Neil Young actuará el 18 de enero en el Campo de Polo, como soporte de Oasis. El canadiense vendrá acompañado por los míticos Crazy Horse.
Por Mariano Gambino
Neil Young, el músico que prologará el próximo 18 de enero a Oasis en el Campo de Polo, es, en sí mismo, la historia del rock. Héroe de los sesenta y sobreviviente de todas las batallas que le presentaron las sucesivas décadas, su vida artística parece un catálogo lúcido y a menudo anticipado de los cambios, fluctuaciones y transmutaciones del modo de vida rockero. Su llegada a Buenos Aires tiene el mismo nivel de importancia artística que las de Bob Dylan y Rolling Stones, según una impresión generalizada.
En los sesenta, después de romper lanzas con sus compañeros de Buffalo Springfield, una banda que combinó el cóctel salvaje y psicodélico de la época (regreso a las fuentes naturales, pacifismo y rebeldía frente a la guerra de Vietnam con una alta dosis de sexo, ácido lisérgico y guitarras distorsionadas), Young decidió compartir con otro integrante de la banda, Stephen Stills, los sinuosos caminos de la agitada Costa Oeste estadounidense. Puede pensarse que fue por entonces que, sin saberlo, empezaba a edificar su leyenda.
En esos años Neil era, valga la redundancia, joven. En su sangre corría la energía indómita y su creatividad necesitaba encontrar un canal donde fluir. Era diestro en eso de la guitarra: sabía cómo acariciarla y extraer de ella sus notas más dulces, era hábil en el arte de puntear para desterrar de sus cuerdas las partes más oscuras de su ser y se acoplaba casi humildemente cuando debía acompañar la cadencia de una melodía. Su voz, por el contrario, era y es rústica, sin matices, y casi siempre parece a punto de quebrarse sin poder alcanzar la próxima estrofa. Cuando canta parece un borracho pidiendo por su próxima botella, cayendo en un lamento quejumbroso y desesperado y, cuando todo eso no alcanza, grita, desquiciado ya. En las canciones de amor, su voz aparece tan frágil que recuerda más a un inválido clamando atención que a un seductor con sus jeans pegados al cuerpo, camisa a cuadros abierta y botas campesinas. Y sin embargo esa voz bastarda es endiabladamente sincera y humana. Su música la necesita desesperadamente.
Después de Springfield, para Young la sociedad se desangraba. Había rebeldía en el ambiente. Young detestaba la clase media pacata y sus valores sustentados en las hamburguesas, la rutina de la cerveza, la TV y el fútbol americano. Fueron tiempos de experiencias y de revolución; el centro del ciclón estaba ahí, en la Costa Oeste. Los Beatles se habían acercado y abrazado con Dylan; Ken Kesey y los suyos implantaban los rituales de la gaseosa de ácido eléctrico; los Greateful Dead les seguían de cerca los pasos y el barro de Woodstock estaba por tragárselos para siempre. En ese rock había locura y desenfreno; se exaltaban los estados alterados y las visiones provocadas por la meditación religiosa y el sexo libre.
Young, que había cruzado la frontera desde su Canadá natal, cuadriplica su talento al unirse a Stills, a Graham Nash y a David Crosby. Juntos, al menos en lo musical, tratan de echar calma a la locura que los circunda. Hacen canciones simples, que hablan de cosas simples y que brillan por sus simples arreglos vocales. Así y todo, la guitarra de Young, el más eléctrico y furioso de los cuatro, no desentona. La música que desgranan es suave y dulce. Editan un par de discos �es hermoso y ampliamente recomendable Dejá vu�. y tienen un considerable éxito. �Enseña a tus hijos� es un himno y hasta cierra el álbum de la banda de sonido de Melody, ese icono de la cultura inocente anglosajona de la época. Todo parece fácil y Young comienza a almidonarse, listo para tomar sus cervezas a la hora de la siesta y ver fútbol americano. Entonces, antes de que la herrumbre lo acabe en vida, el grupo se separa.
