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Las redonditas de América tienen la receta: cocinar y divertirse

El ciclo �Las redonditas� supera los clisés del género gracias a dos conductoras que le ponen �condimento� al asunto, sin inhibiciones.

Por Patricia Chaina

El slogan promocional anuncia: “‘Las redonditas’. Cocina y diversión. Con Silvia Barredo y Graciela Bordín”. Así se presenta en América el programa de cocina con el que la emisora refuerza su grilla de novedades para esta temporada. Y por una vez, en el marketinero mundo de la TV, el contenido de un ciclo le hace honor a sus promesas publicitarias.
Es que “Las redonditas”, Silvia y Graciela, en este caso, son dos mujeres que lucen con desenfado sus siluetas regordetas y no por eso sus presencias resultan menos atractivas que las de muchas jóvenes modelos de contextura anoréxica. Reivindican así el physique du rôle del ama de casa, nacional y popular. Y le otorgan a la televisión la capacidad de moldear sobre valores y modelos reales. Cotidianos. Vitales. No es casual que el marco de fondo de la escenografía del programa contenga una donna acostada, delineada por Botero, el genial artista colombiano que hizo de la redondez del cuerpo humano su paradigma estético.
El programa, nacido de la cantera de programas “para la mujer moderna” que es Utilísima Satelital, renueva en su paso a la TV de aire el género de los ciclos gastronómicos, tan de moda en los últimos años dentro del universo televisivo. Porque se trata de un tradicional programa de cocina que, utilizando una fórmula clásica, logra resultados poco comunes a la hora de degustar bocadillos catódicos. Porque no apunta a promocionar un restaurante de moda. Ni a difundir la destreza de un nuevo chef en el circuito porteño. Ni a sacar réditos del histrionismo de los cocineros consagrados cuyos secretos culinarios sólo salen a la luz en preparaciones dignas de un banquete para bolsillos bien pertrechados.
Sobre la propuesta de instalar dos conductores frente a un par de hornallas de cocina en las que se cuecen carnes magras aderezadas con hierbas de extrañas latitudes, Barredo y Bordín desempolvan platos típicos del recetario cotidiano: vitel thoné para las fiestas, una mousse de frutilla para moldear una torta de verano, o tomates rellenos con alimentos sanos y nutritivos como palta, camarones (o su versión económica que es el kanikama, surimi en su nombre técnico) y manzanas. “Porque se puede hacer alta cocina simplificando las preparaciones para lograr platos de consumo cotidiano”, sostiene Silvia Barredo, consultada por Página/12. De ahí que el programa verse sobre recetas fáciles, pero nutritivas y sabrosas. Estas “chicas útiles”, como se autodefinen, acompañan con buenas dosis de creatividad en su performance frente a las cámaras: chistes rápidos y ocurrentes, canciones bien cantadas, palabras claras en consejos sabios.
La característica que diferencia al programa que va en vivo por América –de lunes a viernes a las 11.30– de su original formato en la TV de cable es la participación de un invitado “célebre” durante el preparado de la receta del día. Así pasaron en sus primeras emisiones Jorge Rial, Miguel Abud, o una futuróloga de nombre Luján con el increíble don de poder “leer el huevo”, algo que a las redonditas les dejó servida en bandeja la oportunidad de lucir buen humor e inteligencia, en una misma cocción.
“Poder invitar a alguien para compartir nuestro espacio es algo ideal ahora para nosotras, porque la dinámica del programa en vivo permite plantear otras situaciones más allá de la receta misma”, explica Graciela Bordín con un dulce acento paraguayo marcando ritmos diferentes en su plática coloquial. “En el cable éramos dos amigas cocinando, simplemente”, agrega, como si lo suyo fuera nada más que una amigable rutina de cocina. Y quizá ése sea el secreto que les permite apostar a la ternura, como ellas dicen, y “a la alegría, siempre”. Un talento que se desdibuja en la presión de la producción televisiva ajustada a presupuestos magros y a una ristra de ideas demasiado light, demasiado vistas.

 

 

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