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el Kiosco de Página/12

Derechos
Por Antonio Dal Masetto

Estado de extrema confusión en el bar, nadie entiende nada, nadie sabe dónde está parado, todos deambulamos como zombis entre las mesas con un vaso en la mano preguntándonos mutuamente ¿quién era yo? ¿cómo me llamaba? ¿qué estoy haciendo acá? ¿por qué me pasa lo que me pasa? Será la resaca de las fiestas, serán los decretos de necesidad y urgencia que dejan en pelota a los futuros jubilados, serán los 37 grados y la baja presión, serán las próximas bodas de ex presidente y aspirante a otro turno, será el leal y querido hígado que se rebeló y no quiere más lola, será el regalo de fin de año con el que galantemente Su Señoría agasajó a los senadores sospechados. ¿Qué será? La cuestión que seguimos deambulando por el bar, abombados y hablando solos y preguntando: ¿habrá algún reglamento que ordene las cosas para que uno pueda entender? ¿este lugar es mío o estoy de paso? ¿qué papel estoy haciendo? ¿tengo algún derecho al pataleo? ¿quién soy? Yo quiero irme con mi mamá y mi papá. Yo quiero que mi mami me cuente un cuento antes de dormirme y me traiga un vasito de leche tibia con miel. Un desastre total.
Hay un parroquiano que por primera vez visita el boliche y está observando la escena con fastidio. Bajo el brazo lleva un tubo de plástico de esos donde se guardan los diplomas.
–Chicos, déjense de pendejadas, ya son grandes y ninguna madre de verdad va a aceptar de vuelta a un hijo bobo de la edad de ustedes.
Abre el tubo, despliega una lámina sobre el mostrador y sujeta las puntas con cuatro vasos. En la parte superior hay dos lindas figuras alegóricas, una alada y la otra que sostiene una cadena partida. Entre las dos figuras, una inscripción: Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789. Y un gorro frigio en la punta de una pica. En el resto de la lámina, el dibujo de dos planchas pétreas del formato con que se suele representar las Tablas de la Ley que Moisés bajó de la montaña. En este caso con 17 artículos. Tambaleantes, nos acercamos todos.
–Esto lo pensaron y lo escribieron los muchachos de la Revolución Francesa –dice el desconocido–. Acá está todo lo que uno necesita saber sobre los derechos y deberes del hombre y del ciudadano. Desde el preámbulo plantea las cosas bien clarito: “...considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los Derechos del Hombre son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una Declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre; a fin de que esta Declaración, siempre presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y deberes; a fin de que los actos del Poder Legislativo y los del Ejecutivo puedan ser comparados a cada instante con el objeto de toda institución política y sean más respetados; y a fin de que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas desde ahora en principios sencillos e indiscutibles, tiendan siempre al mantenimiento de la Constitución y a la felicidad de todos”.
–¿Dice algo de los partidos políticos?
–Artículo 2: “El fin de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.
–¿Dice algo de los impuestos?
–En el artículo 14: “Los ciudadanos tienen el derecho de comprobar por sí mismos o por medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública, de consentirla libremente, seguir su aplicación y determinar la cualidad, la cuota, el sistema de cobro y la duración de ella”.
–¿Dice algo de los funcionarios públicos y la guita de todos?
–En el 15: “La sociedad tiene el derecho de pedir cuenta de su administración a todo funcionario público”.
–¿Y sobre esta milonga de que el Ejecutivo dicte leyes, dice algo?
–Artículo 16: “Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución”.
–Pero maestro, entonces está todo escrito desde hace más de doscientos años.
–Así es. Vean el artículo primero: “Los hombres nacen y viven libres e iguales en derecho. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común”. ¿Qué tal? ¿Todavía quieren volver con sus mamis?
–No –dicen varias voces–, estoy recuperando la memoria, ya me acuerdo quién soy y a qué lugar pertenezco, yo soy de acá.
–Caballero –dice el Gallego–, si me permite voy a mandar a hacer fotocopias al kiosco de al lado.
Cada uno de los parroquianos se anota con varias copias.
–Yo quiero dos, una para la cocina y otra para el hall de entrada.
–Yo quiero tres.
–Yo quiero cuatro.
Hay algo en que todos coincidimos: vamos a poner una sobre la cabecera de la cama de nuestros hijos para que a los pibes no les agarre la amnesia y el abombamiento que nos dio a nosotros en este día.

 

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