El joven Young comenzará su via crucis musical, aquel que lo expondrá como un lobo estepario, un songwriter individualista y solitario que reniega del incipiente rock bussiness y que, estando en su esplendor creativo, asume el riesgo de afianzarse como un músico prolífico, sincero y profundamente contradictorio. Para su primer disco solista, After the Gold Rush, decide abocarse a un folk rock cansino y meditabundo, y crea un puñado de canciones de inusual intimidad que es quebrado, en temas como �Southerm man� o �When you dance...�, por las estridencias de un solo de guitarra maquiavélico y desgarrado. El álbum es una pieza memorable, donde el piano cobra inusual protagonismo y las letras remiten a emociones profundas y recuerdos de la edad de oro. La armónica, en boca del mismo Young, es poderosa y limpia en su sonido y, con el aporte vocal de sus ex compañeros Crosby, Stills y Nash, redondea una obra majestuosa. El disco logra buenas ventas y es elegido por la crítica y el público como el álbum del año.
Pero Young no quiere estar quieto. Forma una banda, los Crazy Horse �Caballo Loco�, cuyos integrantes se convertirán en sus inseparables compañeros y con ella, en 1972, edita Harvest que cuenta, además, con el aporte de James Taylor y Linda Ronstadt en voces. El disco es una acabada muestra del potencial de Young: no hace un corte abrupto con su antecesor, pero, a despecho de los puristas rockeros que le piden más alaridos a su guitarra, se sumerge en arreglos de vientos y cuerdas, como si ellos quisieran sublimar lo que antes su guitarra punzante devolvía como golpes ciegos al aire. Esa actitud, sin embargo, no le impide atacar con cínico acierto la intervención de su país en Vietnam en �Are you ready for your country�, ni tampoco dejar pasar la masacre de estudiantes universitarios que se oponían a esa guerra en �Alabama�. Aconseja dejar de lado las jeringas y la droga al ver cómo la guadaña de la muerte se lleva, uno a uno, a sus amigos intoxicados. Harvest es éxito de ventas y crítica y es elegido, otra vez, como mejor disco del año.
Con este trabajo Young afianza la matriz de lo que será su individualidad como músico y deja por sentado que no desea formar parte de la gloria al que todas las compañías ciñen, más tarde o más temprano, en su panteón de los muertos vivos, a sus �consagrados�. Reniega del marketing que se le abre como un cántaro salvador para su carrera y se aboca a desplegar su paso por la música como una estrategia de supervivencia y de creación. Irá por ese camino a los tumbos, a veces cansado, otras como un caballo loco que arremete ciegamente contra el viento y otras veces pasta tranquilamente en la pradera, esperando que pase el mal momento.
Da la sensación de que el tipo no está en pose. Al igual que su guitarra, él es simplemente un instrumento de algo superior. El mismo alguna vez ha definido su tarea como la de ser, simplemente, �un constructor de cosas hermosas y bellas�. Lo ha intentado, a lo largo de cuatro décadas, con despareja fortuna. Esa belleza se le escurrió de las manos en discos como Aterrizaje sobre el agua, donde coqueteó inútilmente con los samplers y la tecnología midi del momento y sufrió notorios desajustes en Zuma y On the beach donde, a pesar de todo, se acodaban algunas gemas en medio del bodrio y el aburrimiento.
En su discografía se destacan, en cambio, álbumes como Comes a time, de un folklore diáfano y sencillo con la única y rutilante presencia de instrumentos acústicos, y La herrumbre nunca descansa, con un lado salvaje, furioso y desaconsejable, incluso, para los punks de esa época y otra cara acústica, íntima y en extremo traslúcida. También hay, en su carrera, un acercamiento al blues de las calles llovidas y mujeres que se van, de la vida que se pasa detrás de la búsqueda del billete y que es tan parecida a la mujer que se va, dejando los solos de guitarra más desgarrados que nunca, acompañados por un saxo tenor en esa belleza de disco que es This notes for you y que está a un paso de ese otro álbum gigante de Young, Freedom, y que pasa, aquí en la Argentina, tan inadvertido como todos los otros. Las elegías al campo, el de amaneceres limpios y de aroma a luz, la voracidad del color del viento, los encuentros y despedidas en el linde de una frontera, a todo eso le canta Young en Freedom, pero carece de esa amnesia recurrente en los ídolos del marketing que sólo se acuerdan de lo bello y se sumerge, también, y con igual ímpetu, en el dolor de la ciudad, en los virósicos e inflamados disturbios de las relaciones oscuras, en la crítica al capitalismo salvaje y �liberador�.
