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LA JUSTICIA LO CONDENO A PAGAR 420 MIL DOLARES
Mascardi, el evasor

No ha sido un buen fin de semana para Carlos Gustavo Mascardi, el empresario de moda en el fútbol argentino. Se cayeron las transferencias de Palermo al fútbol italiano y Angel al fútbol inglés, se agarró a trompadas con un viejo enemigo suyo, el abogado Marcelo Open, y además Líbero destapa, en exclusiva, la condena por evasión que el empresario recibió luego de eludir impuestos tras las compraventas de Marcelo Salas y Cristian Traverso.

Martín Palermo y Gustavo Mascardi, dos personajes en el candelero.

Por Gustavo Veiga

El hombre que está en apuros a menudo vive apurado. Lo urge el afán por abultar sus cuentas bancarias, como se infiere de lo que Hugo Gatti, el primer jugador que representó, dijo una vez: “Así como mi droga es el fútbol, la de Gustavo es el dinero. Le otorga demasiada importancia. Ese, quizás, sea el problema que perjudica su imagen pública”. El ex arquero de Boca se refería a Carlos Gustavo Mascardi, el empresario que durante el año pasado resultó condenado por evasión en un fallo que no tuvo difusión y que Líbero publica hoy. La sentencia fue adoptada por la Sala A del Tribunal Fiscal de la Nación, integrada por los doctores Ernesto Celdeiro, Ignacio Buitrago y José Bosco, quienes determinaron que el poderoso intermediario debía pagarle al fisco una suma cercana al medio millón de dólares.
En un texto de once carillas, fechado el 2 de mayo del 2000, los miembros del Tribunal dependiente del Ministerio de Economía que entiende en materia de infracciones de origen impositivo, desecharon un recurso de apelación que había elevado Mascardi ante una denuncia de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) por evasión que databa de 1997. Por entonces, la Dirección de Inteligencia Fiscal ya avanzaba en una investigación que seguía los pasos del empresario tras la operación en la que había adquirido los pases de Marcelo Salas y Cristian Traverso a la Universidad de Chile, para luego colocar a estos jugadores en River y Boca, respectivamente.
Del fallo se desprende que Mascardi elevó la apelación al Tribunal para cuestionar una impugnación que la AFIP había realizado sobre sus declaraciones juradas de impuestos correspondientes al período 1997, el año siguiente al que fueron comprados aquellos futbolistas. Sin embargo, no tuvo éxito. La Sala A no sólo rechazó su planteo de nulidad, sino que lo condenó a pagar las costas y, por supuesto, confirmó todo lo actuado por Inteligencia Fiscal, de modo que el empresario debió pagar 420 mil pesos más los respectivos intereses.
En artículos periodísticos de la época en que comenzó el pleito, el intermediario planteaba que no tenían ningún fundamento para denunciarlo como lo hacían y se definía como “perseguido”. A fines de 1996 había asumido como director de la AFIP, Carlos Silvani y, uno de sus hombres de confianza, Pedro Kondratiuk, se preguntaba si Mascardi había tributado durante ese año por los 44 millones de pesos que se le atribuían en distintas transferencias. La conclusión que sacó fue negativa. Por eso, la AFIP le hizo una denuncia penal ante el juzgado Nº 8 del doctor Jorge Brugo (causa 9303) y colocó al empresario en la lista de grandes contribuyentes individuales. “A toda persona que le hacemos una denuncia penal la ponemos en ese sector, aunque no sea un contribuyente importante. Y es porque requiere un control mayor...” manifestó por entonces Kondratiuk, quien ya no revista más en la ex DGI.
A lo largo de la sentencia firmada por los doctores Celdeiro, Buitrago y Bosco, se sostiene que Mascardi apeló porque, según sus abogados, llegó “a la vista del procedimiento sin haber sido oído ni podido producir prueba, violándose su derecho a defensa”. Además, adujo que se le asignó “participación en una compraventa (la de Salas y Traverso) que realizan otras personas jurídicas”, que se definió “en forma inexacta el beneficio de una comisión” y, además, negó haber adquirido el pase definitivo de los jugadores “pues ello es una situación siempre transitoria que sólo puede producirse entre clubes”.
