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OPINION

La bronca triunfante

Por James Neilson

La Argentina siempre ha contado con dos partidos, el Optimista y el Pesimista. Durante buena parte del siglo XX, el PO disfrutó de un dominio casi hegemónico sobre la vida del país pero, por desgracia, sólo atinó a aprovechar su largo ascendiente para sembrar las semillas del desastre por venir, asegurando de esta manera que su propia caída sería estrepitosa. Aunque el PO acaba de incorporar a sus filas al presidente Fernando de la Rúa, nada menos, se sabe muy minoritario y sus esfuerzos por recuperar terreno siguen siendo poco convincentes. Sin embargo, ocurre que últimamente los jefes del PP han comenzado a sentirse un tanto inseguros también. No es que les hayan molestado novedades presuntamente positivas como el blindaje financiero, la reducción de la tasa de interés ordenada por el caudillo liberal Alan Greenspan y la pérdida de valor del dólarpeso: creen que el entusiasmo desatado por el cambio de escenario se agotará antes de abril y que, de todos modos, no será suficiente como para atenuar las lacras más notorias. Es que después de triunfar rotundamente en la guerra por el alma argentina no saben qué hacer.
Cuando el optimismo fatuo está de moda, el pesimismo cumple una función muy útil, pero en dosis excesivas no puede sino resultar destructivo. La Argentina ha iniciado el siglo XXI sufriendo una sobredosis tan severa que parece paralizada, acaso porque los más críticos del estado del país son conservadores que defienden el poder e influencia de su corporación particular, sea ésta política, sindical o eclesiástica.
En otros tiempos, los militantes circunstanciales del PP entendían que luego de humillar a los líderes de turno del PO se las arreglarían para reemplazarlos, metamorfoseándose poco antes de llegar al gobierno en paladines de la esperanza. Pero en esta ocasión hacerlo les es virtualmente imposible porque una de las razones básicas de su éxito espectacular consiste precisamente en su propia incapacidad para pensar en “alternativas”. De tener los pesimistas más resueltos –Duhalde, Alfonsín y una hueste de piqueteros, clérigos solidarios, etc.– un proyecto inteligible, buena parte del país ya se hubiera encolumnado tras sus banderas, confiada en que un nuevo gobierno solucionaría todos los problemas, pero sucede que lo único que han logrado confeccionar hasta ahora son protestas o denuncias vehementes que sólo sirven para informarnos de que no les gusta en absoluto la evolución reciente del país y del mundo y que, a menos que se produzca una transformación planetaria milagrosa, ninguno de los dos tendrá remedio.


 

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