Por
Fabián Lebenglik
En
el marco de la confusa Bienal Internacional del Museo Nacional de Bellas
Artes se destacan algunos envíos como el español, integrado
por Ana Laura Aláez y Marina Núñez, cuyo curador
es el escritor y poeta José Tono Martínez, director del
ICI de Buenos Aires.
Son dos de las artistas jóvenes más interesantes de las
artes visuales españolas, que comenzaron a exhibir sus trabajos
entre principios y mediados de la década del noventa y cuya carrera
se internacionalizó en los últimos dos o tres años.
Hay varios puntos en común entre ambas y, por lo que puede verse
en la muestra que montaron en Buenos Aires, el más fuerte es el
de la ciencia ficción como discurso formal y como estructura narrativa
popular en el que se insertan visiones, según cada obra, más
irónicas o más desgarradas. El guiño del género
les permite la alteración de coordenadas lógicas y temporales
para hablar de otros mundos sobre este mundo.
En el caso de Aláez (1964) se exhibe una ambientación visual
y musical, Liquid Sky, que la propia artista describe: Es
una plataforma gigante de luz con más de 1500 leds azules parpadeantes
y ocho focos también de color azul que acentúan
ciertas zonas dotando al espacio de un carácter flotante, vibrante
y metafórico. El primer contacto visual es como el que se desprende
en un estudio de música con las luces apagadas, pero con todos
sus aparatos funcionando. Este suelo es una superficie brillante que invita
al espectador a andar por él. Casi se diría que, en vez
de pisar los puntos de luz, nos sumergimos en Liquid Sky. La luz es el
elemento esencial de esta propuesta: un suelo estrellado. Una columna
también dibujada con leds marca el centro de este cielo líquido.
La sensación de semipenumbra que se crea en el ambiente obliga
a mirar al techo, donde parece que sucede algo. En el techo se ve una
proyección de video. Es mi rostro recortado que mira, observa y
hace gestos. Se puede entender como si la artista fuera una réplica
de las miradas y de los sentimientos de los transeúntes, o mejor,
de aquellos que observan y opinan. Pero como mejor lo entiendo yo, es
como si la artista deseara insuflar aire y calor gratificante al que está
allí abajo, que, desde arriba, se ve muy pequeñito y, por
lo tanto, es vulnerable.
En la segunda sala se muestra una serie de diapositivas en las que se
evoca el mundo de la mujer con humor, crítica y fantasía.
La artista cruza distintos lenguajes visuales y musicales, en un intento
por ampliar el campo artístico hacia otros campos fuertemente formalizados
pero más ligados al espectáculo, los medios masivos, el
diseño, la moda, el ambiente de las discotecas y cierta cuota de
narración autobiográfica en clave ficcional. En ese cruce
también se atraviesan registros sociales e ideológicos,
altos y bajos.
Su propia imagen, con disfraces y maquillajes, aparece continuamente en
la obra de Aláez. Cuando un artista no recurre a otra persona
para expresar sus ideas explica, siempre se habla de feminismo,
de seducción o de ¿por qué no?, de simple exhibicionismo.
A mí me gusta considerarme como un versátil y complejo material
de trabajo, es decir, como si fuera un trozo cálido de plomo moldeable
o como si me representara en un frío y tecnológico monitor
de televisión. Se podría decir que hay una huella de experiencia
vital, pero no en el sentido de huella de lo cotidiano, sino un rastro
de lo inaprensible y abstracto. El mundo de las ideas, para muchos, puede
suponer el plano real.
Esa mezcla de mundos que confluyen en la cultura del consumo es exhibida
por Aláez con una mirada entre ingenua, cínica y sensual.
Todos esos ámbitos periféricos explica Manel
Clot, en el catálogo de una gran muestra de hace casi dos años,
que hasta el momento habían estado rondando el mundo del arte,
sospechados de poca profundidad y deser ejemplos del excesivo consumismo
populista, pasan a estructurar el discurso artístico de Ana Laura
Aláez la moda, la música, la cultura de clubes, la
identidad, el género, los dj, el diseño, los videoclips,
la noche o la gráfica, para dar lugar a discursos no convencionales,
poco oficiales, divergentes, contaminados y contaminantes, empeñados
en poner en crisis los sistemas tradicionales de representación,
en que la capacidad de riesgo y alcance de las propuestas se mide por
su capacidad de trasvasar informaciones y mecanismos de unos circuitos
a otros y también por conectar frecuencias de cualquier procedencia
y sintonía.
En Cyborgs, la instalación de Marina Núñez
(1966), una docena de cabezas-máquina colocadas en las paredes,
cerca del techo, emiten una luz naranja en el contexto de una sala oscura.
Son cabezas extrañas, que están abiertas y en su interior
se ve una compartimentación y un mecanismo, como si la inmaterialidad
de las ideas tomara cuerpo, un cuerpo siniestro.
