocurrido mientras gobernaba su partido� se puede mandar ya a la gaveta del olvido. Pero no es así. Si no inicia una investigación exhaustiva de toda esta tragedia, quedará él, su partido y sus aliados en deuda con la democracia y la República.

 

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