Sí, una obra plagada de sonidos discordantes y herrumbrados de su guitarra eléctrica y en su bamboleo arrítmico sobre el escenario. Sus espasmos y su parquedad se corren cuando vuelve a sonreír al recordar el campo, su tierra. Entretanto Young se compra un rancho, tiene una mujer india, se casa y se separa, tiene hijos, comete excesos propios de su sombra y sigue en ruta como un padrino que mira todo acodado en una ventana de su rancho y cuando quiere, cuando realmente siente necesidad de hacerlo, mete un disco, sale de gira y atiborrra los estadios, sorprende en las entrevistas con su aire campechano y dispara respuestas que parecen sabias aunque, como él mismo se apura en aclarar, no lo son, ya que él, dice, no hace más que seguir su camino, �trotar hasta la próxima posta y esperar a ver qué llega�, casi un beatnik se diría.
Silver and Gold, su último trabajo de estudio, es un álbum breve, formado por canciones que siguen la saga acústica de Young, casi un relato autobiográfico de este músico de 55 años, con sonidos simples y directos, que aparecieron de pocas tomas en estudio y de una producción ascética y esencial. Un grupo de amigos, los Crazy Horse, apiñados alrededor de su jefe, entonando nuevas canciones mientras el sol se esconde tras los campos de trigo.
Ahora Young, paradójicamente, está arrugado, su pelo se ve como siempre, deshilachado y desprolijo, peina canas hasta en las cejas y luce como un padrino en el que los jóvenes (Pearl Jam incluidos) abrevan para aprender un poco de grunge. Tiene papada y barba generalmente raída por el descuido, lo que acentúa su parecido con un verdadero sobreviviente de los sesenta. No se cansa de usar sombrero y camisas a cuadros; sus patillas son espesas y largas; su sonrisa es parca y uno se pregunta qué sucede con ese tipo que ha logrado tanto y sin embargo es tan esmerado y medido al sonreír. ¿Cuál será su dolor? ¿Cuál es su nudo del alma? Es cierto que el tipo, a diferencia de Bob, no ha dejado un heredero como Jason Dylan. A uno de sus hijos que padece deficiencia mental lo cuida con dedicación, lo pasea en uno de sus autos antiguos que, junto con los crepúsculos en su rancho, son su hobbie. Cuando no es una estrella de rock, Young ayuda a los campesinos, colabora en beneficencia... Sin embargo su maldita furia, su endiablada parquedad no desaparecen: viene de antes de todo, de aquellos tiempos de Bufallo Springfield en los que Young era apenas otro joven iracundo ante un sistema impiadoso.
El padrino de la Generación X
La influencia de Neil Young sobre el rock norteamericano se ha hecho sentir desde fines de los años 60. Sin embargo, fue en la década pasada cuando su nombre estuvo en boca de todos: la Generación X lo vio como una suerte de padrino sabio, con su barba de tres días, sus camisas leñadoras y �lo más importante� su guitarra asesina. En su nota de suicidio, el líder de Nirvana Kurt Cobain citó la frase �es mejor quemarse antes que desvanecerse�, que Young había escrito en la canción �Hey hey, my my�. Más grunge: los Pearl Jam saltaban en una pata cuando el viejo maestro los convocó como banda de acompañamiento en Mirror ball. Pero la influencia del canadiense no se limita a América del Norte: los ingleses de Oasis y los criollos de La Renga grabaron en sus últimos álbumes precisamente la canción que había citado Cobain. Esa que, además de darle la bienvenida al punk cuando todos los dinosaurios lo detestaban, tenía un estribillo simple y conmovedor: �el rocanrol no morirá jamás�. Con músicos como Neil Young, es defícil que alguien se anime a asegurar lo contrario.
Discografía seleccionada
Estos son algunos de los mejores trabajos de Neil Young:
Everybody knows this is nowhere (1969).
Dejá vu (�70), con Crosby, Stills, Nash & Young
After the goldrush (�70).
Harvest (�72).
Tonight�s the night (�75).
Zuma (�75).
Rust never sleeps (�79).
Ragged glory (�90).
Weld (�91).
Sleeps with angels (�94). |
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