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�Supernova�, con el sello de Walter Hill y el corte final de Francis Ford

Era una superproducción del realizador de �Calles de fuego�. Cuando éste se retiró, Coppola asumió y cortó, con plenos poderes.

La Metro Goldwin Mayer encargó a Hill un film de �terror espacial�.
La elección no era casual: él pergeñó la famosa saga �Alien�.

Por Horacio Bernades

En términos astronómicos, una supernova es un tipo de estrella que se da muy raramente, cuyo brillo puede aumentar en cuestión de horas, hasta cien millones de veces, provocando su estallido final. En términos cinematográficos, Supernova es también un objeto raro, que empezó teniendo un director real, un presupuesto de 65 millones de dólares y más de dos horas de duración, luego contó con un verdadero monstruo sagrado del cine en carácter de editor plenipotenciario, hasta que terminó estallando. De ello resultó una película lanzada casi por compromiso, con un nombre virtual figurando en créditos como director, y su metraje reducido en más de media hora. Por estos días, Supernova puede conocerse en video, editada por Gativideo. Vale la pena computarla aunque más no sea como caso-testigo bajo la etiqueta �Proyectos fallidos, problemáticos y complicados�.
Todo comenzó cuando la MGM encargó a Walter Hill la realización de un film de terror espacial. Teniendo en cuenta sus antecedentes, el nombre del candidato podría parecer una elección extraña. Desde mediados de los años 70, Hill se especializó en lo que podría llamarse �film de acción de autor�, introduciendo una mirada y estilo sumamente personales dentro del género, con gemas como El peleador callejero (1975), Driver (1978), The Warriors (1979), Cabalgata infernal (1980) y el que es seguramente su film más conocido, Calles de fuego (1984). De allí en más, su estrella tendió a atenuarse, pero conviene tener en cuenta que, en medio de su hora más gloriosa, el hombre se había hecho tiempo para producir la que resultaría la más perdurable saga espacial de los últimos veinte años. Se trataba de Alien, �marca� que le permitió vivir de allí en más. Así, el ofrecimiento de la Metro no resultaba tan desubicado.
Corte a febrero del 2000. Supernova se estrena con 85 minutos, en lugar de los anunciados 125, y lleva un cartel que le adjudica la dirección a un tal Thomas Lee. Inútil buscarlo en ninguna enciclopedia: Thomas Lee no existe, y la película se le atribuye ante la defección de Walter Hill, que se había producido, portazo de por medio, mucho tiempo antes. En el largo año transcurrido desde su eyección hasta el momento del estreno, otro peso pesado hizo su entrada. Se trata del mismísimo Francis Ford Coppola, a la sazón miembro del comité ejecutivo de MGM, que ingresó de modo extraoficial y munido de una larga tijera, con la misión de cortar a troche y moche. Lo hizo con ganas. Tal como se la conoce ahora, Supernova parecería, durante largos pasajes, más una larga �cola� que una película propiamente dicha, dando la sensación de que es más lo que quedó afuera que adentro del film.
La acción tiene lugar casi íntegramente a bordo de la Nightingale 229, nave-ambulancia que, en pleno siglo XXII, recorre el espacio en misiones de rescate médico. Su capitán es Robert Forster, recordado coprotagonista de Jackie Brown, y la tripulación se completa con dos paramédicos, un experto en informática, la computadora madre Sweetie y la doctora Kaela Evers (Angela Bassett, de aspecto siempre feroz). En los primeros quince minutos y sin que medien siquiera títulos de presentación, pasa de todo, seguramente porque ese cuarto de hora debe haber durado, originalmente, el doble. Un médico (Lou Diamond Phillips) se la pasa en la cama con una colega (la poco expresiva Robin Tunney). El capitán Marley mira dibujitos animados en la tele, preparando una tesis doctoral que versa sobre las catarsis violentas de Tom & Jerry, al tiempo que un nuevo copiloto y hombre de acción (James Spader) aborda la nave. Tras un �salto dimensional�, Marley terminará fusionado con el plástico de un gabinete de la nave, incidente que recuerda inequívocamente al de Jeff Goldblum en La mosca. 
Pero todavía falta el desencadenante principal, un accidentado que solicita rescate desde una estrella lejanísima y trae consigo una fuerza de nueve dimensiones, que al ser liberada provocará, se supone, efectosincomparablemente más destructivos que aquella famosa caja de Pandora. Quienes conozcan la obra de Walter Hill sabrán reconocer, sobre todo en el personaje de Spader (un guerrero profesional serio hasta la exasperación) ciertas predilecciones del realizador, además de las abundantes superficies espejadas y deformantes del interior de la nave, toda una marca de autor. Pero el conjunto se parece más, qué duda cabe, a un gigantesco clip espacial que a un film en regla.

 

 

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