Marcelo Salas.aEsta última definición se contradice con la cláusula primera del contrato firmado el 10 de octubre de 1996 entre Alfredo Davicce y José Franchini, presidente y secretario de River por aquella fecha, respectivamente, y el propio empresario. “Que el señor Carlos Gustavo Mascardi ha adquirido en forma definitiva al club Universidad de Santiago de Chile la totalidad de los derechos federativos que a ese club pertenecían sobre el pase del jugador profesional de fútbol José MarceloSalas, chileno, pasaporte nº 12.927.812-9, nacido el 24 de diciembre de 1974, con contrato vigente inscripto en los registros de la Federación Chilena de Fútbol...”
Aquí vale la pena establecer el origen de una discusión no saldada entre lo que significan los derechos económicos y lo que representan los derechos federativos de un mismo pase. Los primeros son los que quedan refrendados en un contrato de índole privada, que no puede ser registrado por ninguna asociación o federación, ya que la FIFA prohíbe que un futbolista le pertenezca a un empresario o grupo económico determinado. Esta habría sido la razón por la que se frustró la transferencia de Juan Pablo Angel al club Aston Villa de Inglaterra. Su pase, en un cincuenta por ciento, es propiedad de la empresa Siglo XXI, cuyo presidente es Emilio Mascardi, padre de Carlos Gustavo y quien lo iniciara en el mercado bursátil.
Como los británicos parecen más estrictos que los dirigentes de las asociaciones donde el próspero intermediario se mueve como pez en el agua, le bocharon el negocio. Además, los representantes del club inglés aducirían que Mascardi pretende percibir una abultada comisión de 1.200.000 dólares, un argumento más para deshacer la operación que, por estas horas, se está revisando a instancias de los dirigentes de River que no quieren volver atrás.
En la Argentina, en Chile, incluso en países europeos como Italia, en donde le abren las puertas como si fuera un benefactor, Mascardi casi nunca encontró trabas para expandir sus negocios. Pero acaso sea Colombia .-donde el influyente personaje concretó su primera y exitosa operación, la compra de Faustino Asprilla-. el lugar en que más facilidades ha encontrado. En setiembre de 1999, este diario entrevistó a Gustavo Arana, vicepresidente del club Deportivo Cali, quien había negociado con el empresario la transferencia poco clara de Mario Yepes a River. A la pregunta de si el Estado colombiano le demandaba obligaciones de algún tipo a Mascardi por cada operación que concretaba, el dirigente respondió: “Nada, nada. No señor, no le cobra nada. El que tiene que justificar la plata que recibe y ver cómo son los gastos, es el club de aquí”.
En Colombia, el intermediario se vinculó a un tal Giancarlo Uda, propietario de una cadena de pizzerías en la ciudad de Cali y que sería quien le sugiere algunos futbolistas para comprar. Gabriel Meluk, un periodista de ese país consultado para la misma nota en el ‘99, había informado que el argentino tenía un convenio con la famosa escuela de fútbol llamada Carlos Santiago Lora, de la que surgieron los arqueros colombianos Calero, Córdoba y Mondragón. Muchos de los negocios que Mascardi encaró en la tierra de Angel, Yepes y Serna .-los representa a los tres-. tendrían que ver con las ventajas que encuentra para moverse y la baja cotización de los futbolistas en el mercado colombiano que, luego, son transferidos por mucho más dinero a la Argentina o en forma directa al continente europeo.
En nuestro país ocurría otro tanto hasta que los sabuesos de la ex DGI cotejaron sus declaraciones de impuestos con las cifras de los pases que se publicaban en la prensa deportiva. Al confundirse a menudo los derechos económicos con los federativos (que determinan la propiedad de un club sobre el pase de un futbolista), el empresario condenado por evasión a mediados del 2000, encontró un terreno fecundo para operar con el beneplácito de muchos dirigentes.
La conclusión cae como un higo maduro. Si personajes como Mascardi son cada vez más ricos y los clubes son cada vez más pobres, es porque en el fútbol algo huele mal.

 

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