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EL DEBUT DEL “AFTER BEACH” EN PINAMAR, PARA BAILAR EN LA ARENA
La playa, convertida en una rave

El día de playa ya no termina con la caída del sol: un parador de Pinamar acaba de inaugurar el �after beach�, una ceremonia destinada a los jóvenes, que toma el modelo de Ibiza y es el preludio de la movida nocturna.

 

Por Cristian Alarcón
Desde Pinamar

El rubio de lentes mosca se mueve con el nuevo impulso tecno house como si se tratara de controladas convulsiones. Con el mar de fondo y una brisa justa, después de la incineración de la semana más calurosa, se recorta el dancer: las piernas fijas, la manos empuñadas hacia el cielo revuelto tras la tormenta y un movimiento pendular de la pelvis a la que se ubica y se desubica en juego con los hombros y los brazos que se alargan y se contraen a la manera de los tirabuzones. Son las siete de la tarde y en la arena de Pinamar un ecléctico grupo de jóvenes de veinte y tantos baila como en una disco cuando amanece y la energía no se termina. En este caso la escena es un reverso del after hour impuesto hasta en Buenos Aires tras la irrupción y el desembarco pleno de la música dance en tierras latinas. Ahora, continuando con la lejana reverberación de la marcha de Ibiza, se puede bailar también “antes de” en lo que no podía llamarse de otra manera: after beach. Allí, saltando hasta que el sol se diluye en los nubarrones del horizonte, la rave tiene lugar otra vez, en calidad de ceremonia.
Valeria Martínez Carabus, morena de labios capaces de promocionar la mordida de un manjar, gafas como las del rubio eléctrico pero en violeta, zuecos deportivos rojos, short mínimo y remera strech con caras renacentistas, tiene también ese ritmo al bailar que se adquiere a medida que se suman noches de insomnio electrónico. De Catamarca a la capital cordobesa para aprender de leyes, la morena, de 24, tiene su handicap raver: El Club, Zara y uno de los Ku han sido pistas sobre las que amaneció. De hecho, mientras baila con sus dos amigas de temporada ante la música que el DJ Sebastián Blampieb entrega desde una caseta con vista al mar, dice que no hace otra cosa que leer tratados y danzar, así, como ahora, en sus vacaciones. “Vimos que esto se ponía interesante, escuchamos que lo que pasaban era superior y no esa marcha que se vende en masa y subimos”, explica desde la pasión del dancer que agradece a su DJ como a un buen gourmet le reconoce un glotón exquisito.
Valeria dice que subieron porque la primera fiesta “después de la playa” –organizada en el parador Philips, famoso ya por los topless de la semana pasada– fue en un escenario al borde de las terrazas del lugar, con vista a la pleamar y a las familias de mediana edad que aún se desperezan sobre sus camas de plástico y sus lonas. Eran las seis de la tarde cuando el pop de los ochenta dio paso a algo más de época y el comienzo del after beach fue tímido, por un rato. Para comenzar subieron las promotoras del parador y los amigos de la casa, habitués consuetudinarios del Pachá, en la costanera de Buenos Aires, centro de la movida dance porteña y sede de los mejores DJ europeos cada vez que aterrizan en la Argentina. Así de dance es por ejemplo Adolfo, voluntario para la dura tarea de inaugurar la escena del after. Tiene 23 años, es rubión y aún tiene restos de un acné adolescente en la cara. Va de sandalias, bermudas verdes y el clásico Calvin Klein asomando en la cintura. Adolfo baila con dos chicos, íntimos de Cristian Klein, RR.PP. de la playa en la que estamos y de la disco Ku.
Cristian ya tiene una segunda piel este verano de promociones y organiza un after beach que se vio amenazado por la tormenta de manera que al comienzo no está seguro de si superaremos la etapa promotoras y amigos. Pero a mano está el locutor de una radio platense que transmite desde allí mismo y se presta a arengar a los bañistas. No debería hacerse, según los dancers más expertos, pero la convocatoria es eficaz. Al menos rompe las vergüenzas de los que hasta ahora miraban como un espectáculo esa pista en lo alto. Así, siete cordobesas modernosas se mezclan con siete chicos de Hurlingham que también cruzaron la playa para trepar a la fiestas. Ellos, un tanto menos producidos que Adolfo y sus amigos, van ocasionalmente aPachá, aunque están más cercanos a las discos marchosas del oeste del conurbano, entre las que también hay un Ku. El público de la música electrónica es cada vez más heterogéneo. Así como en setiembre hubo una rave para 120 mil personas en Palermo y con mayorías bonaerense, existen exclusivos lugares en los que los dancers tienen un caudal de información sobre lo que escuchan que no se consigue en poco tiempo.
Jimmy Van M, Aigweed, Antony Pappa. Son algunos de los nombres que el grupo de iniciados apunta para una guía posible. Por ejemplo critican al famoso DJ Deró, “porque es demasiado agresivo” con su punchi punchi de tambores frenéticos. “Hay una infinita variedad de estilos, hasta hay una diferencia de clases. Esto no es lo que se escucha en el Ku, esto es mucho mejor”, plantea uno de los que se agitan a gusto con la música de este after de atardecer. En el Ku la escena dance es la pista más grande de un complejo de tres discos, donde también se sirve cumbia y pop. Lo cierto es que algunas caras de la fiesta en la playa son las que el viernes pasaron la tempestad de lluvia y viento en la pista electrónica. Esa noche, cuando unos trescientos chicos saltaban Zombie Nation, de Kern Kraft, especie de himno del verano tecno, se cortó la luz en toda la ciudad. Durante media hora, los que bailaban resistieron cantándose a sí mismos el hit para sostener el movimiento mientras sonaban afuera unos truenos como bombas sobre Pinamar. Ayer, ya con el horizonte despejado, en la playa continuaba la ceremonia de la caída del sol festejada con los cuerpos de los que bailan como si en ellos se fuera el verano, el calor o la borrasca.

 

 

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