La genealogía de estas cabezas puede buscarse en la cabeza de Frankestein,
que pasó al cine con costuras y electrodos, mitad organismo mitad
maquinaria. Una imaginería que desplaza el presente hacia pasados
y futuros que se evocan mutuamente en la ficción artística,
para discutir los criterios que se fijan como estándares, pero
que desnudan un origen ideológico dominante según el cual,
cada época y cada poder, define privilegios, pertenencias y exclusiones.
(En el Museo Nacional de Bellas Artes, Libertador 1478, hasta fin de enero.)
Máscaras
desde hoy
El Espacio
de Arte Filo inaugura hoy, como hace un año, una muestra
dedicada a las máscaras, con 26 artistas invitados. Allí
se retoma con humor y reflexión plástica las tradicionales
funciones religiosas, sociales, funerarias, teatrales, chamánicas
o médicas que han tenido las máscaras desde la Antigüedad,
como también se toma la tradición moderna, de índole
más decorativa. Los 26 artistas invitados son: Sofía
Althabe, Nora Iniesta, Mariel Altobello, Viviana Macías,
Alicia Antich, Matilde Marín, Claudia Aranovich, Ricardo
Martín, Nora Aslan, Cacho Monarstisky, Esteban Alvarez, Miriam
Peralta, Claudio Barragán, Pedro Roth, Silvina Buffone, Juan
Carlos Romero, Italo Chiantore, Celina Saubidet, Mercedes Estévez,
Marino Santa María, Néstor Fernández, Oscar
Smoje, Pájaro Gómez, Clorindo Testa, Eduardo Gualdoni
y Luis Wells. (San Martín 975, diariamente de 12 a 24, entrada
libre y gratuita. Sigue hasta marzo.)
Maestros
en serie
El Bar
Beckett (El Salvador 4960, Palermo Viejo) presenta desde el jueves
próximo, 11 de enero, la primera de una serie de tres exposiciones
de verano que reúne a 22 artistas consagrados y de la generación
intermedia, organizadas por el boletín trimestral La boca
del caballo. La serie se abrirá el 11 con una muestra que
sigue hasta fin de mes, con obras de Bengochea, Broullon, Gorriarena,
Lasser, Mac Loughlin, Obelar y Presas. La segunda muestra, que tendrá
lugar entre el 1º y el 13 de febrero, incluye obras de Aguirrezabala,
Camus, Crovo, Grosclaude, Magliano, Onofrio, Ricardo Roux y Sapia.
La última exposición se presentará entre el
15 y el 28 de febrero, con obra de Berni, Masoch, León Ferrari,
Carusillo, Molteni, Santoro y Noé. La presentación,
en todos los casos, está a cargo de la historiadora de arte
Ofelia Funes, a las 19 horas de cada fecha inaugural.
Arte
en la Barra
El viernes
12 de enero a las 20, los artistas plásticos Sara Diciero
-con sus cajas lumínicas, Nicolás Caubarrere,
Laura Figari y Valeria Terzolo pinturas al óleo
inauguran una muestra de sus obras en El Atelier de la Barra, Ruta
10, Punta del Este. Se podrá ver durante toda la temporada.
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EN
LA ANTIGUA TORRE DE AGUA
El
Museo de Arquitectura
A
mediados de diciembre se abrió precariamente un nuevo espacio para
exposiciones. Se trata del Museo de Arquitectura (Marq), que funciona
en la antigua Torre de Agua de Libertador y Callao, bajo la dirección
de la Sociedad Central de Arquitectos. Allí se exhibirán
proyectos arquitectónicos, muestras de plástica y ecología,
proyectos de municipios, urbanizaciones y muestras sobre ecología.
El Marq también se propone dar a conocer el patrimonio arquitectónico
y reunir patrimonio documental en varios formatos y soportes. La antigua
Torre de Agua fue cedida por el ente residual de Ferrocarriles a la Sociedad
de Arquitectos, que la restaurará manteniendo su estructura original,
de principios del siglo pasado y le dará un uso cultural por 20
años. El Museo, de tres plantas iguales y un subsuelo, posee 300
metros cuadrados de superficie total. En la restauración del edificio,
que será concursada de allí su inauguración
provisoria se incluyen 1500 metros de espacio verde circundante,
en donde también se proyecta hacer exposiciones. El nuevo Marq
presenta hasta el 12 de enero, de 15 a 19, una exposición de arquitectos
y pintores Justo Solsona y Clorindo Testa, entre otros, acompañada
por textos de escritores consagrados. Simultáneamente, se muestra
también una selección de fotos del arquitecto Alejandro
Leveratto, en la que se exhiben encuadres panorámicos de sitios
tradicionales de la ciudad.
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