La Argentina
siempre ha contado con dos partidos, el Optimista y el Pesimista.
Durante buena parte del siglo XX, el PO disfrutó de un dominio
casi hegemónico sobre la vida del país pero, por desgracia,
sólo atinó a aprovechar su largo ascendiente para
sembrar las semillas del desastre por venir, asegurando de esta
manera que su propia caída sería estrepitosa. Aunque
el PO acaba de incorporar a sus filas al presidente Fernando de
la Rúa, nada menos, se sabe muy minoritario y sus esfuerzos
por recuperar terreno siguen siendo poco convincentes. Sin embargo,
ocurre que últimamente los jefes del PP han comenzado a sentirse
un tanto inseguros también. No es que les hayan molestado
novedades presuntamente positivas como el blindaje financiero, la
reducción de la tasa de interés ordenada por el caudillo
liberal Alan Greenspan y la pérdida de valor del dólarpeso:
creen que el entusiasmo desatado por el cambio de escenario se agotará
antes de abril y que, de todos modos, no será suficiente
como para atenuar las lacras más notorias. Es que después
de triunfar rotundamente en la guerra por el alma argentina no saben
qué hacer.
Cuando el optimismo fatuo está de moda, el pesimismo cumple
una función muy útil, pero en dosis excesivas no puede
sino resultar destructivo. La Argentina ha iniciado el siglo XXI
sufriendo una sobredosis tan severa que parece paralizada, acaso
porque los más críticos del estado del país
son conservadores que defienden el poder e influencia de su corporación
particular, sea ésta política, sindical o eclesiástica.
En otros tiempos, los militantes circunstanciales del PP entendían
que luego de humillar a los líderes de turno del PO se las
arreglarían para reemplazarlos, metamorfoseándose
poco antes de llegar al gobierno en paladines de la esperanza. Pero
en esta ocasión hacerlo les es virtualmente imposible porque
una de las razones básicas de su éxito espectacular
consiste precisamente en su propia incapacidad para pensar en alternativas.
De tener los pesimistas más resueltos Duhalde, Alfonsín
y una hueste de piqueteros, clérigos solidarios, etc.
un proyecto inteligible, buena parte del país ya se hubiera
encolumnado tras sus banderas, confiada en que un nuevo gobierno
solucionaría todos los problemas, pero sucede que lo único
que han logrado confeccionar hasta ahora son protestas o denuncias
vehementes que sólo sirven para informarnos de que no les
gusta en absoluto la evolución reciente del país y
del mundo y que, a menos que se produzca una transformación
planetaria milagrosa, ninguno de los dos tendrá remedio.
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